
Los tres dirigentes de la CNT fusilados
en Gijón
Tres
anarquistas de Gijón
Alfredo Díaz González
Marcelino Ovies Cabo
José Tourman Alvarez
Por
Marcelino Laruelo Roa
Anarquista
es, por definición, el que no quiere ser oprimido
y no quiere ser opresor, el que desea el máximo bienestar,
la máxima libertad, el máximo desarrollo posible
para
todos los seres humanos.
ERRICO MALATESTA
Les dije que no podía admitir que unos señores
con
unos galones y desconocidos tuvieran toda clase de derechos
sobre mí y que pudieran manipularme a su capricho,
hasta
reducirme en un autómata o, mejor dicho, a la nada.
JOAN CATALÁ BALAÑÁ (guía de
guerrilleros en el frente de Aragón)
El eterno descontento. Memorias de un luchador por la Libertad
Miremos hacia el porvenir. Y si atrás volvemos la
vista,
no olvidemos que en un rincón del mundo hay una losa
de piedra, sin una flor, sin un recuerdo, y bajo ella una
voz
de ultratumba que grita: ¡Germinal! Es la voz a cuyo
conjuro
cambióse la faz de España y tembló
el mundo.
RICARDO MELLA
Con
Luis Quirós tuve también una amistad intensa,
pero corta, porque cortos son los últimos años
de la vida. ¡Cuántas veces me acuerdo ahora
de él! ¡Cuántas veces me acuerdo de
todos aquellos chavales de ochenta y tantos años
que tuve la suerte de conocer!: Fermín, los dos Avelinos:
Cadavieco y Cabricano, Ramonín, Libertad y Argentina…
Con todos surgió el mismo sentimiento, que más
que llamarlo amistad, diría que fue fraternidad.
Porque cuando yo les pedí que me
contaran lo que les había tocado vivir, y cuando
ellos empezaron a hablar y a contar sus cosas, lo hicieron
con aquella sencillez y aquella naturalidad suyas, de tal
modo que inmediatamente se forjó entre nosotros,
ya digo, esa fraternidad que une, que nos une de forma imperecedera.
Fue Luis Quirós el que un día me dijo:
—Marcelo, también en la galería de los
condenados a muerte
se puede cantar, y contar chistes, y reír…
Eran así. Ninguno de ellos presumía de nada,
ni exageraba,
ni dramatizaba, sino, más bien, lo contrario. Yo
creo que, a pesar
de todo lo que pasaron, se consideraban unos tíos
con suerte,
pues habían podido vivir para contarlo. Y fue Luis
Quirós el que
llamó mi atención sobre un hecho, sobre un
dato, en el que no
había reparado. Un día, en casa, hablando
de todo aquello, saltando
de una historia a otra, surgió lo del 14 de Julio
de 1938. El
14 de Julio es la fiesta nacional en Francia y se conmemora
la toma
de la Bastilla y la Revolución. No solamente en Francia,
sino
también en el mundo. Fin y comienzo.
—El 14 de Julio fusilaron a Alfredín el del
Vidrio, a Tourman y
a Marcelino Ovies. Todos dirigentes de la CNT. Para mí
que fueron
checados. —Me dijo Quirós.
Tengo que aclarar lo de “checados”. Claro, viene
de cheka,
de la cheka soviética, el aparato represor por excelencia
de los
primeros tiempos de la revolución. Pero en el argot
carcelario
de entonces, “checados” equivalía a “paseados”.
Es decir que
los habían sacado de forma irregular de la cárcel
y luego les habían
pegado cuatro tiros. Sus cuerpos sin vida quedarían
tirados
en cualquier cuneta o a las puertas de un cementerio. Era
corriente en el lenguaje de la época referirse a
la cheka de Falange,
aunque parezca tan contradictorio, cuando se hablaba
de las detenciones irregulares, de los desaparecidos y de
los
“paseados”.
Aquella tarde, dedicamos bastante tiempo a hablar de este
asunto. Quirós me fue contando que los tres eran
veteranos dirigentes
de la CNT y que Alfredín, con el que había
compartido
celda, le había tomado bajo su protección
en la cárcel del Coto.
Alfredín el del Vidrio, que era como le conocía
todo el mundo,
estaba convencido, según me decía Quirós,
de que le iban a
canjear y que pronto estaría, libre, en Barcelona.
Y en cuanto estuviese
en Barcelona, le repetía y aseguraba a Quirós,
lo primero
que iba a hacer era empezar a remover Roma con Santiago
para
conseguir el canje de Luis Quirós, al que él
llamaba también cariñosamente
Luisín: un chavalín de 23 años condenado
a pena
de muerte por haber sido capitán del ejército
republicano.
—No te preocupes, Luisín: en cuanto llegue
a Barcelona me
pongo con lo tuyo. Estate tranquilo. —Le repetía
a menudo.
Así se consolaban y se daban ánimos los condenados
a pena
de muerte. ¿Pero cómo era que aquel hombre
experimentado
estaba tan seguro de que le iban a canjear por cualquier
otro prisionero
franquista? Porque la realidad decía que en Asturias
canjes de prisioneros hubo muy pocos, si es que hubo alguno.
¿Acaso no tenían muchos altos dirigentes socialistas
asturianos
a sus mujeres en poder del general Aranda y en su poder
siguieron
durante toda la guerra?
Quirós ya no recordaba bien los detalles, pero me
contaba
que, al parecer, cuando Alfredín Díaz estaba
con un batallón de
milicianos asturianos luchando en el frente de Vizcaya,
hicieron
unos cuantos prisioneros. Entre los prisioneros había
un jefazo
franquista, un coronel o teniente coronel, y lo querían
fusilar allí
mismo, sobre el terreno. Alfredín, que era el comisario
político,
intervino y logró apaciguar los ánimos y convencer
a los más
exaltados de que lo mejor era llevarle con los demás
prisioneros
a retaguardia y entregarle al mando de la brigada o de la
división.
El caso fue que, según creía recordar Quirós,
aquel coronel
había logrado salvar la vida gracias a la intervención
de Al-
fredín. Por eso, ahora que era la suya la que estaba
en peligro,
Alfredín el del Vidrio, por algún contacto
o por alguna información,
estaba seguro de que los familiares del coronel estaban
moviendo en la zona franquista lo de su canje. Favor por
favor y
vida por vida. Hubo mucho de eso en las dos zonas. Y también
de lo contrario.
Aquella misma tarde, nada más marchar Luis Quirós,
me puse
a buscar en el ordenador los datos de los consejos de guerra
de los tres. Encontré que, efectivamente, había
algo raro, las fechas
de los que habían ido en el mismo consejo de guerra
y algún
otro detalle no me casaban. Parecía que había
algo extraño,
pero de eso a poder afirmar que hubieran sido sacados de
la
cárcel de El Coto para ser “paseados”…
Una cosa sí pude comprobar
que era cierta: a los tres, y sólo a ellos tres,
les habían fusilado
aquel catorce de Julio de 1938: ¡qué casualidad!
Corrió
el tiempo, pasaron los años, y aunque no lo había
olvidado,
la verdad es que tampoco hice nada por tirar de aquel hilo.
Son esos asuntos que uno tiene por ahí, pendientes,
que a veces
los movimientos mágicos que afectan a las pilas de
papeles
hacen aflorar y, otras veces, desaparecer; pero que siempre
siguen
pendientes. Bueno, algo sí que hice: escribí
un artículo para
la web de asturiasrepublicana.com. Y hace dos o tres años,
cuando se acercaba el mes de Julio y, por tanto, otro aniversario
más, se me ocurrió llamar por teléfono
a mi amigo José Luis Iglesias,
el de USO, y contarle la historia, lo que sabía.
Le pedí que
por qué no escribía algo en la prensa, un
artículo reivindicando a
aquellos tres sindicalistas, él, que tiene vara alta
en los periódicos.
La verdad es que lo que escribió le quedó
muy bien, muy
humano y sensible. Fueron muchos lectores, sin duda, los
que
se enteraron entonces de aquella otra página de la
historia oculta.
Recuerdo que Iglesias terminaba su artículo pidiendo
al
Ayuntamiento que se dieran los nombres de los tres anarquistas
gijoneses a tres nuevas calles de la ciudad, ya que ellos
habían
dado sus vidas. Yo ahí, claro, discrepo de la buena
fe y del optimismo
de José Luis Iglesias: ¡al Ayuntamiento de
Gijón!, eso es
como pedir algo a una especie asociación de favores
mutuos
dominada por el sectarismo y los complejos aldeaniles. Morning
singers y cafeteros que todos los días van con los
de la feria y
vienen con los del mercado. Y ahí está el
propio callejero para
comprobarlo, y los premios, y las condecoraciones, y los
nombramientos…
El año pasado también quise hacer algo cuando
se acercaba
otra vez la fecha del 14 de Julio: colocar una lápida
con sus
nombres en el paredón del cementerio de Ceares donde
les fusilaron
o alguna otra cosa. Pero se echó el tiempo encima
y volvió
a quedar pendiente, pendiente para 2008, año que
tenía como
acicate la cifra redonda del setenta aniversario del crimen.
Al fin, me puse a ello con interés renovado y decisión
firme.
Pero, ¿por dónde empezar? ¿Dónde
buscar datos e información
de tres hombres que aunque hubieran sido dirigentes de la
CNT
gijonesa y asturiana, no dejaban de ser simples obreros?
Y los
obreros, la gente corriente, como bien se sabe, no tiene
ni biógrafos
ni hueco en las páginas de la historia. En cuanto
mueren
los que les conocieron, se acabó. Y ahora ya no tenía
a Luis Quirós,
ni a Fermín, ni a los Avelinos, ni a Ramonín
para preguntarles.
Lo único, lo que Ramonín Alvarez Palomo hubiera
dejado escrito
en sus libros, que tendría que volver a mirar. Ya
le había
preguntado una vez a Ramonín por ellos. Me había
dicho que la
familia de Tourman creía que seguía viviendo
en París. ¿Viviría
aún algún hijo o alguna hija de Tourman, o
de Marcelino Ovies, o
de Alfredo Díaz? Y si viviesen, ¿cómo
localizarles? No es tarea
fácil, ni aun recurriendo a esa gran ayuda que es
internet. ¿Merecería
la pena el esfuerzo? Porque los hijos es probable que pudieran
tener cosas interesantes que contar de sus padres, pero
los nietos… ¿Qué puede saber un nieto
de un abuelo al que fusilaron
en 1938 y al que ni siquiera conoció? Me ha pasado
muchas
veces el ir a entrevistar a familiares para que me contasen
lo que supieran de las personas de las que yo estaba escribiendo,
y terminar por ser yo el que les daba información
a ellos. La
mayoría de las veces, lo único que se saca
en claro es una fotografía.
No es poco, pero tampoco es mucho. De todas formas,
siempre hay que intentarlo, aunque nada más que sea
que para
quedar uno más tranquilo.
Me pareció que lo primero que había que hacer
era retomar
el hilo por donde lo había dejado diez años
atrás: las causas de
los consejos de guerra. Así que escribí al
Tribunal Militar IV, en
La Coruña, para pedir una nueva autorización
para volver a consultarlas.
Cuando la recibí, llamé al Archivo de Ferrol
para ponerme
de acuerdo con las fechas y cogí el montante y me
fui para
allá.
(…)Este Archivo Militar Intermedio de Ferrol ocupa
parte de las
dependencias del cuartel de El Baluarte, en pleno centro
de la
ciudad. Es un recinto amurallado donde estuvo hasta no hace
muchos años el famoso Regimiento de Artillería
de Costa.
No habían dado las nueve de la mañana, y ya
estaba yo allí,
a pie de obra.
(…)Como ahora en el Archivo todo eran caras nuevas,
medio en
broma y medio en serio, me dio por decirles, a modo de presentación,
que yo era el “padre” de aquel Archivo y que
su nacimiento
había sido “por mi culpa”. Y es que a
la burocracia y a la administración,
cuanto más les vaciles, mejor.
Soltar allí lo de la “paternidad no deseada”
fue una ocurrencia
que tuve para romper el hielo con unas risas y mirar a ver
si
conseguía que me atendieran bien, que sí que
lo hicieron: muy
bien, con amabilidad y dándome toda clase de facilidades,
que
es como tiene que ser. Porque ya se sabe que como el archivero/
a te ponga la proa, vale más marcharse y volver,
no cuando
decía Larra, sino un año después a
ver si hay suerte y le pillas de
baja o con unos moscosos.
Pero lo de que el que esto escribe es “el padre”
de ese Archivo
no es, en el fondo, ni chiste ni broma. Porque cuando en
España
seguía vigente la ley del silencio de la transición/transacción
y ni se había empezado a hablar ni se había
acuñado eso
de la Recuperación de la Memoria Histórica,
y, ni mucho menos,
se conocía a los que hoy son famosos por estar al
frente de ese
movimiento; ya había conseguido yo que un juez togado
militar
aprobara mi solicitud para consultar las causas de los consejos
de guerra celebrados en Gijón tras la entrada de
las tropas franquistas
en Octubre de 1937. Creo que, muy probablemente, fue
a la primera persona a la que se autorizó a realizar
un investigación
de este tipo. Conste que no sabía que me metía
en el Mar
de los Sargazos, que si no… Las causas de los consejos
de guerra
estaban en Oviedo, en el edificio de la antigua Capitanía,
hoy,
Delegación de Defensa. Ya conté en otra parte
mis “luchas y
aventuras” con coroneles y jueces del Registro Civil
durante ese
trabajo de investigación. Lo que si quiero decir
ahora, como
prueba de la paternidad invocada, es que desde el primer
momento
las fuerzas ocultas empezaron a maniobrar para que
aquello no se volviera a repetir. Uno, que ya es algo perro
y algo
viejo, sabe que hay muchas maneras de prohibir sin decirlo
y sin
ponerlo en un cartel. Por ejemplo, apelando a la protección
del
derecho a la intimidad y al honor de las personas; por ejemplo,
diciendo que algo está clasificado secreto y que
todavía no ha
sido oficialmente desclasificado; por ejemplo, ocultándolo
en los
índices… Hay muchas maneras. En este caso,
optaron por poner
tierra por medio. Con la disculpa de centralizarlo todo
en un Archivo,
se llevaron esa voluminosa documentación, fundamental
para estudiar la historia contemporánea de nuestra
región, pues
a Ferrol. Está claro que si, en vez de en Ferrol,
siguiera en Asturias,
cualquiera que tuviera interés se podría acercar
hasta Oviedo,
hacer la consulta y volver a comer a casa. No es lo mismo
ir a
Oviedo que tener que ir hasta Ferrol. Y para uno de Valladolid
o
de Vizcaya, pues peor todavía.
Cuando ya estaba en marcha lo de llevar este Archivo de
Oviedo para Ferrol, Avelino Cadavieco, conocido durante
la guerra
como El Capitanín por ser el más joven con
esa graduación,
nos propuso a Avelino Cabricano, a Isaac Ortega y a mí
convocar
a todos los de la Asociación de Militares de la República
y
hacer un encierro de protesta en la Delegación de
Defensa con
sacos de dormir, colchonetas, comida y toda la pesca. Acabábamos
de salir de una reunión con la consejera de Cultura
del
gobierno regional que presidía Marqués. Como
los comandantes
republicanos estaban lanzados, tuve que ser yo el que tirase
para
atrás, ¡que manda mecha! Y es que yo pensaba
también en
los infartos y en que igual palmaba alguien y… ¡vaya
lío! Ahora
tengo que reconocer que tenía razón Avelino
Cadavieco: nos teníamos
que haber encerrado en la Delegación de Defensa.
También
se la doy a Antón Saavedra que entonces me vaticinó
que
no serviría para nada la proposición no de
ley que había aprobado
el parlamento asturiano pidiendo que toda esa documentación
no saliera de Asturias. Antes, había ido yo explicándoles,
uno por uno, toda la cuestión a los del PSOE, a los
de IU, a los
del PAS… Todos de acuerdo. Pero un sábado de
madrugada,
los militares lo cargaron todo en unos camiones y se lo
llevaron
para Ferrol. Y allí sigue: ¡Visca Asturies!
(…)Cuando tuve las causas de los tres cenetistas encima
de la
mesa, lo primero que hice fue mirar si tenían el
preceptivo enterado
del Cuartel General del Generalísimo; y, sí,
lo tenían las
tres. Hay que advertir que, en aquella época, para
ejecutar una
sentencia de pena de muerte, primero, la comunicaban a la
oficina
jurídica del Cuartel General de Franco, y se quedaba
a la
espera de recibir el enterado o la conmutación por
la de reclusión
perpetua. Por tanto, al figurar el enterado en la causa,
no
habían sido checados como me había dicho Luis
Quirós y como
habían estado creyendo los demás presos de
la cárcel de El
Coto. Pero algo raro sí que había, el enterado
se había recibido
telefónicamente, no por correo, y la firma del oficio
comunicándoselo
al juzgado militar tampoco era la habitual. ¿Quién
sabe?
Es como lo que conté antes del traslado del archivo
militar de
Oviedo a Ferrol: en ningún papel quedó constancia
de que ese
traslado se hizo para dificultar la consulta de la documentación
y, sin embargo, fue el motivo principal y el desencadenante
de
la operación.
Antes de entrar en harina, tengo que explicar un poco cómo
era el proceso que terminaba con el fusilamiento de una
persona.
Si esa persona no estaba ya detenida, las actuaciones comenzaban
con una denuncia o con una actuación de la Policía,
la Guardia Civil, la Falange o quien fuese. En lo que a
malos tratos
y torturas se refiere, la gente de entonces consideraba
que lo
peor era que te detuviesen los de Falange; luego, la Guardia
Civil
y, lo menos malo, los de Asalto: ¡allá se irían
todos por un igual!
Una vez detenido, se le tomaba declaración y, dejando
de lado lo
de los malos tratos y los paseos, esa declaración
se pasaba a
uno de los juzgados militares. Pero si la persona había
sido hecha
prisionera por fuerzas militares, entonces era conducida
ante
una comisión clasificadora que agrupaba a los prisioneros
de
guerra en cuatro apartados: A, B, C y D. Los clasificados
con las
letras C y D permanecían detenidos a disposición
de los juzgados
militares. Los de las letras A y B eran, en su mayoría,
destinados
a batallones de trabajadores o enrolados en las filas del
ejército franquista. Para los detenidos, el juez
instructor pedía informes
sobre cada uno de ellos a las fuerzas policiales y a los
servicios de información de Falange, se tomaba declaración
a
los testigos y al propio encausado, y se hacía un
auto-resumen.
A continuación, intervenía el fiscal, se nombraba
un defensor, se
celebraba el consejo de guerra y se dictaba sentencia. El
auditor
de guerra daba su conformidad y se ejecutaba la sentencia
excepto
en lo referido a las penas de muerte. Como queda dicho,
éstas no se llevaban a cabo hasta que llegaba el
enterado del
Cuartel General del Generalísimo. Lo corriente era
que desde
que el tribunal militar condenaba a alguien a pena de muerte
hasta que le fusilaban, solían transcurrir unas tres
o cuatro semanas.
No siempre era así: los primeros consejos de guerra
que celebraron
en Gijón, en Noviembre de 1937, a los condenados
a
muerte los fusilaron al amanecer del día siguiente;
supongo que
tendrían necesidad de esa urgencia para aterrorizar
a la población.
En sentido opuesto, está el caso del médico
gijonés Luis Alvargonzález,
cuyo enterado llegó casi un año y medio después
de que hubiera sido condenado a pena de muerte en un consejo
de guerra. Luis Alvargonzález se libró del
fusilamiento gracias a
que alguien avisó a su hermano de la llegada del
enterado y a
éste le dio tiempo a mover resortes hasta conseguir
la intervención
en el último momento del conde Ciano, ministro de
Asuntos
Exteriores de Italia y yerno de Mussolini, ante Franco.
Telefónicamente
llegó a la comandancia militar de Gijón la
orden de suspender
la ejecución. Todo esto ya lo he contado con más
detalle
en el libro La Libertad es un bien muy preciado.
Revisando con detenimiento las tres causas de los consejos
de guerra pude averiguar que a José Tourman le hicieron
prisionero
cuando trataba de huir de Gijón a bordo del Mont-Seny
la
noche del veinte para el veintiuno de Octubre. Marcelino
Ovies
se había embarcado en el Gaviota, que también
fue capturado
por la flotilla nacionalista de bloqueo. Alfredo Díaz
no quiso o no
pudo huir por mar, y le debió de detener la guardia
civil en su domicilio
de la Travesía de la Salud, en Gijón, el 26
de Noviembre
de 1937. Se lo llevaron prisionero al cuartel de Los Campos.
Mala
suerte tuvieron los tres.
El Mont-Seny, al que había subido Tourman en El Musel,
fue
apresado en alta mar por el minador nacionalista Júpiter.
El Gaviota,
en el que iba Marcelino Ovies, lo fue por el crucero Almirante
Cervera. Junto con el resto de mercantes y pesqueros capturados,
permanecieron retenidos hasta el amanecer a unas
cinco millas al Norte del cabo Peñas, custodiados
por dos bous
artillados y la motonave Ciudad de Valencia. A primeras
horas de
la mañana se formó un convoy que partió
rumbo a Ribadeo, a
donde llegaron hacia las siete de la tarde. Los pesqueros
y barcos
de menor calado entraron en el puerto de Ribadeo, mientras
que el Mont-Seny y otros cuatro mercantes más, abarrotados
de
gente, permanecieron fondeados hasta las once de la noche.
A
esa hora, se hicieron a la mar siguiendo las aguas del Ciudad
de
Valencia, pese a que empezaba a hacer mal tiempo y a recalar
fuerte oleaje. En la tarde del 23 de Octubre arribaron a
la ría de
Ferrol, donde, sin dejarles desembarcar, se les repartió
pan y la-
tas de conserva. Parece mucho tiempo los dos días
empleados
en hacer la singladura desde Ribadeo hasta Ferrol, pero
debieron
de coger muy mal tiempo y eran barcos de poco andar. Al
día siguiente, salieron para La Coruña, en
cuyo puerto atracaron
al atardecer.
En La Coruña, comenzaron las tareas de clasificación
y distribución
de los prisioneros republicanos. Poco a poco empezaron
a ser enviados, bien por mar, bien por carretera, a los
campos
de concentración habilitados en distintos pueblos
de
Galicia. Sabemos que Tourman fue conducido al campo de Muros,
mientras que Marcelino Ovies lo fue al de Camposancos.
Alfredo Díaz, después de que le detuvieran
en su casa, le supongo
pasándolas canutas en el cuartel de la Guardia Civil
de
Los Campos, donde, como me contó Fermín López
de Vega, las
cuadras de los caballos estaban llenas de gente quejándose
de
los palos que les habían dado.
Tourman y Ovies prestaron declaración ante las respectivas
Comisiones Clasificadoras de Prisioneros y Presentados (CCPP)
el día tres y el día trece de Diciembre de
1937. Respecto a Alfredo
Díaz, no he visto el documento en el que debería
figurar su
declaración ante la guardia civil ni tampoco tengo
la fecha en la
que ingresó en la cárcel de El Coto; solamente
pude averiguar
que cuando el día 17 de Diciembre de 1937 se iniciaron
las actuaciones
por el juzgado militar instructor nº 7, ya llevaba
tres semanas
detenido.
José Tourman declaró a la CCPP que al iniciarse
la guerra se
encontraba en París y que a primeros de Septiembre
vino a Gijón
a buscar a su mujer y a sus dos hijas que se encontraban
accidentalmente
en la misma. Las tres fueron evacuadas para Francia
a finales de ese mes, no pudiendo hacerlo él por
impedírselo
las autoridades. También declaró que no realizó
ninguna función
ni ocupó ningún cargo. Y para que comprobasen
lo dicho e informasen
sobre él, propuso al cónsul de Francia en
Gijón. Tourman
conservaba la nacionalidad francesa, era “súditu”,
pero los franquistas,
como se sabe y a diferencia de las autoridades republi-
canas, no se paraban mucho en esos detalles. No sé
si en esas
fechas sería de nuevo Paquet el cónsul, pero
lo cierto es que en
la causa no hay ningún otro documento en el que se
cite o se tome
declaración al cónsul de Francia en Gijón.
Pero, claro, con
los informes que llegaron de la policía, se clasificó
a Tourman en
el grupo “D” y se le catalogó como peligroso.
Por lo tanto, fue
puesto a disposición del Auditor de Guerra del 8º
Cuerpo de
Ejército y se le formó causa.
Marcelino Ovies pasó por la CCPP de Camposancos y
sus
declaraciones quedaron recogidas en un acta que lleva el
número
de orden 756. Según sus afirmaciones, al estallar
la guerra estaba
trabajando y el comité local de la CNT le encargó
del reparto
del pan en el despacho central de la Cocina Económica,
puesto en el que permaneció un año, aproximadamente.
Luego,
volvió a su trabajo en el taller de carpintería,
donde permaneció
hasta el momento de la desbandada general. Reconoció
que
pertenecía a la CNT desde 1916 y que había
sido secretario y vocal
de la misma. Propuso como personas que podían garantizarle
a Cleominio Sánchez, dueño de la carpintería
en la que trabajaba,
y al arquitecto Manuel García. Marcelino Ovies fue
clasificado dentro del grupo “C” y puesto también
a disposición
del aparato judicial militar.
Respecto a Alfredo Díaz, que ya había sido
trasladado desde
el cuartel de la Guardia Civil de Los Campos a la cárcel
de El
Coto, el día 12 de Enero de 1938 prestaron declaración
dos testigos.
Se trataba del vecino de Somió Casiano Tuya, de 62
años
de edad, que era el encargado del almacén de botellas
de La Industria,
y de Avelino Carneado, compañero también de
trabajo
de Alfredo Díaz en la misma fábrica. De sus
declaraciones no sale
ninguna acusación concreta, solamente dicen que le
conocían
y que debía de ser dirigente de la CNT puesto que,
según palabras
de Casiano Tuya, “era de los que sabía explicarse
bien”.
Avelino Carneado añadió que Alfredo Díaz
solamente pasó unas
veces por la fábrica durante la guerra y que sabía
que era amigo
de Acracio Bartolomé. Acracio Bartolomé fue
un destacado
anarquista gijonés que dirigió durante la
guerra el diario CNT en
Asturias. Consiguió huir por mar a Francia y pasar
a Cataluña.
Tourman y Ovies saldrían de los campos de concentración
de Muros y Camposancos en cualquiera de las numerosas expediciones
de presos que se formaron a lo largo del mes de Diciembre.
Por ferrocarril y escoltados por la guardia civil, harían
noche en el penal de San Marcos, en León, para continuar
viaje
al día siguiente hacia Gijón. En la supersaturada
cárcel de El Coto
permanecerían durante la instrucción por el
juez militar y hasta
la celebración del consejo de guerra.
Con fecha dos de Febrero de 1938, un informe de Orden Público,
solicitado por el juez instructor militar, dice de Tourman
que pertenecía a la FAI, que era uno de los anarquistas
más peligrosos
y que hacía años había tenido que marchar
de España y
refugiarse en París. También decía
el informe que al iniciarse la
guerra fue consejero de Industria en Asturias, permaneciendo
en
ese puesto hasta que le sustituyó Segundo Blanco.
Este informe
afirmaba que Tourman había sido secretario del Sindicato
de la
Construcción de la CNT y que había ocupado,
no especifica
cual, un alto cargo en el ejército. Un mes más
tarde, el ocho de
Marzo, el Servicio de Investigación de Falange envió
un oficio en
el que decía que carecían de cualquier información
sobre el encausado.
Se ve que los de Falange eran entonces jóvenes que
ni
habían vivido ni conocían las luchas sociales
del Gijón anterior a
la República y a la dictadura de Primo de Rivera.
El día 24 de Marzo, Orden Público propuso
al juez militar que
se tomase declaración como testigo al agente de Investigación
y
Vigilancia, vecino de Gijón, Juan Sánchez
Pérez. Este compareció
unos días después, pero su declaración
no aportó nada nuevo
y todo lo que declaró fue, además, por referencias
de otros.
De Marcelino Ovies, Orden Público afirmaba que era
un destacado
y veterano dirigente de la CNT, que había sido
secretario de la federación local de sindicatos y
que había “estado
detenido infinidad de veces”. Pero, y aquí
viene otro detalle
sorprendente, Orden Público afirmaba que “no
encontraron per-
sonas de solvencia para deponer en el sumario”. Es
decir, que en
plena vorágine de delaciones, chivateos y venganzas,
no tenían
a nadie que quisiera firmar una declaración acusatoria
contra
Marcelino Ovies. ¡Caramba! Y en ese mismo sentido
figuran en
la causa otros dos oficios de la Comisaría de Investigación
y Vigilancia
de Gijón, de fechas 27 de Enero y 9 de Febrero, en
los
que comunicaban al juez instructor que no habían
podido averiguar
nada de la actuación de Ovies durante “el dominio
rojo” y
que seguían sin encontrar personas para testificar,
que vale tanto
como decir para acusar.
La Guardia Civil no se anduvo con medias tintas en el informe
que elaboró sobre Alfredo Díaz, fechado el
seis de Marzo de
1938: “indeseable en todos los conceptos para la Nueva
España”,
y no se referían al periódico, claro, sino
a la nación, al país.
Los motivos de la indeseabilidad de Alfredo, según
la Guardia
Civil, no eran otros que su antigua militancia en la CNT,
el haber
sido presidente del sindicato del Vidrio, comisario político
en
Colunga y haber estado detenido por la Revolución
de Octubre
de 1934. El informe de Falange del día dieciocho
del mismo
mes, decía que Alfredo Díaz, se ve que a éste
si le conocían y le
tenían fichado, había estado preso hasta la
amnistía de Febrero
de 1936 y que, una vez en libertad, había hecho varios
viajes a
Barcelona como enlace de la CNT asturiana. El servicio de
Información
e Investigación de Falange también repetía
que Alfredo
Díaz había estado durante la guerra de comisario
político en
Colunga y proponían que el juez llamara a declarar
como testigos
a Cleominio Sánchez, de la Fábrica de Maderas,
que ya
aparece mencionado más arriba, y a José Valdés
Patac, ingeniero
director de la fábrica de vidrios La Industria. La
declaración
de Cleominio Sánchez no aportó nada, pues
se limitó a repetir
lo que había oído decir a otros: que Alfredo
Díaz era un
dirigente de la CNT y que durante la guerra no se supo nada
de
él. Otra cosa fue la declaración de Valdés
Patac; en ella acusó a
Alfredo Díaz de ser “un anarquista peligroso
de alta escuela”, dirigente
regional y que había tenido una actuación
destacada en
Octubre del 34. También dijo así mismo “que
le supone (a Alfredo)
inductor de la agresión a tiros que sufrió
en 1933 por cuestiones
sociales”. El director de la fábrica La Industria,
que a saber
dónde estaría escondido esos días,
afirmó ante el juez
militar que Alfredo Díaz había tomado parte
activísima en la lucha
desde el primer momento del “Glorioso Movimiento Nacional”,
y que “le supone dirigente de grupo de los que atacaron
los cuarteles”. Finalizó su testimonio afirmando
que sabía que
Alfredo Díaz había sido comisario político
del pueblo de Colunga,
consejero de la Industria del Vidrio y comisario político
de
batallón. Todo ello eran motivos más que sobrados
para que José
Valdés Patac considerase a Alfredo Díaz como
otro “indeseable
en todos los sentidos para la Nueva España”.
Suposiciones
que valían como pruebas.
Alfredo Díaz, Alfredín el del Vidrio, ya había
declarado ante el
juez militar en el mes de Febrero de 1938. Encabezaban lo
que
se llamaba “declaración indagatoria del procesado”,
sus señas
de identidad y sus rasgos físicos: natural y vecino
de Gijón, con
domicilio en la Travesía de La Salud, número
4, bajo, hijo de José
y Ethelvina, de 32 años, casado y vidriero de profesión.
Hay que
señalar que en la misma calle en la que vivía
Alfredín tenía su negocio
de maderas Cleominio Sánchez, que aparece citado
varias
veces como testigo, y, además, casualidades de la
vida, en
esa carpintería era donde trabajaba Marcelino Ovies.
Al comparecer ante el juez militar, Alfredo Díaz
modificó la
declaración que había hecho en el cuartel
de la Guardia Civil de
Los Campos. Le dijo al juez militar que cuando estalló
la guerra
o, por recordar el lenguaje franquista de la época,
“al iniciarse el
Glorioso Movimiento Nacional”, estaba de baja desde
hacía tres
meses a consecuencia de una fractura en la mano izquierda.
Por
ese motivo, afirmó, tampoco pudo intervenir en los
ataques a los
cuarteles de Gijón ni acaudillar ningún grupo
de milicianos. Días
después del 15 de Agosto de 1936, continuó
diciendo Alfredín, a
petición de algunos miembros de la CNT de Colunga,
se trasladó
allí con la finalidad de evitar que se sacaran y
asesinaran los
presos que había en la cárcel de la localidad,
entre los que se
encontraba Fermín Vigón. Todo apunta a que
consiguió impedir
que se volvieran a producir “sacas” en Colunga,
pero, como solía
ser habitual, lo que en la declaración indagatoria
no figura es
quién era este Fermín Vigón, comerciante
de Colunga. Y tampoco
se tomó la molestia el juez militar instructor de
citarle a declarar.
¡Para qué!
No hace falta ser muy perspicaz para relacionar a este Fermín
Vigón con el coronel salvado de ser fusilado del
que me hablaba
Luis Quirós. (…) Fermín Vigón
era hermano, nada más y nada menos, que
del coronel Juan Vigón, que entonces era el jefe
de Estado Mayor
del Ejército del Norte nacionalista, que mandaba
el general
Fidel Dávila. Juan Antonio de Blas, en una de sus
rondas de cafés
matutinos a las que convida a todos los que le rodean, y
por
donde yo aparezco de vez en cuando, me había contado
que en
Septiembre de 1937, durante la ofensiva final sobre la Asturias
republicana, el coronel Juan Vigón autorizó,
o tuvo que autorizar,
los bombardeos de la Legión Cóndor sobre el
puerto de El Musel,
sabiendo como sabía que su hermano Fermín
había sido
trasladado al barco-prisión Luis Caso de los Cobos,
fondeado en
aguas del puerto.
El coronel Juan Vigón procedía del arma de
Ingenieros y llegó
a teniente general. Después de la guerra, fue ministro
del Aire
y director de la Escuela Superior del Ejército. Tenían
otro hermano
militar, Jorge Vigón, de Artillería, que se
acogió a la ley Azaña
y se retiró del ejército. Durante la guerra,
luchó en las filas del
ejército franquista. Llegó también
al generalato y fue ministro de
Obras Públicas ocho años. Escritor y periodista,
recibió el premio
Nacional de Periodismo en 1949 y el Nacional de Literatura
al año siguiente.
Buceando en el Mar de los Sargazos, pude comprobar que
los fusilamientos o “paseos” que motivaron el
traslado desde Gijón
a Colunga de Alfredín el del Vidrio habían
tenido lugar, al parecer,
en la madrugada del día 15 de Agosto de 1936. Esa
noche,
salió de Colunga un autocar con unos veinte milicianos
y
ocho o nueve prisioneros, entre los que se citaba a Tomás
Montoto y Félix Llaneza. Fueron conducidos ante las
tapias del
cementerio parroquial de Caravia la Baja y fusilados.
Como profesional del vidrio que era, Alfredín dijo
en su nueva
declaración que estuvo al frente de esa sección
en la consejería
de Industria, y que cuando movilizaron su quinta, se incorporó
al batallón nº 268 como comisario político
de compañía.
Más tarde, pasó destinado al batallón
nº 232, en el que permaneció
hasta el derrumbamiento del Frente Norte. Reconoció
pertenecer
a la CNT y haber sido presidente del sindicato del Vidrio,
pero negó que hubiera sido presidente regional de
la CNT
y de la FAI porque dichos cargos ni siquiera existían.
En esta
comparecencia ante el juez militar, Alfredo Díaz
quiso dejar
constancia expresa de su rechazo personal y su oposición
a los
asesinatos que se cometieron en los primeros días
de la guerra.
Informó al juez militar que esa actitud suya la había
hecho pública
en una asamblea de la CNT que se celebró en el Salón
Doré
de Gijón, en la que pidió la destitución
de los dirigentes comunistas
que estaban al frente de Investigación y Vigilancia.
En el
mismo sentido y con la misma finalidad, Alfredín
dijo que se había
entrevistado con Belarmino Tomás y con Amador Fernández.
Consecuencia de todo ello fueron algunas destituciones,
el
encarcelamiento de un agente de Investigación y Vigilancia,
y
que disminuyera de forma sensible el número de crímenes.
Todo
esto habría que enmarcarlo en la crisis política
y el enfrentamiento
con el Partido Comunista que se produjo en el seno del
gobierno republicano de Asturias y León, enfrentamiento
que,
sino su origen, si su agravamiento, habría que buscarlo
en el
desarrollo y conclusión de la ofensiva militar sobre
Oviedo en
Octubre de 1936.
José Tourman efectuó su declaración
indagatoria ante el juez
militar el día cuatro de Abril de 1938. No aportó
grandes cosas y,
en lo fundamental, repitió lo que ya había
dicho ante la Comisión
Clasificadora del campo de concentración de Muros:
que era natural
de Gijón, que tenía 49 años, que estaba
casado con Consuelo
García y que era ebanista. Tourman le contó
al juez militar
que en 1923 se tuvo que marchar para Francia por no encontrar
trabajo en España, instalándose en París
con su familia, y que regresaron
a España en 1931, pero que a los dos o tres meses
volvió
él solo de nuevo a París. A mediados de Agosto
de 1936,
cuando la guerra cumplía su primer mes y se veía
que iba para
largo, Tourman, según la declaración, vino
a Gijón para recoger
a su familia y llevársela a Francia, pero él
tuvo que quedarse y no
pudo marchar con ellos “por no permitirlo el gobierno
rojo”. Reconoció
que durante dos meses fue consejero de Industria, hasta
que le sustituyó Segundo Blanco por divergencias
surgidas en el
seno del Consejo de Asturias y León. Posteriormente,
estuvo
nueve meses enfermo y sin desempeñar cargo alguno,
hasta
que fue designado Secretario del Sindicato de la Construcción
(de la CNT). Tourman negó haber ocupado puesto alguno
en el
ejército republicano.
El juez militar citó como testigo en la causa de
Tourman al
ingeniero industrial Alfredo Avello Menéndez. Este
ingeniero declaró
que en los primeros días de la guerra había
sido requerido
por la radio y la prensa para que se presentara al Director
General de Industrias y éste resultó ser José
Tourman, que fue
el que le ordenó reparar unas calderas. También
afirmó que ese
departamento fue el que se transformó luego en Consejería
de
Industria. Quitando eso, la declaración de Avello
no añadió nada
más de interés. Respecto a la actuación
de Tourman al frente
del Sindicato de la Construcción, Alfredo Avello
propuso al
juez que citara al arquitecto Manuel García, pues
creía que era
la persona que mejor podría informar. El arquitecto
gijonés Manuel
García Rodríguez compareció ante el
juez militar al día siguiente,
ocho de Abril, pero su declaración no aportó
tampoco
nada que no se supiera y su lectura resulta absolutamente
intranscendente.
No sé por qué, pero pensé yo que tal
vez se tratase de un arquitecto
de izquierdas, en aquella época, y corrí a
preguntarle a
Joaquín Aranda, al que, en temas de arquitectura
en Asturias, yo
llamo Joaquín Espasa. Enseguida me mandó un
correo con todos
los datos: Manuel García había nacido en Gijón
en 1898, o
sea, que tenía casi cuarenta años cuando ocurrió
todo lo que
aquí se cuenta, y murió en su ciudad natal
en 1980. Cursó la carrera
en Barcelona y se instaló en Gijón, con estudio
al final del
paseo de Begoña. Amigo del arquitecto Joaquín
Ortiz, trabajaron
juntos en algunos proyectos. Me señaló Aranda
como obras destacadas
de Manuel García en Gijón, entre otras, la
Escuela de
Peritos, de 1931; la iglesia de los Capuchinos, de 1934,
y el edificio
de la plazuela San Miguel, en la confluencia de Capua y
Menéndez
Valdés. Manuel García formó parte del
Ayuntamiento
franquista, recién finalizada la guerra, como delegado
de Policía
Urbana y, en 1943, fue primer teniente de alcalde. Fue también
arquitecto municipal de Ribadesella y de Llanes. Así
que ya se
ve que muy de izquierdas no era.
A Marcelino Ovies Cabo le tocó comparecer ante el
juez militar
el 19 de Abril. Se trataba de tomarle la declaración
indagatoria.
Días antes, los agentes de Investigación y
Vigilancia de la
plantilla de Gijón, Alejandro Cavia y Juan Sánchez,
habían dirigido
un oficio al juez para informarle que habían hecho
“una información
sobre este sujeto con todo interés, por tratarse
de un
sujeto con antecedentes significadísimos”,
pero tenían que reconocer
que sus investigaciones habían resultado estériles.
Marcelino Ovies, por su parte, ratificó ante el juez
militar la declaración
que había hecho en el campo de concentración
de
Camposancos, pero puntualizó y añadió
que se había afiliado a
la CNT en 1931 y que había sido vocal del Sindicato
de la Construcción.
Reconoció haber estado quince días detenido
después
de la Revolución de 1934 y otros doce días
en 1935; o sea,
las típicas “quincenas” con que los gobernadores
republicanos
podían enchironar a cualquiera sin acusación
ni apertura de
procedimiento judicial alguno. Reiteró Ovies que
durante la guerra
había estado de encargado del reparto de pan y, luego,
trabajando
en su oficio de ebanista, construyendo muebles y de
encargado de taller (en el del tan citado Cleominio Sánchez,
en
la calle la Salud).
Hace ya algún tiempo, mi amigo Jaime Cinca me comentó
que le había llamado la atención el elevado
porcentaje de dirigentes
de la CNT y de la FAI de Aragón y Cataluña
que eran
ebanistas. Más tarde, cuando vi los capítulos
de la serie Vientos
de Agua, del argentino Juan José Campanella, el protagonista,
un asturiano que emigra o, más bien, escapa de la
Asturias de
antes de la guerra, y al que se nota una inclinación
hacia las
ideas anarquistas, también terminó trabajando
como ebanista
en su propio taller, allá, en Argentina. Un tema
interesante para
investigar: los oficios o profesiones de los dirigentes
obreros españoles.
La instrucción del proceso montado contra Alfredo
Díaz
avanzaba más deprisa. El juez instructor, alférez
honorario del
cuerpo jurídico militar, Antonio Nores Castro, del
Juzgado Instructor
nº 7, firmó el día veinticinco de Marzo
de 1938 el auto-resumen
con el que daba por concluida la investigación judicial
y
declaraba procesado a Alfredo. Este sumarísimo de
urgencia llevaba
el nº 1.915 y, además de la de Alfredo, se agrupaban
las
causas instruidas contra Rufino Menéndez Suárez,
Valentín González
García y Casimiro Costales Costales. No había
ninguna relación
entre ellos, pero los cuatro estaban acusados de “rebelión
militar” y las actuaciones habían comenzado
tres meses antes.
En este auto-resumen, el juez instructor le metió
a Alfredo todo:
empezando con lo de “elemento destacado de la CNT
y anarquista
peligroso y de alta escuela”, y siguiendo con lo demás
que ya conocemos.
El consejo de guerra se celebró el jueves 31 de Marzo.
Ese
día, en Gijón, ante el Tribunal Militar o
Consejo Permanente de
Guerra nº 1, se celebraron tres consejos de guerra
en los que
comparecieron treinta y dos ciudadanos. Ese mismo día
tuvo lugar
en el salón de plenos del Ayuntamiento otro consejo
de guerra;
éste, para oficiales. Lo presidió el general
de división Ambrosio
Feijoo Pardiñas, y el acusado fue el alférez
de Artillería de
Costa Germán Riopedre López, que fue condenado
a pena de
muerte y ejecutado. Alfredo Díaz compareció
ante los miembros
del Tribunal Militar nº 1 en el segundo de los consejos
de guerra
de ese día. Junto a él, se sentaron en el
banquillo otras once personas
más, entre las que había una mujer, de cuarenta
y nueve
años, y su hija, de veintiuno. Durante el consejo
de guerra, como
era costumbre, no se practicó prueba alguna y el
fiscal consideró
las actuaciones de unos y otros como delitos de rebelión
militar
o auxilio a la rebelión, por lo que pidió
cuatro penas de reclusión
temporal en su grado mínimo, una en su grado medio
y dos
en su grado máximo. Para el resto de los procesados,
el fiscal pidió
la pena de muerte, y para el ugetista langreano Enrique
Palicio
Riera, la de garrote vil. El abogado defensor solicitó
para Alfredo
Díaz y Enrique Palicio la pena de reclusión
perpetua, y
para el resto, la libre absolución. Solamente Alfredo
Díaz y Enrique
Palicio hicieron uso de la palabra ante el tribunal militar:
Alfredo,
para reiterar su oposición a cualquier tipo de crimen,
y Palicio,
para proclamar su inocencia de los crímenes que se
le
imputaban. A continuación, el tribunal militar se
reunió en sesión
secreta para deliberar y dictar sentencia. Bueno, ya se
sabe como
eran y son estas cosas, mucha rigidez y envaramiento de
cara
a la galería, y luego, si abres la puerta, te encuentras
con que
se están tomando un blanco con un pincho de tortilla
y ya tienen
decidido quién vive y quién muere.
En la sentencia, fueron condenados a pena de muerte Alfredo
Díaz y Enrique Palicio; a quince años, Casimiro
Costales, y el
resto, absueltos a disposición del Delegado de Orden
Público.
Para más detalles, se puede consultar el cd-rom de
La Libertad
es un bien muy preciado. Firmaban la sentencia los conocidos
miembros de este Tribunal Militar nº 1 que se paseó
por toda España
mandando gente al paredón. Lo presidía el
comandante de
Caballería Luis de Vicente Sasiain. Esta sentencia
fue aprobada
dos días más tarde por el auditor de guerra,
Ulpiano Pereiro, que
ordenó se comunicase a la Asesoría Jurídica
del Cuartel General
de S.E. el Generalísimo las penas de muerte impuestas,
suspendiéndose
la ejecución de las mismas hasta que se recibiera
en la
Auditoría de Guerra noticia del enterado o de su
conmutación.
Fernando Vázquez Méndez, alférez de
artillería, fue el juez
instructor del sumarísimo de urgencia nº 2.850
contra José Tourman
Alvarez, bajo la acusación de rebelión militar.
La instrucción
había comenzado el 10 de Enero de 1938. En el auto-resumen,
fechado el once de Abril, el instructor recogió todas
las “acusaciones”
y añadió lo de que “se dice que desempeñó
un alto cargo
en el Estado Mayor del Ejército rojo”, pero
tuvo que reconocer
que no había podido comprobarlo. Con ello, declaró
concluida la
investigación y procesado a Tourman, y ordenó
que las actuaciones
pasasen al tribunal, que no era otro que el famoso y ya
citado
Tribunal Militar Permanente nº 1.
El lunes 18 de Abril se celebraron en Gijón tres
consejos de
guerra que afectaron a veintisiete personas. En el tercero
de
ellos, junto a otros siete más, estaba sentado en
el banquillo José
Tourman. Tras el trámite de la celebración
de la vista, en audiencia
pública, y la consiguiente deliberación secreta,
los
miembros del tribunal militar firmaron cuatro condenas a
pena de
muerte, incluida la de Tourman, y otras cuatro a veinte
años de
prisión. Ninguna de las cuatro penas de muerte sería
después
conmutada por S.E. el Generalísimo.
Los consejos de guerra se celebraban en el Instituto que
fundara
Jovellanos, en el salón de la planta baja que da
a la calle de
Begoña. No veo que nadie, ni del gobierno municipal
del PSOEIU
ni de la farándula cultural afín, se haya
tomado la pequeña
molestia de colocar una placa que recuerde los hechos que
en
ese salón se produjeron.
A Marcelino Ovies Cabo le tocó como juez instructor
el capitán
honorario del cuerpo jurídico militar, Marcelino
Piñel Miguel,
adscrito al Juzgado Instructor nº 9. El sumarísimo
de urgencia
llevaba el nº 2.721, por “rebelión militar”,
y había comenzado a
instruirse el día siete de Enero de 1938. En el auto-resumen,
fechado
el veintiuno de Abril, el instructor tuvo que reconocer
que
no se había podido aclarar la actuación de
Marcelino Ovies durante
la guerra, o período rojo, como él escribía.
No obstante, y
como cabía esperar, le declaró procesado y
pasó las actuaciones
al tribunal. Marcelino Ovies fue en el primer consejo de
guerra
de los tres que se celebraron en Gijón el lunes veintisiete
de
Abril. Eran diez hombres y se dictaron tres condenas a pena
de
muerte y las tres serían ejecutadas; otras tres fueron
a reclusión
perpetua y las demás, a penas inferiores a veinte
años, junto con
una absolución. Como era norma, no se practicó
prueba alguna
y el abogado defensor, como buen y necesario comparsa, limitó
su defensa a pedir la pena inferior para los procesados.
Varios
acusados tomaron la palabra al final del consejo de guerra
para
negar los “cargos”. Marcelino Ovies fue uno
de ellos y lo hizo para
rechazar que hubiera sido dirigente y que tampoco había
desempeñado
el cargo de secretario de los sindicatos únicos.
Dictada
la sentencia y aprobada por el auditor de guerra, se quedó
a la espera para la ejecución de las penas de muerte
de lo que
acordase el Jefe del Estado, general Franco. Por los otros
dos
consejos de guerra celebrados ese mismo día en Gijón
pasaron
un total de diecinueve personas más.
Así que ya tenemos a nuestros tres amigos anarquistas
condenados
a pena de muerte por “rebelión militar”
con el agravante
de “perversidad”. No fueron una excepción,
sino la norma de cómo
actuaba la autoproclamada justicia militar franquista. Esos
jueces instructores, esos fiscales y esos tribunales militares
permanentes
fueron el cuerpo de ejército que más víctimas
causó.
Muchas más que las brigadas navarras, la legión
y los moros
juntos. Actuaron de forma implacable y sin compasión
sobre un
enemigo desarmado, y continuaron su sangrienta ofensiva
mucho
tiempo después de que la guerra en las trincheras
hubiera
acabado.
Si la clase política de este país tuviera
un poco más de decencia
y de sentido de la justicia, ya debería de haber
figurado
en la constitución de 1979 un apartado en el que
se revocasen
todas las sentencias dictadas por esos tribunales militares
permanentes.
Pero ocurre que treinta años después, las
Cortes que
aprobaron la conocida como Ley de la Memoria Histórica,
tampoco
creyeron conveniente incluir en su articulado la anulación
de la que fue la obra más criminal del franquismo.
No sería por
casualidad que presidiese la comisión encargada de
elaborar el
borrador, que tantos retrasos acumuló, la vicepresidenta
Mª Teresa
Fernández de la Vega, una arribista del PSOE y un
bluff político,
como se ha podido comprobar por los resultados que obtuvo
en Valencia en las pasadas elecciones generales de 2008.
Hija del que fuera Delegado Provincial de Sindicatos de
Valencia,
parece haber dedicado mucho más tiempo a acicalarse
y
presumir delante de las cámaras, que a contribuir
a la elaboración
de un texto que reparase de forma satisfactoria el enorme
daño y el gran dolor causado por aquella asociación
de matarifes
revestidos de tribunales militares.
Cuando revisé las fechas de los fusilamientos de
los prisioneros
que habían sido condenados a pena de muerte el mismo
día
que Alfredo Díaz, que José Tourman o que Marcelino
Ovies,
comprobé que a ninguno de ellos lo ejecutaron el
catorce de Julio.
Dicho de otra manera, ni Alfredo ni Tourman ni Ovies fueron
ejecutados con los demás de su tanda. El día
diez de Julio fusilaron
en el paredón del cementerio de Ceares a treinta
presos que
habían sido condenados pena de muerte y para los
que no hubo
conmutación. Los piquetes de ejecución no
volvieron a actuar
hasta el día veinte del mismo mes. Y ese día,
fueron treinta y dos
los fusilados.
En los nueve amaneceres silenciosos que siguieron, solamente
el del día
catorce vio rasgarse la quietud de las primeras horas de
la mañana
con la descarga de fusilería que acabó con
la vida de los
tres anarquistas: ¿Quién sería el ocurrente,
de que mente retorcida
saldría la idea de reservarles con vida para matarles
juntos a
los tres el día que en el mundo se conmemora el triunfo
de la Revolución
francesa, de la toma de la Bastilla; el día de la
fiesta nacional
de Francia, el día de la Libertad, de la Fraternidad
y de la
Igualdad?
Me viene ahora a lo memoria lo que hicieron también
en Salamanca
con el único pastor protestante de la ciudad, Atilano
Coco.
Le detuvieron en los primeros días de la sublevación
y, sin
consejo de guerra ni nada, esperaron para fusilarle hasta
el ocho
de Diciembre de 1936, fecha en la que, como todo el mundo
sabe,
se celebra en España la Purísima Concepción,
dogma católico
que el protestantismo no acepta. Cuenta Luciano González
Egido en su libro Agonizar en Salamanca, que Unamuno, en
aquella jornada tan racista como, más tarde, famosa,
del doce
de Octubre de 1936, llevaba en el bolsillo de la chaqueta
la carta
que le había enviado la mujer del pastor anglicano
solicitándole
su intervención para salvar la amenazada vida de
su marido.
Creo que fue en los márgenes de esa carta donde Unamuno
tomó
las breves notas de su intervención en aquel acto
que terminó
enfrentándole a los del ¡abajo los intelectuales!
y el ¡viva la
muerte! No ocurrió en una aldea remota ni en un poblachón
apartado, sino en la universitaria y capitalina Salamanca:
¡Qué
gran idea, qué magnifica ocurrencia mandar fusilar
el día de la
Purísima al único pastor protestante de la
ciudad!
Setenta años después, el lunes 14 de Julio
de 2008, repetí yo en Gijón
aquel recorrido funeral que arrancó la vida a los
tres anarquistas.
A las seis de la mañana, que son las siete del horario
de ahora
que la conveniencia bruselense y el papanatismo madrileño
nos
imponen, estaba yo delante del antiguo cuartel de Asalto,
en el
edificio del Instituto creado por Jovellanos. Aquellos guardias
de
Asalto, tan flamenquillos con sus gorras ladeadas durante
la Re-
pública, estarían preparándose, hizo
ahora setenta años, para
subir con sus fusiles en aquellos coches que usaban, largos
y
descubiertos, con varias filas de asientos. El trago de
coñac, el
golpe de orujo o la copa apurada de cazalla recompondrían
algo
estómagos y espíritus. Enfilarían por
la calle Jovellanos y
recibirían el resplandor casi imperceptible de un
sol que nacía
del mar envuelto en nubes rojas, allá por donde la
punta del
Cervigón. Calle de Cabrales arriba, con las ruinas
del cuartel de
Simancas al fondo. Hoy, con la gran cruz de los vencedores.
Segundo
año triunfal, decía la propaganda franquista,
pero en
aquella lucha tan cercana para ellos, en los días
de Julio y de
Agosto de 1936 de aquel Gijón de combates y guerra,
habían sido
los anarquistas los vencedores. Nadie sabe en que irían
pensando
aquellos guardias de Asalto camino del crimen. Tal vez
no pensasen en nada, medio adormilados por la hora, el traqueteo
y la rutina.
Abandoné el itinerario de los de Asalto y me dirigí
hacia Los
Campos, pues quise pasar por delante de donde estuvo el
cuartel
de la Guardia Civil:
—¡Ay si estos árboles pudieran hablar!
¡Ay si estos árboles
pudieran contar todo lo que vieron!
Lo decía una señora que conocía mi
abuela Rosarín. Los árboles
eran los del parque del Continental, que daban frente al
cuartel. Ya no hay árboles, ya no hay cuartel: ¡lástima
de árboles!
Pero es que aquí siempre hubo alcaldes y concejales
y secretarios
y arquitectos y empresarios dispuestos a tumbar árboles
para levantar edificios y hacer sus negocios. Parque del
Continental: a tus árboles que no pudieron hablar,
tampoco les
dejaron vivir.
Los guardias civiles se subirían a sus vehículos
y por Ramón
y Cajal arriba en escasos minutos llegarían ante
la puerta de la
cárcel. Cárcel del Coto: ¡si tus paredes
hubieran podido hablar!
Bajé del coche y me puse a caminar por delante del
que fuera
pabellón de administración de la cárcel,
que es el que se conserva
y que en la actualidad se utiliza como edificio municipal
de
servicios para jubilados y mujeres. Le di la vuelta y volví
a situarme
frente a la puerta que entonces daba acceso a la cárcel.
Se
construyó esta cárcel de El Coto a comienzos
del siglo XX según
proyecto del arquitecto García de la Cruz. Fue inaugurada
en
1909 por militantes republicanos y de la CNT, ¿por
quién si no?,
detenidos por las huelgas de la que en Barcelona se conoció
como
Semana Trágica. Y por el apodado Pintarrueques, al
que habían
cogido robando botellas vacías… Que al que
azotan es por
pobre/de suerte, favor y trazas…
Me contaba Fermín López de Vega que cuando
empezaron a tirar la cárcel
de El Coto, fue hasta allí para verlo con sus propios
ojos y sacar
unas fotos: él, que había estado preso, encerrado
en una sus celdas,
con veintipocos años, y que pasó meses y meses
en la galería
de los condenados a muerte. ¡Qué diría
Fermín si supiera que
hoy en día tenemos en España más cárceles
y más presos que en 1940!
Allí permanecí un tiempo, mirando para aquel
edificio de tan
siniestro pasado que se trataba de camuflar bajo los colorines
de capas de pintura y nuevas dependencias. Un poco como
hacen
esos kapos de los campos de concentración nazis,
que un día alguien
descubre debajo de un perfecto disfraz de discretos y honorables
ciudadanos de lejanos países.
Amanecer del jueves 14 de Julio de 1938: tres hombres
aguardaban en el rastrillo de la cárcel. Ese amanecer,
cuando
los presos con condena de pena de muerte sintieron el ruido
de
los cerrojos y los pasos de los guardias por la galería,
se encogieron
sus cuerpos y se agitó de forma salvaje el latir
de sus corazones:
¿cómo era posible? Emilio Vera, otro preso
como ellos,
había estado sonriente durante el último recuento,
y esa era la
señal infalible que quería decir que esa noche
podían dormir
tranquilos. Por el destino que tenía en la cárcel,
Vera sabía cuándo
llegaban las relaciones con los nombres de los que iban
a fusilar
al día siguiente y cuándo no. Y todos los
presos conocían la
elemental mímica de la vida y la muerte: si en el
último recuento
estaba serio, es que al amanecer iba a haber saca, y si
estaba
sonriente, entonces era que no.
Supe por Luis Quirós que ese día fatídico,
una de las puertas
que abrieron fue la de su celda. Un guardia de prisiones
llamado
Marqués, más conocido como “Bocanegra”,
leyó un nombre de
la ficha que tenía en la mano. Esta vez no llevaba
un folio con la
relación de los que iban a ser fusilados como era
habitual:
—José Germán Alvarez. —Nadie contestó.
Tourman estaba
durmiendo, tan tranquilo y tan ajeno a todo.
Marqués volvió a mirar la ficha y corrigió
el error:
—José Tourman Alvarez. Y a continuación
pronunció la palabra
fatídica: ¡Vístase!
Otros dos cerrojos de las puertas de otras dos celdas se
descorrieron ese amanecer. Y los nombres de otros dos presos
se oyeron pronunciar en la galería. Y en la penumbra
de la celda,
cuidando de no pisar a los compañeros, otros dos
hombres se
vistieron.
Cuando Alfredín el del Vidrio pasó por delante
de la puerta
abierta de la celda de la que José Tourman iba a
salir, dijo a media
voz:
—Luisín, no me olvido de lo tuyo.
¡Todavía creía el pobre Alfredín
que le llevaban para un
canje!
Tres hombres esperaron en el local habilitado como capilla
a
que terminasen las formalidades burocráticas después
de que
hubieran rechazado las religiosas.
¿Se habrían despedido de sus compañeros
de celda? ¿Cuáles
serían las breves palabras que se pronunciaron? ¿Les
daría
tiempo a repartir sus escasas pertenencias, a cambiar una
chaqueta
más nueva por otra más vieja, a quitarse los
zapatos y poner
unas alpargatas rotas, a dejar el reloj y el anillo para
que lo
entregasen a la familia, a repartir el tabaco, a echar un
último cigarrillo,
a escribir una carta de despedida para que la sacasen
camuflada entre las costuras de la ropa sucia? ¿Firmarían,
como
cuenta Fermín que hizo César, el hermano de
Ramonín, en el
pliego de la comunicación de la sentencia con un
Viva la CNT,
Viva la FAI y Vivan las Juventudes Libertarias? Tres hombres
es-
peraron. Quince guardias civiles y quince guardias de Asalto
esperaron. Centenares de hombres, acurrucados en sus petates
carcelarios, esperaron.
Frente a la puerta de la cárcel, los guardias de
los dos uniformes
formarían corros y fumarían. Murmullo de conversaciones,
golpes de las culatas en el suelo y ruido descompasado
de botas. El director de la cárcel, el jefe de la
fuerza, el juez instructor,
el fraile, el médico militar, el oficial con la orden
del comandante
militar, todos se moverían con pulcritud burocrática
para ultimar los detalles que completasen el envoltorio
jurídico
de los tres crímenes que se iban a cometer. Allí,
en otra zona del
rastrillo, los funcionarios de la cárcel les pondrían
un alambre
apretado en las muñecas de los tres anarquistas y
les amarrarían,
para mayor seguridad, brazo con brazo. A la puerta de la
cárcel, dos filas de fusiles se formarían
a la salida de los tres
presos. Subirían al autobús y, como cuando
sacan al santo de la
iglesia, el arrancar de los motores sustituiría a
la salva de voladores
para anunciar al pueblo el inicio de la procesión.
Uno de
los piquetes se encargaba de la vigilancia y otro de la
ejecución.
Se turnaban día a día: ¿a quién
les tocaría hoy fusilar, a los
civiles o a los de Asalto?
Por encima del tejado de una de las Casas Baratas vi asomar
el primer rayo de sol. En el árbol junto al que estaba,
frente a la
puerta de la cárcel, se formó un jolgorio
de gorriones. Eran las
seis y media en mi reloj, una hora más en el del
estado. Tal vez
aquel día de Julio de 1938 estuviese nublado y todos
los gorriones
de la redonda hubieran huido al ver tanto fusil. Subí
al coche
y me fui al cementerio de Ceares. Ya estaban abiertas las
puertas.
Entré y caminé hacia el lugar de la ejecución:
a mi izquierda,
los grandes panteones, a mi derecha, viejas y humildes tumbas:
¿quién dijo que la muerte nos iguala? Llegué
al final del camino
principal y torcí a la izquierda para ir bordeando
la fosa común
donde están los restos de los fusilados por el franquismo.
Hoy, que la propaganda de la conveniencia política
agita el
eslogan ese de la Recuperación de la Memoria Histórica,
yo vuel-
vo a recordar aquí a los que no interesa, a doña
Rafaela y a aquellas
mujeres que en plenos años cincuenta se enfrentaron
a los
designios de las autoridades franquistas. Fueron ellas las
que,
poniendo sus nombres y sus firmas, tirando de todos los
hilos,
pudieron impedir que los restos de los fusilados por el
franquismo
fueran aventados. Las que obligaron al Ayuntamiento a hacer
lo que hoy es la fosa común. ¿Quién
se acuerda de ellas? Yo, sí.
Seguí caminando y llegué delante del muro
de las ejecuciones,
del paredón donde tantas y tantas balas reventaron
piedras
después de haber atravesado cuerpos. Flores de plástico
viejas
y lápidas con propaganda política. Se ve que
nos puede lo chabolero.
Por este mismo camino del cementerio pasó el cortejo.
Allí
estaría la zanja que todos los días había
que alargar unos metros
más. ¿Irían enteros los tres anarquistas?
¿Desfallecería alguno y
le susurrarían palabras de consuelo los otros dos?
Porque ya escribió
el poeta que cuando se miran de frente los vertiginosos
ojos blancos de la muerte… ¿Cantarían
el A las barricadas y darían
vivas a la CNT, a la FAI y a la Libertad?
Les colocaron contra aquel paredón que hoy vemos
lleno de
grietas y agujeros. Formó el piquete frente a ellos
y el alférez o el
teniente fue dando las órdenes. Entraron las balas
en las recámaras,
los dedos se pegaron a los gatillos y quince caras tuertas
buscaron un punto preciso en aquellos tres seres humanos:
dos
tiros a la cabeza y tres al corazón. ¿O sería
al revés? Quince fogonazos
y un trueno seco que se oiría en toda la ciudad.
La advertencia
de todas las mañanas al Gijón de la derrota.
Y tres cuerpos
sin vida se desplomaron y en silencio su sangre pintó
en la tierra
una última protesta. En la cárcel y en la
ciudad se comprendió
que aquel catorce de Julio los de la Bastilla habían
vencido a París.
No creo que hiciera falta el tiro de gracia. ¿Se
lo daría el oficial
por cumplir con la rutina como el fraile con sus oraciones?
Regresó la fuerza a los camiones. Cesó el
cura sus rezos.
Certificó la muerte el médico militar. Después
de que todos se
hubieran ido, pasó un largo tiempo hasta que el silencio
del lugar
recuperó sus sonidos y rumores cotidianos. Entonces
aparecieron
unos hombres con trazas de labriegos que cargaron en una
especie de angarillas y llevaron para la zanja los cuerpos
de los
que en vida habían sido Alfredo Díaz González,
Marcelino Ovies
Cabo y José Tourman Alvarez. Tres veteranos cenetistas,
tres
apreciados anarquistas de Gijón.
Me podía haber molestado más, buscado, indagado,
preguntado
a unos y a otros, pero… Escribí a una hija
de Marcelino
Ovies que vive en Perpiñán: no recibí
respuesta. Conseguí hablar
con ella por teléfono y me dijo que no, que no me
mandaba
una foto de su padre. Yo tampoco insistí. Localicé
por internet en
Francia a un nieto de Tourman y nos cruzamos varios e-mails.
No
sé decir por qué, pero me dio la sensación
de que no le hacían
mucha gracia mis proyectos. Igual estoy equivocado, pero
yo
soy así. Me mandó unas fotos de Tourman que
le pedí y una reproducción
del pasaporte, pero como mi manera de ser es igualitarista,
me dije: si no hay fotos de todos, no hay fotos de nadie.
Llamé a la hija de Ramonín a la facultad,
pero no la localicé, y no
quise molestar a su viuda. Mandé un e-mail a la Fundación
Anselmo
Lorenzo y me enviaron lo que tenían: las reseñas
que trae
la Enciclopedia Histórica del Anarquismo Español.
Tampoco sé
si habrá mucho más, porque recuerdo que Ramonín
Alvarez Palomo me contaba
que durante la guerra, en el verano de 1937, mandó
a un familiar
para Francia en un barco que salió de El Musel. Llevaba
dos maletas
cargadas de documentación de la CNT que querían
poner
a salvo por si las cosas iban a peor. Ya en alta mar, un
barco de
guerra se acercó al mercante. El hombre creyó
que era el Cervera
y se pondría nervioso. Cogió las maletas y
las tiró a la mar.
Luego resultó que el barco de guerra era inglés…
¿Qué hice al final?, pues cogí los
libros que Ramonín escribió
sobre Quintanilla y sobre Mallada y me puse a buscar referencias
que cotejé con los periódicos de la época.
Natural y vecino de Gijón, Alfredo Díaz González,
popularmente
conocido como Alfredín el del Vidrio, tenía
32 años, estaba
casado y tenía varios hijos. Trabajaba en la fábrica
de vidrios
La Industria y estaba afiliado al sindicato del Vidrio de
la CNT. La
primera referencia de su actividad sindical que encontré
estaba
fechada a mediados de Mayo de 1931. Durante esos días,
un
mes después de la instauración de la II República,
Alfredín y Angel
González participaron en el pleno regional de la
CNT de Asturias,
León y Palencia en representación del Sindicato
del Vidrio.
Las sesiones del Pleno se celebraron en la Casa del Pueblo
de Gijón y la sesión de apertura estuvo presidida
por Segundo
Blanco, secretario general de la CNT, que afirmó
que la organización
contaba con veinticinco mil afiliados en la región.
El 28 de Febrero de 1932 se celebró otro Pleno regional
de la
CNT. En esta ocasión, junto con Alfredo Díaz,
el Sindicato del Vidrio
estuvo representado también por Andrés Expósito
y justificaron
tener en esos momentos 650 afiliados.
A finales de Abril de ese mismo año, la prensa dio
cuenta de
la celebración de un mitin de la CNT en Cangas de
Onís. Además
de Alfredo Díaz, hicieron uso de la palabra Enrique
Martínez,
Agapito González y Emilio García. Este acto
se enmarcaba
dentro de una campaña de mítines que la CNT
organizó en esas
fechas por toda Asturias.
En los últimos días de Septiembre de 1932,
se celebró en
León el III Congreso de la Confederación Regional
del Trabajo
de Asturias, León y Palencia. Por alguna razón
que ignoro, tal
vez por la dificultad del desplazamiento, el Sindicato del
Vidrio y
algunos otros sindicatos más no enviaron representación
a ese
congreso.
Los días 17 y 18 de Septiembre de 1934, en vísperas
de la
Revolución de Octubre, se celebró en la Casa
del Pueblo de la
CNT, en Gijón, un pleno de la Regional de Asturias,
León y Palencia.
Fue entonces cuando se sometió a votación
la integración
o no en la Alianza Obrera. Se aprobó por 39 votos
contra
35 que la CNT formase parte de la misma. A continuación,
se
puso a votación la decisión de que la Alianza
fuera con la UGT y
el PSOE, o solamente con la UGT. Ganó la primera
opción por
20 votos contra 16. Ya se ve que la opinión estaba
dividida casi
a partes iguales. En la sesión del Pleno celebrada
el día 18,
Alfredo Díaz ocupó un puesto en la mesa por
haber sido designado
secretario de Actas. Más información sobre
aspectos poco
conocidos de la Revolución de Octubre está
disponible en
www.asturiasrepublicana.com/crirep.asp.
Después de la Revolución de Octubre, Alfredo
Díaz fue perseguido
y, como tantos otros, tuvo que esconderse. La policía
le
acusaba de haber representado, junto con José María
Martínez,
a la CNT en el comité provincial de la Alianza Obrera.
Según la
policía, los dos fueron elegidos para esa representación
en un
congreso de delegados que se había celebrado en La
Felguera
pocos días antes del inicio de la Revolución.
Los informes de la
policía indicaban que en las primeras semanas que
siguieron a
la derrota revolucionaria, Alfredo Díaz se había
ocultado en casa
de una lechera en la parroquia gijonesa de Peñaferruz.
Quizás
por sentirse vigilado, abandonó este refugio para
esconderse
en una casa en Gijón, donde fue detenido en los primeros
días de Enero de 1935. Aunque se le dio gran importancia
a su
detención, yo creo que no llegó a ser sometido
a consejo de
guerra ni condenado. Ya antes, durante la República,
había estado
detenido en varias ocasiones por orden de diferentes gobernadores
civiles.
Al estallar la guerra, aparte de lo que ya se contó
páginas
atrás, el once de Febrero de 1937 la prensa dio cuenta
de un mitin
que organizó el Sindicato Campesino de la CNT en
Villaviciosa.
Intervinieron en él Alfredo y el alcalde de Gijón,
Avelino González
Mallada. Pocos días después, Alfredo y Onofre
García
dieron una conferencia en el Ateneo Libertario de Ceares.
Marcelino Ovies Cabo era natural de Avilés, pero
llevaba muchos
años viviendo en Gijón. Tenía 49 años
cuando estaba detenido
en Enero de 1938. Excedente de cupo del reemplazo de
1909, se casó con María Luz García,
con la que tuvo varios hijos.
En Junio de 1912 ya se le menciona por estar metido de lleno
en
la lucha sindical y formar parte, como vocal, de la Comisión
permanente
de Huelga, encargada de solucionar el conflicto de los
cargadores del puerto avilesino. Dos años más
tarde, los periódicos
recogieron su participación en un mitin en el que
representó
al Centro Sindicalista de Avilés. En ese mitin participó
también
Eleuterio Quintanilla, una de las grandes figuras que dio
el sindicalismo
confederal gijonés.
La siguiente referencia de Marcelino Ovies que encontré
era
de 1928. Estaba ya asentado en Gijón y trabajaba
de ebanista.
Formaba parte de la directiva del Sindicato de la Madera,
sindicato
que estaba presidido entonces por Vicente García
y del que
era secretario general Horacio Argüelles, que tan renombrado
sería años más tarde. Miembro de la
Liga de Inquilinos de Gijón,
tenía su domicilio en la calle Del Real y era también
vocal nato de
la Junta directiva de Cultura e Higiene del barrio de Ceares.
Participó
en el Pleno Regional de la CNT de Febrero de 1932 llevando
la representación, junto con Consuelo Castaño,
del Sindicato
de Obreras del Hogar que, en Gijón, acreditó
contar con noventa
afiliadas.
Como cualquier otro sindicalista que se hiciera destacar
un
poco, Marcelino Ovies fue encarcelado varias veces por orden
de los gobernadores civiles que pasaron por Asturias. En
Abril
de 1934, el comité local de la CNT de Gijón
organizó un mitin pro
amnistía y contra el restablecimiento de la pena
de muerte. Se
celebró en la Casa del Pueblo. Lo novedoso de este
mitin es que
junto con los dirigentes confederales Avelino González
Entrialgo,
Horacio Argüelles, José María Martínez
y el propio Ovies, que intervino
en primer lugar, participó también en él
e hizo uso de la
palabra Juan Pablo Martínez, abogado y miembro de
la UGT y
del PSOE. Finalizado el acto, se envió un telegrama
al presidente
del gobierno en el que, en nombre de los quince mil trabajadores
asistentes, se pedía la amnistía para los
encarcelados y sentenciados
por el movimiento del pasado mes de Diciembre y que no
se restableciese la pena de muerte en España.
Después de la revolución de Octubre, Marcelino
Ovies estuvo
detenido, pero poco tiempo. No se conoce cual fue su participación
en la misma, pero parece que tampoco llegó a estar
procesado.
A finales de Junio de 1935, ante la sospecha de que se
iba a declarar la huelga en Gijón, Marcelino Ovies
y otros dirigentes
de la CNT fueron detenidos en la madrugada del domingo
y encarcelados por orden del gobernador civil.
José Antonio Tourman nació en Gijón
el 30 de Septiembre de
1889. Su padre era un francés de la Lorraine que
llegó a Gijón
escapando probablemente de la guerra y de la represión.
Como
se sabe, durante las últimas décadas del siglo
XIX y las primeras
del XX el proceso industrializador que vivió Gijón
atrajo a un numeroso
contingente de emigrantes galos. En este sentido, quiero
recordar aquí, por ejemplo, que a las hileras de
casas construidas
para los maestros de taller y oficiales de la fábrica
de vidrios
La Industria se le llamaba el callejón de los Franceses.
Bueno,
pues el padre de Tourman, que se llamaba Antonio, llegó
a Gijón
y se casó con una joven de la villa, Manuela Alvarez
Valdés, de
cuyo matrimonio sobrevivieron dos hijas y dos hijos. Aquí
pasó el
resto de su vida, hasta que en Marzo de 1928 le alcanzó
la muerte
con 75 años. Vivían entonces en El Natahoyo,
en el número
129 de Mariano Pola.
En este punto, volví a releer y ver las fotos de
los e-mail que
me había enviado Freddy Gómez, el nieto de
Tourman. En una
de ellas me decía que estaba también Ramonín
Alvarez Palomo.
Lo había pasado por alto. Abro la foto en el ordenador
y veo que
están todos muy encorbatados y endomingados. Paso
revista a
las caras para ver si identifico a alguien: Tourman, me
lo dijo su
nieto, es el que está fumando; Ramonín está
de pie en la segunda
fila, justo detrás de Tourman. El tercero por la
derecha es Nelín,
Manuel Sánchez. (…)Debe de estar hecha en Francia,
a
donde habrían llegado huyendo de la represión
de la Revolución
de Octubre.
Recuerdo ahora que Ramonín me contó que él
era el secretario
del Comité Revolucionario de Gijón en Octubre
de 1934 y
que, al fracasar la Revolución, huyó con Luis
Meana, vicesecretario
del Comité, a Rengos, en Cangas de Narcea, donde
vivía
una hermana de Meana. Allí estuvo hasta Marzo de
1935. Luego,
en Avilés, gracias al capitán de la marina
mercante Santiago Cifuentes
Díaz, fusilado más tarde por los franquistas
junto a su hijo,
pudo embarcar y llegar a Bilbao, de donde pasó a
Francia,
refugiándose en París hasta la amnistía
del Frente Popular.
(…) José Tourman, del que, con quince o dieciséis
años edad, hay alguna referencia que le sitúa
trabajando en la construcción y, posteriormente,
en la Fábrica de Moreda. Resultó excluido
del reemplazo de 1910, por lo que
no hizo el servicio militar. Creo que para no perder la
nacionalidad
francesa, se presentó en Burdeos para inscribirse
en el
ejército francés, pero también resultó
excluido. En 1915, José
Tourman formó parte, en representación de
las sociedades
obreras, de los tribunales industriales encargados de dirimir
los
pleitos entre trabajadores y empresarios. Entre los demás
miembros
obreros de esos tribunales en Gijón cabe citar, en
esas
mismas fechas, a los socialistas Wenceslao Carrillo y Leoncio
García Moriyón. En Mayo de 1918, Tourman firmó,
como secretario
del sindicato de albañiles El Progreso, una nota
llamando al
boicot a una obra que se realizaba en la calle Numa Guilhou,
de
Gijón. Ese mismo año se inició la reorganización
del sindicato La
Cantábrica, de los obreros portuarios, el cual tras
las durísimas
huelgas mantenidas en los primeros años del siglo
XX, llevaba
desde 1910 sin funcionar. Se nombró una directiva
provisional,
presidida por Generoso Laviada, y en ella estaba también
Tourman
como vicesecretario.
En este sentido, me parece que tiene interés reproducir
una
nota publicada en El Noroeste, firmada por Tourman, en la
que
se llamaba a los trabajadores a afiliarse y a que asistiesen
a una
asamblea. Decía así:
“Compañeros: Hace ocho años que esta
Sociedad ha desaparecido
de la vida activa por defender una causa justa, una
causa noble, una causa santa: por defender a dos compañeros
de la tiranía de un patrono. Hace ocho años
que un puñado de
luchadores conscientes vienen sufriendo un verdadero calvario,
por no querer doblegarse a los caprichos de cuatro explotadores.
Pues bien; hace ocho años, día por día,
que ese puñado de
luchadores no han perdido ni por un momento las esperanzas,
a
pesar de cuantos intentos han hecho; y, en repetidas ocasiones,
al ver sus ensueños realizados, al ver desaparecer
esa pesadilla
que por espacio de tantos años no les abandonó
un solo momento,
y al ver desaparecer esa mal llamada plantilla patronal,
compuesta por un puñado de individuos que, sin darse
cuenta
unos, y por instinto de maldad otros, nos están causando
tanto
daño a nosotros y a ellos mismos.
Ahora bien, compañeros: reorganizada esta Sociedad
de
nuevo, y contando con el apoyo de la organización
obrera de la
localidad, federada con la Confederación Nacional
del Trabajo y
con la Federación de Obreros de la Navegación
y Transportes
de España, os invitamos a todos los que no lo hayáis
hecho aún,
a engrosar las filas de la misma, en la inteligencia de
que, de no
hacerlo en un plazo relativamente corto, habréis
de lamentarlo,
quizá cuando el mal no tenga remedio, pues es necesario
que
sepáis que, en un día no lejano, la labor
que la organización
obrera viene haciendo, dará beneficiosos resultados
y La Cantábrica
volverá a ser, no lo que fue, no, sino que se hará
respetar
de todos.
Al mismo tiempo, se os convoca para que asistáis
a una
asamblea que se celebrará hoy domingo, a las diez
de la mañana,
para enteraros de asuntos de extraordinaria importancia
y de
última hora.”
Miembro del Comité Pro-Presos de Gijón, que
en algún momento
llegó a presidir, Tourman colaboró en la organización
de
numerosos actos en solidaridad con los obreros detenidos
y
continuó con su actividad en La Cantábrica.
A consecuencia de
la represión que siguió a la huelga de transportes,
con gran incidencia
en la actividad portuaria gijonesa, Tourman fue detenido
y conducido a la cárcel de Oviedo. Ya era un sindicalista
destacado
y, por lo tanto, merecedor de un castigo ejemplarizante.
Ni
siquiera el contar con el favor del influyente periódico
El Noroeste,
afín a las ideas reformistas de Melquiades Alvarez,
en cuyas
páginas se publicaban las constantes notas de denuncia
que
enviaban sus compañeros de la CNT, sirvió
para impedir la injusta
actuación gubernativa ni atenuar los rigores carcelarios.
En la
cárcel de Oviedo permaneció aislado e incomunicado,
no obstante
que no hubiera ni acusación ni proceso judicial abierto
contra él. Luego, las autoridades, el gobernador
civil, creyeron
que Tourman podría ser considerado un desertor del
ejército
francés y que si lo entregaban al país vecino,
le fusilarían. Caminando
por la carretera, escoltado por la pareja de la guardia
civil,
de prisión en prisión, fue conducido hasta
San Sebastián. Allí
se comprobó que la acusación de deserción
era falsa, pero en
vez de ponerlo en libertad, le condujeron a Barcelona. José
Tourman
estaba casado con Consuelo García y tenía
dos hijas. Para
vivir, dependían del sueldo de Tourman, por lo que
si estaba preso,
no había ingresos: castigo completo.
A finales de Junio de 1921, se celebró en el centro
obrero de
la CNT de Gijón, situado entonces en la calle Cabrales,
el primer
congreso nacional del Sindicato de Transportes Marítimos
y Terrestres.
Acudieron delegados de numerosas localidades españolas
y se recibieron adhesiones de otras más. En la mesa
presidencial
de la sesión previa, dedicada a verificar los justificantes
de los delegados, estaban los conocidos sindicalistas gijoneses
Machargo y Tourman, que, en días sucesivos, desempeñaron
el
papel de secretarios en la mesa que dirigió las deliberaciones.
Fueron diecisiete los puntos que se sometieron a debate
agrupados
en cinco ponencias. Este sindicato, al que no pertenecían
los trabajadores de ferrocarriles, contaba en 1932 con 1.600
afiliados
en Gijón.
En Septiembre de 1921, Tourman volvió a ser encarcelado
por orden del gobernador civil. Se repitieron otra vez los
mismos
abusos y extralimitaciones y, de nuevo, El Noroeste acogió
en
sus páginas las protestas de los cenetistas. Preso
e incomunicado,
durante unos días nada se supo de él; hasta
que el gobernador
civil informó a los periodistas que había
sido expulsado de
España y entregado a las autoridades francesas. En
respuesta a
ese abuso tan grande, El Noroeste publicó en portada
una editorial
titulada: “Celo de buen Gobierno. Los conflictos sociales
en
Asturias.” En esa editorial se criticaba duramente
al gobernador
civil, un tal Novoa, del que se afirmaba que era incapaz
de propiciar
acuerdos que pusieran fin a huelgas prolongadas, como la
de los 600 mineros de Teverga, la de los 2.000 trabajadores
de
la Duro Felguera o la de los panaderos de Sama. Decía
el editorial
que el gobernador civil, a pesar de la ruina económica
y el
hambre que provocaban esos conflictos, no era partidario
de intervenir
en los litigios entre capital y trabajo. Sin embargo, El
Noroeste
ponía de manifiesto y denunciaba el gran interés
que había
puesto ese mismo gobernador en desterrar “a ese infeliz
obrero Tourman” por ser un sindicalista no grato.
El editorialista
tomó partido claramente y afirmó que Tourman
ni era extranjero,
por ser hijo de española y nacido en España,
ni se podía justificar
su expulsión, por lo que se trataba de un procedimiento
indigno
de una nación liberal. Terminaba la editorial diciendo
que
el tal Novoa, gobernador civil de Asturias, como era (y
es) natural,
seguía a lo suyo y no hacía ni caso de lo
que se decía en El
Noroeste, dirigido ya por Antonio L. Oliveros.
La última referencia de José Tourman que pude
encontrar estaba
fechada en Mayo de 1923. Desempeñaba Tourman entonces
el cargo de secretario general del Sindicato de la Construcción.
A finales de ese mes, Fernando González Regueral,
ex
gobernador civil de Vizcaya, fue asesinado a tiros en León.
En Bilbao
ya había sufrido otro atentado que le costó
la vida a uno de
los hombres de la escolta. La policía sospechaba
que los pistoleros
habían huido hacia Asturias y procedió a hacer
una redada
entre los dirigentes de la CNT, incluido Tourman, a pesar
de que
todos ellos habían sido vistos en la ciudad el día
del atentado.
Exiliado en Francia, Tourman regresó a Gijón
con la instauración
de la II República. Parece ser que tenía algún
contencioso
pendiente con Marcelino Suárez, otro dirigente de
la CNT gijonesa.
En este sentido, se creó una comisión que
se encargó de investigar
y aclarar el asunto, pero cuyas conclusiones, si es que
las hubo, las desconozco. Tourman debió de pasar
poco más de
una año en Gijón, antes de regresar de nuevo
a París, porque
cuando murió su madre, Manuela Alvarez, que falleció
en Gijón,
en Diciembre de 1932, a la edad de 67 años; su hijo,
José Tourman
figuraba en la esquela como asunte; es decir, que ya no
vivía
en Gijón.
Al estallar la guerra en Julio de 1936, Tourman regresó
a Gijón
y fue nombrado Consejero de Industria del gobierno de Asturias
y León. Ramón Alvarez Palomo dice que también
desempeñó durante
la guerra el cargo de delegado gobernativo en Langreo.
El nieto de Tourman me envió una fotocopia del permiso
de entrada
en Francia a favor de José Tourman, su mujer e hijas.
Había
sido expedido por el cónsul en Gijón a primeros
de Septiembre
de 1937, en plena ofensiva nacionalista sobre Asturias.
Sería entonces, y no en Agosto de 1936 como declaró
al juez
militar, cuando su mujer y sus dos hijas saldrían
evacuadas,
junto con miles de personas, en alguno de los barcos que
tras
conseguir forzar el bloqueo regresaban a Francia cargados
de
refugiados. José Tourman aguantó como los
demás hasta el último
momento: la noche del veinte al veintiuno de Octubre de
1937. Embarcó entonces en el Mont Seny con la idea
de llegar
a Francia y pasar a Cataluña. Pero este barco fue
capturado
por la Marina nacionalista y todos los que iban a bordo,
hechos
prisioneros.
(…)He escrito lo mejor que supe y pude sobre la vida
de tres hombres del pueblo que lo dieron todo en la lucha
por un mundo mejor, por una sociedad diferente. Tres hombres
que, junto con tantos otros, protagonizaron un combate permanente
por la Libertad y por la justicia social. Tres hombres que
tuvieron que enfrentarse de forma continuada a una patronal
que, en palabras de Oliveros, el que fuera director de El
Noroeste,
estaba ayuna de toda preparación intelectual moderna
y
con un lastre de ideas regresivas en el cerebro que le impedía
asomarse a la realidad del mundo nuevo en marcha.
Escribía Ricardo Mella en El Libertario, aquí,
en Gijón, en
1912, unas palabras que yo repito hoy con él, que
hago mías por
encontrarlas tan acertadas y adecuadas:
“No somos devotos de las efemérides ni adoramos
en los
hombres, vivos o muertos. Los sucesos y los hombres pasan;
las ideas quedan. Mirar al pasado, vivir de recuerdos, plañir
por
lo perdido es detenerse en el camino y sumirse en la inacción.
Mirar hacia el porvenir y correr sin tregua tras él,
es de hombres
de acción y de pensamiento, reñidos con el
nirvana contemplativo.
Todos los días son buenos para tener presentes los
asesinatos
y las infamias gubernamentales, los latrocinios y las torturas
del capitalismo. Cada minuto que pasa, se marca en el
tiempo que corre con un hecho vandálico, con un dolor
infinito
de la multitud sufriente. Los mártires ignorados
son millones.
Las angustias que matan, incontables son.”
Lo mismo que Mella entonces, también me pregunto
yo hoy:
¿Adónde nos conduce la vesanía del
capitalismo y del gubernamentalismo
triunfantes, ensoberbecidos, sanguinarios y bárbaramente
crueles?
Y como él hace un siglo, afirmo de igual modo yo
que todos
los días son aquel 14 de Julio de 1938. Que no se
puede aceptar
pacientemente tanta explotación, injusticia, opresión,
abuso, incompetencia
e impunidad. Que hay que ser libre y rebelarse y
luchar por la Libertad y por nuestros derechos de seres
humanos,
aquí, para todos y en todas partes.