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  • Asturias Republicana – SEGUNDA REPUBLICA

    Crítica
    republicana a la II República

    Las
    torturas de Octubre (III).
    Informe
    de Fernando de los Ríos

    La
    represión de la Revolución de Octubre

    Informe
    de Fernando de los Ríos sobre el viaje
    realizado
    a Asturias para visitar al ex subsecretario y diputado

    Teodomiro Menéndez, arrojado desde una galería

    al patio de la cárcel de Oviedo.


    El domingo 30 de diciembre (de 1934), en el correo expreso
    de Asturias, a las diez y veinte de la noche, acompañado
    por el Dr. Negrín y de Ruiz Lecina
    , salí
    para Asturias, con el fin de ver a Teodomiro Menéndez,
    a quien creíamos hallar en estado semiagónico,
    a juzgar por las noticias de la Prensa relativas a su
    intento de suicidio.
    Llegados a Asturias en la mañana del 31 y hechas
    las oportunas diligencias, fuimos a ver a la esposa
    de Teodomiro, enferma del corazón
    , y a
    la que hallamos sumamente deprimida y atribulada. De allí
    nos trasladamos al Hospital Provincial, donde está
    encamado Teodomiro. La orden que el oficial de guardia
    (oficial del Tercio, como todas las fuerzas que vigilan
    el Hospital), hubo de comunicarnos imposibilitaba nuestro
    acceso. Sólo se permitía subir a los familiares.
    No obstante, insistimos para que hiciera presente a quien
    correspondiera nuestra calidad y nuestro deseo de ver
    al enfermo. Se nos comunicó que debíamos
    obtener el permiso del juez militar. Fuimos al sitio donde
    éste se hallaba, y como ya hubiera salido, volvimos
    al Hospital, donde, tras larga espera, se nos autorizó
    para subir. Al pasar conducidos por el oficial de guardia
    por una de las salas donde hay un grupo numeroso de presos
    hospitalizados, nos saludaron éstos con muestras
    de afecto. Llegamos a la sala donde estaba Teodomiro,
    y como nos hubieran dicho que se hallaba en período
    comatoso, fuimos impresionados de modo favorable, porque
    inmediatamente que nos divisó nos reconoció.

    Al acercarnos a él, se me abrazó, estuvo
    besándome y me dijo: “¿traéis
    alguna misión?”, a lo que hube de responderle
    que sí: la de darle un abrazo, la de expresarle
    nuestro cariño y nuestra adhesión, y, además,
    la de comunicarle que tuviera la seguridad de que no había
    de pasarle nada. Sonrió, e inmediatamente comenzó
    a divagar y perder la coordinación, diciendo cosas
    incongruentes. Su color terroso hacía suponer a
    los doctores que existía una hemorragia interna,
    que era imposible prever si podía o no
    vivir veinticuatro horas.
    Para no obligarle a
    hacer un esfuerzo de concentración y un derroche
    de energía perjudicial, nos retiramos. Al salir,
    y ya en el patio, los reclusos enfermos nos saludaron
    levantando el puño a través de las rejas.

    Volvimos a comer al hotel y, terminada la comida, y después
    de haber recibido a varias personas, a la hija de nuestro
    compañero Bonifacio Martín y haber hablado
    asimismo con el compañero Vallina, a quien entregué
    1.250 pesetas en nombre del Comité pro-presos,
    nos fuimos a la cárcel.

    La impresión que hubo de causarnos
    ésta, desde el comienzo de la visita, fue
    siniestra, angustiosa,
    por los tonos de aguafuerte
    que revestía. En efecto, desde el primer momento
    hube de notar que el alma de la prisión
    era un capitán de la Guardia Civil llamado don
    Nilo Tello.
    A su vez, parejas de la Guardia Civil
    entraban y salían de la prisión, que es
    lóbrega y pequeña, y en el hueco central
    estaban guardias de Asalto con carabina.
    El primer grupo con quien hablé lo formaban
    el director de nuestro diario Avance, Javier Bueno, y
    los llamados del alijo de armas.
    No estaban todos,
    pero sí siete u ocho. La conversación fue
    extensa. Aparte de lo que yo juzgué conveniente
    decirles para que supieran cuán íntimamente
    nos afectaba el dolor terrible que estaban sufriendo por
    la persecución de que les hacían objeto
    y los suplicios a que estaban sometidos, así como
    de unas palabras que juzgué de mi deber pronunciar,
    haciéndoles saber que el sacrificio de
    ellos no era un sacrificio inútil para la historia
    social española, sino antes lo contrario, lleno
    de gérmenes de fecundidad,
    contáronme
    lo que otras Comisiones que inmediatamente
    después hubimos de recibir –el hijo
    de Llaneza, algunos presos de Turón, muchachos
    de la Juventud, Comisión de mujeres, catedrático
    Wenceslao Roces-, confirmaron.
    La siniestra
    magnitud de los hechos que me relataron se pueden centrar
    en torno a esta denominación: tormento del potro,
    tormento del “trimotor”, tormento del “tubo
    de la risa”, y paso a la “sala del orfeón”
    o de los conciertos.
    El primero consiste en atar
    una barra por debajo de las corvas, atando a ella, a su
    vez, los brazos. Este tormento ha llegado en ocasiones
    a hacerse por el propio comandante Doval,
    metiendo la mano por debajo y estrangulando los órganos
    de la virilidad. En este sentido se me refería
    el caso concreto, con el nombre, de uno a quien le fueron
    quemados esos mismos órganos para que dijera lo
    que se le exigía. El segundo tormento, el del trimotor,
    consiste en colgarles por los brazos de una polea, dejándoles
    suspensos en el aire y, a fuerza de vergajazos, mecerles
    en el aire. El tercero consiste en pasar por una fila
    de guardias, que van descargando golpes de fusil, unos
    sobre las espaldas, otros, sobre los pies, y algunos sobre
    la cabeza inclusive. Por último, la llamada “sala
    del orfeón” tiene un campo indefinido de
    pruebas de tormentos: por eso la llaman sala del orfeón,
    porque todo el mundo “canta”. Hospitalizado
    está a quien le aplicaron ascuas ardiendo a las
    plantas de los pies para que llegara a declarar. Otro
    con quien se cometió igual ferocidad en sus órganos
    sexuales; se le produjo un supuración de ano, y
    como le echaron en una celda como si fuera un pudridero,
    sin llamar a los médicos, pocos días después
    había muerto.

    En la cárcel, el libro de asientos del
    botiquín es un documento precioso
    , en
    el que se podrán hallar las indicaciones de las
    veces que se ha necesitado acudir en socorro de las víctimas,
    y se podrá comprobar cómo luego éstas
    no han sido objeto de cuidado médico, sino que
    se les abandona, determinando la muerte de muchos de ellos.
    Es especialmente horroroso lo acontecido con uno
    de los muchachos procesados por los sucesos sangrientos
    de Turón.
    Como le preguntara el juez:
    “¿De modo que mataste?”, contestaba:
    -“Matamos”. –“¿De modo
    que tu confiesas que asesinaste?” –“No
    asesinamos”. Pues bien: la semana pasada se presentó
    en la cárcel la familia de una de las víctimas
    de los sucesos de Turón y pasó a una habitación,
    adonde fue llamado este muchacho, que tendrá unos
    veinte años. Es un chico de una expresión
    de dulzura grande, de belleza varonil, y, una vez que
    estuvo dentro, compareció la familia antes citada
    con un guardia civil. El guardia comenzó a abofetearle,
    a darle patadas, hasta que cayó al suelo, y entonces
    le entregó a la familia de la víctima, para
    que hicieran con el lo que quisieran. La familia se puso
    sobre su cuerpo a pisotearlo, hasta que una enorme bocanada
    de sangre les manchó los vestidos a las mujeres
    que le pisoteaban. Como quedase completamente sin conocimiento,
    le echaron un poco de agua en la cara y pudo levantarse.
    Al levantarse, de nuevo el guardia civil otra vez le sometió
    a las vejaciones de las bofetadas y patadas, y otra vez
    el preso cayó al suelo, y nuevamente fue pisoteado
    por la familia. El muchacho, perfectamente entero mientras
    nos refería esto, cuando yo hube de abrazarle,
    conmovido, y preguntarle si quería algo de mí,
    si podría yo hacer algo, me contestó que
    nada, pero prorrumpió en unos sollozos contenidos
    que a todos nos produjo una impresión profundamente
    patética. Dicen que este pobre muchacho serán
    dentro de poco fusilado.
    En la prisión hay aproximadamente 1.100
    presos, siendo sólo capaz para 250. Ni siquiera
    el servicio de las comidas está regularizado.

    Hay ocasiones en que los presos almuerzan a las once de
    la mañana y comen a las tres de la madrugada. No
    se han normalizado los turnos, de suerte que cada cual
    pudiera adaptar su organismo a un régimen, el que
    fuera, pero un régimen. Los presos están
    todos en sus celdas sin salir a pasear, sin que en los
    tres meses transcurridos hayan visto un rayo de sol ni
    hayan sido llevados un solo minuto a un patio.

    De aquí que haya un estado de cierta anormalidad
    psicológica en todos los presos y una excitación
    nerviosa.
    El espíritu de todos ellos, hombres y mujeres,
    es impresionante, por la energía excepcional que
    acreditan y por el sentimiento de justicia que continúan
    considerando fue el alma del movimiento, así como
    la manifestación coincidente de todos ellos del
    tono humanitario que el tuvo el movimiento en general
    en Asturias.

    Ya de noche, salimos de la prisión y fuimos de
    nuevo a ver a la mujer de Teodomiro. Presentes algunas
    personas, la mujer de Ramón González
    Peña,
    caso de serenidad verdaderamente
    emocionante, hubo de referir cómo al ser llamada
    a declarar dónde estaba su marido y decir que lo
    ignoraba, fue abofeteada. Otro señor
    allí presente (su nombre no viene al caso), nos
    refirió lo acontecido a una mujer, cuyo nombre
    conozco, con dos hijas. Una de ellas murió
    al pie de una ametralladora, con un heroísmo excepcional.
    Cuando ya la tropa se echaba encima y a ella se le habían
    concluido las municiones, se desgarró el corpiño,
    les llamó cobardes, les dijo que disparasen sobre
    ella, ya que eran asesinos del pueblo, y, efectivamente,
    fue muerta. Otra hermana, que no se había mezclado
    en nada, fue llevada presa a la cárcel de Oviedo,
    y en el patio la dejaron absolutamente desnuda, y un oficial
    la maltrató de palabra y obra
    , escarneciendo
    su cuerpo a latigazos. Y como ella, encolerizada, le dijera:
    “¿No os da vergüenza hacer esto con
    una mujer, maltratar a una mujer?”, el oficial,
    cual si hubiera sufrido un choque nervioso, se acercó
    a ella y, en tono por completo diferente, le dijo: “mujer,
    si no te hemos pegado.” Ella de nuevo le dijo: “¿Pero
    me va usted a negar que me acaba de cruzar el cuerpo con
    la fusta?” Y como el oficial –no recuerdo
    si era del Ejército o de la Guardia Civil- hubiera
    sufrido una crisis de conciencia, se negó a que
    se apoderará de un pañuelo lleno de sangre
    en el que ella reconocía el pañuelo de su
    hermana, porque podía comprometerle. Ahora está
    en libertad, hoy levanta los puños, juzgando que
    no tiene en la vida otra misión que la de vengar
    una muerte y una afrenta.
    A las nueve de la noche salimos de Oviedo para Astorga.
    Me detuve en León con Ruiz Lecina. Era pasada la
    una y media de la madrugada de la noche del 31 de diciembre.
    Nos fuimos a descansar unas horas al Hotel París.
    Nos levantamos a las siete y media, y a las ocho tomábamos
    un taxi para Astorga. En medio de una niebla densa y fría
    que nos dificultaba la marcha, llegamos a Astorga,
    al cuartel de Santocildes, donde había aproximadamente
    unos 1.030 presos, todos ellos procedentes del movimiento
    y pertenecientes a la zona leonesa y algunos a la asturiana.

    Comoquiera que se hubiese recibido la orden de no permitir
    la visita a los presos más que los domingos, fue
    necesario hacer una gestión. Durante una
    hora conversamos con un jefe del Ejército que figuró
    en la columna del general Bosch
    , que operó
    en Asturias, y fue, por tanto, de los que estuvieron copados
    durante cinco días por las fuerzas revolucionarias.
    De 600 hombres que componían las tropas
    que llevaba el general Bosch, tuvieron 300 bajas, y durante
    dos días estuvieron sin comestibles ni municiones.

    Me refería dicho jefe, con una admiración
    que no recataba, cómo los revolucionarios incluso
    habían llegado a inventar máquinas para
    el lanzamiento de bombas, máquinas que utilizaban
    con tal precisión, que ponían la bomba allí
    donde fijaban el objetivo; dándose el caso de que
    en la casa donde él estaba le metieron tres bombas,
    que determinaron el que, de treinta y tres hombres que
    había, veintidós quedaran fuera de combate.
    Asimismo expresaba su asombro y admiración por
    el que juzgaba él como director del movimiento
    allí. Me lo describía: hombre arrogante,
    alto, bien vestido, más bien grueso, el cual salía,
    daba unas órdenes e inmediatamente todas las coronas
    de las montañas se movían con disciplina,
    táctica de la que él estaba maravillado.
    Por último, me refería el episodio de un
    muchacho retirado por ellos y herido grave, al cual se
    acercó viéndole moribundo, por si quería
    algo, dándole un poco de Jerez. Momentos antes
    de expirar, el herido levantó el brazo y, en saludo
    socialista, cerró el puño delante de ellos.
    Me decía el jefe aludido: “Yo sentí
    escalofríos.”
    También me dijo que la situación
    de los presos en Astorga era horrible; que de los mil
    treinta y tantos hombres, habría treinta o cuarenta
    lo más que tuvieran colchones de paja; los demás
    estaban durmiendo sobre paja. La paja, desde luego, me
    dijo que estaba infectada de parásitos de todas
    clases.
    Así se había comunicado
    al Ministerio de Justicia, de donde habían prometido
    que iría un equipo sanitario para desinfectar todo
    aquello, y enviarían trescientos o cuatrocientos
    petates, pero llevaban tres meses y no había llegado
    el equipo ni se habían recibido los petates.
    Recibida al fin la orden para que pudiéramos pasar
    a ver los presos, pasamos por un patio magnífico,
    de dimensiones tan grandes como la Plaza Mayor, y subimos
    al sitio en donde habían de aparecer nuestros compañeros.
    Eramos los primeros, de igual suerte que Asturias,
    que de Madrid habíamos ido a visitar a los presos.

    Como en Asturias, nos mostraron su gratitud emocionados
    por el acto de compañerismo, y a nuestro
    compañero Nistal entregué 1.250 pesetas
    en nombre del Comité pro-presos, para ayuda de
    los que más necesitados estuvieran.
    Llenos
    de todo número de parásitos, con residuos
    de comida, a veces incluso con residuos de excremento,
    los presos no tienen para dormir más que montones
    de paja. La inmensa mayoría no tiene manta, y sólo
    existen quince o veinte jergones de paja. En los
    tres meses, ni una sola vez han sido sacados al patio,
    tan espléndido, ni a las galerías, donde
    pudieran airearse.
    Adúcese como razón
    en el cuartel-prisión que no hay bastante personal
    de vigilancia. Como en la cárcel de Oviedo, también
    en ésta se baja constantemente a los presos a cuartos
    donde se les somete a todo género de malos tratos.
    Tienen las galerías ventanas, y como cierto día
    uno de los presos se asomara a una de ellas, fue muerto
    de un balazo.
    Los presos que son puestos en libertad por los
    jueces, cuando van a sus pueblos, la Guardia Civil los
    lleva al cuartel, les da una paliza horrible y de nuevo
    los llevan a la cárcel, a pesar de estar judicialmente
    libertados.
    Con un abrazo a cada uno de ellos,
    e impresionadísimos, como no podía ser menos,
    al ver a nuestro amigo Nistal y los otros vivir en un
    ambiente de primitivismo y miseria como nunca creímos
    podía existir, salimos de Astorga para tomar el
    tren de Madrid, que pasaba por León a las doce
    y media, y llegar a Madrid a las ocho de la noche de ayer,
    1º de enero.

     

  • Asturias Republicana – ENTRE REPUBLICAS

     

    El
    último discurso de Jean Jaurés.

     

    Pronunciado
    en Vaise, en las afueras
    de Lyon, el 25 de Julio de 1914.
    Recogido de Le Mouvement ouvrier
    pendant la guerre, de A. Rosmer.
    Marxist.org

    Ciudadanos:

    Quiero
    deciros esta noche que nunca hemos estado, que nunca
    desde hace cuarenta años Europa ha estado en
    una situación más amenazante y más
    trágica que esta en que nos encontramos en el
    momento en que tengo la responsabilidad de dirigiros
    la palabra.
    ¡Ah! ciudadanos, no quiero
    forzar los colores oscuros del cuadro, no quiero decir
    que la ruptura diplomática de la que hemos tenido
    noticia hace una media hora, entre Austria y Serbia,
    signifique necesariamente que la guerra entre Austria
    y Serbia va a estallar y tampoco digo que si la guerra
    estallase entre Serbia y Austria el conflicto se extenderá
    necesariamente al resto de Europa, pero
    digo que tenemos contra nosotros, contra la paz, contra
    la vida de los hombres en el momento actual, unas previsiones
    terribles y contra los cuales será necesario
    que los proletarios de Europa hagan todos los esfuerzos
    de solidaridad suprema de que sean capaces.

    Ciudadanos,
    la nota que Austria ha dirigido a Serbia esta llena
    de amenazas y si Austria invade el territorio eslavo,
    si los germanos, si la raza germánica de Austria
    hace violencia a estos serbios, que son una parte del
    mundo eslavo y por los que los eslavos de Rusia demuestran
    una simpatía profunda, hay que temer
    y prever que Rusia entrará en el conflicto, y
    si Rusia interviene para defender Serbia, Austria, teniendo
    delante de ella dos adversarios, Serbia y Rusia, invocará
    el tratado de alianza que la une con Alemania y Alemania
    ha hecho saber que se solidarizará con Austria.

    Y si el conflicto no permaneciera entre Austria y Serbia,
    si Rusia se mezclara, Austria vería a Alemania
    tomar posición a su lado en los campos de batalla.
    Pero entonces, ya no será solamente el tratado
    de alianza entre Austria y Alemania el que entrará
    en juego, sino que será también
    el tratado secreto, cuyas cláusulas esenciales
    se conocen, que vinculan a Rusia y Francia, y Rusia
    dirá a Francia:

    “Tengo
    contra mi dos adversarios, Alemania y Austria, tengo
    derecho a invocar el tratado que nos vincula, es necesario
    que Francia venga a ocupar un lugar a mi lado.”

    En este momento, quizá estemos en vísperas
    del día en que Austria vaya a lanzarse sobre
    los serbios, y entonces Austria y Alemania al arrojarse
    sobre los serbios y los rusos, será Europa en
    llamas, será el mundo ardiendo.

    En un momento
    tan grave, tan lleno de peligros para todos nosotros,
    para todas las patrias. Y no quiero entretenerme
    buscando detenidamente las responsabilidades. Nosotros
    tenemos las nuestras, Moutet lo dijo y yo certifico
    ante la Historia que las habíamos previsto, que
    las habíamos anunciado; porque cuando dijimos
    que penetrar por la fuerza, por las armas, en Marruecos
    era abrir la era de las ambiciones, de las codicias
    y conflictos, se nos denunció como malos franceses
    y éramos nosotros quienes nos preocupábamos
    de Francia.

    ¡Esta
    es, desgraciadamente nuestra parte de responsabilidad!,
    y se concreta, si quieren tomar en consideración
    a Bosnia y Hercegovina que es el motivo de la lucha
    entre Austria y Serbia, y que nosotros, los
    franceses, cuando Austria se anexionaba Bosnia y Hercegovina,
    nosotros no teníamos derecho ni el medio de hacerle
    la menor reprimenda, porque estábamos haciendo
    lo mismo en Marruecos
    y teníamos necesidad
    de que nos perdonasen nuestro propio pecado perdonando
    nosotros los pecados de los demás.

    Y entonces
    nuestro ministro de Asuntos Exteriores decía
    a Austria:

    “Vos
    pasamos lo de Bosnia y Hercegovina, a condición
    de que vosotros nos paséis lo de Marruecos”
    y difundíamos nuestras ofertas de penitencia
    de potencia en potencia, de nación en nación,
    y decíamos a Italia: “Podéis
    ir a Tripolitania, puesto que nosotros estamos en Marruecos,
    puedes robar en el otro extremo de la calle, puesto
    que yo he robado en la otra parte.”

    Cada
    pueblo aparece a través de las calles de Europa
    con su pequeña antorcha en la mano y ahora tenemos
    el incendio.
    ¡Y bien, ciudadanos!, tenemos
    nuestra parte de responsabilidad, pero no oculta la
    responsabilidad de los otros y nosotros tenemos
    el derecho y el deber de denunciar, por una parte, la
    cazurrería y la brutalidad de la diplomacia alemana,
    y, por otra parte, la duplicidad de la diplomacia rusa.

    Los rusos que van quizá a tomar partido por los
    serbios contra Austria y que van a decir “Mi corazón
    de gran pueblo eslavo no soporta que se haga violencia
    al pequeño pueblo eslavo de Serbia. “Sí,
    ¿pero quién fue el que golpeó a
    Serbia en el corazón? Cuando Rusia intervino
    en los Balcanes, en 1877, y cuando creó una Bulgaria,
    digamos independiente, con el pensamiento de poner la
    mano sobre ella, dijo a Austria: “Déjame
    hacer y te confiaré la administración
    de Bosnia y Hercegovina.”
    La administración,
    ustedes comprenden lo que eso quiere decir, entre diplomáticos,
    y desde el día en que Austria-Hungría
    recibieron la orden de administrar Bosnia y Hercegovina,
    sólo tuvo un pensamiento, que fue el de administrarlas
    lo mejor posible para los intereses austrohúgaros.”

    En
    la entrevista que el ministro de Asuntos Exteriores
    ruso tuvo con el ministro de Asuntos Exteriores de Austria,
    Rusia le dijo a Austria: “Te autorizaré
    a anexionarte Bosnia y Hercegovina a condición
    de que me permitas establecer una salida sobre el Mar
    Negro, cerca de Constantinopla.”
    El Sr.
    D’Ærenthal hizo una señal que Rusia
    interpretó como un sí, y ella autorizó
    a Austria a tomar Bosnia y Hercegovina; luego, cuando
    Bosnia y Hercegovina estaban ya en los bolsillos de
    Austria, dijo a Austria: “Ahora es mi turno en
    el Mar Negro.” “¿Qué? ¿Qué
    es lo que os dije? ¡Nada de nada!”, y desde
    entonces viene el conflicto entre Rusia y Austria, entre
    el Sr. Iswolsky, ministro de Asuntos Exteriores de Rusia,
    y el Sr. D’Ærenthal, ministro de Asuntos
    Exteriores de Austria; pero Rusia había sido
    el cómplice de Austria al entregar a los eslavos
    de Bosnia y Hercegovina a Austria-Hungría y de
    haber herido el corazón de los eslavos de Serbia.
    Es lo que la compromete en las vías donde se
    mueve ahora.

    Si
    desde hace treinta años, si desde que Austria
    tiene la administración de Bosnia y Hercegovina,
    hubiera hecho el bien a estos pueblos, no habría
    hoy dificultades en Europa; pero la clerical Austria
    tiranizaba Bosnia y Hercegovina; quiso convertirla por
    fuerza al catolicismo; y al perseguirla en sus creencias,
    levantó el descontento de estos pueblos.

    La
    política colonial de Francia, la política
    hipócrita de Rusia y la voluntad brutal de Austria
    contribuyeron a crear el estado de cosas tan horrible
    en el que estamos. Europa se debate en medio de una
    pesadilla.

    ¡Y
    bien, ciudadanos!, en la oscuridad que nos rodea, en
    la incertidumbre profunda en la que estamos sobre lo
    que será el mañana, no quiero pronunciar
    ninguna palabra temeraria, espero todavía
    a pesar de todo que a causa mismo de la enormidad del
    desastre que nos amenaza, en el último minuto,
    los gobiernos se contendrán y no tendremos que
    estremecernos de horror pensando en el cataclismo que
    implicaría hoy para los hombres una guerra europea.

    Ustedes vieron
    la guerra de los Balcanes; un ejército casi entero
    sucumbió en el campo de batalla o en las camas
    de hospitales, un ejército formado por trescientos
    mil hombres, que yacen en la tierra de los campos de
    batalla, en las zanjas de los caminos o en las camas
    de hospitales infectados por el tifus cien mil hombres
    de los trescientos mil.

    Hay
    que pensar lo que sería un desastre semejante
    para Europa: no sería ya, como en los Balcanes,
    un ejército de trescientos mil de hombres, sino
    cuatro, cinco y seis ejércitos de dos millones
    de hombres. ¡Qué masacre, qué ruinas,
    qué barbarie!
    Y es por esta razón,
    cuando la nube de la tormenta ya está sobre nosotros,
    por lo que todavía quiero esperar que no se consumará
    el crimen. Ciudadanos, si estalla la tempestad,
    todos, nosotros los socialistas, tendremos la preocupación
    de salvarnos lo más pronto posible del crimen
    que los dirigentes habrán cometido.

    Esperemos, si nos queda algo, si nos quedan unas horas,
    para redoblar los esfuerzos para prevenir la catástrofe.
    Ya, en el Vorwaerts, nuestros camaradas socialistas
    de Alemania se levantan con indignación contra
    la nota de Austria y creo que nuestra oficina socialista
    internacional ha sido convocada.

    Sea
    lo que fuere, ciudadanos, y digo estas cosas con una
    especie de desesperación, no hay ya, en el momento
    en que nos amenazan de asesinato y de salvajadas, más
    que una oportunidad para el mantenimiento de la paz
    y la salvación de la civilización, y es
    que el proletariado una todas sus fuerzas que cuentan
    con un gran número hermanos: franceses, ingleses,
    alemanes, italianos, rusos, y que pidamos a estos millares
    de hombres que se unan para que el latido unánime
    de sus corazones aleje la horrible pesadilla.

    Me daría
    vergüenza de mí mismo, ciudadanos, si hubiera
    entre vosotros uno sólo que pudiera creer que
    pretendo utilizar en favor de una victoria electoral,
    tan valiosa como pueda ser, el drama de los acontecimientos.
    Pero tengo derecho a deciros que es nuestro
    deber, el de todos vosotros, no desperdiciar una sóla
    ocasión de poner de manifiesto que estáis
    con este partido socialista internacional que representa
    en estos momentos, bajo la tormenta, la única
    promesa de una posibilidad de paz o del restablecimiento
    de la paz.

  • Asturias Republicana – SEGUNDA REPUBLICA.

    Marcelino
    Laruelo Roa

    Muertes
    Paralelas

    El diputado socialista y
    dirigente minero de la UGT Graciano Antuña
    fue fusilado en Luarca por el ejército franquista.


    Por Marcelino Laruelo.
    Muertes Paralelas. Gijón, 2004.


    A las cinco de la mañana del día trece
    de Mayo de 1937, Graciano Antuña Alvarez fue fusilado
    delante de las tapias del cementerio de Luarca. Socialista
    y diputado en Cortes por Asturias tras resultar elegido
    en Febrero del año anterior en la lista del Frente
    Popular, Graciano Antuña había desempeñado
    el cargo de secretario general del Sindicato de Obreros
    Mineros (SOMA-UGT) en los meses previos a la Revolución
    de Octubre de 1934.

    A
    Graciano Antuña le detuvieron en Oviedo al día
    siguiente de sublevarse las fuerzas del coronel Aranda.
    Había participado en las reuniones que tuvieron lugar
    en el Gobierno Civil entre las autoridades civiles, militares
    y dirigentes del Frente Popular tras conocerse las primeras
    noticias del inicio del levantamiento militar en el Marruecos
    español.
    Colaboró en la organización
    de la expedición de trabajadores que salió
    de Oviedo en dirección a Madrid y en la formación
    de grupos de autodefensa obrera. Se le vio en el edificio
    del diario socialista Avance, en la calle Asturias, donde
    también tenía su sede la dirección
    socialista y el Sindicato Minero. No se sabe exactamente
    por qué, pero no pudo escapar de Oviedo como el resto
    de los dirigentes de los partidos de izquierdas. Según
    sus propias declaraciones, el domingo por la tarde, se marchó
    del Gobierno Civil y se fue a dar “un paseo por la
    carretera de Buenavista acompañado de otro individuo,
    y al regresar, se tropezó con Villanueva, el cual
    le dijo que le acompañara a su casa para tomar un
    café, pues ya se habían enterado que la fuerza
    del Ejército había salido a la calle…”
    En casa de ese Villanueva se refugió Graciano Antuña
    y ahí le detuvieron al día siguiente.

    La
    versión que dio el comandante Gerardo Caballero fue
    la siguiente: “una vez verificado el levantamiento
    militar en esta plaza y llegado a los dirigentes socialistas
    la noticia de la ocupación del cuartel de Asalto
    por las fuerzas del Ejército nacional, le entró
    el desánimo al procesado y aconsejó a la muchedumbre
    estacionada por las inmediaciones del edificio anteriormente
    mencionado (de Avance), a la que poco antes organizaba y
    enardecía, que se marchasen cuanto antes, que iban
    a ser carne de cañón y que su resistencia
    era inútil. Preocupado por estas cosas, sin duda
    por la situación de la familia, o anonadado, probablemente,
    por el golpe recibido con el levantamiento de la guarnición,
    no tuvo tiempo de reaccionar para escaparse con los demás
    compañeros o cuando lo intentó debió
    de ser tarde ya…”

    Algunos
    protagonistas, como Ramón Alvarez Palomo y Avelino
    González Entrialgo, cenetistas los dos, dejaron escrito
    lo que les dijo el propio Antuña en las primeras
    horas de la tarde del domingo diecinueve, cuando se cruzaron
    con él en el Gobierno Civil: “nos reafirma
    su confianza en Aranda, llegando a decirnos que no hay motivos
    para ser tan suspicaces y desconfiados. El, confiado y seguro,
    se retiraba a descansar unas horas…”
    Ahí
    se apunta un motivo: ¿dormir un poco después
    de día y medio de tensión? Otro, tal vez fuese
    el fallo en la cita de seguridad que el Comité provincial
    del Frente Popular había establecido para esa tarde
    en un domicilio particular de Oviedo. Según Alvarez
    Palomo, solamente acudieron los delegados de la CNT y la
    FAI y el comunista Ambou: “Al anochecer, después
    de inútil y angustiosa espera, se abandonó
    toda esperanza de reunión.”

    Antonio
    Masip me cuenta esta otra versión que le dio el histórico
    dirigente socialista asturiano Juan Pablo García.
    Según éste, “Antuña, en la noche
    del domingo diecinueve de Julio, cuando estaba a la altura
    de la cuesta del cementerio, antes de llegar a San Esteban
    de las Cruces, dio media vuelta y regresó a Oviedo”.
    Juan Pablo pone en boca de Antuña estas palabras:
    “No quiero ser un exiliado. No vuelvo al exilio. Lo
    pasé muy mal en Dieppe.”

    Natural
    de Ciaño-Santa Ana, en la cuenca minera del Nalón,
    municipio de San Martín del Rey Aurelio, Graciano
    Antuña, junto con su mujer e hija, vivía últimamente
    en Oviedo, en la Fonda de Angelín Fierros, en la
    calle Posada Herrera.
    Al tener conocimiento de
    que el coronel Aranda se había sublevado y dominaba
    la ciudad, buscó refugio en una casa de la calle
    Matemático Pedrayes, habitada por el citado Villanueva.
    Gerardo Caballero, comandante de Infantería que fue
    nombrado por Aranda delegado de Orden Público, dijo
    que al recibir una denuncia de que habían visto a
    Graciano Antuña esconderse en esa calle, ordenó
    a una patrulla de Seguridad que procediera a registrar la
    zona hasta encontrarlo y detenerlo. Pudiera ser hasta que
    el propio Caballero hubiera sido el que viera y reconociera
    a Graciano Antuña, pues vivía muy cerca de
    la casa donde detuvieron a Antuña. La patrulla que
    llevó a cabo los registros y practicó la detención
    estaba formada por un cabo y cuatro guardias. El cabo, llamado
    Alfredo González, moriría defendiendo la posición
    nacionalista de La Loma del Canto durante la ofensiva republicana
    de Octubre del 36.

    Al
    ver que dicha fuerza se dirigía a la casa en la que
    estaba refugiado y que picaban a la puerta, el propio Graciano
    Antuña acudió a abrirles y, según la
    versión policial, trató de ocultarse detrás
    de la misma puerta. Descubierto y encañonado con
    el mosquetón por uno de los guardias, Antuña
    agarró fuertemente el cañón y en el
    forcejeo, siempre según esa versión policial,
    se hirió en las manos con el punto mira. A esas heridas
    se atribuyeron las manchas de sangre de la camisa que llevaba
    puesta y que Graciano Antuña, días después,
    intentó sacar de la cárcel mezclada con el
    resto de la ropa sucia. Oculta entre la ropa iba también
    una nota para su mujer en la que le pedía que conservara
    la camisa tal cual estaba, seguramente pensando en utilizarla
    como prueba de torturas más adelante, pero esa nota
    fue descubierta al registrar el paquete en la cárcel
    de Oviedo. La versión que en la causa judicial da
    Antuña de estos mismos hechos es muy parecida: pasó
    la noche del día diecinueve de Julio en casa del
    señor Villanueva. En la mañana del veinte,
    fue la mujer de Villanueva la que le dijo que los guardias
    andaban registrando las casas colindantes. Suponiendo Antuña
    que era a él a quien buscaban, bajó al portal,
    abrió la puerta y salió a la calle: “se
    encontró con dos guardias que, apuntando con el fusil
    y poniendo el cañón en el pecho del declarante,
    le echaron el alto; como esta actitud de los guardias le
    hiciera temer fuesen a dispararle, se cogió con las
    manos a los cañones para separarlos, diciendo al
    mismo tiempo que no le matasen, momento en el cual, con
    el punto de mira de uno de los fusiles se hizo una pequeña
    herida en una mano, siendo conducido inmediatamente al Gobierno
    Civil.”

    Una
    vez en el Gobierno Civil, le introdujeron en el despacho
    del comisario de policía, que lo era Arcadio Cano.
    Afirma el comandante Caballero que debido a los reiterados
    temores que expresaba el detenido a ser “paseado”,
    “tuvo que bajar personalmente a calmarle y darle las
    seguridades debidas”. Ese mismo día fue conducido
    a la cárcel de Oviedo y en dicha cárcel permanecería
    hasta finales de Marzo de 1937. El y otros como él,
    hombres y mujeres, eran los rehenes del coronel Aranda:
    los mantuvieron vivos mientras creyeron que les podrían
    ser de utilidad, pero cuando vieron que ya no los necesitaban,
    los fueron entregando a la trituradora de la “justicia
    militar” franquista para eliminarlos. Hay quien afirma,
    incluso, que Graciano Antuña estuvo a punto de ser
    canjeado por el jefe de Falange, Jose Antonio Primo de Rivera,
    preso en Alicante y que fue ejecutado, finalmente, en Noviembre
    de 1936.

    La
    trituradora, para Graciano Antuña, se puso en marcha
    el once de Febrero de 1937: el auditor de guerra Juan Villavicencio
    ofició ese día, con número de orden
    1.228, al juez instructor del juzgado militar nº 1
    de la plaza, que lo era el alférez de Infantería
    Manuel Martínez Cardeñoso. En el escrito se
    le ordenaba que iniciase los procedimientos contra el prisionero
    Graciano Antuña Alvarez. Su tramitación, dio
    lugar a que en el sumario de la causa figuren las declaraciones
    de diferentes testigos, destacando la del propio Gerardo
    Caballero Olabézar, delegado de Orden Público.
    Quedaron recogidas, además, la del teniente de la
    Guardia Civil Juan Serra Planells, nombrado por Caballero
    subdelegado interventor de servicios en la cárcel
    de Oviedo; la de los seis guardias de Asalto que participaron
    en la detención y la de un ayudante de minas que
    había estado preso, por orden del Comité Revolucionario,
    en la cárcel de Pola de Laviana durante la Revolución
    de Octubre de 1934. En todas esas declaraciones no se aportan
    datos de mayor interés que los aquí ya transcritos.

    Cinco
    días más tarde, el dieciséis de Febrero,
    el juez instructor tomó declaración a Graciano
    Antuña. Es también de poco interés
    y en ella, después de reconocer la pertenencia al
    PSOE y a la UGT desde 1925, Antuña trató de
    resaltar el carácter moderado de su ideología
    política y lo poco determinante de sus actuaciones,
    todo ello buscando la autoexculpación, quizás
    sin darse cuenta de que ya estaba condenado de antemano.

    Al
    cabo de poco más de un mes, el veintitrés
    de Marzo, el coronel comandante militar de Oviedo, cumplimentando
    el radiograma del general jefe de la Octava División,
    ordenó al juez instructor el traslado a Luarca de
    Graciano Antuña para ser puesto a disposición
    del teniente auditor honorífico Carlos Humberto Santaló
    Ponte, juez militar de la columna de operaciones en Asturias.
    Junto con el prisionero se remitieron las diligencias sumariales
    instruidas hasta ese momento y que conformaban la causa
    número 302/37.

    En
    Luarca, el juez militar Santaló volvió a tomar
    declaración a Graciano Antuña. Este, por su
    parte, se limitó a ratificarse en lo que ya tenía
    declarado y a negar las implicaciones que se le hacían
    como organizador de los grupos que formaron la expedición
    que partió hacia Madrid a luchar contra los sublevados
    y otras acusaciones similares. El único dato novedoso
    que aparece en este interrogatorio es el que se da a entender
    cuando el juez militar le preguntó “si no es,
    así mismo, más cierto que al iniciarse el
    movimiento revolucionario marxista dirigió cartas
    firmadas por él a las distintas organizaciones obreras
    de Asturias y norte de Galicia ordenándoles que resistiesen
    por todos los medios posibles el avance del Ejército
    nacional, llevando a cabo voladuras de puentes y cortes
    de carretera al objeto de impedir el paso de las fuerzas
    del Ejército”. Graciano Antuña rechazó
    de plano tal acusación, porque, efectivamente, detenido
    desde la mañana del día veinte de Julio, difícilmente
    podría haber enviado cartas a ningún sitio.
    Lo que sí se sabe y, probablemente el juez
    militar ignoraba, es que en los primeros días que
    siguieron a la sublevación militar, el Comité
    de Sama de Langreo, que presidía Belarmino Tomás,
    dio orden de que un camión con milicianos partiera
    para recorrer toda la zona occidental de Asturias e informar
    de cual era la situación real en la misma. Llegaron
    por la costa hasta Ribadeo y regresaron por el interior.
    Es muy probable que el jefe de esa patrulla de milicianos
    llevase algunas instrucciones para los dirigentes de las
    organizaciones obreras de las diferentes localidades por
    donde pasaron.

    Ahondando
    en esa acusación, el juez militar pidió que
    con la máxima urgencia se interrogase al ex capitán
    de Carabineros, Rafael Pérez Alexandre, que cumplía
    condena de reclusión perpetua en la cárcel
    de Lugo, y “manifieste si el sujeto hoy huido, César
    Margolles, vecino de Ribadeo, le leyó íntegro
    el contenido de una carta del destacado socialista Graciano
    Antuña Alvarez, ordenándole a las organizaciones
    rojas de Ribadeo destruir puentes y vías férreas
    y cortar comunicaciones, carta firmada de puño y
    letra por Graciano Antuña, con lo demás que
    sepa del asunto.” Rafael Pérez Alexandre declaró
    que no había visto la carta y que desconocía
    todo lo referido a la misma. No obstante, el juez instructor,
    en su informe, no tuvo inconveniente en afirmar que Graciano
    Antuña era reo “confeso de rebelión
    y de pertenecer a la élite de los rebeldes”;
    en otro párrafo escribía que “la real
    politik de la penología (¡!), la defensa social
    que está por encima de las leyes escritas, no precisaría
    sino de este nombre (Graciano Antuña) para declarar
    al procesado enemigo de la cosociedad de sentimientos y
    sentimentalismos humanos (¡!) y para descargar sobre
    él aquella medida de eliminación necesaria
    al bien de la comunidad.” (¡!)

    Enviada
    la causa a La Coruña, el fiscal, entre otras cosas,
    afirmó en su escrito que las organizaciones obreras
    extremistas estaban preparando una revolución comunista
    que estallaría en Agosto “con el único
    objeto de instaurar una dictadura proletaria, que ingresando
    a España en la Unión de Repúblicas
    Socialistas Soviéticas, obteniéndola por servidora
    fiel para sus manejos, coadyuvase con Rusia al universal
    desconcierto, móvil y suprema aspiración de
    todos los partidos disolventes.” Así
    que “rebelión militar” con el “agravante
    de perversidad” y pena de muerte…

    Por
    orden del comandante militar de la plaza de Luarca, José
    Cosío Magdalena, el consejo de guerra sumarísimo
    contra Graciano Antuña se celebró el día
    veintitrés de Marzo en la sala del Juzgado de Instrucción
    de la localidad. Dio comienzo a las diez de la mañana
    y el tribunal, presidido por el teniente coronel de Infantería
    José Rodríguez Abella, lo completaban los
    siguientes vocales: capitán de Farmacia Francisco
    Soler de Dios, capitán de Carabineros Luis García
    Canales, capitán de la Guardia Civil Pablo González
    Anguiano, capitán de Carabineros Manuel Mato Arenal
    y capitán de Artillería Luis de Micheo. Figuraban
    como vocales suplentes los capitanes de Artillería
    e Infantería, Horacio López Vallina y Darío
    González Sante, que también estuvieron presentes
    en la vista. El vocal ponente y el juez instructor fueron
    los ya citados, tenientes auditores de segunda, Juan de
    Villavicencio Pereira y Carlos Humberto Santaló Ponte.
    Actuó de fiscal el alférez del cuerpo Jurídico
    José Mª García Rodríguez, mientras
    que de la defensa del acusado se encargó el teniente
    de Infantería Natalio Alcalá Cerviño.

    El
    desarrollo de este consejo de guerra ocupó toda la
    mañana, a pesar de que no se practicó prueba
    testifical alguna. Fiscal y abogado defensor se limitaron
    a leer sus respectivos informes y a pedir para el acusado,
    el fiscal, la pena de muerte, y el defensor, “a suplicar
    la absolución de su patrocinado por no ser responsable
    del delito que se le imputa”. Al preguntar el presidente
    del tribunal a Graciano Antuña si tenía algo
    que alegar en su defensa, éste, tal y como quedó
    redactado en el acta del consejo de guerra, “manifiesta
    que en su actuación como diputado socialista siempre
    fue moderado, que siempre trató de evitar huelgas
    y sabotajes, hasta el extremo que tiene peligrando su vida,
    que estuvo en el extranjero y a su regreso en Febrero último
    actuó siempre con tendencia conservadora, que su
    actuación los días 17 y 18 de Julio pasado
    no tuvo intervención alguna, solamente el día
    19 aconsejó a los obreros se retirasen a sus casas,
    pues ellos tenían la culpa de haberse sublevado el
    Ejército y, por consiguiente, nada se podía
    hacer.” Ese mismo día, el consejo de guerra
    dictó la sentencia de pena de muerte, sentencia que
    se cumpliría veinte días más tarde,
    el trece de Mayo.

    Tenía
    treinta y cuatro años cuando le fusilaron: si hubiera
    vivido más tiempo, tal vez Graciano Antuña
    hubiera llegado a ser el líder de los socialistas
    asturianos, el sucesor de Ramón González Peña.

    Guerra y dictadura nos dejan una biografía estrecha:
    nacido, como ya se ha dicho, en Ciaño, el 25 de Julio
    de 1902, hijo de Nicolás y Celestina, entró
    a trabajar en la mina y alcanzó la categoría
    de mecánico. Graciano se afilió a la organización
    socialista que lideraba Llaneza y que era la preponderante
    en la comarca. Según Aurelio Martín Nájera,
    en su obra “El grupo parlamentario socialista”,
    Graciano Antuña desempeñó el cargo
    de secretario de la Federación provincial de las
    Juventudes Socialistas. En las elecciones municipales de
    Abril de 1931 que trajeron la República, salió
    elegido concejal del Ayuntamiento de San Martín del
    Rey Aurelio. Reunida la nueva corporación el día
    dieciséis y elegido por votación el nuevo
    alcalde, José Fernández Flórez, Graciano
    fue designado segundo teniente de alcalde, detrás
    de Severino Calleja González, por quince votos a
    favor, cuatro en blanco y uno nulo. Sus primeras intervenciones,
    en ese mismo pleno municipal, fueron para proponer que los
    concejales en las sesiones municipales se tratasen entre
    sí de “ciudadanos” en lugar de “señores”
    y para que se suprimiesen del salón de sesiones todos
    los símbolos monárquicos. Ambas mociones fueron
    aprobadas.


    En Octubre de 1933, Graciano Antuña fue elegido en
    votación para formar parte de la candidatura socialista
    a las elecciones a Cortes que se celebrarían un mes
    después. En esa ocasión, fueron las derechas
    las que ganaron las elecciones y Graciano Antuña
    se quedó sin el acta de diputado, obteniendo los
    socialistas dos escaños por las minorías.

    Tenemos
    a Graciano Antuña de secretario general del Sindicato
    de Obreros Mineros de Asturias (SOMA-UGT) y directivo de
    la Federación Estatal de la Minería y de la
    Federación Socialista Asturiana; candidato a diputado
    en Cortes por Asturias en 1933 y diputado electo por el
    Frente Popular en Febrero de 1936… Sería, sin embargo,
    en la preparación y desarrollo de la Revolución
    de Octubre donde desempeñaría el papel más
    importante de su acortada vida.

    Graciano
    Antuña y Bonifacio Martín fueron los dos representantes
    del socialismo asturiano que se encargarían de llevar
    las negociaciones con la CNT para la formación de
    la Alianza Obrera en Asturias.
    Estos contactos
    comenzaron a mediados de Marzo de 1934 y culminaron con
    la firma del Pacto de Alianza Obrera el día 31 de
    ese mismo mes en Gijón. Estamparon su firma en el
    documento: Bonifacio Martín, por la UGT; Graciano
    Antuña, por la Federación Socialista Asturiana;
    y José María Martínez, Horacio Argüelles
    y Avelino González Entrialgo por la CNT. Posteriormente,
    no pocas de las reuniones de la Alianza Obrera se celebrarían
    en el propio despacho de Antuña en la sede socialista
    de Oviedo. Iniciada la Revolución, Graciano Antuña
    y Francisco Martínez Dutor serían los principales
    dirigentes revolucionarios de las operaciones para la toma
    de Oviedo y, posteriormente, para el repliegue y dispersión
    de los milicianos que participaron en la lucha. En esa ocasión,
    Antuña tuvo la suerte de poder escapar a la represión
    y conseguir huir al extranjero. Como tantos otros asturianos
    exiliados después de la Revolución de Octubre
    de 1934, Graciano Antuña estuvo refugiado en Francia,
    Rusia y Bélgica, y no regresó a España
    hasta la victoria electoral del Frente Popular en Febrero
    de 1936.

    Ese
    triunfo del Frente Popular supuso para Antuña no
    solamente la amnistía, sino también el acta
    de diputado en Cortes por Asturias. Procesado y declarado
    en rebeldía en la causa del asalto a la sucursal
    del Banco de España en Oviedo, junto con otros quince
    dirigentes más de la Alianza Obrera, esta causa fue
    finalmente sobreseída por el auditor de guerra en
    Marzo de 1936, al tener que aplicar la amnistía otorgada
    por decreto del gobierno el día veintiuno del mes
    anterior. Durante el tiempo que fue diputado no consta que
    realizara ninguna intervención en el hemiciclo ni
    que formara parte de ninguna comisión, pero estaba
    en Oviedo junto a sus electores en los momentos de mayor
    peligro, y ello le costó la vida.

     

  • Asturias Republicana – ENTRE REPUBLICAS


    Cómo entraron en España los folletos

    de Blasco Ibáñez.


    Por Vicente Marco Miranda.


    Apenas
    regresé de París me ocupé activamente
    en buscar los medios para introducir en España
    los cien mil ejemplares de Una nación secuestrada.

    Llevaba cartas de Blasco Ibáñez para amigos
    de Valencia que podrían ayudarme en la empresa,
    y con ellos hablé. Me expusieron las dificultades
    que tal empeño ofrecía; pero uno de ellos,
    don Vicente Ferrer Peset, ex diputado a Cortes,
    ya fallecido, prometió realizar los trabajos
    necesarios. Otros aportaron dinero con que atender a
    los gastos. A ellos contribuyó últimamente
    el propio Blasco Ibáñez.

    Ferrer
    Peset me explicó su proyecto. Se trataba de depositar
    la mercancía en Cette, meterla en unos toneles,
    llamados bordelesas, y transportarla en un barco a Valencia.
    Así lo comuniqué a París y los
    folletos fueron facturados a la citada ciudad francesa
    y depositados en un almacén de vinos, propiedad
    de un comerciante francés. Lo dispuso así
    un médico notable de Cette, de grandes simpatías
    en la población.

    Pasaba
    el tiempo y no había manera de conseguir nuestro
    objetivo.
    Cuando ya todo parecía resuelto
    favorablemente, surgían nuevas dificultades.
    Blasco Ibáñez, con la natural impaciencia,
    me apremiaba por medio de Esplá.
    Yo, a mi vez, apremiaba a Ferrer Peset, que había
    estado en Cette y volvía desalentado. En París
    vio a Blasco y le expuso los inconvenientes, casi insuperables,
    con que tropezaba. Era indispensable un barco cuyo capitán,
    cuando menos, se decidiera a admitir la carga. De otro
    modo, nos amenazaba el peligro de que fuese descubierta.

    Abandoné,
    por fin, aquel procedimiento y busqué a un hombre
    decidido, práctico en el contrabando, para exponerle
    el plan que en París acariciara Blasco Ibáñez.
    Le pareció realizable y así se lo comuniqué
    al ilustre novelista.

    A
    poco vino a verme aquel hombre para comunicarme que
    teníamos a nuestra disposición una barca
    de vela de las que hacen la travesía de Valencia
    a Mallorca. Su dueño y patrón se encargaba
    de cargar los folletos en Cette y llevarlos a una playa
    próxima a Valencia.
    La descarga debía
    realizarse de noche y mediante los necesarios hombres
    que, llevando sendos bultos, los depositasen en una
    casa aislada en el monte. Los gastos ascendían
    a unas quince mil pesetas
    , sin contar los que
    había de ocasionar el reparto de folletos por
    toda España.

    Acepté,
    sin embargo, el ofrecimiento, y me dediqué a
    buscar el dinero necesario. No era cosa fácil
    hallar en unos días tan crecida cantidad, y,
    por otra parte, me pareció que no debía
    pedírsela a Blasco, que había gastado
    ya mucho más en la impresión del folleto,
    que debía repartirse gratis. Cuando ya casi triunfaba
    en mi empeño, contando con promesas de dinero,
    ocurrió que la barca, después
    de esperar unos días en el puerto de Valencia,
    había tenido que salir para las Baleares. ¡Nueva
    desilusión!

    Entre tanto, en España habían
    entrado ya folletos,
    aunque en escaso número,
    y las autoridades vigilaban con mayor celo. Blasco,
    para despistarlas, había dicho que unos aeroplanos
    volarían por toda la Península y la llenarían
    de papel.
    Echóse a volar la fantasía
    de las gentes y cada día aseguraban que los aeroplanos
    habían volado en un punto de la nación.
    Tan pronto se les veía en Burgos como en San
    Sebastián o Coruña. ¡Y la carga
    dormía en el almacén de Cette!

    Se
    organizó un servicio desde Orán y alguna
    de nuestras plazas de Marruecos y de allí venían
    a Valencia y Alicante algunos envíos. Blasco
    Ibáñez redoblaba sus excitaciones, mientras
    pasaba yo los naturales apuros al verme caído
    en el ridículo o poco menos.

    Por
    fin, encontré los ansiados medios. Ya teníamos
    barcos y buenos amigos que me ayudasen.
    Sin
    embargo, era necesario cambiar los envases. No servían
    las bordelesas, pues pareció mejor utilizar grandes
    bocoyes. Había que rellenar de papel las curvas,
    de suerte que el centro quedara libre, para transportarlos
    como vacíos. El peso de los bocoyes, de los de
    mayor tamaño, bien podía admitir unos
    kilos más de papel sin que suscitara sospechas.
    Acepté el plan y salí para París
    y Cette con mi buen amigo José Miralles,
    muy entendido en las artes de la carpintería.

    En
    París expusimos nuestro proyecto a Esplá,
    que nos proporcionó cartas de identidad para
    los amigos de Cette, y desde esta población escribí
    a Blasco Ibáñez, que se hallaba en la
    Costa Azul. ¡Llegaba la hora!

    Entramos
    en París por la mañana y salimos por la
    tarde, con gran desconsuelo de Miralles, que nunca había
    visitado la capital de Francia y apenas si pudo ver
    algunas calles, con la rápida visión de
    quien las recorre en automóvil. Pero no había
    que perder una hora, que harto tiempo habíamos
    gastado, mientras en España esperaban el folleto
    con el ansia natural.

    Ya
    en Cette, Miralles examinó los bocoyes y aconsejó
    lo que con ellos había que hacer para acondicionar
    el papel debidamente. Aun hubo que hacer otro viaje
    para ultimar los trabajos. La carga había
    de ser desembarcada en el puerto de Alicante, y allá
    fui para ponerme de acuerdo con los excelentes amigos
    a quienes se debió principalmente el buen éxito
    de la aventura.
    Próxima la llegada del
    barco, esperé su paso por Valencia, puerto en
    el que había de realizar operaciones de carga
    y descarga. Se trataba de vigilar lo que ocurriera para
    comunicar a Alicante el resultado, favorable o adverso,
    pues desde algunos días antes las autoridades
    del puerto registraban todos los buques.

    No
    se libró de ello el nuestro. Llegó por
    la noche y a bordo subieron los carabineros, policía
    y autoridades de Marina. El registro fue minucioso.

    Tuve la impresión de que de Cette había
    llegado alguna denuncia. Acaso se sospechó al
    cargar los bocoyes. Mis temores aumentaron al saber
    que las autoridades pretendían que fuesen descargadas
    todas las mercancías del buque. El capitán
    se negó, alegando, con razón, que las
    mercancías destinadas a Alicante allí
    debían ser descargadas, y si se sospechaba de
    ellas bastaba con avisar a las autoridades de aquella
    capital.

    Llegó
    el barco y a nadie se le ocurrió practicar registros.
    Entre los amigos necesarios para la recepción
    del contrabando se hallaba un obrero que había
    de dirigir la descarga de los bocoyes y su traslado
    a los carros que los transportaran a un gran almacén
    de vinos. Colgando estaba de la grúa
    el primer bulto, cuando se rompió la cadena y
    el bocoy cayó desde una regular altura.

    Creían que se había desencuadernado e
    iba a vomitar folletos en presencia de carabineros,
    empleados de Aduanas y otros funcionarios; pero no ocurrió
    así, aunque llegó a romperse la madera
    del fondo, pero no de modo que la mercancía quedara
    al descubierto. Nos decían aquellos amigos que
    difícilmente ocurre un caso semejante: el de
    romperse la cadena de las grúas.

    Más
    tarde se hizo otra expedición.
    Los folletos,
    que apilados formaban un montón muy respetable,
    fueron depositados en gran número de cajones,
    en los que pegamos elegantes etiquetas, impresas al
    efecto. Unas llevaban la dirección con nombres
    supuestos. Otras, el contenido del cajón: botellas
    de tinta, objetos de ferretería, de cristal,
    con el «frágil» consiguiente. Todas
    indicaban la procedencia, como si fueran de paso para
    Alicante. Procedían de Ibiza, Barcelona, Valencia,
    etc. Y el tren se las llevó a Madrid, Barcelona,
    Coruña, Zaragoza, Valladolid, Valencia y otras
    capitales. Desde algunas fueron reexpedidas a otros
    puntos, y casi el mismo día apareció España
    inundada de folletos. Sólo una caja fue descubierta
    en Vigo, porque por error no fue a retirarla quien poseía
    el talón.

    En
    Madrid y Barcelona fueron repartidos más de veinte
    mil ejemplares y diez mil en Valencia. En esta ciudad
    se había hecho unos días antes una tirada
    de cuatro o cinco mil. En ella intervinieron Sígfrido
    Blasco, Just, Senén Pons y otros amigos.

    El
    segundo folleto, Lo que ha de ser la República
    española,
    que apareció algún
    tiempo después, no vino de París. Blasco
    decidió que se hiciese en España, vistas
    las dificultades que ofreció la entrada del otro.
    Se encargó de ello Sígfrido Blasco, hijo
    del insigne novelista y actual director y propietario
    de El Pueblo, ese diario glorioso, fundado por aquel
    gran valenciano. Dirigía entonces el
    periódico Félix Azzati
    , el amigo
    inolvidable, y allí se hizo la tirada. Ayudaron
    a Sígfrido en la distribución Just, Pons
    y otros amigos de Valencia y otros puntos de la provincia
    y el resto de España.

    Sígfrido
    Blasco, joven decidido, que heredó de su padre,
    entre otras cualidades, su ímpetu y sus entusiasmos
    por la República, fue perseguido, como lo fuera
    más adelante. A don Pedro Fernández,
    ex alcalde de Requena
    , hombre de tantos arrestos
    como simpatía, se le detuvo y encerró
    en la cárcel del partido, como supuesto autor
    del reparto de folletos en aquel distrito. En infecto
    calabozo pasó no poco tiempo y fue puesto en
    libertad, sin proceso alguno.



     

  • Asturias Republicana – PRIMERA REPUBLICA


    La muerte de Sixto Cámara y
    la salvación de Fernando Garrido.

    Por
    Francisco Pi y Margall

    Organizado, entretanto, poderosamente el partido
    democrático, gran número de sus miembros formaban
    parte, a la vez, de una especie de sociedad secreta, semejante
    ai carbonarismo italiano y cuyo principal fin era trabajar
    por el triunfo de la República, como paso a mayores
    progresos político-sociales,
    y a este efecto
    conspiraba de continuo, concentrando elementos revolucionarios,
    intentando sublevaciones, queriendo sobornar guarniciones
    y no siendo, en realidad, más que juguete de unos
    cuantos vividores o de la misma policía, que instigaba
    a urdir conjuras para tener el placer de descubrirlas.

    Uno de estos cándidos revolucionarios, hombre,
    por otra parte, de gran cultura, prestigio y acrisolada
    honradez, Sixto Cámara, que a la sazón se
    hallaba en Portugal, pasó la frontera el 8 de Julio
    de 1859 y, según aseguran, en la noche del 9 al 10
    conferenció en Olivenza con los sargentos del batallón
    provincial de Badajoz con quienes estaba de acuerdo para
    una sublevación.
    Había ésta
    de tener como base el alzamiento de la guarnición
    de aquella plaza fronteriza; a la que seguirían las
    de Badajoz, Sevilla, Málaga y demás de Andalucía.
    Contra la opinión de los que sostenían la
    poca oportunidad del movimiento intentado y sin apenas recatarse
    de la policía, permaneció Cámara en
    Olivenza, mientras el Gobierno, enterado oportunamente de
    sus proyectos, lo mandaba prender desde Badajoz. Supo a
    tiempo Cámara la orden de prisión dictada
    contra él, y en lugar de buscar asilo seguro en la
    misma, población, se empeñó en salir
    de Olivenza a las 11 de la mañana en compañía
    de un joven demócrata llamado Moreno Ruíz.

    El día era horriblemente caluroso, y ni Cámara,
    ni Moreno conocían el camino de Portugal, a donde
    pretendían dirigirse, pues aunque el de la carretera
    lo sabían, no podían aventurarse a marchar
    por ella, expuestos como estaban a ser detenidos en el acto.
    Así caminaron por entre matorrales, rastrojos y trochas
    con un sol abrasador, y atormentados por la sed. Arrojóse
    sediento Sixto Cámara a beber agua de una ciénaga
    que por su malaventura encontró en el camino. En
    vano quiso su compañero detenerle. A los
    pocos momentos, se sintió Cámara enfermo y
    presa de mortales angustias.
    Desesperado su joven
    acompañante al ver en tan mal estado a su amigo y
    jefe, se dio a buscar un asilo en donde atender y cuidar
    de él. Por fin, logró divisar una
    miserable casucha, a la que fue trasladado ya en gravísimo
    estado el pobre Cámara. A los pocos momentos de llegar
    a su mísero albergue, expiró Cámara,
    presa de horribles dolores.

    Trató, desconsolado, Moreno Ruíz, de continuar
    su camino a Portugal, pero Ios dueños del ventorro
    o casucha no se lo consintieron, alegando que podían
    acusarles de ser los autores de la muerte del revolucionario.
    Entonces Moreno Ruíz declaró quién
    era el muerto. Apresuráronse entonces aquellos hombres
    a dar parte a las autoridades de Badajoz. Moreno
    Ruíz fue conducido á Badajoz, y después
    de un juicio sumarísimo, condenado a muerte en garrote
    vil;
    pero no habiendo en el lugar de la ejecución
    más que un solo aparato de suplicio y siendo varios
    los condenados, entre ellos un pobre cordonero, cuyo único
    delito era el haber llevado una carta de Badajoz a Olivenza,
    fueron uno por uno ejecutados, tocándole el último
    turno al desgraciado Moreno Ruíz, que así
    presenció el suplicio de sus compañeros.

    Como hemos dicho, la conspiración urdida por Cámara
    tenía ramificaciones
    en varias partes, y por los documentos encontrados en las
    ropas de Cámara y por
    los registros practicados en casa del desgraciado joven
    Moreno Ruíz, se vino a
    deducir dónde y quiénes eran los que conspiraban.
    Realizó el Gobierno muchas
    detenciones y condenó a muerte a un sargento
    de artillería, de guarnición
    en Sevilla, que resultaba gravemente comprometido. Se le
    ofreció la vida si delataba a sus principales cómplices,
    y él descubrió a Fernando Garrido, escritor
    y ardiente republicano, como el instigador del movimiento
    en la capital andaluza.

    Preso Garrido, hubiera sido seguramente condenado
    a muerte en garrote vil a no mediar una para él venturosa
    circunstancia.
    Los oficiales del cuerpo de artillería,
    a que pertenecía el sargento condenado, tomaron muy
    a mal su delación y le aconsejaron que rectificara
    lo dicho en la primera ocasión que se le presentara.

    Llevado Garrido ante el tribunal pidió se le carease
    con su delator, y arrepentido
    éste por las insinuaciones de los oficiales del cuerpo,
    declaró que ni de vista conocía a Garrido.
    Esto salvó la vida a aquel escritor ilustre
    y consecuente republicano, que al referirse en su Historia
    del último Borbón de España, al suceso
    anotado, confirma
    en parte a lo dicho en los siguientes
    términos: «Yo fui arrancado de mi casa y conducido
    a Sevilla, donde tuve el disgusto horrible de ver dar garrote
    a mi delator, que no se atrevió a sostener su denuncia,
    desconociéndome en la rueda de presos.»

    Sin embargo, y a pesar de lo dicho por Garrido, un escritor
    contemporáneo afirma que el sargento murió
    fusilado y no en garrote vil. Pero sea de ello lo que quiera,
    con ésta y otras ejecuciones confirmó
    O’Donnell su fama de sanguinario.


  • Asturias Republicana – SEGUNDA REPUBLICA La represión franquista en Gijón.

    Los tres dirigentes de la CNT fusilados
    en Gijón

     

    Tres
    anarquistas de Gijón

    Alfredo Díaz González
    Marcelino Ovies Cabo
    José Tourman Alvarez

    Por
    Marcelino Laruelo Roa

     

    Anarquista
    es, por definición, el que no quiere ser oprimido
    y no quiere ser opresor, el que desea el máximo bienestar,
    la máxima libertad, el máximo desarrollo posible
    para
    todos los seres humanos.
    ERRICO MALATESTA


    Les dije que no podía admitir que unos señores
    con
    unos galones y desconocidos tuvieran toda clase de derechos
    sobre mí y que pudieran manipularme a su capricho,
    hasta
    reducirme en un autómata o, mejor dicho, a la nada.
    JOAN CATALÁ BALAÑÁ (guía de
    guerrilleros en el frente de Aragón)
    El eterno descontento. Memorias de un luchador por la Libertad


    Miremos hacia el porvenir. Y si atrás volvemos la
    vista,
    no olvidemos que en un rincón del mundo hay una losa
    de piedra, sin una flor, sin un recuerdo, y bajo ella una
    voz
    de ultratumba que grita: ¡Germinal! Es la voz a cuyo
    conjuro
    cambióse la faz de España y tembló
    el mundo.
    RICARDO MELLA

     

     

    Con
    Luis Quirós tuve también una amistad intensa,
    pero corta, porque cortos son los últimos años
    de la vida. ¡Cuántas veces me acuerdo ahora
    de él! ¡Cuántas veces me acuerdo de
    todos aquellos chavales de ochenta y tantos años
    que tuve la suerte de conocer!: Fermín, los dos Avelinos:
    Cadavieco y Cabricano, Ramonín, Libertad y Argentina…
    Con todos surgió el mismo sentimiento, que más
    que llamarlo amistad, diría que fue fraternidad.
    Porque cuando yo les pedí que me
    contaran lo que les había tocado vivir, y cuando
    ellos empezaron a hablar y a contar sus cosas, lo hicieron
    con aquella sencillez y aquella naturalidad suyas, de tal
    modo que inmediatamente se forjó entre nosotros,
    ya digo, esa fraternidad que une, que nos une de forma imperecedera.

    Fue Luis Quirós el que un día me dijo:
    —Marcelo, también en la galería de los
    condenados a muerte
    se puede cantar, y contar chistes, y reír…

    Eran así. Ninguno de ellos presumía de nada,
    ni exageraba,
    ni dramatizaba, sino, más bien, lo contrario. Yo
    creo que, a pesar
    de todo lo que pasaron, se consideraban unos tíos
    con suerte,
    pues habían podido vivir para contarlo. Y fue Luis
    Quirós el que
    llamó mi atención sobre un hecho, sobre un
    dato, en el que no
    había reparado. Un día, en casa, hablando
    de todo aquello, saltando
    de una historia a otra, surgió lo del 14 de Julio
    de 1938. El
    14 de Julio es la fiesta nacional en Francia y se conmemora
    la toma
    de la Bastilla y la Revolución. No solamente en Francia,
    sino
    también en el mundo. Fin y comienzo.

    —El 14 de Julio fusilaron a Alfredín el del
    Vidrio, a Tourman y
    a Marcelino Ovies. Todos dirigentes de la CNT. Para mí
    que fueron
    checados. —Me dijo Quirós.

    Tengo que aclarar lo de “checados”. Claro, viene
    de cheka,
    de la cheka soviética, el aparato represor por excelencia
    de los
    primeros tiempos de la revolución. Pero en el argot
    carcelario
    de entonces, “checados” equivalía a “paseados”.
    Es decir que
    los habían sacado de forma irregular de la cárcel
    y luego les habían
    pegado cuatro tiros. Sus cuerpos sin vida quedarían
    tirados
    en cualquier cuneta o a las puertas de un cementerio. Era
    corriente en el lenguaje de la época referirse a
    la cheka de Falange,
    aunque parezca tan contradictorio, cuando se hablaba
    de las detenciones irregulares, de los desaparecidos y de
    los
    “paseados”.

    Aquella tarde, dedicamos bastante tiempo a hablar de este
    asunto. Quirós me fue contando que los tres eran
    veteranos dirigentes
    de la CNT y que Alfredín, con el que había
    compartido
    celda, le había tomado bajo su protección
    en la cárcel del Coto.
    Alfredín el del Vidrio, que era como le conocía
    todo el mundo,
    estaba convencido, según me decía Quirós,
    de que le iban a
    canjear y que pronto estaría, libre, en Barcelona.
    Y en cuanto estuviese
    en Barcelona, le repetía y aseguraba a Quirós,
    lo primero
    que iba a hacer era empezar a remover Roma con Santiago
    para
    conseguir el canje de Luis Quirós, al que él
    llamaba también cariñosamente
    Luisín: un chavalín de 23 años condenado
    a pena
    de muerte por haber sido capitán del ejército
    republicano.

    —No te preocupes, Luisín: en cuanto llegue
    a Barcelona me
    pongo con lo tuyo. Estate tranquilo. —Le repetía
    a menudo.

    Así se consolaban y se daban ánimos los condenados
    a pena
    de muerte. ¿Pero cómo era que aquel hombre
    experimentado
    estaba tan seguro de que le iban a canjear por cualquier
    otro prisionero
    franquista? Porque la realidad decía que en Asturias
    canjes de prisioneros hubo muy pocos, si es que hubo alguno.
    ¿Acaso no tenían muchos altos dirigentes socialistas
    asturianos
    a sus mujeres en poder del general Aranda y en su poder
    siguieron
    durante toda la guerra?

    Quirós ya no recordaba bien los detalles, pero me
    contaba
    que, al parecer, cuando Alfredín Díaz estaba
    con un batallón de
    milicianos asturianos luchando en el frente de Vizcaya,
    hicieron
    unos cuantos prisioneros. Entre los prisioneros había
    un jefazo
    franquista, un coronel o teniente coronel, y lo querían
    fusilar allí
    mismo, sobre el terreno. Alfredín, que era el comisario
    político,
    intervino y logró apaciguar los ánimos y convencer
    a los más
    exaltados de que lo mejor era llevarle con los demás
    prisioneros
    a retaguardia y entregarle al mando de la brigada o de la
    división.

    El caso fue que, según creía recordar Quirós,
    aquel coronel
    había logrado salvar la vida gracias a la intervención
    de Al-
    fredín. Por eso, ahora que era la suya la que estaba
    en peligro,
    Alfredín el del Vidrio, por algún contacto
    o por alguna información,
    estaba seguro de que los familiares del coronel estaban
    moviendo en la zona franquista lo de su canje. Favor por
    favor y
    vida por vida. Hubo mucho de eso en las dos zonas. Y también
    de lo contrario.

    Aquella misma tarde, nada más marchar Luis Quirós,
    me puse
    a buscar en el ordenador los datos de los consejos de guerra
    de los tres. Encontré que, efectivamente, había
    algo raro, las fechas
    de los que habían ido en el mismo consejo de guerra
    y algún
    otro detalle no me casaban. Parecía que había
    algo extraño,
    pero de eso a poder afirmar que hubieran sido sacados de
    la
    cárcel de El Coto para ser “paseados”…
    Una cosa sí pude comprobar
    que era cierta: a los tres, y sólo a ellos tres,
    les habían fusilado
    aquel catorce de Julio de 1938: ¡qué casualidad!

    Corrió
    el tiempo, pasaron los años, y aunque no lo había
    olvidado,
    la verdad es que tampoco hice nada por tirar de aquel hilo.
    Son esos asuntos que uno tiene por ahí, pendientes,
    que a veces
    los movimientos mágicos que afectan a las pilas de
    papeles
    hacen aflorar y, otras veces, desaparecer; pero que siempre
    siguen
    pendientes. Bueno, algo sí que hice: escribí
    un artículo para
    la web de asturiasrepublicana.com. Y hace dos o tres años,
    cuando se acercaba el mes de Julio y, por tanto, otro aniversario
    más, se me ocurrió llamar por teléfono
    a mi amigo José Luis Iglesias,
    el de USO, y contarle la historia, lo que sabía.
    Le pedí que
    por qué no escribía algo en la prensa, un
    artículo reivindicando a
    aquellos tres sindicalistas, él, que tiene vara alta
    en los periódicos.
    La verdad es que lo que escribió le quedó
    muy bien, muy
    humano y sensible. Fueron muchos lectores, sin duda, los
    que
    se enteraron entonces de aquella otra página de la
    historia oculta.
    Recuerdo que Iglesias terminaba su artículo pidiendo
    al
    Ayuntamiento que se dieran los nombres de los tres anarquistas
    gijoneses a tres nuevas calles de la ciudad, ya que ellos
    habían
    dado sus vidas. Yo ahí, claro, discrepo de la buena
    fe y del optimismo
    de José Luis Iglesias: ¡al Ayuntamiento de
    Gijón!, eso es
    como pedir algo a una especie asociación de favores
    mutuos
    dominada por el sectarismo y los complejos aldeaniles. Morning
    singers y cafeteros que todos los días van con los
    de la feria y
    vienen con los del mercado. Y ahí está el
    propio callejero para
    comprobarlo, y los premios, y las condecoraciones, y los
    nombramientos…

    El año pasado también quise hacer algo cuando
    se acercaba
    otra vez la fecha del 14 de Julio: colocar una lápida
    con sus
    nombres en el paredón del cementerio de Ceares donde
    les fusilaron
    o alguna otra cosa. Pero se echó el tiempo encima
    y volvió
    a quedar pendiente, pendiente para 2008, año que
    tenía como
    acicate la cifra redonda del setenta aniversario del crimen.
    Al fin, me puse a ello con interés renovado y decisión
    firme.
    Pero, ¿por dónde empezar? ¿Dónde
    buscar datos e información
    de tres hombres que aunque hubieran sido dirigentes de la
    CNT
    gijonesa y asturiana, no dejaban de ser simples obreros?
    Y los
    obreros, la gente corriente, como bien se sabe, no tiene
    ni biógrafos
    ni hueco en las páginas de la historia. En cuanto
    mueren
    los que les conocieron, se acabó. Y ahora ya no tenía
    a Luis Quirós,
    ni a Fermín, ni a los Avelinos, ni a Ramonín
    para preguntarles.
    Lo único, lo que Ramonín Alvarez Palomo hubiera
    dejado escrito
    en sus libros, que tendría que volver a mirar. Ya
    le había
    preguntado una vez a Ramonín por ellos. Me había
    dicho que la
    familia de Tourman creía que seguía viviendo
    en París. ¿Viviría
    aún algún hijo o alguna hija de Tourman, o
    de Marcelino Ovies, o
    de Alfredo Díaz? Y si viviesen, ¿cómo
    localizarles? No es tarea
    fácil, ni aun recurriendo a esa gran ayuda que es
    internet. ¿Merecería
    la pena el esfuerzo? Porque los hijos es probable que pudieran
    tener cosas interesantes que contar de sus padres, pero
    los nietos… ¿Qué puede saber un nieto
    de un abuelo al que fusilaron
    en 1938 y al que ni siquiera conoció? Me ha pasado
    muchas
    veces el ir a entrevistar a familiares para que me contasen
    lo que supieran de las personas de las que yo estaba escribiendo,
    y terminar por ser yo el que les daba información
    a ellos. La
    mayoría de las veces, lo único que se saca
    en claro es una fotografía.
    No es poco, pero tampoco es mucho. De todas formas,
    siempre hay que intentarlo, aunque nada más que sea
    que para
    quedar uno más tranquilo.

    Me pareció que lo primero que había que hacer
    era retomar
    el hilo por donde lo había dejado diez años
    atrás: las causas de
    los consejos de guerra. Así que escribí al
    Tribunal Militar IV, en
    La Coruña, para pedir una nueva autorización
    para volver a consultarlas.
    Cuando la recibí, llamé al Archivo de Ferrol
    para ponerme
    de acuerdo con las fechas y cogí el montante y me
    fui para
    allá.

    (…)Este Archivo Militar Intermedio de Ferrol ocupa
    parte de las
    dependencias del cuartel de El Baluarte, en pleno centro
    de la
    ciudad. Es un recinto amurallado donde estuvo hasta no hace
    muchos años el famoso Regimiento de Artillería
    de Costa.
    No habían dado las nueve de la mañana, y ya
    estaba yo allí,
    a pie de obra.

    (…)Como ahora en el Archivo todo eran caras nuevas,
    medio en
    broma y medio en serio, me dio por decirles, a modo de presentación,
    que yo era el “padre” de aquel Archivo y que
    su nacimiento
    había sido “por mi culpa”. Y es que a
    la burocracia y a la administración,
    cuanto más les vaciles, mejor.
    Soltar allí lo de la “paternidad no deseada”
    fue una ocurrencia
    que tuve para romper el hielo con unas risas y mirar a ver
    si
    conseguía que me atendieran bien, que sí que
    lo hicieron: muy
    bien, con amabilidad y dándome toda clase de facilidades,
    que
    es como tiene que ser. Porque ya se sabe que como el archivero/
    a te ponga la proa, vale más marcharse y volver,
    no cuando
    decía Larra, sino un año después a
    ver si hay suerte y le pillas de
    baja o con unos moscosos.

    Pero lo de que el que esto escribe es “el padre”
    de ese Archivo
    no es, en el fondo, ni chiste ni broma. Porque cuando en
    España
    seguía vigente la ley del silencio de la transición/transacción
    y ni se había empezado a hablar ni se había
    acuñado eso
    de la Recuperación de la Memoria Histórica,
    y, ni mucho menos,
    se conocía a los que hoy son famosos por estar al
    frente de ese
    movimiento; ya había conseguido yo que un juez togado
    militar
    aprobara mi solicitud para consultar las causas de los consejos
    de guerra celebrados en Gijón tras la entrada de
    las tropas franquistas
    en Octubre de 1937. Creo que, muy probablemente, fue
    a la primera persona a la que se autorizó a realizar
    un investigación
    de este tipo. Conste que no sabía que me metía
    en el Mar
    de los Sargazos, que si no… Las causas de los consejos
    de guerra
    estaban en Oviedo, en el edificio de la antigua Capitanía,
    hoy,
    Delegación de Defensa. Ya conté en otra parte
    mis “luchas y
    aventuras” con coroneles y jueces del Registro Civil
    durante ese
    trabajo de investigación. Lo que si quiero decir
    ahora, como
    prueba de la paternidad invocada, es que desde el primer
    momento
    las fuerzas ocultas empezaron a maniobrar para que
    aquello no se volviera a repetir. Uno, que ya es algo perro
    y algo
    viejo, sabe que hay muchas maneras de prohibir sin decirlo
    y sin
    ponerlo en un cartel. Por ejemplo, apelando a la protección
    del
    derecho a la intimidad y al honor de las personas; por ejemplo,
    diciendo que algo está clasificado secreto y que
    todavía no ha
    sido oficialmente desclasificado; por ejemplo, ocultándolo
    en los
    índices… Hay muchas maneras. En este caso,
    optaron por poner
    tierra por medio. Con la disculpa de centralizarlo todo
    en un Archivo,
    se llevaron esa voluminosa documentación, fundamental
    para estudiar la historia contemporánea de nuestra
    región, pues
    a Ferrol. Está claro que si, en vez de en Ferrol,
    siguiera en Asturias,
    cualquiera que tuviera interés se podría acercar
    hasta Oviedo,
    hacer la consulta y volver a comer a casa. No es lo mismo
    ir a
    Oviedo que tener que ir hasta Ferrol. Y para uno de Valladolid
    o
    de Vizcaya, pues peor todavía.

    Cuando ya estaba en marcha lo de llevar este Archivo de
    Oviedo para Ferrol, Avelino Cadavieco, conocido durante
    la guerra
    como El Capitanín por ser el más joven con
    esa graduación,
    nos propuso a Avelino Cabricano, a Isaac Ortega y a mí
    convocar
    a todos los de la Asociación de Militares de la República
    y
    hacer un encierro de protesta en la Delegación de
    Defensa con
    sacos de dormir, colchonetas, comida y toda la pesca. Acabábamos
    de salir de una reunión con la consejera de Cultura
    del
    gobierno regional que presidía Marqués. Como
    los comandantes
    republicanos estaban lanzados, tuve que ser yo el que tirase
    para
    atrás, ¡que manda mecha! Y es que yo pensaba
    también en
    los infartos y en que igual palmaba alguien y… ¡vaya
    lío! Ahora
    tengo que reconocer que tenía razón Avelino
    Cadavieco: nos teníamos
    que haber encerrado en la Delegación de Defensa.
    También
    se la doy a Antón Saavedra que entonces me vaticinó
    que
    no serviría para nada la proposición no de
    ley que había aprobado
    el parlamento asturiano pidiendo que toda esa documentación
    no saliera de Asturias. Antes, había ido yo explicándoles,
    uno por uno, toda la cuestión a los del PSOE, a los
    de IU, a los
    del PAS… Todos de acuerdo. Pero un sábado de
    madrugada,
    los militares lo cargaron todo en unos camiones y se lo
    llevaron
    para Ferrol. Y allí sigue: ¡Visca Asturies!

    (…)Cuando tuve las causas de los tres cenetistas encima
    de la
    mesa, lo primero que hice fue mirar si tenían el
    preceptivo enterado
    del Cuartel General del Generalísimo; y, sí,
    lo tenían las
    tres. Hay que advertir que, en aquella época, para
    ejecutar una
    sentencia de pena de muerte, primero, la comunicaban a la
    oficina
    jurídica del Cuartel General de Franco, y se quedaba
    a la
    espera de recibir el enterado o la conmutación por
    la de reclusión
    perpetua. Por tanto, al figurar el enterado en la causa,
    no
    habían sido checados como me había dicho Luis
    Quirós y como
    habían estado creyendo los demás presos de
    la cárcel de El
    Coto. Pero algo raro sí que había, el enterado
    se había recibido
    telefónicamente, no por correo, y la firma del oficio
    comunicándoselo
    al juzgado militar tampoco era la habitual. ¿Quién
    sabe?
    Es como lo que conté antes del traslado del archivo
    militar de
    Oviedo a Ferrol: en ningún papel quedó constancia
    de que ese
    traslado se hizo para dificultar la consulta de la documentación
    y, sin embargo, fue el motivo principal y el desencadenante
    de
    la operación.

    Antes de entrar en harina, tengo que explicar un poco cómo
    era el proceso que terminaba con el fusilamiento de una
    persona.
    Si esa persona no estaba ya detenida, las actuaciones comenzaban
    con una denuncia o con una actuación de la Policía,
    la Guardia Civil, la Falange o quien fuese. En lo que a
    malos tratos
    y torturas se refiere, la gente de entonces consideraba
    que lo
    peor era que te detuviesen los de Falange; luego, la Guardia
    Civil
    y, lo menos malo, los de Asalto: ¡allá se irían
    todos por un igual!

    Una vez detenido, se le tomaba declaración y, dejando
    de lado lo
    de los malos tratos y los paseos, esa declaración
    se pasaba a
    uno de los juzgados militares. Pero si la persona había
    sido hecha
    prisionera por fuerzas militares, entonces era conducida
    ante
    una comisión clasificadora que agrupaba a los prisioneros
    de
    guerra en cuatro apartados: A, B, C y D. Los clasificados
    con las
    letras C y D permanecían detenidos a disposición
    de los juzgados
    militares. Los de las letras A y B eran, en su mayoría,
    destinados
    a batallones de trabajadores o enrolados en las filas del
    ejército franquista. Para los detenidos, el juez
    instructor pedía informes
    sobre cada uno de ellos a las fuerzas policiales y a los
    servicios de información de Falange, se tomaba declaración
    a
    los testigos y al propio encausado, y se hacía un
    auto-resumen.
    A continuación, intervenía el fiscal, se nombraba
    un defensor, se
    celebraba el consejo de guerra y se dictaba sentencia. El
    auditor
    de guerra daba su conformidad y se ejecutaba la sentencia
    excepto
    en lo referido a las penas de muerte. Como queda dicho,
    éstas no se llevaban a cabo hasta que llegaba el
    enterado del
    Cuartel General del Generalísimo. Lo corriente era
    que desde
    que el tribunal militar condenaba a alguien a pena de muerte
    hasta que le fusilaban, solían transcurrir unas tres
    o cuatro semanas.

    No siempre era así: los primeros consejos de guerra
    que celebraron
    en Gijón, en Noviembre de 1937, a los condenados
    a
    muerte los fusilaron al amanecer del día siguiente;
    supongo que
    tendrían necesidad de esa urgencia para aterrorizar
    a la población.

    En sentido opuesto, está el caso del médico
    gijonés Luis Alvargonzález,
    cuyo enterado llegó casi un año y medio después
    de que hubiera sido condenado a pena de muerte en un consejo
    de guerra. Luis Alvargonzález se libró del
    fusilamiento gracias a
    que alguien avisó a su hermano de la llegada del
    enterado y a
    éste le dio tiempo a mover resortes hasta conseguir
    la intervención
    en el último momento del conde Ciano, ministro de
    Asuntos
    Exteriores de Italia y yerno de Mussolini, ante Franco.
    Telefónicamente
    llegó a la comandancia militar de Gijón la
    orden de suspender
    la ejecución. Todo esto ya lo he contado con más
    detalle
    en el libro La Libertad es un bien muy preciado.

    Revisando con detenimiento las tres causas de los consejos
    de guerra pude averiguar que a José Tourman le hicieron
    prisionero
    cuando trataba de huir de Gijón a bordo del Mont-Seny
    la
    noche del veinte para el veintiuno de Octubre. Marcelino
    Ovies
    se había embarcado en el Gaviota, que también
    fue capturado
    por la flotilla nacionalista de bloqueo. Alfredo Díaz
    no quiso o no
    pudo huir por mar, y le debió de detener la guardia
    civil en su domicilio
    de la Travesía de la Salud, en Gijón, el 26
    de Noviembre
    de 1937. Se lo llevaron prisionero al cuartel de Los Campos.
    Mala
    suerte tuvieron los tres.

    El Mont-Seny, al que había subido Tourman en El Musel,
    fue
    apresado en alta mar por el minador nacionalista Júpiter.
    El Gaviota,
    en el que iba Marcelino Ovies, lo fue por el crucero Almirante
    Cervera. Junto con el resto de mercantes y pesqueros capturados,
    permanecieron retenidos hasta el amanecer a unas
    cinco millas al Norte del cabo Peñas, custodiados
    por dos bous
    artillados y la motonave Ciudad de Valencia. A primeras
    horas de
    la mañana se formó un convoy que partió
    rumbo a Ribadeo, a
    donde llegaron hacia las siete de la tarde. Los pesqueros
    y barcos
    de menor calado entraron en el puerto de Ribadeo, mientras
    que el Mont-Seny y otros cuatro mercantes más, abarrotados
    de
    gente, permanecieron fondeados hasta las once de la noche.
    A
    esa hora, se hicieron a la mar siguiendo las aguas del Ciudad
    de
    Valencia, pese a que empezaba a hacer mal tiempo y a recalar
    fuerte oleaje. En la tarde del 23 de Octubre arribaron a
    la ría de
    Ferrol, donde, sin dejarles desembarcar, se les repartió
    pan y la-
    tas de conserva. Parece mucho tiempo los dos días
    empleados
    en hacer la singladura desde Ribadeo hasta Ferrol, pero
    debieron
    de coger muy mal tiempo y eran barcos de poco andar. Al
    día siguiente, salieron para La Coruña, en
    cuyo puerto atracaron
    al atardecer.

    En La Coruña, comenzaron las tareas de clasificación
    y distribución
    de los prisioneros republicanos. Poco a poco empezaron
    a ser enviados, bien por mar, bien por carretera, a los
    campos
    de concentración habilitados en distintos pueblos
    de
    Galicia. Sabemos que Tourman fue conducido al campo de Muros,
    mientras que Marcelino Ovies lo fue al de Camposancos.
    Alfredo Díaz, después de que le detuvieran
    en su casa, le supongo
    pasándolas canutas en el cuartel de la Guardia Civil
    de
    Los Campos, donde, como me contó Fermín López
    de Vega, las
    cuadras de los caballos estaban llenas de gente quejándose
    de
    los palos que les habían dado.

    Tourman y Ovies prestaron declaración ante las respectivas
    Comisiones Clasificadoras de Prisioneros y Presentados (CCPP)
    el día tres y el día trece de Diciembre de
    1937. Respecto a Alfredo
    Díaz, no he visto el documento en el que debería
    figurar su
    declaración ante la guardia civil ni tampoco tengo
    la fecha en la
    que ingresó en la cárcel de El Coto; solamente
    pude averiguar
    que cuando el día 17 de Diciembre de 1937 se iniciaron
    las actuaciones
    por el juzgado militar instructor nº 7, ya llevaba
    tres semanas
    detenido.

    José Tourman declaró a la CCPP que al iniciarse
    la guerra se
    encontraba en París y que a primeros de Septiembre
    vino a Gijón
    a buscar a su mujer y a sus dos hijas que se encontraban
    accidentalmente
    en la misma. Las tres fueron evacuadas para Francia
    a finales de ese mes, no pudiendo hacerlo él por
    impedírselo
    las autoridades. También declaró que no realizó
    ninguna función
    ni ocupó ningún cargo. Y para que comprobasen
    lo dicho e informasen
    sobre él, propuso al cónsul de Francia en
    Gijón. Tourman
    conservaba la nacionalidad francesa, era “súditu”,
    pero los franquistas,
    como se sabe y a diferencia de las autoridades republi-
    canas, no se paraban mucho en esos detalles. No sé
    si en esas
    fechas sería de nuevo Paquet el cónsul, pero
    lo cierto es que en
    la causa no hay ningún otro documento en el que se
    cite o se tome
    declaración al cónsul de Francia en Gijón.
    Pero, claro, con
    los informes que llegaron de la policía, se clasificó
    a Tourman en
    el grupo “D” y se le catalogó como peligroso.
    Por lo tanto, fue
    puesto a disposición del Auditor de Guerra del 8º
    Cuerpo de
    Ejército y se le formó causa.

    Marcelino Ovies pasó por la CCPP de Camposancos y
    sus
    declaraciones quedaron recogidas en un acta que lleva el
    número
    de orden 756. Según sus afirmaciones, al estallar
    la guerra estaba
    trabajando y el comité local de la CNT le encargó
    del reparto
    del pan en el despacho central de la Cocina Económica,
    puesto en el que permaneció un año, aproximadamente.
    Luego,
    volvió a su trabajo en el taller de carpintería,
    donde permaneció
    hasta el momento de la desbandada general. Reconoció
    que
    pertenecía a la CNT desde 1916 y que había
    sido secretario y vocal
    de la misma. Propuso como personas que podían garantizarle
    a Cleominio Sánchez, dueño de la carpintería
    en la que trabajaba,
    y al arquitecto Manuel García. Marcelino Ovies fue
    clasificado dentro del grupo “C” y puesto también
    a disposición
    del aparato judicial militar.

    Respecto a Alfredo Díaz, que ya había sido
    trasladado desde
    el cuartel de la Guardia Civil de Los Campos a la cárcel
    de El
    Coto, el día 12 de Enero de 1938 prestaron declaración
    dos testigos.
    Se trataba del vecino de Somió Casiano Tuya, de 62
    años
    de edad, que era el encargado del almacén de botellas
    de La Industria,
    y de Avelino Carneado, compañero también de
    trabajo
    de Alfredo Díaz en la misma fábrica. De sus
    declaraciones no sale
    ninguna acusación concreta, solamente dicen que le
    conocían
    y que debía de ser dirigente de la CNT puesto que,
    según palabras
    de Casiano Tuya, “era de los que sabía explicarse
    bien”.

    Avelino Carneado añadió que Alfredo Díaz
    solamente pasó unas
    veces por la fábrica durante la guerra y que sabía
    que era amigo
    de Acracio Bartolomé. Acracio Bartolomé fue
    un destacado
    anarquista gijonés que dirigió durante la
    guerra el diario CNT en
    Asturias. Consiguió huir por mar a Francia y pasar
    a Cataluña.
    Tourman y Ovies saldrían de los campos de concentración
    de Muros y Camposancos en cualquiera de las numerosas expediciones
    de presos que se formaron a lo largo del mes de Diciembre.

    Por ferrocarril y escoltados por la guardia civil, harían
    noche en el penal de San Marcos, en León, para continuar
    viaje
    al día siguiente hacia Gijón. En la supersaturada
    cárcel de El Coto
    permanecerían durante la instrucción por el
    juez militar y hasta
    la celebración del consejo de guerra.

    Con fecha dos de Febrero de 1938, un informe de Orden Público,
    solicitado por el juez instructor militar, dice de Tourman
    que pertenecía a la FAI, que era uno de los anarquistas
    más peligrosos
    y que hacía años había tenido que marchar
    de España y
    refugiarse en París. También decía
    el informe que al iniciarse la
    guerra fue consejero de Industria en Asturias, permaneciendo
    en
    ese puesto hasta que le sustituyó Segundo Blanco.
    Este informe
    afirmaba que Tourman había sido secretario del Sindicato
    de la
    Construcción de la CNT y que había ocupado,
    no especifica
    cual, un alto cargo en el ejército. Un mes más
    tarde, el ocho de
    Marzo, el Servicio de Investigación de Falange envió
    un oficio en
    el que decía que carecían de cualquier información
    sobre el encausado.
    Se ve que los de Falange eran entonces jóvenes que
    ni
    habían vivido ni conocían las luchas sociales
    del Gijón anterior a
    la República y a la dictadura de Primo de Rivera.

    El día 24 de Marzo, Orden Público propuso
    al juez militar que
    se tomase declaración como testigo al agente de Investigación
    y
    Vigilancia, vecino de Gijón, Juan Sánchez
    Pérez. Este compareció
    unos días después, pero su declaración
    no aportó nada nuevo
    y todo lo que declaró fue, además, por referencias
    de otros.
    De Marcelino Ovies, Orden Público afirmaba que era
    un destacado
    y veterano dirigente de la CNT, que había sido
    secretario de la federación local de sindicatos y
    que había “estado
    detenido infinidad de veces”. Pero, y aquí
    viene otro detalle
    sorprendente, Orden Público afirmaba que “no
    encontraron per-
    sonas de solvencia para deponer en el sumario”. Es
    decir, que en
    plena vorágine de delaciones, chivateos y venganzas,
    no tenían
    a nadie que quisiera firmar una declaración acusatoria
    contra
    Marcelino Ovies. ¡Caramba! Y en ese mismo sentido
    figuran en
    la causa otros dos oficios de la Comisaría de Investigación
    y Vigilancia
    de Gijón, de fechas 27 de Enero y 9 de Febrero, en
    los
    que comunicaban al juez instructor que no habían
    podido averiguar
    nada de la actuación de Ovies durante “el dominio
    rojo” y
    que seguían sin encontrar personas para testificar,
    que vale tanto
    como decir para acusar.

    La Guardia Civil no se anduvo con medias tintas en el informe
    que elaboró sobre Alfredo Díaz, fechado el
    seis de Marzo de
    1938: “indeseable en todos los conceptos para la Nueva
    España”,
    y no se referían al periódico, claro, sino
    a la nación, al país.
    Los motivos de la indeseabilidad de Alfredo, según
    la Guardia
    Civil, no eran otros que su antigua militancia en la CNT,
    el haber
    sido presidente del sindicato del Vidrio, comisario político
    en
    Colunga y haber estado detenido por la Revolución
    de Octubre
    de 1934. El informe de Falange del día dieciocho
    del mismo
    mes, decía que Alfredo Díaz, se ve que a éste
    si le conocían y le
    tenían fichado, había estado preso hasta la
    amnistía de Febrero
    de 1936 y que, una vez en libertad, había hecho varios
    viajes a
    Barcelona como enlace de la CNT asturiana. El servicio de
    Información
    e Investigación de Falange también repetía
    que Alfredo
    Díaz había estado durante la guerra de comisario
    político en
    Colunga y proponían que el juez llamara a declarar
    como testigos
    a Cleominio Sánchez, de la Fábrica de Maderas,
    que ya
    aparece mencionado más arriba, y a José Valdés
    Patac, ingeniero
    director de la fábrica de vidrios La Industria. La
    declaración
    de Cleominio Sánchez no aportó nada, pues
    se limitó a repetir
    lo que había oído decir a otros: que Alfredo
    Díaz era un
    dirigente de la CNT y que durante la guerra no se supo nada
    de
    él. Otra cosa fue la declaración de Valdés
    Patac; en ella acusó a
    Alfredo Díaz de ser “un anarquista peligroso
    de alta escuela”, dirigente
    regional y que había tenido una actuación
    destacada en
    Octubre del 34. También dijo así mismo “que
    le supone (a Alfredo)
    inductor de la agresión a tiros que sufrió
    en 1933 por cuestiones
    sociales”. El director de la fábrica La Industria,
    que a saber
    dónde estaría escondido esos días,
    afirmó ante el juez
    militar que Alfredo Díaz había tomado parte
    activísima en la lucha
    desde el primer momento del “Glorioso Movimiento Nacional”,
    y que “le supone dirigente de grupo de los que atacaron
    los cuarteles”. Finalizó su testimonio afirmando
    que sabía que
    Alfredo Díaz había sido comisario político
    del pueblo de Colunga,
    consejero de la Industria del Vidrio y comisario político
    de
    batallón. Todo ello eran motivos más que sobrados
    para que José
    Valdés Patac considerase a Alfredo Díaz como
    otro “indeseable
    en todos los sentidos para la Nueva España”.
    Suposiciones
    que valían como pruebas.

    Alfredo Díaz, Alfredín el del Vidrio, ya había
    declarado ante el
    juez militar en el mes de Febrero de 1938. Encabezaban lo
    que
    se llamaba “declaración indagatoria del procesado”,
    sus señas
    de identidad y sus rasgos físicos: natural y vecino
    de Gijón, con
    domicilio en la Travesía de La Salud, número
    4, bajo, hijo de José
    y Ethelvina, de 32 años, casado y vidriero de profesión.
    Hay que
    señalar que en la misma calle en la que vivía
    Alfredín tenía su negocio
    de maderas Cleominio Sánchez, que aparece citado
    varias
    veces como testigo, y, además, casualidades de la
    vida, en
    esa carpintería era donde trabajaba Marcelino Ovies.

    Al comparecer ante el juez militar, Alfredo Díaz
    modificó la
    declaración que había hecho en el cuartel
    de la Guardia Civil de
    Los Campos. Le dijo al juez militar que cuando estalló
    la guerra
    o, por recordar el lenguaje franquista de la época,
    “al iniciarse el
    Glorioso Movimiento Nacional”, estaba de baja desde
    hacía tres
    meses a consecuencia de una fractura en la mano izquierda.
    Por
    ese motivo, afirmó, tampoco pudo intervenir en los
    ataques a los
    cuarteles de Gijón ni acaudillar ningún grupo
    de milicianos. Días
    después del 15 de Agosto de 1936, continuó
    diciendo Alfredín, a
    petición de algunos miembros de la CNT de Colunga,
    se trasladó
    allí con la finalidad de evitar que se sacaran y
    asesinaran los
    presos que había en la cárcel de la localidad,
    entre los que se
    encontraba Fermín Vigón. Todo apunta a que
    consiguió impedir
    que se volvieran a producir “sacas” en Colunga,
    pero, como solía
    ser habitual, lo que en la declaración indagatoria
    no figura es
    quién era este Fermín Vigón, comerciante
    de Colunga. Y tampoco
    se tomó la molestia el juez militar instructor de
    citarle a declarar.
    ¡Para qué!

    No hace falta ser muy perspicaz para relacionar a este Fermín
    Vigón con el coronel salvado de ser fusilado del
    que me hablaba
    Luis Quirós. (…) Fermín Vigón
    era hermano, nada más y nada menos, que
    del coronel Juan Vigón, que entonces era el jefe
    de Estado Mayor
    del Ejército del Norte nacionalista, que mandaba
    el general
    Fidel Dávila. Juan Antonio de Blas, en una de sus
    rondas de cafés
    matutinos a las que convida a todos los que le rodean, y
    por
    donde yo aparezco de vez en cuando, me había contado
    que en
    Septiembre de 1937, durante la ofensiva final sobre la Asturias
    republicana, el coronel Juan Vigón autorizó,
    o tuvo que autorizar,
    los bombardeos de la Legión Cóndor sobre el
    puerto de El Musel,
    sabiendo como sabía que su hermano Fermín
    había sido
    trasladado al barco-prisión Luis Caso de los Cobos,
    fondeado en
    aguas del puerto.

    El coronel Juan Vigón procedía del arma de
    Ingenieros y llegó
    a teniente general. Después de la guerra, fue ministro
    del Aire
    y director de la Escuela Superior del Ejército. Tenían
    otro hermano
    militar, Jorge Vigón, de Artillería, que se
    acogió a la ley Azaña
    y se retiró del ejército. Durante la guerra,
    luchó en las filas del
    ejército franquista. Llegó también
    al generalato y fue ministro de
    Obras Públicas ocho años. Escritor y periodista,
    recibió el premio
    Nacional de Periodismo en 1949 y el Nacional de Literatura
    al año siguiente.

    Buceando en el Mar de los Sargazos, pude comprobar que
    los fusilamientos o “paseos” que motivaron el
    traslado desde Gijón
    a Colunga de Alfredín el del Vidrio habían
    tenido lugar, al parecer,
    en la madrugada del día 15 de Agosto de 1936. Esa
    noche,
    salió de Colunga un autocar con unos veinte milicianos
    y
    ocho o nueve prisioneros, entre los que se citaba a Tomás
    Montoto y Félix Llaneza. Fueron conducidos ante las
    tapias del
    cementerio parroquial de Caravia la Baja y fusilados.

    Como profesional del vidrio que era, Alfredín dijo
    en su nueva
    declaración que estuvo al frente de esa sección
    en la consejería
    de Industria, y que cuando movilizaron su quinta, se incorporó
    al batallón nº 268 como comisario político
    de compañía.
    Más tarde, pasó destinado al batallón
    nº 232, en el que permaneció
    hasta el derrumbamiento del Frente Norte. Reconoció
    pertenecer
    a la CNT y haber sido presidente del sindicato del Vidrio,
    pero negó que hubiera sido presidente regional de
    la CNT
    y de la FAI porque dichos cargos ni siquiera existían.
    En esta
    comparecencia ante el juez militar, Alfredo Díaz
    quiso dejar
    constancia expresa de su rechazo personal y su oposición
    a los
    asesinatos que se cometieron en los primeros días
    de la guerra.
    Informó al juez militar que esa actitud suya la había
    hecho pública
    en una asamblea de la CNT que se celebró en el Salón
    Doré
    de Gijón, en la que pidió la destitución
    de los dirigentes comunistas
    que estaban al frente de Investigación y Vigilancia.
    En el
    mismo sentido y con la misma finalidad, Alfredín
    dijo que se había
    entrevistado con Belarmino Tomás y con Amador Fernández.
    Consecuencia de todo ello fueron algunas destituciones,
    el
    encarcelamiento de un agente de Investigación y Vigilancia,
    y
    que disminuyera de forma sensible el número de crímenes.
    Todo
    esto habría que enmarcarlo en la crisis política
    y el enfrentamiento
    con el Partido Comunista que se produjo en el seno del
    gobierno republicano de Asturias y León, enfrentamiento
    que,
    sino su origen, si su agravamiento, habría que buscarlo
    en el
    desarrollo y conclusión de la ofensiva militar sobre
    Oviedo en
    Octubre de 1936.

    José Tourman efectuó su declaración
    indagatoria ante el juez
    militar el día cuatro de Abril de 1938. No aportó
    grandes cosas y,
    en lo fundamental, repitió lo que ya había
    dicho ante la Comisión
    Clasificadora del campo de concentración de Muros:
    que era natural
    de Gijón, que tenía 49 años, que estaba
    casado con Consuelo
    García y que era ebanista. Tourman le contó
    al juez militar
    que en 1923 se tuvo que marchar para Francia por no encontrar
    trabajo en España, instalándose en París
    con su familia, y que regresaron
    a España en 1931, pero que a los dos o tres meses
    volvió
    él solo de nuevo a París. A mediados de Agosto
    de 1936,
    cuando la guerra cumplía su primer mes y se veía
    que iba para
    largo, Tourman, según la declaración, vino
    a Gijón para recoger
    a su familia y llevársela a Francia, pero él
    tuvo que quedarse y no
    pudo marchar con ellos “por no permitirlo el gobierno
    rojo”. Reconoció
    que durante dos meses fue consejero de Industria, hasta
    que le sustituyó Segundo Blanco por divergencias
    surgidas en el
    seno del Consejo de Asturias y León. Posteriormente,
    estuvo
    nueve meses enfermo y sin desempeñar cargo alguno,
    hasta
    que fue designado Secretario del Sindicato de la Construcción
    (de la CNT). Tourman negó haber ocupado puesto alguno
    en el
    ejército republicano.

    El juez militar citó como testigo en la causa de
    Tourman al
    ingeniero industrial Alfredo Avello Menéndez. Este
    ingeniero declaró
    que en los primeros días de la guerra había
    sido requerido
    por la radio y la prensa para que se presentara al Director
    General de Industrias y éste resultó ser José
    Tourman, que fue
    el que le ordenó reparar unas calderas. También
    afirmó que ese
    departamento fue el que se transformó luego en Consejería
    de
    Industria. Quitando eso, la declaración de Avello
    no añadió nada
    más de interés. Respecto a la actuación
    de Tourman al frente
    del Sindicato de la Construcción, Alfredo Avello
    propuso al
    juez que citara al arquitecto Manuel García, pues
    creía que era
    la persona que mejor podría informar. El arquitecto
    gijonés Manuel
    García Rodríguez compareció ante el
    juez militar al día siguiente,
    ocho de Abril, pero su declaración no aportó
    tampoco
    nada que no se supiera y su lectura resulta absolutamente
    intranscendente.
    No sé por qué, pero pensé yo que tal
    vez se tratase de un arquitecto
    de izquierdas, en aquella época, y corrí a
    preguntarle a
    Joaquín Aranda, al que, en temas de arquitectura
    en Asturias, yo
    llamo Joaquín Espasa. Enseguida me mandó un
    correo con todos
    los datos: Manuel García había nacido en Gijón
    en 1898, o
    sea, que tenía casi cuarenta años cuando ocurrió
    todo lo que
    aquí se cuenta, y murió en su ciudad natal
    en 1980. Cursó la carrera
    en Barcelona y se instaló en Gijón, con estudio
    al final del
    paseo de Begoña. Amigo del arquitecto Joaquín
    Ortiz, trabajaron
    juntos en algunos proyectos. Me señaló Aranda
    como obras destacadas
    de Manuel García en Gijón, entre otras, la
    Escuela de
    Peritos, de 1931; la iglesia de los Capuchinos, de 1934,
    y el edificio
    de la plazuela San Miguel, en la confluencia de Capua y
    Menéndez
    Valdés. Manuel García formó parte del
    Ayuntamiento
    franquista, recién finalizada la guerra, como delegado
    de Policía
    Urbana y, en 1943, fue primer teniente de alcalde. Fue también
    arquitecto municipal de Ribadesella y de Llanes. Así
    que ya se
    ve que muy de izquierdas no era.

    A Marcelino Ovies Cabo le tocó comparecer ante el
    juez militar
    el 19 de Abril. Se trataba de tomarle la declaración
    indagatoria.
    Días antes, los agentes de Investigación y
    Vigilancia de la
    plantilla de Gijón, Alejandro Cavia y Juan Sánchez,
    habían dirigido
    un oficio al juez para informarle que habían hecho
    “una información
    sobre este sujeto con todo interés, por tratarse
    de un
    sujeto con antecedentes significadísimos”,
    pero tenían que reconocer
    que sus investigaciones habían resultado estériles.

    Marcelino Ovies, por su parte, ratificó ante el juez
    militar la declaración
    que había hecho en el campo de concentración
    de
    Camposancos, pero puntualizó y añadió
    que se había afiliado a
    la CNT en 1931 y que había sido vocal del Sindicato
    de la Construcción.
    Reconoció haber estado quince días detenido
    después
    de la Revolución de 1934 y otros doce días
    en 1935; o sea,
    las típicas “quincenas” con que los gobernadores
    republicanos
    podían enchironar a cualquiera sin acusación
    ni apertura de
    procedimiento judicial alguno. Reiteró Ovies que
    durante la guerra
    había estado de encargado del reparto de pan y, luego,
    trabajando
    en su oficio de ebanista, construyendo muebles y de
    encargado de taller (en el del tan citado Cleominio Sánchez,
    en
    la calle la Salud).

    Hace ya algún tiempo, mi amigo Jaime Cinca me comentó
    que le había llamado la atención el elevado
    porcentaje de dirigentes
    de la CNT y de la FAI de Aragón y Cataluña
    que eran
    ebanistas. Más tarde, cuando vi los capítulos
    de la serie Vientos
    de Agua, del argentino Juan José Campanella, el protagonista,
    un asturiano que emigra o, más bien, escapa de la
    Asturias de
    antes de la guerra, y al que se nota una inclinación
    hacia las
    ideas anarquistas, también terminó trabajando
    como ebanista
    en su propio taller, allá, en Argentina. Un tema
    interesante para
    investigar: los oficios o profesiones de los dirigentes
    obreros españoles.

    La instrucción del proceso montado contra Alfredo
    Díaz
    avanzaba más deprisa. El juez instructor, alférez
    honorario del
    cuerpo jurídico militar, Antonio Nores Castro, del
    Juzgado Instructor
    nº 7, firmó el día veinticinco de Marzo
    de 1938 el auto-resumen
    con el que daba por concluida la investigación judicial
    y
    declaraba procesado a Alfredo. Este sumarísimo de
    urgencia llevaba
    el nº 1.915 y, además de la de Alfredo, se agrupaban
    las
    causas instruidas contra Rufino Menéndez Suárez,
    Valentín González
    García y Casimiro Costales Costales. No había
    ninguna relación
    entre ellos, pero los cuatro estaban acusados de “rebelión
    militar” y las actuaciones habían comenzado
    tres meses antes.
    En este auto-resumen, el juez instructor le metió
    a Alfredo todo:
    empezando con lo de “elemento destacado de la CNT
    y anarquista
    peligroso y de alta escuela”, y siguiendo con lo demás
    que ya conocemos.

    El consejo de guerra se celebró el jueves 31 de Marzo.
    Ese
    día, en Gijón, ante el Tribunal Militar o
    Consejo Permanente de
    Guerra nº 1, se celebraron tres consejos de guerra
    en los que
    comparecieron treinta y dos ciudadanos. Ese mismo día
    tuvo lugar
    en el salón de plenos del Ayuntamiento otro consejo
    de guerra;
    éste, para oficiales. Lo presidió el general
    de división Ambrosio
    Feijoo Pardiñas, y el acusado fue el alférez
    de Artillería de
    Costa Germán Riopedre López, que fue condenado
    a pena de
    muerte y ejecutado. Alfredo Díaz compareció
    ante los miembros
    del Tribunal Militar nº 1 en el segundo de los consejos
    de guerra
    de ese día. Junto a él, se sentaron en el
    banquillo otras once personas
    más, entre las que había una mujer, de cuarenta
    y nueve
    años, y su hija, de veintiuno. Durante el consejo
    de guerra, como
    era costumbre, no se practicó prueba alguna y el
    fiscal consideró
    las actuaciones de unos y otros como delitos de rebelión
    militar
    o auxilio a la rebelión, por lo que pidió
    cuatro penas de reclusión
    temporal en su grado mínimo, una en su grado medio
    y dos
    en su grado máximo. Para el resto de los procesados,
    el fiscal pidió
    la pena de muerte, y para el ugetista langreano Enrique
    Palicio
    Riera, la de garrote vil. El abogado defensor solicitó
    para Alfredo
    Díaz y Enrique Palicio la pena de reclusión
    perpetua, y
    para el resto, la libre absolución. Solamente Alfredo
    Díaz y Enrique
    Palicio hicieron uso de la palabra ante el tribunal militar:
    Alfredo,
    para reiterar su oposición a cualquier tipo de crimen,
    y Palicio,
    para proclamar su inocencia de los crímenes que se
    le
    imputaban. A continuación, el tribunal militar se
    reunió en sesión
    secreta para deliberar y dictar sentencia. Bueno, ya se
    sabe como
    eran y son estas cosas, mucha rigidez y envaramiento de
    cara
    a la galería, y luego, si abres la puerta, te encuentras
    con que
    se están tomando un blanco con un pincho de tortilla
    y ya tienen
    decidido quién vive y quién muere.

    En la sentencia, fueron condenados a pena de muerte Alfredo
    Díaz y Enrique Palicio; a quince años, Casimiro
    Costales, y el
    resto, absueltos a disposición del Delegado de Orden
    Público.
    Para más detalles, se puede consultar el cd-rom de
    La Libertad
    es un bien muy preciado. Firmaban la sentencia los conocidos
    miembros de este Tribunal Militar nº 1 que se paseó
    por toda España
    mandando gente al paredón. Lo presidía el
    comandante de
    Caballería Luis de Vicente Sasiain. Esta sentencia
    fue aprobada
    dos días más tarde por el auditor de guerra,
    Ulpiano Pereiro, que
    ordenó se comunicase a la Asesoría Jurídica
    del Cuartel General
    de S.E. el Generalísimo las penas de muerte impuestas,
    suspendiéndose
    la ejecución de las mismas hasta que se recibiera
    en la
    Auditoría de Guerra noticia del enterado o de su
    conmutación.

    Fernando Vázquez Méndez, alférez de
    artillería, fue el juez
    instructor del sumarísimo de urgencia nº 2.850
    contra José Tourman
    Alvarez, bajo la acusación de rebelión militar.
    La instrucción
    había comenzado el 10 de Enero de 1938. En el auto-resumen,
    fechado el once de Abril, el instructor recogió todas
    las “acusaciones”
    y añadió lo de que “se dice que desempeñó
    un alto cargo
    en el Estado Mayor del Ejército rojo”, pero
    tuvo que reconocer
    que no había podido comprobarlo. Con ello, declaró
    concluida la
    investigación y procesado a Tourman, y ordenó
    que las actuaciones
    pasasen al tribunal, que no era otro que el famoso y ya
    citado
    Tribunal Militar Permanente nº 1.

    El lunes 18 de Abril se celebraron en Gijón tres
    consejos de
    guerra que afectaron a veintisiete personas. En el tercero
    de
    ellos, junto a otros siete más, estaba sentado en
    el banquillo José
    Tourman. Tras el trámite de la celebración
    de la vista, en audiencia
    pública, y la consiguiente deliberación secreta,
    los
    miembros del tribunal militar firmaron cuatro condenas a
    pena de
    muerte, incluida la de Tourman, y otras cuatro a veinte
    años de
    prisión. Ninguna de las cuatro penas de muerte sería
    después
    conmutada por S.E. el Generalísimo.

    Los consejos de guerra se celebraban en el Instituto que
    fundara
    Jovellanos, en el salón de la planta baja que da
    a la calle de
    Begoña. No veo que nadie, ni del gobierno municipal
    del PSOEIU
    ni de la farándula cultural afín, se haya
    tomado la pequeña
    molestia de colocar una placa que recuerde los hechos que
    en
    ese salón se produjeron.

    A Marcelino Ovies Cabo le tocó como juez instructor
    el capitán
    honorario del cuerpo jurídico militar, Marcelino
    Piñel Miguel,
    adscrito al Juzgado Instructor nº 9. El sumarísimo
    de urgencia
    llevaba el nº 2.721, por “rebelión militar”,
    y había comenzado a
    instruirse el día siete de Enero de 1938. En el auto-resumen,
    fechado
    el veintiuno de Abril, el instructor tuvo que reconocer
    que
    no se había podido aclarar la actuación de
    Marcelino Ovies durante
    la guerra, o período rojo, como él escribía.
    No obstante, y
    como cabía esperar, le declaró procesado y
    pasó las actuaciones
    al tribunal. Marcelino Ovies fue en el primer consejo de
    guerra
    de los tres que se celebraron en Gijón el lunes veintisiete
    de
    Abril. Eran diez hombres y se dictaron tres condenas a pena
    de
    muerte y las tres serían ejecutadas; otras tres fueron
    a reclusión
    perpetua y las demás, a penas inferiores a veinte
    años, junto con
    una absolución. Como era norma, no se practicó
    prueba alguna
    y el abogado defensor, como buen y necesario comparsa, limitó
    su defensa a pedir la pena inferior para los procesados.
    Varios
    acusados tomaron la palabra al final del consejo de guerra
    para
    negar los “cargos”. Marcelino Ovies fue uno
    de ellos y lo hizo para
    rechazar que hubiera sido dirigente y que tampoco había
    desempeñado
    el cargo de secretario de los sindicatos únicos.
    Dictada
    la sentencia y aprobada por el auditor de guerra, se quedó
    a la espera para la ejecución de las penas de muerte
    de lo que
    acordase el Jefe del Estado, general Franco. Por los otros
    dos
    consejos de guerra celebrados ese mismo día en Gijón
    pasaron
    un total de diecinueve personas más.

    Así que ya tenemos a nuestros tres amigos anarquistas
    condenados
    a pena de muerte por “rebelión militar”
    con el agravante
    de “perversidad”. No fueron una excepción,
    sino la norma de cómo
    actuaba la autoproclamada justicia militar franquista. Esos
    jueces instructores, esos fiscales y esos tribunales militares
    permanentes
    fueron el cuerpo de ejército que más víctimas
    causó.

    Muchas más que las brigadas navarras, la legión
    y los moros
    juntos. Actuaron de forma implacable y sin compasión
    sobre un
    enemigo desarmado, y continuaron su sangrienta ofensiva
    mucho
    tiempo después de que la guerra en las trincheras
    hubiera
    acabado.

    Si la clase política de este país tuviera
    un poco más de decencia
    y de sentido de la justicia, ya debería de haber
    figurado
    en la constitución de 1979 un apartado en el que
    se revocasen
    todas las sentencias dictadas por esos tribunales militares
    permanentes.
    Pero ocurre que treinta años después, las
    Cortes que
    aprobaron la conocida como Ley de la Memoria Histórica,
    tampoco
    creyeron conveniente incluir en su articulado la anulación
    de la que fue la obra más criminal del franquismo.
    No sería por
    casualidad que presidiese la comisión encargada de
    elaborar el
    borrador, que tantos retrasos acumuló, la vicepresidenta
    Mª Teresa
    Fernández de la Vega, una arribista del PSOE y un
    bluff político,
    como se ha podido comprobar por los resultados que obtuvo
    en Valencia en las pasadas elecciones generales de 2008.
    Hija del que fuera Delegado Provincial de Sindicatos de
    Valencia,
    parece haber dedicado mucho más tiempo a acicalarse
    y
    presumir delante de las cámaras, que a contribuir
    a la elaboración
    de un texto que reparase de forma satisfactoria el enorme
    daño y el gran dolor causado por aquella asociación
    de matarifes
    revestidos de tribunales militares.

    Cuando revisé las fechas de los fusilamientos de
    los prisioneros
    que habían sido condenados a pena de muerte el mismo
    día
    que Alfredo Díaz, que José Tourman o que Marcelino
    Ovies,
    comprobé que a ninguno de ellos lo ejecutaron el
    catorce de Julio.
    Dicho de otra manera, ni Alfredo ni Tourman ni Ovies fueron
    ejecutados con los demás de su tanda. El día
    diez de Julio fusilaron
    en el paredón del cementerio de Ceares a treinta
    presos que
    habían sido condenados pena de muerte y para los
    que no hubo
    conmutación. Los piquetes de ejecución no
    volvieron a actuar
    hasta el día veinte del mismo mes. Y ese día,
    fueron treinta y dos
    los fusilados.

    En los nueve amaneceres silenciosos que siguieron, solamente
    el del día
    catorce vio rasgarse la quietud de las primeras horas de
    la mañana
    con la descarga de fusilería que acabó con
    la vida de los
    tres anarquistas: ¿Quién sería el ocurrente,
    de que mente retorcida
    saldría la idea de reservarles con vida para matarles
    juntos a
    los tres el día que en el mundo se conmemora el triunfo
    de la Revolución
    francesa, de la toma de la Bastilla; el día de la
    fiesta nacional
    de Francia, el día de la Libertad, de la Fraternidad
    y de la
    Igualdad?

    Me viene ahora a lo memoria lo que hicieron también
    en Salamanca
    con el único pastor protestante de la ciudad, Atilano
    Coco.
    Le detuvieron en los primeros días de la sublevación
    y, sin
    consejo de guerra ni nada, esperaron para fusilarle hasta
    el ocho
    de Diciembre de 1936, fecha en la que, como todo el mundo
    sabe,
    se celebra en España la Purísima Concepción,
    dogma católico
    que el protestantismo no acepta. Cuenta Luciano González
    Egido en su libro Agonizar en Salamanca, que Unamuno, en
    aquella jornada tan racista como, más tarde, famosa,
    del doce
    de Octubre de 1936, llevaba en el bolsillo de la chaqueta
    la carta
    que le había enviado la mujer del pastor anglicano
    solicitándole
    su intervención para salvar la amenazada vida de
    su marido.
    Creo que fue en los márgenes de esa carta donde Unamuno
    tomó
    las breves notas de su intervención en aquel acto
    que terminó
    enfrentándole a los del ¡abajo los intelectuales!
    y el ¡viva la
    muerte! No ocurrió en una aldea remota ni en un poblachón
    apartado, sino en la universitaria y capitalina Salamanca:
    ¡Qué
    gran idea, qué magnifica ocurrencia mandar fusilar
    el día de la
    Purísima al único pastor protestante de la
    ciudad!

    Setenta años después, el lunes 14 de Julio
    de 2008, repetí yo en Gijón
    aquel recorrido funeral que arrancó la vida a los
    tres anarquistas.
    A las seis de la mañana, que son las siete del horario
    de ahora
    que la conveniencia bruselense y el papanatismo madrileño
    nos
    imponen, estaba yo delante del antiguo cuartel de Asalto,
    en el
    edificio del Instituto creado por Jovellanos. Aquellos guardias
    de
    Asalto, tan flamenquillos con sus gorras ladeadas durante
    la Re-
    pública, estarían preparándose, hizo
    ahora setenta años, para
    subir con sus fusiles en aquellos coches que usaban, largos
    y
    descubiertos, con varias filas de asientos. El trago de
    coñac, el
    golpe de orujo o la copa apurada de cazalla recompondrían
    algo
    estómagos y espíritus. Enfilarían por
    la calle Jovellanos y
    recibirían el resplandor casi imperceptible de un
    sol que nacía
    del mar envuelto en nubes rojas, allá por donde la
    punta del
    Cervigón. Calle de Cabrales arriba, con las ruinas
    del cuartel de
    Simancas al fondo. Hoy, con la gran cruz de los vencedores.
    Segundo
    año triunfal, decía la propaganda franquista,
    pero en
    aquella lucha tan cercana para ellos, en los días
    de Julio y de
    Agosto de 1936 de aquel Gijón de combates y guerra,
    habían sido
    los anarquistas los vencedores. Nadie sabe en que irían
    pensando
    aquellos guardias de Asalto camino del crimen. Tal vez
    no pensasen en nada, medio adormilados por la hora, el traqueteo
    y la rutina.

    Abandoné el itinerario de los de Asalto y me dirigí
    hacia Los
    Campos, pues quise pasar por delante de donde estuvo el
    cuartel
    de la Guardia Civil:

    —¡Ay si estos árboles pudieran hablar!
    ¡Ay si estos árboles
    pudieran contar todo lo que vieron!
    Lo decía una señora que conocía mi
    abuela Rosarín. Los árboles
    eran los del parque del Continental, que daban frente al
    cuartel. Ya no hay árboles, ya no hay cuartel: ¡lástima
    de árboles!
    Pero es que aquí siempre hubo alcaldes y concejales
    y secretarios
    y arquitectos y empresarios dispuestos a tumbar árboles
    para levantar edificios y hacer sus negocios. Parque del
    Continental: a tus árboles que no pudieron hablar,
    tampoco les
    dejaron vivir.

    Los guardias civiles se subirían a sus vehículos
    y por Ramón
    y Cajal arriba en escasos minutos llegarían ante
    la puerta de la
    cárcel. Cárcel del Coto: ¡si tus paredes
    hubieran podido hablar!
    Bajé del coche y me puse a caminar por delante del
    que fuera
    pabellón de administración de la cárcel,
    que es el que se conserva
    y que en la actualidad se utiliza como edificio municipal
    de
    servicios para jubilados y mujeres. Le di la vuelta y volví
    a situarme
    frente a la puerta que entonces daba acceso a la cárcel.
    Se
    construyó esta cárcel de El Coto a comienzos
    del siglo XX según
    proyecto del arquitecto García de la Cruz. Fue inaugurada
    en
    1909 por militantes republicanos y de la CNT, ¿por
    quién si no?,
    detenidos por las huelgas de la que en Barcelona se conoció
    como
    Semana Trágica. Y por el apodado Pintarrueques, al
    que habían
    cogido robando botellas vacías… Que al que
    azotan es por
    pobre/de suerte, favor y trazas…

    Me contaba Fermín López de Vega que cuando
    empezaron a tirar la cárcel
    de El Coto, fue hasta allí para verlo con sus propios
    ojos y sacar
    unas fotos: él, que había estado preso, encerrado
    en una sus celdas,
    con veintipocos años, y que pasó meses y meses
    en la galería
    de los condenados a muerte. ¡Qué diría
    Fermín si supiera que
    hoy en día tenemos en España más cárceles
    y más presos que en 1940!
    Allí permanecí un tiempo, mirando para aquel
    edificio de tan
    siniestro pasado que se trataba de camuflar bajo los colorines
    de capas de pintura y nuevas dependencias. Un poco como
    hacen
    esos kapos de los campos de concentración nazis,
    que un día alguien
    descubre debajo de un perfecto disfraz de discretos y honorables
    ciudadanos de lejanos países.

    Amanecer del jueves 14 de Julio de 1938: tres hombres
    aguardaban en el rastrillo de la cárcel. Ese amanecer,
    cuando
    los presos con condena de pena de muerte sintieron el ruido
    de
    los cerrojos y los pasos de los guardias por la galería,
    se encogieron
    sus cuerpos y se agitó de forma salvaje el latir
    de sus corazones:
    ¿cómo era posible? Emilio Vera, otro preso
    como ellos,
    había estado sonriente durante el último recuento,
    y esa era la
    señal infalible que quería decir que esa noche
    podían dormir
    tranquilos. Por el destino que tenía en la cárcel,
    Vera sabía cuándo
    llegaban las relaciones con los nombres de los que iban
    a fusilar
    al día siguiente y cuándo no. Y todos los
    presos conocían la
    elemental mímica de la vida y la muerte: si en el
    último recuento
    estaba serio, es que al amanecer iba a haber saca, y si
    estaba
    sonriente, entonces era que no.

    Supe por Luis Quirós que ese día fatídico,
    una de las puertas
    que abrieron fue la de su celda. Un guardia de prisiones
    llamado
    Marqués, más conocido como “Bocanegra”,
    leyó un nombre de
    la ficha que tenía en la mano. Esta vez no llevaba
    un folio con la
    relación de los que iban a ser fusilados como era
    habitual:
    —José Germán Alvarez. —Nadie contestó.
    Tourman estaba
    durmiendo, tan tranquilo y tan ajeno a todo.
    Marqués volvió a mirar la ficha y corrigió
    el error:
    —José Tourman Alvarez. Y a continuación
    pronunció la palabra
    fatídica: ¡Vístase!

    Otros dos cerrojos de las puertas de otras dos celdas se
    descorrieron ese amanecer. Y los nombres de otros dos presos
    se oyeron pronunciar en la galería. Y en la penumbra
    de la celda,
    cuidando de no pisar a los compañeros, otros dos
    hombres se
    vistieron.

    Cuando Alfredín el del Vidrio pasó por delante
    de la puerta
    abierta de la celda de la que José Tourman iba a
    salir, dijo a media
    voz:
    —Luisín, no me olvido de lo tuyo.
    ¡Todavía creía el pobre Alfredín
    que le llevaban para un
    canje!

    Tres hombres esperaron en el local habilitado como capilla
    a
    que terminasen las formalidades burocráticas después
    de que
    hubieran rechazado las religiosas.

    ¿Se habrían despedido de sus compañeros
    de celda? ¿Cuáles
    serían las breves palabras que se pronunciaron? ¿Les
    daría
    tiempo a repartir sus escasas pertenencias, a cambiar una
    chaqueta
    más nueva por otra más vieja, a quitarse los
    zapatos y poner
    unas alpargatas rotas, a dejar el reloj y el anillo para
    que lo
    entregasen a la familia, a repartir el tabaco, a echar un
    último cigarrillo,
    a escribir una carta de despedida para que la sacasen
    camuflada entre las costuras de la ropa sucia? ¿Firmarían,
    como
    cuenta Fermín que hizo César, el hermano de
    Ramonín, en el
    pliego de la comunicación de la sentencia con un
    Viva la CNT,
    Viva la FAI y Vivan las Juventudes Libertarias? Tres hombres
    es-
    peraron. Quince guardias civiles y quince guardias de Asalto
    esperaron. Centenares de hombres, acurrucados en sus petates
    carcelarios, esperaron.

    Frente a la puerta de la cárcel, los guardias de
    los dos uniformes
    formarían corros y fumarían. Murmullo de conversaciones,
    golpes de las culatas en el suelo y ruido descompasado
    de botas. El director de la cárcel, el jefe de la
    fuerza, el juez instructor,
    el fraile, el médico militar, el oficial con la orden
    del comandante
    militar, todos se moverían con pulcritud burocrática
    para ultimar los detalles que completasen el envoltorio
    jurídico
    de los tres crímenes que se iban a cometer. Allí,
    en otra zona del
    rastrillo, los funcionarios de la cárcel les pondrían
    un alambre
    apretado en las muñecas de los tres anarquistas y
    les amarrarían,
    para mayor seguridad, brazo con brazo. A la puerta de la
    cárcel, dos filas de fusiles se formarían
    a la salida de los tres
    presos. Subirían al autobús y, como cuando
    sacan al santo de la
    iglesia, el arrancar de los motores sustituiría a
    la salva de voladores
    para anunciar al pueblo el inicio de la procesión.
    Uno de
    los piquetes se encargaba de la vigilancia y otro de la
    ejecución.
    Se turnaban día a día: ¿a quién
    les tocaría hoy fusilar, a los
    civiles o a los de Asalto?

    Por encima del tejado de una de las Casas Baratas vi asomar
    el primer rayo de sol. En el árbol junto al que estaba,
    frente a la
    puerta de la cárcel, se formó un jolgorio
    de gorriones. Eran las
    seis y media en mi reloj, una hora más en el del
    estado. Tal vez
    aquel día de Julio de 1938 estuviese nublado y todos
    los gorriones
    de la redonda hubieran huido al ver tanto fusil. Subí
    al coche
    y me fui al cementerio de Ceares. Ya estaban abiertas las
    puertas.
    Entré y caminé hacia el lugar de la ejecución:
    a mi izquierda,
    los grandes panteones, a mi derecha, viejas y humildes tumbas:
    ¿quién dijo que la muerte nos iguala? Llegué
    al final del camino
    principal y torcí a la izquierda para ir bordeando
    la fosa común
    donde están los restos de los fusilados por el franquismo.
    Hoy, que la propaganda de la conveniencia política
    agita el
    eslogan ese de la Recuperación de la Memoria Histórica,
    yo vuel-
    vo a recordar aquí a los que no interesa, a doña
    Rafaela y a aquellas
    mujeres que en plenos años cincuenta se enfrentaron
    a los
    designios de las autoridades franquistas. Fueron ellas las
    que,
    poniendo sus nombres y sus firmas, tirando de todos los
    hilos,
    pudieron impedir que los restos de los fusilados por el
    franquismo
    fueran aventados. Las que obligaron al Ayuntamiento a hacer
    lo que hoy es la fosa común. ¿Quién
    se acuerda de ellas? Yo, sí.
    Seguí caminando y llegué delante del muro
    de las ejecuciones,
    del paredón donde tantas y tantas balas reventaron
    piedras
    después de haber atravesado cuerpos. Flores de plástico
    viejas
    y lápidas con propaganda política. Se ve que
    nos puede lo chabolero.

    Por este mismo camino del cementerio pasó el cortejo.
    Allí
    estaría la zanja que todos los días había
    que alargar unos metros
    más. ¿Irían enteros los tres anarquistas?
    ¿Desfallecería alguno y
    le susurrarían palabras de consuelo los otros dos?
    Porque ya escribió
    el poeta que cuando se miran de frente los vertiginosos
    ojos blancos de la muerte… ¿Cantarían
    el A las barricadas y darían
    vivas a la CNT, a la FAI y a la Libertad?

    Les colocaron contra aquel paredón que hoy vemos
    lleno de
    grietas y agujeros. Formó el piquete frente a ellos
    y el alférez o el
    teniente fue dando las órdenes. Entraron las balas
    en las recámaras,
    los dedos se pegaron a los gatillos y quince caras tuertas
    buscaron un punto preciso en aquellos tres seres humanos:
    dos
    tiros a la cabeza y tres al corazón. ¿O sería
    al revés? Quince fogonazos
    y un trueno seco que se oiría en toda la ciudad.
    La advertencia
    de todas las mañanas al Gijón de la derrota.
    Y tres cuerpos
    sin vida se desplomaron y en silencio su sangre pintó
    en la tierra
    una última protesta. En la cárcel y en la
    ciudad se comprendió
    que aquel catorce de Julio los de la Bastilla habían
    vencido a París.
    No creo que hiciera falta el tiro de gracia. ¿Se
    lo daría el oficial
    por cumplir con la rutina como el fraile con sus oraciones?
    Regresó la fuerza a los camiones. Cesó el
    cura sus rezos.
    Certificó la muerte el médico militar. Después
    de que todos se
    hubieran ido, pasó un largo tiempo hasta que el silencio
    del lugar
    recuperó sus sonidos y rumores cotidianos. Entonces
    aparecieron
    unos hombres con trazas de labriegos que cargaron en una
    especie de angarillas y llevaron para la zanja los cuerpos
    de los
    que en vida habían sido Alfredo Díaz González,
    Marcelino Ovies
    Cabo y José Tourman Alvarez. Tres veteranos cenetistas,
    tres
    apreciados anarquistas de Gijón.

    Me podía haber molestado más, buscado, indagado,
    preguntado
    a unos y a otros, pero… Escribí a una hija
    de Marcelino
    Ovies que vive en Perpiñán: no recibí
    respuesta. Conseguí hablar
    con ella por teléfono y me dijo que no, que no me
    mandaba
    una foto de su padre. Yo tampoco insistí. Localicé
    por internet en
    Francia a un nieto de Tourman y nos cruzamos varios e-mails.
    No
    sé decir por qué, pero me dio la sensación
    de que no le hacían
    mucha gracia mis proyectos. Igual estoy equivocado, pero
    yo
    soy así. Me mandó unas fotos de Tourman que
    le pedí y una reproducción
    del pasaporte, pero como mi manera de ser es igualitarista,
    me dije: si no hay fotos de todos, no hay fotos de nadie.
    Llamé a la hija de Ramonín a la facultad,
    pero no la localicé, y no
    quise molestar a su viuda. Mandé un e-mail a la Fundación
    Anselmo
    Lorenzo y me enviaron lo que tenían: las reseñas
    que trae
    la Enciclopedia Histórica del Anarquismo Español.
    Tampoco sé
    si habrá mucho más, porque recuerdo que Ramonín
    Alvarez Palomo me contaba
    que durante la guerra, en el verano de 1937, mandó
    a un familiar
    para Francia en un barco que salió de El Musel. Llevaba
    dos maletas
    cargadas de documentación de la CNT que querían
    poner
    a salvo por si las cosas iban a peor. Ya en alta mar, un
    barco de
    guerra se acercó al mercante. El hombre creyó
    que era el Cervera
    y se pondría nervioso. Cogió las maletas y
    las tiró a la mar.
    Luego resultó que el barco de guerra era inglés…
    ¿Qué hice al final?, pues cogí los
    libros que Ramonín escribió
    sobre Quintanilla y sobre Mallada y me puse a buscar referencias
    que cotejé con los periódicos de la época.

    Natural y vecino de Gijón, Alfredo Díaz González,
    popularmente
    conocido como Alfredín el del Vidrio, tenía
    32 años, estaba
    casado y tenía varios hijos. Trabajaba en la fábrica
    de vidrios
    La Industria y estaba afiliado al sindicato del Vidrio de
    la CNT. La
    primera referencia de su actividad sindical que encontré
    estaba
    fechada a mediados de Mayo de 1931. Durante esos días,
    un
    mes después de la instauración de la II República,
    Alfredín y Angel
    González participaron en el pleno regional de la
    CNT de Asturias,
    León y Palencia en representación del Sindicato
    del Vidrio.
    Las sesiones del Pleno se celebraron en la Casa del Pueblo
    de Gijón y la sesión de apertura estuvo presidida
    por Segundo
    Blanco, secretario general de la CNT, que afirmó
    que la organización
    contaba con veinticinco mil afiliados en la región.

    El 28 de Febrero de 1932 se celebró otro Pleno regional
    de la
    CNT. En esta ocasión, junto con Alfredo Díaz,
    el Sindicato del Vidrio
    estuvo representado también por Andrés Expósito
    y justificaron
    tener en esos momentos 650 afiliados.

    A finales de Abril de ese mismo año, la prensa dio
    cuenta de
    la celebración de un mitin de la CNT en Cangas de
    Onís. Además
    de Alfredo Díaz, hicieron uso de la palabra Enrique
    Martínez,
    Agapito González y Emilio García. Este acto
    se enmarcaba
    dentro de una campaña de mítines que la CNT
    organizó en esas
    fechas por toda Asturias.

    En los últimos días de Septiembre de 1932,
    se celebró en
    León el III Congreso de la Confederación Regional
    del Trabajo
    de Asturias, León y Palencia. Por alguna razón
    que ignoro, tal
    vez por la dificultad del desplazamiento, el Sindicato del
    Vidrio y
    algunos otros sindicatos más no enviaron representación
    a ese
    congreso.

    Los días 17 y 18 de Septiembre de 1934, en vísperas
    de la
    Revolución de Octubre, se celebró en la Casa
    del Pueblo de la
    CNT, en Gijón, un pleno de la Regional de Asturias,
    León y Palencia.
    Fue entonces cuando se sometió a votación
    la integración
    o no en la Alianza Obrera. Se aprobó por 39 votos
    contra
    35 que la CNT formase parte de la misma. A continuación,
    se
    puso a votación la decisión de que la Alianza
    fuera con la UGT y
    el PSOE, o solamente con la UGT. Ganó la primera
    opción por
    20 votos contra 16. Ya se ve que la opinión estaba
    dividida casi
    a partes iguales. En la sesión del Pleno celebrada
    el día 18,
    Alfredo Díaz ocupó un puesto en la mesa por
    haber sido designado
    secretario de Actas. Más información sobre
    aspectos poco
    conocidos de la Revolución de Octubre está
    disponible en
    www.asturiasrepublicana.com/crirep.asp.

    Después de la Revolución de Octubre, Alfredo
    Díaz fue perseguido
    y, como tantos otros, tuvo que esconderse. La policía
    le
    acusaba de haber representado, junto con José María
    Martínez,
    a la CNT en el comité provincial de la Alianza Obrera.
    Según la
    policía, los dos fueron elegidos para esa representación
    en un
    congreso de delegados que se había celebrado en La
    Felguera
    pocos días antes del inicio de la Revolución.
    Los informes de la
    policía indicaban que en las primeras semanas que
    siguieron a
    la derrota revolucionaria, Alfredo Díaz se había
    ocultado en casa
    de una lechera en la parroquia gijonesa de Peñaferruz.
    Quizás
    por sentirse vigilado, abandonó este refugio para
    esconderse
    en una casa en Gijón, donde fue detenido en los primeros
    días de Enero de 1935. Aunque se le dio gran importancia
    a su
    detención, yo creo que no llegó a ser sometido
    a consejo de
    guerra ni condenado. Ya antes, durante la República,
    había estado
    detenido en varias ocasiones por orden de diferentes gobernadores
    civiles.

    Al estallar la guerra, aparte de lo que ya se contó
    páginas
    atrás, el once de Febrero de 1937 la prensa dio cuenta
    de un mitin
    que organizó el Sindicato Campesino de la CNT en
    Villaviciosa.
    Intervinieron en él Alfredo y el alcalde de Gijón,
    Avelino González
    Mallada. Pocos días después, Alfredo y Onofre
    García
    dieron una conferencia en el Ateneo Libertario de Ceares.

    Marcelino Ovies Cabo era natural de Avilés, pero
    llevaba muchos
    años viviendo en Gijón. Tenía 49 años
    cuando estaba detenido
    en Enero de 1938. Excedente de cupo del reemplazo de
    1909, se casó con María Luz García,
    con la que tuvo varios hijos.
    En Junio de 1912 ya se le menciona por estar metido de lleno
    en
    la lucha sindical y formar parte, como vocal, de la Comisión
    permanente
    de Huelga, encargada de solucionar el conflicto de los
    cargadores del puerto avilesino. Dos años más
    tarde, los periódicos
    recogieron su participación en un mitin en el que
    representó
    al Centro Sindicalista de Avilés. En ese mitin participó
    también
    Eleuterio Quintanilla, una de las grandes figuras que dio
    el sindicalismo
    confederal gijonés.

    La siguiente referencia de Marcelino Ovies que encontré
    era
    de 1928. Estaba ya asentado en Gijón y trabajaba
    de ebanista.
    Formaba parte de la directiva del Sindicato de la Madera,
    sindicato
    que estaba presidido entonces por Vicente García
    y del que
    era secretario general Horacio Argüelles, que tan renombrado
    sería años más tarde. Miembro de la
    Liga de Inquilinos de Gijón,
    tenía su domicilio en la calle Del Real y era también
    vocal nato de
    la Junta directiva de Cultura e Higiene del barrio de Ceares.
    Participó
    en el Pleno Regional de la CNT de Febrero de 1932 llevando
    la representación, junto con Consuelo Castaño,
    del Sindicato
    de Obreras del Hogar que, en Gijón, acreditó
    contar con noventa
    afiliadas.

    Como cualquier otro sindicalista que se hiciera destacar
    un
    poco, Marcelino Ovies fue encarcelado varias veces por orden
    de los gobernadores civiles que pasaron por Asturias. En
    Abril
    de 1934, el comité local de la CNT de Gijón
    organizó un mitin pro
    amnistía y contra el restablecimiento de la pena
    de muerte. Se
    celebró en la Casa del Pueblo. Lo novedoso de este
    mitin es que
    junto con los dirigentes confederales Avelino González
    Entrialgo,
    Horacio Argüelles, José María Martínez
    y el propio Ovies, que intervino
    en primer lugar, participó también en él
    e hizo uso de la
    palabra Juan Pablo Martínez, abogado y miembro de
    la UGT y
    del PSOE. Finalizado el acto, se envió un telegrama
    al presidente
    del gobierno en el que, en nombre de los quince mil trabajadores
    asistentes, se pedía la amnistía para los
    encarcelados y sentenciados
    por el movimiento del pasado mes de Diciembre y que no
    se restableciese la pena de muerte en España.

    Después de la revolución de Octubre, Marcelino
    Ovies estuvo
    detenido, pero poco tiempo. No se conoce cual fue su participación
    en la misma, pero parece que tampoco llegó a estar
    procesado.
    A finales de Junio de 1935, ante la sospecha de que se
    iba a declarar la huelga en Gijón, Marcelino Ovies
    y otros dirigentes
    de la CNT fueron detenidos en la madrugada del domingo
    y encarcelados por orden del gobernador civil.

    José Antonio Tourman nació en Gijón
    el 30 de Septiembre de
    1889. Su padre era un francés de la Lorraine que
    llegó a Gijón
    escapando probablemente de la guerra y de la represión.
    Como
    se sabe, durante las últimas décadas del siglo
    XIX y las primeras
    del XX el proceso industrializador que vivió Gijón
    atrajo a un numeroso
    contingente de emigrantes galos. En este sentido, quiero
    recordar aquí, por ejemplo, que a las hileras de
    casas construidas
    para los maestros de taller y oficiales de la fábrica
    de vidrios
    La Industria se le llamaba el callejón de los Franceses.
    Bueno,
    pues el padre de Tourman, que se llamaba Antonio, llegó
    a Gijón
    y se casó con una joven de la villa, Manuela Alvarez
    Valdés, de
    cuyo matrimonio sobrevivieron dos hijas y dos hijos. Aquí
    pasó el
    resto de su vida, hasta que en Marzo de 1928 le alcanzó
    la muerte
    con 75 años. Vivían entonces en El Natahoyo,
    en el número
    129 de Mariano Pola.

    En este punto, volví a releer y ver las fotos de
    los e-mail que
    me había enviado Freddy Gómez, el nieto de
    Tourman. En una
    de ellas me decía que estaba también Ramonín
    Alvarez Palomo.
    Lo había pasado por alto. Abro la foto en el ordenador
    y veo que
    están todos muy encorbatados y endomingados. Paso
    revista a
    las caras para ver si identifico a alguien: Tourman, me
    lo dijo su
    nieto, es el que está fumando; Ramonín está
    de pie en la segunda
    fila, justo detrás de Tourman. El tercero por la
    derecha es Nelín,
    Manuel Sánchez. (…)Debe de estar hecha en Francia,
    a
    donde habrían llegado huyendo de la represión
    de la Revolución
    de Octubre.

    Recuerdo ahora que Ramonín me contó que él
    era el secretario
    del Comité Revolucionario de Gijón en Octubre
    de 1934 y
    que, al fracasar la Revolución, huyó con Luis
    Meana, vicesecretario
    del Comité, a Rengos, en Cangas de Narcea, donde
    vivía
    una hermana de Meana. Allí estuvo hasta Marzo de
    1935. Luego,
    en Avilés, gracias al capitán de la marina
    mercante Santiago Cifuentes
    Díaz, fusilado más tarde por los franquistas
    junto a su hijo,
    pudo embarcar y llegar a Bilbao, de donde pasó a
    Francia,
    refugiándose en París hasta la amnistía
    del Frente Popular.

    (…) José Tourman, del que, con quince o dieciséis
    años edad, hay alguna referencia que le sitúa
    trabajando en la construcción y, posteriormente,
    en la Fábrica de Moreda. Resultó excluido
    del reemplazo de 1910, por lo que
    no hizo el servicio militar. Creo que para no perder la
    nacionalidad
    francesa, se presentó en Burdeos para inscribirse
    en el
    ejército francés, pero también resultó
    excluido. En 1915, José
    Tourman formó parte, en representación de
    las sociedades
    obreras, de los tribunales industriales encargados de dirimir
    los
    pleitos entre trabajadores y empresarios. Entre los demás
    miembros
    obreros de esos tribunales en Gijón cabe citar, en
    esas
    mismas fechas, a los socialistas Wenceslao Carrillo y Leoncio
    García Moriyón. En Mayo de 1918, Tourman firmó,
    como secretario
    del sindicato de albañiles El Progreso, una nota
    llamando al
    boicot a una obra que se realizaba en la calle Numa Guilhou,
    de
    Gijón. Ese mismo año se inició la reorganización
    del sindicato La
    Cantábrica, de los obreros portuarios, el cual tras
    las durísimas
    huelgas mantenidas en los primeros años del siglo
    XX, llevaba
    desde 1910 sin funcionar. Se nombró una directiva
    provisional,
    presidida por Generoso Laviada, y en ella estaba también
    Tourman
    como vicesecretario.

    En este sentido, me parece que tiene interés reproducir
    una
    nota publicada en El Noroeste, firmada por Tourman, en la
    que
    se llamaba a los trabajadores a afiliarse y a que asistiesen
    a una
    asamblea. Decía así:

    “Compañeros: Hace ocho años que esta
    Sociedad ha desaparecido
    de la vida activa por defender una causa justa, una
    causa noble, una causa santa: por defender a dos compañeros
    de la tiranía de un patrono. Hace ocho años
    que un puñado de
    luchadores conscientes vienen sufriendo un verdadero calvario,
    por no querer doblegarse a los caprichos de cuatro explotadores.
    Pues bien; hace ocho años, día por día,
    que ese puñado de
    luchadores no han perdido ni por un momento las esperanzas,
    a
    pesar de cuantos intentos han hecho; y, en repetidas ocasiones,
    al ver sus ensueños realizados, al ver desaparecer
    esa pesadilla
    que por espacio de tantos años no les abandonó
    un solo momento,
    y al ver desaparecer esa mal llamada plantilla patronal,
    compuesta por un puñado de individuos que, sin darse
    cuenta
    unos, y por instinto de maldad otros, nos están causando
    tanto
    daño a nosotros y a ellos mismos.

    Ahora bien, compañeros: reorganizada esta Sociedad
    de
    nuevo, y contando con el apoyo de la organización
    obrera de la
    localidad, federada con la Confederación Nacional
    del Trabajo y
    con la Federación de Obreros de la Navegación
    y Transportes
    de España, os invitamos a todos los que no lo hayáis
    hecho aún,
    a engrosar las filas de la misma, en la inteligencia de
    que, de no
    hacerlo en un plazo relativamente corto, habréis
    de lamentarlo,
    quizá cuando el mal no tenga remedio, pues es necesario
    que
    sepáis que, en un día no lejano, la labor
    que la organización
    obrera viene haciendo, dará beneficiosos resultados
    y La Cantábrica
    volverá a ser, no lo que fue, no, sino que se hará
    respetar
    de todos.

    Al mismo tiempo, se os convoca para que asistáis
    a una
    asamblea que se celebrará hoy domingo, a las diez
    de la mañana,
    para enteraros de asuntos de extraordinaria importancia
    y de
    última hora.”

    Miembro del Comité Pro-Presos de Gijón, que
    en algún momento
    llegó a presidir, Tourman colaboró en la organización
    de
    numerosos actos en solidaridad con los obreros detenidos
    y
    continuó con su actividad en La Cantábrica.
    A consecuencia de
    la represión que siguió a la huelga de transportes,
    con gran incidencia
    en la actividad portuaria gijonesa, Tourman fue detenido
    y conducido a la cárcel de Oviedo. Ya era un sindicalista
    destacado
    y, por lo tanto, merecedor de un castigo ejemplarizante.
    Ni
    siquiera el contar con el favor del influyente periódico
    El Noroeste,
    afín a las ideas reformistas de Melquiades Alvarez,
    en cuyas
    páginas se publicaban las constantes notas de denuncia
    que
    enviaban sus compañeros de la CNT, sirvió
    para impedir la injusta
    actuación gubernativa ni atenuar los rigores carcelarios.
    En la
    cárcel de Oviedo permaneció aislado e incomunicado,
    no obstante
    que no hubiera ni acusación ni proceso judicial abierto
    contra él. Luego, las autoridades, el gobernador
    civil, creyeron
    que Tourman podría ser considerado un desertor del
    ejército
    francés y que si lo entregaban al país vecino,
    le fusilarían. Caminando
    por la carretera, escoltado por la pareja de la guardia
    civil,
    de prisión en prisión, fue conducido hasta
    San Sebastián. Allí
    se comprobó que la acusación de deserción
    era falsa, pero en
    vez de ponerlo en libertad, le condujeron a Barcelona. José
    Tourman
    estaba casado con Consuelo García y tenía
    dos hijas. Para
    vivir, dependían del sueldo de Tourman, por lo que
    si estaba preso,
    no había ingresos: castigo completo.

    A finales de Junio de 1921, se celebró en el centro
    obrero de
    la CNT de Gijón, situado entonces en la calle Cabrales,
    el primer
    congreso nacional del Sindicato de Transportes Marítimos
    y Terrestres.
    Acudieron delegados de numerosas localidades españolas
    y se recibieron adhesiones de otras más. En la mesa
    presidencial
    de la sesión previa, dedicada a verificar los justificantes
    de los delegados, estaban los conocidos sindicalistas gijoneses
    Machargo y Tourman, que, en días sucesivos, desempeñaron
    el
    papel de secretarios en la mesa que dirigió las deliberaciones.
    Fueron diecisiete los puntos que se sometieron a debate
    agrupados
    en cinco ponencias. Este sindicato, al que no pertenecían
    los trabajadores de ferrocarriles, contaba en 1932 con 1.600
    afiliados
    en Gijón.

    En Septiembre de 1921, Tourman volvió a ser encarcelado
    por orden del gobernador civil. Se repitieron otra vez los
    mismos
    abusos y extralimitaciones y, de nuevo, El Noroeste acogió
    en
    sus páginas las protestas de los cenetistas. Preso
    e incomunicado,
    durante unos días nada se supo de él; hasta
    que el gobernador
    civil informó a los periodistas que había
    sido expulsado de
    España y entregado a las autoridades francesas. En
    respuesta a
    ese abuso tan grande, El Noroeste publicó en portada
    una editorial
    titulada: “Celo de buen Gobierno. Los conflictos sociales
    en
    Asturias.” En esa editorial se criticaba duramente
    al gobernador
    civil, un tal Novoa, del que se afirmaba que era incapaz
    de propiciar
    acuerdos que pusieran fin a huelgas prolongadas, como la
    de los 600 mineros de Teverga, la de los 2.000 trabajadores
    de
    la Duro Felguera o la de los panaderos de Sama. Decía
    el editorial
    que el gobernador civil, a pesar de la ruina económica
    y el
    hambre que provocaban esos conflictos, no era partidario
    de intervenir
    en los litigios entre capital y trabajo. Sin embargo, El
    Noroeste
    ponía de manifiesto y denunciaba el gran interés
    que había
    puesto ese mismo gobernador en desterrar “a ese infeliz
    obrero Tourman” por ser un sindicalista no grato.
    El editorialista
    tomó partido claramente y afirmó que Tourman
    ni era extranjero,
    por ser hijo de española y nacido en España,
    ni se podía justificar
    su expulsión, por lo que se trataba de un procedimiento
    indigno
    de una nación liberal. Terminaba la editorial diciendo
    que
    el tal Novoa, gobernador civil de Asturias, como era (y
    es) natural,
    seguía a lo suyo y no hacía ni caso de lo
    que se decía en El
    Noroeste, dirigido ya por Antonio L. Oliveros.

    La última referencia de José Tourman que pude
    encontrar estaba
    fechada en Mayo de 1923. Desempeñaba Tourman entonces
    el cargo de secretario general del Sindicato de la Construcción.
    A finales de ese mes, Fernando González Regueral,
    ex
    gobernador civil de Vizcaya, fue asesinado a tiros en León.
    En Bilbao
    ya había sufrido otro atentado que le costó
    la vida a uno de
    los hombres de la escolta. La policía sospechaba
    que los pistoleros
    habían huido hacia Asturias y procedió a hacer
    una redada
    entre los dirigentes de la CNT, incluido Tourman, a pesar
    de que
    todos ellos habían sido vistos en la ciudad el día
    del atentado.
    Exiliado en Francia, Tourman regresó a Gijón
    con la instauración
    de la II República. Parece ser que tenía algún
    contencioso
    pendiente con Marcelino Suárez, otro dirigente de
    la CNT gijonesa.
    En este sentido, se creó una comisión que
    se encargó de investigar
    y aclarar el asunto, pero cuyas conclusiones, si es que
    las hubo, las desconozco. Tourman debió de pasar
    poco más de
    una año en Gijón, antes de regresar de nuevo
    a París, porque
    cuando murió su madre, Manuela Alvarez, que falleció
    en Gijón,
    en Diciembre de 1932, a la edad de 67 años; su hijo,
    José Tourman
    figuraba en la esquela como asunte; es decir, que ya no
    vivía
    en Gijón.

    Al estallar la guerra en Julio de 1936, Tourman regresó
    a Gijón
    y fue nombrado Consejero de Industria del gobierno de Asturias
    y León. Ramón Alvarez Palomo dice que también
    desempeñó durante
    la guerra el cargo de delegado gobernativo en Langreo.
    El nieto de Tourman me envió una fotocopia del permiso
    de entrada
    en Francia a favor de José Tourman, su mujer e hijas.
    Había
    sido expedido por el cónsul en Gijón a primeros
    de Septiembre
    de 1937, en plena ofensiva nacionalista sobre Asturias.
    Sería entonces, y no en Agosto de 1936 como declaró
    al juez
    militar, cuando su mujer y sus dos hijas saldrían
    evacuadas,
    junto con miles de personas, en alguno de los barcos que
    tras
    conseguir forzar el bloqueo regresaban a Francia cargados
    de
    refugiados. José Tourman aguantó como los
    demás hasta el último
    momento: la noche del veinte al veintiuno de Octubre de
    1937. Embarcó entonces en el Mont Seny con la idea
    de llegar
    a Francia y pasar a Cataluña. Pero este barco fue
    capturado
    por la Marina nacionalista y todos los que iban a bordo,
    hechos
    prisioneros.

    (…)He escrito lo mejor que supe y pude sobre la vida
    de tres hombres del pueblo que lo dieron todo en la lucha
    por un mundo mejor, por una sociedad diferente. Tres hombres
    que, junto con tantos otros, protagonizaron un combate permanente
    por la Libertad y por la justicia social. Tres hombres que
    tuvieron que enfrentarse de forma continuada a una patronal
    que, en palabras de Oliveros, el que fuera director de El
    Noroeste,
    estaba ayuna de toda preparación intelectual moderna
    y
    con un lastre de ideas regresivas en el cerebro que le impedía
    asomarse a la realidad del mundo nuevo en marcha.
    Escribía Ricardo Mella en El Libertario, aquí,
    en Gijón, en
    1912, unas palabras que yo repito hoy con él, que
    hago mías por
    encontrarlas tan acertadas y adecuadas:

    “No somos devotos de las efemérides ni adoramos
    en los
    hombres, vivos o muertos. Los sucesos y los hombres pasan;
    las ideas quedan. Mirar al pasado, vivir de recuerdos, plañir
    por
    lo perdido es detenerse en el camino y sumirse en la inacción.
    Mirar hacia el porvenir y correr sin tregua tras él,
    es de hombres
    de acción y de pensamiento, reñidos con el
    nirvana contemplativo.
    Todos los días son buenos para tener presentes los
    asesinatos
    y las infamias gubernamentales, los latrocinios y las torturas
    del capitalismo. Cada minuto que pasa, se marca en el
    tiempo que corre con un hecho vandálico, con un dolor
    infinito
    de la multitud sufriente. Los mártires ignorados
    son millones.
    Las angustias que matan, incontables son.”

    Lo mismo que Mella entonces, también me pregunto
    yo hoy:
    ¿Adónde nos conduce la vesanía del
    capitalismo y del gubernamentalismo
    triunfantes, ensoberbecidos, sanguinarios y bárbaramente
    crueles?
    Y como él hace un siglo, afirmo de igual modo yo
    que todos
    los días son aquel 14 de Julio de 1938. Que no se
    puede aceptar
    pacientemente tanta explotación, injusticia, opresión,
    abuso, incompetencia
    e impunidad. Que hay que ser libre y rebelarse y
    luchar por la Libertad y por nuestros derechos de seres
    humanos,
    aquí, para todos y en todas partes.


     

  • Asturias Republicana – SEGUNDA REPUBLICA

    Informe emitido por el Comité de célula
    del “Císcar” al Comité de Flota.

    Número de dotación 193. Su estado político
    es el siguiente:

    Dudosos: 3
    Gubernamental: 8
    Antifascistas: 43
    PNV: 15
    ANV: 7
    Izq. Republicana: 4
    PSOE: 2
    PCE: 85 + 3 simpatizantes
    JSU: 3
    FAI: 1
    Juvent. Libertarias: 1
    STV: 10 (varios militantes del PNV y ANV)
    UGT: 11 (varios militantes del PCE)
    CNT: 5 (algún militante del PCE)

    Al mismo tiempo, se están formando
    patrocinadas por el Partido las JSU y existe un grupo numerosísimo
    del SRI que le hacen recaudar cantidades superiores a 2.000
    pesetas.

    El estado antifascista de la dotación
    del buque es excelente quedando solamente grupos que, aunque
    disciplinados y cumplidores de las órdenes de los
    mandos, las acogen con censuras debido a la inseguridad
    tenida en el Estado Mayor y Mando.

    MANDO DEL BUQUE.- El comandante pertenece
    al P. Comunista; su relación con la dotación
    deja algo que desear, no simpatizando con ella;
    es cumplidor
    y hace cumplir las órdenes con disciplina, ignorando
    hasta que punto es competente en táctica naval.

    DELEGADO POLÍTICO.- No existe en el
    buque, aunque ficticiamente está ocupado ese puesto
    por el Sr. Noreña; por esa causa se han presentado
    y siguen presentándose problemas que al intentar
    resolverlos por los mandos y E. Mayor han dado pruebas de
    su falta de táctica política, originándose
    las discordias que se notan entre la dotación.

    ESTADO MAYOR.- La opinión que hay
    a bordo de este organismo es pésima,
    siendo de
    notar el deseo de la dotación de no estar inactiva,
    achacándose todo al E.M. y teniendo que sufrir al
    mismo tiempo los efectos de la mala opinión pública
    sin que una sola vez este Alto Mando salga en defensa ni
    aun lo amortigua; debiendo significarse si algún
    individuo de los que integran las dotaciones de los buques
    en el caso de necesitar apoyo o ventilar algo de este Mando,
    no es atendido debidamente.

    En lo que respecta al estado sanitario, sobresale
    la enfermedad venérea y la incapacidad o falta de
    voluntad del médico, quedando considerado en el grupo
    de dudosos.

    INFORME TÉCNICO.- Este buque, por
    haber sido entregado el 24 de Octubre del año 1936,
    su casco se puede considerar como nuevo en lo que respecta
    a su estado general,
    estando hoy sucio exteriormente
    (necesitando entrar en dique). Sus máquinas pueden
    entrar en el mismo estado de vida del buque, aunque con
    desgastes superiores a lo que le correspondía normalmente
    debido a la mala calidad de algunos materiales y excesivo
    trabajo efectuado por este buque en aguas de Levante. Sus
    características son: potencia, 44.000 caballos que
    dan un máximo de 35 millas, siendo de opinión
    de la parte técnica de la célula que recargando
    las seguridades de las calderas podría aumentar algo
    su velocidad. Este buque se entregó con muchas
    faltas en los cargos.

    ARTILLERÍA.- Esta reúne excelentes
    condiciones por ser nueva de construcción y de gran
    ángulo,
    observándose alguna deficiencia
    en su conjunto con la dirección de tiro por carecer
    el buque de ésta; no obstante, podría conseguirse
    subsanar algunas de estas deficiencias colocándole
    a la dirección auxiliar una red eléctrica
    que dé fuego a la vez a los cuatro cañones.
    Los cañones carecen de aro de demora, siendo necesario
    para mayor eficacia artillera la colocación de éstos.

    MUNICIONES.- En el cargo del buque en tiempo
    de paz corresponden 750 proyectiles de distinta clasificación,
    existiendo en tiempo de guerra un sobrecargo de 1.000. Actualmente
    tenemos a bordo 220 que en caso de un combate en un tiempo
    máximo de 5 minutos nos quedaríamos sin munición.

    En lo que respecta a estopines, se carece a bordo de un
    número necesario, debiendo tener en cuenta que al
    enviar municiones vengan éstas con estopines eléctricos.

    TORPEDOS.- Por ser los montajes de torpedos
    de nueva construcción, funcionan perfectamente,

    no obstante, carecemos de una dirección de tiro completa,
    por la cual el tiro de noche se podría (hacer) a
    la perfección, dando entonces la efectividad necesaria
    a los montajes, pues ahora, por tener que funcionar sin
    este mecanismo que, junto con una buena instalación
    eléctrica con unos buenos aparatos, nos daría
    mayor eficacia. De día ya no hay tanta dificultad,
    por lo tanto, podemos disparar los montajes individualmente
    sin restar eficacia al lanzamiento de torpedos.

    CARGAS DE PROFUNDIDAD.- Para un tiro perfecto
    de cargas contra submarinos tenemos una gran necesidad de
    dotar al barco de unos aparatos llamados “lanza cargas”
    ,
    los cuales, colocados en cada banda, pueden lanzar la carga
    a una distancia determinada, pues el “lanza cargas”
    de que disponemos tiene el inconveniente de que para que
    el lanzamiento resulte eficaz tiene que colocarse el barco
    muy cerca del submarino, lo cual es peligrosísimo
    para el buque.

    ELECTRICIDAD.- Falta este informe (se dará).

    MUY RESERVADO.- Datos después de la
    última operación del día 10.
    Han mejorado mucho las relaciones entre la dotación,
    comandante, 2º comandante y jefe de Estado Mayor (los
    rusos).

    Se han notado las deficiencias en la parte eléctrica
    en relación con el tiro de los cañones y en
    las guardias de vigilancia de cubierta, como también
    en la suciedad del casco. Se gastaron municiones de cañón,
    quedando muy poca de ella.

    Es de notar que en el buque hay muy poco material de
    repuesto, cosa que se nota en los trabajos de electricidad
    y de máquinas.

    A bordo, en El Musel, 12 de Agosto de 1937.

    Mandos del “Císcar” y adscripción
    política:

    Comandante, Juan Antonio Castro Izaguirre.
    PCE
    2º Comandante, José R. Martínez García.
    Gubernamental
    Oficial, Rafael Menchaca Ugalde. PCE
    Id. Enrique Bilbao Bilbao. PSOE-UGT
    Id. Antonio Fernández Santos. PCE-UGT
    Capitán médico, José Monmeu Ferrer.
    (Desconfianza)
    2º Maquinista, Adolfo Babio Arroyo. Antifascista
    3º Maquinista, Feliciano Vila Otero. Id.
    Id. Nicanor Lanao Cusi. PCE
    Id. Jesús Gil Palero. Antifascista
    Id. Basilio Manivesa del Río. PCE
    Id. Ramón Laboríe Solano. PCE
    Id. Manuel Fernández Rosado. Antifascista
    2º Mqnista. Naval, Justo del Río Goiriena. UGT
    Id. Id. Juan M. Ordorica González PNV-UGT
    Auxiliar Máquinas, Rafael López Pineda. Gubernamental
    Id. Id. José Barros Castro. Id.
    Id. Id. Guillermo Mera Cid. Id.
    Auxiliar 1º Naval, Manuel Saavedra Basoa. Id.
    Id. 2º Id. Juan Buhigas Bas. Id.
    Id. Artillería, Manuel Ruiz Vázquez. PCE
    Aux. Electr. y Torp. Pedro Acosta Rivera. (Desconfianza)
    Id. Id. Id. José Campoy Ureña. Gubernamental
    Auxiliar Torpedos, Juan F. Tornell Gómez Antifascista
    Id. Oficinas, José Mª Irusta Mendieta. PNV-STV
    Id. Sanidad, Anastasio Arbe Oleagoitia. STV
    Id. Radio, Francisco López Estrella. Antifascista
    Id. 2º C.A.S.T. Isidoro Ojaos Gálvez. PCE

     

  • Asturias Republicana – SEGUNDA REPUBLICA

    Grupo
    de prisioneras de Saturrarán con alguno de
    sus hijos en Septiembre de 1942 (Archivo de E. Piñero).

    Prisioneras de Saturrarán con seis de las monjas
    guardianas en Septiembre de 1942 (Archivo de E. Piñero).

    Hijos de las prisioneras con algunas monjas guardianas
    en Septiembre de 1942 (Archivo de E. Piñero).



    Puerta de entrada a la prisión
    .
    La comunidad de

    la prisión celebra la fiesta del Corpus y las
    reclusas son obligadas a ir a la pro cesión.



    “Pabellón Celular” o celdas de
    castigo.

    En el eran internadas las prisioneras que llegaban
    en espediciones, permanecian en el su tiempo reglamentario,
    para despues pasar a los pabellones. Durante su permanencia
    en él mismo, eran sometidas a ferrea disciplina
    y la falta mas insignificante era castigada con crueldad
    en los sotanos, dándoles como único
    alimento “pan y agua”.



    Pabellón nº 6 Salas y Comedores
    La procesión a su paso por el pabellón
    nº 6. En una de sus salas se hallaba la compañera
    “Rusa” que al mando de una “Brigada
    Internacional” vino a España y fue hecha
    prisionera en los frentes de Guadalajara. En un consejo
    de Guerra sumarísimo fué condenada a
    muerte, conmutándole la pena, por la de reclusión
    perpetua. En la primera expedición salio desterrada
    a las Islas Canarias.


    Pabellón de las Ancianas
    El número de “Ancianas” era muy
    elevado en Saturrarán, con edades de 60 a 80
    años. Con condenas de 30 años y reclusión
    perpetua. Fue admirable el temple de estas “Heroicas
    Mujeres”. La dura disciplina no quebranto su
    idela.


    Pabellón nº 8. Talleres – Capilla –
    Enfermería

    En el Pabellón nº 8 habia 6 grandes salas.
    Uno de sus pisos lo ocupaban las “Madres”,
    mujeres que habian tenidos sus hijos detro de la prisión.
    En la enfermería de Saturrarán nacio
    una niña hija de una valerosa miliciana “Asturiana”.



    Misa de Campaña el día de la “Merced”
    El personal penitenciario celebra la fiesta de la
    “Patrona de los Cautivos”.

    Cuadro Artístico de Saturrarán.

  • Asturias Republicana – SEGUNDA REPUBLICA


    En las últimas horas del día veinte de
    Octubre de 1937, los requetés de las brigadas
    Navarras que mandaba el general Solchaga habían
    sobrepasado ligeramente Villaviciosa en su avance hacia
    Gijón. Ese mismo día, el gobierno de Asturias
    y León, reunido bajo al presidencia de Belarmino
    Tomás, acordó por unanimidad ordenar la
    evacuación por mar.
    Se cursaron las órdenes para que el mayor número posible
    de fuerzas del ejército republicano del Norte,
    así como funcionarios y miembros de los partidos
    y sindicatos del Frente Popular, se dirigiesen al anochecer
    hacia los puertos de la zona de costa comprendida entre
    Gijón y Avilés para embarcar con rumbo
    a Francia. Así mismo, se dieron instrucciones
    para la destrucción de todas las industrias estratégicas
    y de guerra, medios de transporte y documentación
    de interés.

    A
    las cinco de la tarde de ese veinte de Octubre, partían
    del puerto de El Musel a bordo del “Torpedero
    nº 3” la cúpula militar y algunos
    dirigentes políticos. Horas más tarde,
    Belarmino Tomás y la casi totalidad de los miembros
    del gobierno de Asturias y León, junto con otras
    personas, zarpaban de ese mismo puerto en el pesquero
    “Abascal”.
    Ambos buques conseguirían
    arribar a puertos franceses sin novedad. Otras sesenta
    embarcaciones de todo tipo también lograrían
    alcanzar las costas francesas del Atlántico.
    En su mayoría, eran pequeños pesqueros
    que iban abarrotados de milicianos y civiles. Otros
    barcos y lanchas, en un total aproximado de veintiséis,
    fueron apresados por la Marina nacionalista que bloqueaba
    la costa. Los avatares de unos y otros han sido relatados
    con detalle en el mencionado libro “Asturias,
    Octubre del 37: ¡El “Cervera” a la
    vista!”

    Mas
    en la zona republicana de Asturias no llegó a
    producirse un vacío de poder. Ausentes las autoridades
    políticas y militares, recayó el mando
    en el coronel de Artillería Franco Mussió.

    Este coronel era el director de la Fábrica de
    Trubia cuando se inició la sublevación
    militar en Africa. Mientras el coronel Aranda se sumaba
    a la sublevación y conseguía dominar Oviedo,
    el coronel Franco se mantuvo leal y la Fábrica
    de Cañones de Trubia estuvo funcionando al servicio
    de las fuerzas republicanas hasta el útlimo día.
    A pesar de disponer de una orden de embarque, el coronel
    Franco se negó a hacerlo y asumió su responsabilidad.
    Hay un gran paralelismo entre la actitud de este coronel
    y la que un año y medio más tarde mantendría
    en similares circunstancias el general republicano Antonio
    Escobar. El destino de ambos sería idéntico:
    el pelotón de fusilamiento.



    El coronel Franco Mussió

    Las
    tareas que se marca el coronel Franco Mussió
    son elementales y limitadas: mantenimiento del orden,
    evitando que se produzcan víctimas, y tratar
    de que a última hora no se cometan desmanes ni
    destrucciones. Le auxilian en su misión los comandantes
    Bertrand y Espiñeira, los capitanes Revilla y
    Bonet, el teniente Alau y otros
    . Una de las primeras
    medidas que toma es ordenar a los batallones que estaban
    en Gijón que se dirigiesen hacia Avilés
    para evitar cualquier intento de resistencia a la entrada
    nacionalista en la ciudad. No da la orden de destrucción
    de fábricas y minas, retrasándola y sustituyéndola
    en algunos casos por la de “inutilización
    temporal”, lo que contribuye a crear confusión
    y a que, en último término, no se lleve
    a cabo. Ordena la puesta en libertad de los presos,
    entregándoseles algunas armas para que contribuyan
    al mantenimiento del orden hasta la entrada de las tropas
    nacionalistas. Envía al encuentro de las columnas
    que avanzan desde Villaviciosa al capitán Altuna
    junto con un aviador alemán que estaba preso
    en Gijón para que atestiguara lo que estaba sucediendo.

    En los tejados de las casas se colocan banderas blancas
    y se mantienen funcionando los servicios indispensables
    de la ciudad y de las fábricas. Por último,
    el coronel Franco Mussió dio la orden de rendición
    a los frentes.

    A
    las once y media de la mañana del día
    21, el dirigente de la Falange de Avilés, Márquez,
    estableció contacto por radio desde Gijón
    con el Estado Mayor del VIII Cuerpo de Ejército
    nacionalista.
    A partir del mediodía, varias
    escuadrillas de aparatos nacionalistas sobrevolaron
    reiteradamente Gijón a baja altura. A las tres
    y media de la tarde, un grupo de oficiales franquistas,
    acompañados de requetés, se entrevistó
    con los mandos republicanos. La ciudad está ya
    en manos de la “quinta columna”, es decir,
    de derechistas que hasta entonces estaban presos o escondidos,
    y de gentes que cambian de chaqueta, a los que se suman
    los que empiezan a hacer méritos para congraciarse
    con los que van a ser los nuevos amos de la situación.

    La
    IV Brigada de Navarra entró en Gijón por
    Somió sin disparar un solo tiro.
    El cronista
    oficial de las operaciones del ejército de Franco,
    que firmaba bajo el seudónimo de El Tebib Arrumi,
    lo contaba de esta manera:

    «(…)La
    Cuarta Brigada de Navarra, que es la que más
    cerca se hallaba de Gijón, emprendió la
    marcha a las ocho de la mañana, y en sólo
    cinco horas cubrió los 36 kilómetros que
    la separaban. Treinta y seis, porque estaban volados
    varios puentes y fue preciso hacer un largo rodeo por
    caminos apartados. El avance fue tan veloz que a las
    cinco de la tarde los requetés se hallaban en
    “El Puentín”.

    Fui
    invitado por el general jefe de las Brigadas a entrar
    en Gijón. Hicimos la entrada junto con Camilo
    Alonso, precedidos por los carros de asalto.
    Gijón
    no nos esperaba tan pronto, y no bien comenzaron a entrar
    las primeras fuerzas, el entusiasmo se desbordó…»

    A
    las seis de la tarde, el coronel Franco hacía
    entrega del mando de toda la Asturias republicana al
    coronel Camilo Alonso, jefe de la IV Brigada de Navarra.

    Se había mantenido el orden durante veinticuatro
    horas, no se habían cometido asesinatos ni desmanes
    de ningún género y tampoco se llevaron
    a cabo las destrucciones planeadas.

    El
    coronel de Artillería José Franco Mussió
    fue sometido a un consejo de guerra de oficiales generales
    que se celebró en Oviedo el día ocho de
    Noviembre de 1937. Junto a él, se sentaron en
    el banquillo otros jefes y oficiales de Artillería
    destinados en la Fábrica de Cañones de
    Trubia. Acusados de traición, fueron condenados
    a pena de muerte y ejecutados cinco días después
    en un campo próximo al “Stádium”
    (Los Catalanes).

    Para
    el resto de la población comenzaba también
    la represión. Los presos y la “quinta columna”,
    antes aún de la entrada de las Brigadas Navarras,
    habían empezado ya con los ajustes de cuentas,
    las detenciones, los apaleamientos, los asesinatos…

    Autoridades
    nacionalistas

    -Gobernador
    Militar de Asturias: General Rafael Latorre Roca.

    -Gobernador
    Civil: Gerardo Caballero.

    –      
    ”           
    ”  Octubre-38: José Ceano Vivas-Sabau
    (coronel de Infantería)

    -Delegado
    Orden Público de Gijón:  Capitán
    de la Guardia Civil José Alonso

    Martínez
    de Celada. Interino: tte G. C Castor Ramos

    -20-3-38
    Nuevo obispo: Manuel Arce Ochotorena

    -Primer
    alcalde interino: Alberto Menéndez Setién
    (estuvo preso hasta la entrada de los nacionales).

    -Delegado
    de Orden Público: Pedro Martínez García.

    -Subdelegado
    de Orden Público: Agustín Tato.

    -Capitán
    Policía Armada: José G. Parreño.

    -Alférez
    de la 42 compañía de Asalto: Fernando
    Rubio de la Riva,

    -Comandante
    militar (Nov.-37): Teniente coronel Eloy Soto Menlle.

    -11-11-37
    Toma posesión sustituyendo al coronel Gerardo
    Mayoral.


    Tte. coronel Cte. Militar de Gijón Javier Soto
    Reguera (o Rivera)

    -3-6-38
    Nuevo Cte. Militar de Gijón: Manuel Tuero Castro,
    coronel del Regimiento de

    Simancas
    (estuvo en defensa Alcazar de Toledo)

    -Comandante
    Militar interino, teniente coronel de Caballería
    Martín Uzquiano.

    -19-7-39
    Delegado Prov. de Justicia y Derecho, Silva Melero

    -Nueva
    Gestora Municipal (8-11-37):

            
    Alcalde:                      
    Paulino Vigón Cortés

            
    Interior y Ceremonial:    Julio Gavito
    Arroyo

            
    Beneficencia/Sanidad:   Avelino González
    Fernández

            
    Cultura:                       
    Antonio Fernández Cobo

            
    Hacienda:                    
    Julián García Cifuentes

             
    Abastos:                     
    Manuel Fernández Sánchez

             
    Luz, Agua y Alcant.:      Oscar
    de la Riera Acebal

             
    Policía Rural:               
    Julio Paquet Cangas

             
    Policía Urbana:             
    Manuel García Manso

    -19-7-39
    Comisario-jefe de la Comisaría Investigación
    y Vigilancia, Juan Sánchez Pérez.

    -Subdelegado
    de Hacienda: R. D. de Lastra, 19-7-39, Altolaguirre.

    -19-7-39
    Aduana, Carlos Rúa Figueroa.

    -Jefe
    Servicios de Intendencia: Comandante Ignacio Sanguesa

    -Jefe
    Local FET y de las JONS: Roberto Paraja. Antes 19-7-39,
    Rodríguez Navia.

    -Delegado
    Local de Prensa y Propaganda: T. Martín Escobar

    -Jefe
    Local del SEU: Guillermo Rodríguez Quirós;
    sede: Cabrales, 49

    -Jefe
    Milicias Flechas, Guillermo Rocha

    – 
    ”        ”      
    Cadetes, Carlos Méndez Cuervo

    -Jefe
    de Centuria: José Manuel Risueño

    -Subdelegado
    del  Llano de FET de JONS: José Luis Moro

    -Delegado
    de Tremañes de   ”     
    ”     ”   
    : Angel González

    Andrés
    Escandón Guardado, jefe de Falange de Luanco.

    Personal
    de servicio el 17-11-37 en la cárcel de El Coto:

    Oficial
    Antonio Valle, inspector de Servicios y Oficina.

    Oficial
    Francisco Fernández, Cocina y Enfermería.

    Guardias:
    José Piñera (Oficina), Angel Casielles
    (diligencias), Alfredo M. Fano (Rastrillo), Higinio
    Marqués (1ª Gal.), Manuel González
    (2ª Gal.), Ovidio Castro (3ª Gal.), Carlos
    Vallina (4ª Gal.).

    Auxiliares:
    Ernesto Linaje, Fco. Sáinz, Luis García,
    Ramón Eufemiano Soto, Emilio Martín Foyaca,
    José Quintela, Fco. Martínez, Tomás
    Carro, Amador Fdez., Pedro Murcia, Ramón Cuervo,
    Benito Fernández, Corsino Menéndez, Manuel
    García, Constantino Vázquez, Fco. Díaz.

    -Directores
    de la cárcel de El Coto:

    Conrado
    Sabugo Collantes,

    Santos
    Ibáñez

    Eduardo
    de Carantoña y Gullón

    Rafael
    Avila Guzmán

    Consejo
    de Guerra. Tribunal Permanente nº 1

    Presidente:
    Comandante Caballería Luis de Vicente

    Fiscal:
    Alférez honorífico del Cuerpo Jurídico
    Antonio Iglesias

    Secretario
    del Consejo: Bonifacio Lorenzo Somonte

    Defensor:
    Capitán Infantería Amable Cerviño

         
    ”        Teniente
    Luis Barreiro Paradela

    Consejo
    de Guerra sumarísimo de oficiales generales.

    Presidente:

    General
    de División, Ambrosio Feijoo Pardiñas.

    Vocales:

    Coronel
    de la Guardia Civil, Pedro Romero.

    Coronel
    de la Guardia Civil, Emilio Cortés.

    Coronel
    de la Guardia Civil, Miguel Arredonda.

    Teniente
    coronel de Artillería, José Mª Fernández
    Ladreda.

    Teniente
    coronel de Caballería, Martín Uzquiano.

    Vocal
    Ponente:

    Brigada
    auditor, Hernán Martín Barbadillo.

    Fiscal:

    Teniente
    auditor, Joaquín Otero Goyanes.

    Defensor:

    Capitán
    de Artillería de Costa, Darío Pérez
    López.

    Otro
    tribunal de oficiales.

    Tribunal:

    Presidente:
    general de División, Ambrosio Feijoo Pardiñas

    Vocales:

       
    Coronel de Infantería Emilio Cortés Reyes

       
    Coronel de Infantería, Alfonso Velayos Valenziaga.

     
      Coronel de Infantería, Miguel Arredonda
    Lorza

       
    Coronel de Artillería, Ginés Montel Martínez.

       
    Teniente coronel de Infantería, César
    Mateos Rivera

    Vocales
    suplentes:

       
    Teniente coronel de Inválidos, Eladio Amigó.

    Vocal
    Ponente:

       
    Auditor de Brigada, Hernán Martín Barbadillo.

    Fiscal:

       
    Teniente Auditor de primera, Joaquín Otero Goyanes.

    Defensor:

       
    Alférez provisional de Infantería, Elías
    González Castaño.

    Otro
    tribunal de oficiales:

    Tribunal:

    Presidente:

    General
    de brigada Angel García Benítez.

    Vocales:

    Coronel
    de Infantería Adolfo Velayos Valenciaga.

    Coronel
    de Infantería José Voyer Méndez.

    Teniente
    coronel de Infantería César Español
    Núñez. 

    Teniente
    coronel de Infantería José Rodríguez
    Abella.

    Teniente
    coronel de Caballería Martín Uzquiano
    Leonard.

    Vocales
    suplentes:

    Coronel
    de Infantería Cecilio Arias Fariña.

    Teniente
    coronel de Infantería Antonio Gómez Iglesias.

    Vocal
    ponente:

    Auditor
    de Brigada Hernán Martín de Barbadillo
    Paúl.

    Fiscal
    Jurídico Militar de la Región:

    Teniente
    auditor de primera Joaquín Otero Goyanes.

    Defensores:

    Capitán
    de Asalto José González Díaz Parreño.

    Capitán
    de Artillería López.

    Capitán
    de Intendencia, Rodríguez Vega.

    Victor
    Manuel Morán Prendes, alférez jurídico
    de los juzgados militares nº 4; 5 y 6

    Alejandro
    Harguindey Salmonte, teniente juez instructor.

    Julio García Rosado, capitán
    honorífico jurídico.

    Miralles,
    Ambrosio Iglesias y Daniel Apilánez Albaina;
    vocal ponente, Valentín Silva.

    16-5-38
    (Lunes)

    SE
    SUSPENDEN LOS CONSEJOS DE GUERRA

    POR
    TRASLADARSE EL TRIBUNAL

    AL
    CAMPO DE CONCENTRACIÓN

    DE
    CAMPOSANCOS (PONTEVEDRA)

    27-5-38

    Presidente:
    Manuel Herbella Zobel

    Vocales:
    Andrés Gutiérrez García, Valentín
    Méndez, Manuel Armesto, Eugenio … Saiz.

    El
    12-12-39, formaban el tribunal del consejo de guerra
    permanente de Oviedo:

    Presidente:
    Eleuterio Velasco Joaquín

    Vocal
    ponente: Valentín Silva Melero.

    Juzgados
    de Gijón.

    Juez:
    Juan Olano de la Torre; secretario: Agustín Eleno
    Luengo.

    Antonio Solares Cabal, juez municipal accidental
    del distrito de Oriente.

    Antonio Pizarro Carrión, secretario.

    Consejo Supremo de Justicia Militar.
    Diciembre de 1941.

    Presidente: R. Del Portal.

    Consejeros: Valdés Cabanilles, Conde
    Pumpido, Topete Urrutia y F. De la Mora.

    Niños
    menores de 15 años naturales de Gijón
    fallecidos por enfermedad en esta ciudad.

    Del
    22-10-37 al 22-11-37                       Comparación
    tiempos normales (1935)

    (Primer
    mes de ocupación nacionalista)           
    Del 21-10-35 al 21-11-35

    Distrito
    de Oriente:               
    55                       
    Distrito de Oriente:                      
    10

    Distrito
    de Occidente:           37                       
    Distrito de Occidente:                  
      8

    Comparación
    con el mes anterior (último del gobierno republicano)

    Del
    20-9-37 al 20-10-37

    Distrito
    de Oriente:               
    26

    Distrito
    de Occidente:           22

    José
    Enrique Llera Iglesias: “Dentro del mal, los que
    estábamos en la Plaza de Toros teníamos
    cierta seguridad.”


    José Enrique Llera en 1942

    (Texto
    extraído de las memorias manuscritas inéditas
    tituladas: “Prisionero del odio”)

    «Pertenecía
    como soldado al Batallón “Asturias”
    nº 218 que mandaba Tano “el de Olloniego”,
    uno de los comandantes que aguantó en el frente
    hasta el último momento y no abandonó
    a sus tropas como otros. Veníamos retrocediendo
    del frente de Arriondas.

    Un
    grupo de cuatro amigos nos teníamos marcada una
    meta: llegar a Gijón antes de la rendición
    a ver si podíamos coger un barco con el que llegar
    a Francia, pasar de nuevo a España por la frontera
    de Cataluña, incorporarnos al ejército
    de la República y seguir luchando.
    Después
    de mil peripecias y al cabo de dos días, alimentándonos
    con manzanas y castañas, llegamos a Gijón
    la noche del diecinueve o el veinte de Octubre.

    En
    Gijón, el espectáculo era dantesco, con
    el gran resplandor de los depósitos de gasolina
    de la CAMPSA incendiados iluminando a la ciudad en tinieblas.
    Por las calles había personal civil y soldados
    por miles. Unos, con la ilusión de embarcar;
    otros, que se marchaban para los pueblos de los alrededores
    y, otros más, a esconderse donde buenamente pudiesen.

    Había una psicosis general de miedo a la represión;
    era como un presentimiento que, fatalmente, se cumplió.
    Fueron muchos los miles que, unos por las “chekas”
    de Falange y otros en consejos de guerra sumarísimos,
    perdieron la vida.

    A
    la entrada de Gijón nos dividimos en dos grupos.
    Dos compañeros de Mieres, de los que nunca más
    volví a saber nada, se dirigieron directamente
    para El Muelle, mientras que el otro y yo nos fuimos
    para su casa. Gran alegría llevó su madre
    al verle llegar. Nos dio de cenar y, mientras cenábamos,
    teníamos los pies metidos en agua caliente con
    sal, lo cual, como estaban llenos de llagas de tanto
    caminar, nos sirvió de gran alivio.

    Cuando
    nos dispusimos a partir, la madre, llorando y suplicando,
    se plantó en la puerta y consiguió convencer
    a su hijo para que se quedara. Marché, pues,
    solo; desde Ceares en dirección al Muelle. Había
    guerreras y gorras militares tiradas por doquier
    .
    Los urinarios que había en el Paseo de Begoña
    estaban atiborrados de ellas.

    Una
    vez en El Muelle, me puse en una larga cola que había
    para subir al “María Elena”,
    un barco del gobierno de Euzkadi que llevaba varios
    meses en el puerto. Faltarían unas veinte personas
    para llegarme el turno para embarcar, cuando se formó
    un tiroteo. En medio de un gran desconcierto, todo el
    mundo echó a correr, y yo me refugié en
    un portal. Cuando renació la calma y volví
    a la zona de embarque, el “María Elena”
    ya había levado anclas, retirado la pasarela,
    y, poco a poco, se alejaba del muelle, iniciando una
    singladura que le llevaría a su meta. Años
    después, supe que este barco, sobrecargado como
    estaba y con una gran vía de agua en una de sus
    bodegas, logró llegar a Francia, hundiéndose
    pocas horas después en el puerto de Burdeos.

    El
    cansancio era enorme, pero, no obstante, me uní
    a un grupo y partimos caminando hacia El Musel, a ver
    si en este puerto teníamos mejor suerte, pues
    nuestra obsesión era marcharnos a toda costa.
    Mas tampoco allí nos acompañaría
    la fortuna, y ya no hubo forma alguna de embarcar. Agotados
    como estábamos, regresamos a Gijón. Llegamos
    de madrugada, nos sentamos en un portal y nos quedamos
    dormidos. Cuando despertamos era ya de día. Por
    las calles se empezaban a ver grupos armados que por
    la pinta que tenían -unos, con la barba muy crecida,
    y otros, muy pálidos- pensé, y acerté,
    que eran de la “quinta columna” o “emboscados”,
    que así se solía llamar a esta clase de
    elementos.

    En
    vista de lo difícil que se nos ponían
    las cosas, optamos por separarnos y cada uno tiró
    por un lado; además, todos éramos de diferentes
    pueblos de la provincia. Deambulé por Gijón
    de un lado para otro, sin saber qué hacer ni
    a dónde ir. El estómago pedía comida
    y, para engañarle, bebí un vaso de agua
    que me dieron en una casa. Esa noche dormí en
    un agujero entre los escombros de una casa medio destruida.

    Al
    día siguiente, desperté temprano: el hambre
    es mala compañía para dormir. Me dispuse
    a salir de Gijón porque, pensé, manzanas,
    por lo menos, las encontraría. Aquel año
    hubo una de las mayores cosechas de manzana que se conocieron
    en Asturias.

    Cerca
    del puente del río Piles, por la carretera de
    Somió, a ambos lados de la carretera y con un
    estandarte y una bandera al frente, vi dos interminables
    filas de soldados que se dirigían a la ciudad:
    comenzaban a llegar a Gijón las primeras tropas
    de ocupación. Tuve miedo de cruzarme con ellas,
    di media vuelta, y otra vez a deambular por las calles.
    En las aceras de la calle Corrida, junto a la Telefónica,
    se agolpaba la gente. Fui a ver qué ocurría
    y eran las tropas que desfilaban por la principal arteria
    de la villa. A mi lado estaba un muchacho de diecisiete
    años, evadido de Oviedo, que había sido
    soldado del Batallón “Sangre de Octubre”.
    Estaba desmoralizado, como todos: “Ahora -me decía-,
    ¿cómo me presento yo en Oviedo?”
    “¿Y cómo me presento yo en Colunga?”,
    le contesté yo. Porque aunque uno no hubiese
    hecho mal alguno, parecía que se presentía
    el futuro, y el horizonte se veía muy negro.

    En
    la calle Corrida, atravesada de un lado a otro de la
    calle, había una monumental pancarta con el famoso
    eslogan de “¡No pasarán!” Los
    soldados, al pasar desfilando por debajo de ella, unos,
    sonreían, y otros hacían gestos de burla.
    Un sargento, mirando muy serio para la acera, dijo en
    voz alta: “¡Ya estamos pasando!, ¿qué
    nos vais a hacer?” Esto fue para mí ya
    la primera humillación.

    Más
    tarde, anunciaron por unos altavoces que en Los Campos
    se iba a servir comida fría a los miles de milicianos
    que había por las calles. La “fame”
    pudo más que el amor propio, me dirigí
    allí y me puse en la larguísima cola.
    Por fin, me llegó el turno y me dieron lo que
    a todo el mundo: un panecillo, una lata de sardinas
    y dos onzas de chocolate. Todavía no habían
    comenzado las detenciones ni represión alguna.
    Tiempo después, comprendí que lo hacían
    para que nos confiásemos y, después, la
    redada fuese más fructífera, como así
    fue.

    Me
    senté a comer en el suelo y a unos metros vi
    a mi amigo y vecino Enrique Granda. Hacía meses
    que no nos veíamos y el encuentro nos alegró
    mucho. Hablamos largo y tendido de nuestro común
    problema: el regreso a casa. Optamos por coger el toro
    por los cuernos y decidimos partir para Colunga.

    A
    la salida de Gijón, nos encontramos con un guardia
    civil de Colunga que había pasado la guerra defendiendo
    Oviedo.

    -¡Hola!,
    ¡hola! -Nos dijo al vernos-. ¡Vaya parejina!,
    ¿a dónde vais?

    -Pa
    casa -contestamos-.

    -Bueno,
    bueno. En Colunga os quiero yo ver.

    Y
    el guardia civil siguió camino adelante.

    Con
    este precedente, a punto estuvimos de dar la vuelta.
    Pero más que el temor a lo que nos pudiera ocurrir
    podía el ansia de saber algo de nuestras familias.
    Junto a Colunga había un campo de aviación
    y éste y la villa habían sufrido durísimos
    bombardeos de los “Junkers” nazis, y tanto
    mi amigo como yo, hacía tiempo que no sabíamos
    nada de la familia.

    En
    Somió, nos cruzamos con una larguísima
    fila de soldados de Infantería que se dirigían
    a Gijón con sus carros, camiones y mulos. Ocupaban
    toda la calzada y nosotros, cabizbajos y sin apenas
    mirarlos, caminábamos por la cuneta. De repente,
    un teniente nos llama la atención y nos dice:

    -¡Oigan,
    a la bandera se le saluda!

    -¿Con
    qué mano, con la derecha o con la izquierda?
    -Pregunté yo-.

    No
    sé cómo se me ocurrió, pero me
    salió espontáneo.

    -¡Qué
    cínico! ¡Con la derecha! ¡Así!
    -Exclamó el teniente, al mismo tiempo que levantaba
    el brazo extendido y hacía el saludo fascista.

    -¡Qué
    creen ustedes, que están todavía entre
    los rojos! -Añadió.

    Total,
    que levantamos el brazo y seguimos caminando. Pero era
    tal la cantidad de banderas y estandartes que portaban
    que teníamos que ir prácticamente caminando
    con el brazo en alto. Algunos se reían y nos
    llamaban “rojos” e “hijos de puta”.
    Tragando bilis, nos metimos por la primera “caleya”
    que vimos y en una pomarada llenamos la barriga y los
    macutos. Luego, nos tumbamos detrás de una “sebe”
    a esperar pacientemente a que pasara la columna.

    Continuamos
    rumbo a La Providencia y un “Junker”, seguramente
    de reconocimiento, pasó a cincuenta metros por
    encima de nuestras cabezas. Nos tiramos al suelo y nos
    quedamos inmóviles. Se le veían perfectamente
    los tubos de las ametralladoras y al nazi que iba detrás
    de ellas.

    Al
    llegar a Quintueles, salimos a la carretera, y ahí
    terminó nuestro viaje y nuestra libertad. Unos
    soldados de las Brigadas Navarras que estaban jugando
    al fútbol nos llamaron y nos preguntaron si llevábamos
    pase. Al responder negativamente, nos dicen que nos
    lo dará el alférez y un soldado nos manda
    acompañarle hasta una casa situada en el comienzo
    de la bajada al puente de Arroes. Había allí
    una docena de milicianos en fila y, según llamaba
    un soldado que estaba en la puerta, iban entrando de
    uno en uno.

    Me
    puse algo nervioso y pedí permiso para ir a hacer
    mis necesidades. Como nos habían dicho que tuviéramos
    la cartera preparada, aproveché para romper el
    carnet de la CNT y el certificado de las Fuerzas Aéreas
    del Norte de España, en el que figuraba como
    aprobado para hacer el curso de piloto.

    Para
    lo de piloto nos habían reunido en Santander
    hacia el diez de Junio del treinta y siete a unos quinientos
    jóvenes de entre dieciocho y veintidós
    años. La mitad iríamos a Francia y la
    otra mitad a Rusia, a hacer un curso de una duración
    de seis meses, al cabo de los cuales y con sesenta horas
    de vuelo se salía de la academia como sargento
    piloto y te incorporabas a las Fuerzas Aéreas
    de la República. El viaje lo íbamos a
    hacer en el trasatlántico francés “Lafayette”,
    que ya estaba anclado en el puerto. La ofensiva fascista
    sobre Reinosa echó por tierra todos esos planes.

    Me
    llamaron y entregué al alférez de las
    Brigadas Navarras la cartera con algunas fotos, documentos
    sin importancia y “belarminos”, los billetes
    de banco del Consejo de Asturias y León. Tenía
    también cuarenta y ocho pesetas en monedas de
    plata, y esas no las entregué. Me pasaron a la
    parte posterior de la casa, un patio y un gallinero
    bastante amplios, que estaban repletos de camaradas
    de distintos batallones. Al oscurecer, nos sacaron a
    la carretera y nos llevaron formados a un lagar, a unos
    cien metros, donde nos encerraron. Por la noche, nos
    llamaron y nos devolvieron las carteras, sin que en
    la mía notara falta alguna.

    Al
    día siguiente, como no nos daban nada de comer,
    pedimos permiso al soldado de guardia y cogimos manzanas
    de una pomarada que había frente al lagar. Por
    la tarde, uno de los soldados se puso a escribir una
    carta y nos preguntó cómo se llamaba aquel
    pueblo. Charlamos un rato con él y le contamos
    el tiempo que llevábamos comiendo sólo
    manzanas, y la “tristeza” que nuestros estómagos
    tenían. Nos llevó con él a la casa
    que hacía de cuartel, sacó de su mochila
    dos chuscos bastante duros y dos latas de conserva y
    nos los dio. Lo devoramos todo sin pestañear,
    y el pan nos sabía igual que recién cocido.

    Todos
    estos soldados de las Brigadas Navarras, en la parte
    izquierda de la guerrera, a la altura del corazón,
    llevaban prendida una medalla del “Corazón
    de Jesús” con esta inscripción:
    “¡Detente bala!” Esto demuestra el
    fanatismo que por aquellos tiempos tenían estas
    tropas.

    Llevábamos
    ya dos días encerrados en el lagar y seguían
    sin darnos de comer, por lo que nos teníamos
    que arreglar con las manzanas de la pomarada próxima.
    Continuaban llegando más milicianos, seríamos
    más de cien, y el lagar era insuficiente para
    acogernos y no había espacio ni para poder sentarse.
    Entonces, nos sacaron, nos formaron en columna de tres
    y con fuerte escolta emprendimos el regreso a Gijón.

    Nos
    llevaron a la Plaza de Toros, donde había miles
    de camaradas en la misma situación que nosotros.
    También había prisioneros en El Cerillero,
    La Iglesiona, El Coto, Falange y en las cuadras del
    cuartel de la Guardia Civil de Los Campos. Por las noches,
    sentíamos tiros y ráfagas de ametralladora
    y creíamos que eran partisanos: ¡qué
    equivocados estábamos! Los disparos eran en la
    playa, en La Providencia o en el cementerio de Ceares,
    lugares preferidos por las “chekas” (de
    Falange) para efectuar sus asesinatos. De La Iglesiona,
    por camiones sacaban a los prisioneros para asesinarles
    en Ceares. La brutal, salvaje y ensañada represión
    sobre el vencido comenzaba así en Gijón.

    Dentro
    del mal, los que estábamos en la Plaza de Toros
    teníamos cierta seguridad. Dos o tres veces que
    fueron los de las “chekas” a sacar presos
    y los militares que estaban de guardia los despacharon
    de mala manera.
    Una de las veces, en pleno día,
    un teniente les llamó asesinos y les dijo que
    si no se marchaban inmediatamente ordenaba a sus soldados
    hacer fuego sobre ellos. Estos hechos ocurrieron en
    la calle, frente a la entrada principal de la Plaza.
    Lo vimos todos los que estábamos paseando por
    la parte interior de la verja, porque hasta por la noche
    no nos cerraban dentro de la Plaza. Dormíamos
    en el suelo, sobre unas tablas y, para combatir el frío,
    encendíamos fogatas con la madera de la propia
    Plaza.

    Al
    lado mío, había un grupo de gallegos,
    los cuales, bien ignorantes estarían de la situación,
    hacía poco tiempo que se habían pasado
    a nuestras filas por el frente de San Esteban de Pravia.
    Esos tenían un verdadero problema, pues, supongo,
    más tarde el juez les juzgaría como desertores.

    Después
    de llevar siete días a base de manzanas, al día
    siguiente de llegar a la Plaza de Toros comenzaron a
    darnos de comer. También empezaron los palos.
    Irrumpían dentro de la plaza los guardias de
    Asalto y al grito de: “¡A formar!”,
    comenzaban a dar patadas, hostias y culatazos. En quince
    días que duró mi estancia en la Plaza,
    solamente me cazaron una vez que estaba sentado, pues,
    de pie, corría más que ellos. Me dieron
    un culatazo en el pecho que me tiró de espaldas.
    Me levanté como si tuviera un resorte y emulando
    al mejor velocista llegué a la formación.
    Tuve dolores en el pecho y un renegrón que me
    duró más de un mes. Esto fue al principio,
    porque, luego, ya pusimos “guardias” en
    las puertas que nos avisaban cuando venían los
    de Asalto y echábamos a correr de un lado para
    otro. En honor a la verdad, debo decir que los militares
    encargados de nuestra vigilancia, durante mi estancia
    en la Plaza, no pegaron a nadie. Eran siempre los de
    Asalto, claro que alguna autorización presentarían
    para que los dejaran pasar.

    Un
    día, nos pusieron tropas de Regulares, moros,
    de guardia; pero al día siguiente los retiraron
    y volvieron los soldados españoles.

    Desde
    la verja, vi pasar por la calle a un soldado que era
    de Gobiendes y al que conocía. Le llamé,
    hablé con él y por su mediación
    pude mandar aviso a mi madre, que me vino a ver y me
    trajo castañas cocidas, nueces y chocolate, que
    no sé de dónde lo habría sacado
    la pobre; y también una manta. Le pregunté
    por mi hermano y me dijo que hacía más
    de un mes que nada sabía de él.

    Bastante
    tiempo después, por su propia boca, pude conocer
    la odisea de mi hermano, desde que le hicieron prisionero
    en El Mazuco hasta terminar yendo a dar a un Batallón
    Disciplinario en el Campo de Gibraltar. Merece la pena
    dejar un momento mis memorias para contar cómo
    hicieron prisionero a mi hermano. Luego, quien esto
    lea que saque sus conclusiones sobre los motivos que
    tuvieron los autodenominados “cruzados”
    para traer a los enemigos de la cruz a ayudarles.

    “Estábamos
    -cuenta mi hermano- en pleno combate en la Sierra del
    Mazuco, cuando sentimos gritar a nuestras espaldas:
    “¡alto, paisa!, ¡alto, paisa!”
    Nos coparon, pensé. Miro tras de mí y
    veo a un numeroso grupo de moros. Los teníamos
    a nuestras espaldas apuntándonos y con las bayonetas
    caladas. Nosotros seríamos unos cincuenta. Levantamos
    los brazos y se acercaron a nosotros y empezaron a cachear
    a la gente. Lo quitaban todo: botas, carteras, relojes,
    chaquetas de cuero, todo. Y luego los asesinaban hundiéndoles
    la bayoneta. Me llegó el turno; me estaba quitando
    las botas y no acertaba. El moro, bayoneta en ristre,
    me metía prisa. Yo no podía más,
    viendo la muerte en las manos de aquel asesino. Me acordé
    de mi hija que, con poco más de un año,
    se quedaba huérfana. Me hice por mí las
    necesidades, pues en esos momentos los valientes no
    existen. Como en el cine, la salvación llegó
    en los últimos segundos: la mía y la de
    dieciséis compañeros más. Apareció
    un alférez español de Regulares que, fusta
    en mano y hablando en árabe muy indignado, empezó
    a repartir fustazos a diestro y siniestro. De esta forma
    se terminó la matanza. Nos puso una escolta de
    soldados españoles y nos bajaron para Llanes.”
    Y así terminó mi hermano su relato.

    [En
    un panegírico dedicado a J.E. Casariego y escrito
    por varios autores, un artículo de Juan A. Cabezas,
    titulado: “J.E. Casariego: un asturiano leal,
    humanista y humanitario”; y en el se dice lo siguiente:
    “(…)Siempre demostró Casariego la fidelidad
    a sus ideas, pero jamás utilizó la venganza
    y la crueldad con sus enemigos. Se hizo notorio su comportamiento
    con un grupo de prisioneros “rojos”, capturados
    por su unidad en los combates de la asturiana Sierra
    de Cuera, en el concejo de Llanes. Como sabía
    que iban a ser fusilados, los llevó a “tierra
    de nadie”, ordenó al piquete que disparasen
    al aire varias ráfagas de fusil ametrallador
    y mandó a los prisioneros (jóvenes bisoños
    de las últimas quintas movilizadas por los republicanos)
    que huyesen por el monte. Con aquel fingido “fusilamiento”,
    salvó el capitán Casariego una veintena
    vidas.”

    La
    pregunta que surge inmediatamente es si todavía
    tras más de un año de guerra seguía
    siendo la norma en el ejército nacionalista fusilar
    a los prisioneros. En caso afirmativo, entonces los
    moros no hacían sino lo que veían hacer…]

    Entre
    otros, estaba en la Plaza de Toros un tal Rendueles,
    que en el año treinta y seis era portero de fútbol
    del Sporting. Era muy simpático y un tanto alocado.
    Todos los días llegaba gente preguntando, unos,
    por sus familiares; otros, indagando en plan policiaco
    si estaba determinada persona para, luego, reclamarla.
    Como éramos varios miles y todavía no
    nos habían hecho filiación alguna, cuando
    venían a preguntar por alguien, el oficial de
    guardia acudía a Rendueles y éste se subía
    a un destartalado camión que estaba junto a la
    verja y pedía silencio; contaba un par de chistes
    y nombraba a la persona reclamada. Esta, según
    viera quién preguntaba por ella, lo cual era
    fácil de averiguar, pues el oficial la acompañaba,
    se presentaba o no.

    Al
    lado de la Plaza de Toros estaba el chalet de Víctor
    Salas y lo habilitaron para oficinas. Un día,
    pidieron voluntarios para hacer la filiación
    de vascos y montañeses, y, entre otros, salimos
    Granda y yo. La filiación o ficha constaba de:
    nombre y apellidos, edad, pueblo del que eras natural,
    partido político al que pertenecías, si
    habías ido voluntario al frente o por la quinta,
    graduación, si te habías entregado o te
    habían hecho prisionero, con armas o sin ellas
    y de qué clase. Ese trabajo duró cinco
    días, durante los cuales podíamos comer
    en la cocina y repetir las veces que quisiéramos.

    Otro
    día, a la hora de la comida, se presentó
    un equipo de cine alemán y nos estuvo filmando
    durante media hora. Ese día nos habían
    dado rancho extraordinario y postre, y un kilo de pan
    blanco por persona. Se ve que la propaganda la tenían
    bien organizada.

    Llevaríamos
    quince días en la Plaza, cuando un día
    de principios de Noviembre llegan los de Asalto en tromba
    y dando leña a todo el mundo como siempre. Pero
    esta vez mandan que los asturianos formásemos
    dentro de la Plaza. Creíamos que era una formación
    más, pero, no sé por dónde se supo,
    pronto circuló el rumor de que nos marchábamos.
    Formar a más de mil personas con edades que iban
    de los dieciséis a los sesenta años y
    con los de Asalto repartiendo leña origina confusión
    y lleva su tiempo. Rápidamente, me fui al lugar
    en el que acampaba, cogí una manta, el macuto
    con ropa, la maquinilla de afeitar, el plato y la cuchara,
    y volví a la formación, que aún
    tardó en terminar de hacerse. Igual que yo hicieron
    otros, y acertamos, pues una vez formados nos sacaron
    de la Plaza. Me quedó allí otra manta
    y casi toda la comida que me había llevado mi
    madre, todo lo cual di a los gallegos.

    A
    la salida de la Plaza, una chica, llorando, gritó:
    “¡Adiós, padre! ¿Dónde
    te llevan?” Y al mismo tiempo trató de
    darle un abrazo. Un guardia de Asalto le pegó
    una bofetada, la cogió bruscamente por un brazo
    y gritando: “¡Hala, roja, tú también!”,
    la metió en la formación. La llevó
    hasta El Muelle y allí la mandó marchar.

    Fuimos
    caminando por Marqués de San Esteban, sin saber
    si el destino era la Estación del Norte o El
    Musel. Sería El Musel. Entre mi amigo Granda
    y yo, como buenamente pudimos, llevamos casi en volandas
    a un señor, ya mayor, de Caravia Alta, el cual
    estaba enfermo y muy reumático, por lo que apenas
    si podía andar. Tiempo después, a este
    mismo señor lo trajeron de vuelta del campo de
    concentración para Gijón y le fusilaron.

    En
    La Calzada, próxima a Cuatro Caminos, había
    una fuente al lado de la calle. Varios prisioneros se
    acercaron a ella para saciar su sed y, al momento, fueron
    maltratados por los guardias con toda clase de golpes,
    patadas y bofetadas. Uno de ellos estaba bebiendo por
    un plato, lo que le impidió ver acercarse al
    guardia que, de un culatazo, le metió el plato
    por la boca y le partió tres dientes.

    En
    El Musel, nos embarcaron en un viejo carguero: el “Alfonso
    Senra”. Este barco había estado primero
    cruzando el Estrecho trayendo moros para España
    y estaba lleno de piojos. Nada más sentarte en
    el suelo o apoyarte en cualquier lado, te llenabas de
    ellos. El barco tenía cuatro bodegas de dos pisos
    cada una: dos a proa y dos a popa. Una vez en las bodegas,
    los guardias de Asalto nos dieron una última
    despedida a base de golpes para que bajásemos
    a la bodega inferior. Ya nunca más los tuvimos
    de guardianes. A bordo, les relevaron falangistas. Partimos
    inmediatamente sin saber a dónde nos llevaban,
    hasta que nos vimos anclados en el puerto de La Coruña,
    frente a la Banca Pastor.»