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  • Asturias Republicana – ENTRE REPUBLICAS


    El periódico “El Noroeste”, que se
    titulaba como “diario democrático independiente”,
    fue fundado en 1897 en Gijón por tres destacados
    miembros del movimiento republicano.
    Contaba con una
    de las mejores imprentas de la región, por lo que
    el periódico en seguida destacó tanto por
    la calidad de la impresión como de la información.
    “El Noroeste” pasó a ser, andando
    los años, el periódico de Melquiades Alvarez
    y del reformismo en Asturias, hasta su desaparición
    en 1936.

    Por
    puro azar, se revisaron todos los números de ese
    periódico correspondientes al mes de Octubre de
    1919.
    De ahí proceden los recortes de prensa,
    seleccionados no tanto por su importancia, sino por su
    posible interés para una mejor comprensión
    de aquella época. Un año en el que Europa
    acababa de salir de la “Primera Guerra Mundial”,
    la Revolución rusa se batía en guerra civil
    contra la reacción internacional y España
    se agitaba en una profunda crisis social y económica,
    antesala del desastre marroquí y de la dictadura
    de Primo de Rivera.

    Han
    pasado ochenta y cuatro años y en la historia de
    las luchas del proletariado español por la reducción
    de la jornada, por la mejora de los salarios, por la seguridad
    y la higiene en el puesto de trabajo, por la vivienda
    y la enseñanza, y tantas otras cosas, se pueden
    ver los logros y los avances, pero también los
    retrocesos. Por ejemplo, ¿en cuántos sectores
    de nuestra economía se trabajan en la actualidad
    cincuenta o más horas semanales?

    La
    jornada laboral de siete horas



    “El proletariado asturiano sale de esta ejemplar
    lucha fortalecido en su personalidad y robustecido en
    su crédito. Se ha conducido demostrando una visión
    de la realidad, una sensatez y una disciplina admirables.
    El Sindicato Minero Asturiano (SOMA-UGT) tiene en su magnifica
    actuación social jornadas brillantes. La que acaba
    de añadir a su ejecutoria supera en trascendencia
    e importancia a las anteriores. (…) El minero de hoy,
    comparado al de aquellos días en que el Sindicato
    se constituye, es un minero redimido. La nueva jornada
    de trabajo le coloca en relación de igualdad con
    el minero inglés, que es el minero que marcha,
    en capacitación y bienestar social, a la cabeza
    de los del mundo.”



    “La huelga minera ha transcurrido en el mayor orden.
    Cesaron en sus ocupaciones cerca de treinta mil obreros.
    La vida en toda la cuenca minera entró en una pasividad
    absoluta. Sin embargo, no se registró un solo hecho
    que interrumpiese la tranquilidad habitual ni que pusiese
    inquietud alguna en los espíritus. Son esos los
    trabajadores asturianos. Son los que en Agosto de 1917
    fueron perseguidos como alimañas por una plutocracia
    desbordada en sus pasiones y egoísmos, y que dio
    ocasión a que el insigne demócrata don Melquiades
    Alvarez dijese que el patriotismo sincero, abnegado y
    consciente se había refugiado en los trabajadores.”


    El clericalismo imperante: un entierro



    “Anteayer falleció en El Llano la señora
    doña Mercedes García Alvarez. Sus deudos
    dispusieron enterrarla civilmente, cumpliendo así
    la última voluntad de la finada, que se distinguió
    en vida por su independencia de toda doctrina confesional.

    El
    señor cura párroco de Roces quiso oponerse
    al acto civil, aduciendo derechos de carácter espiritual
    completamente abolidos en las leyes y en el tiempo. Lo
    más censurable de todo esto han sido las molestias
    que dicho cura produjo a los familiares de la extinta
    señora Alvarez, demandándolos ante el Juzgado
    y amenazándolos con la exhumación del cadáver.
    Claro está que el digno señor juez correspondiente
    procedió con la rectitud debida, no permitiendo
    el atentado que proyectaba el señor cura de Roces
    contra la libertad de conciencia.

    Nosotros,
    que tenemos por norma el mayor respeto a los sentimientos
    religiosos de cada uno, protestamos enérgicamente
    de este nuevo caso de intolerancia, y esperamos que no
    vuelva a suceder.

    El
    señor cura de Roces no debe olvidar, por lo menos,
    que vive en pleno siglo XX.”


    El clericalismo imperante: dos bodas



    Casamiento Civil. Lo efectuó el sábado
    último nuestro querido amigo y consecuente socialista
    Maximino Cuesta con la joven Dolores Argüelles, ambos
    vecinos de la Hueria de Carrocera.

    Aunque
    parezca mentira, tuvieron los consortes que vencer grandes
    dificultades para lograr ser unidos con arreglo a los
    dictados de sus conciencias.

    Después
    del acto, se celebró una velada en el Centro Obrero
    en honor de los contrayentes. Reciban nuestra felicitación.



    La crónica continuaba así: “Según
    hemos podido enterarnos, este matrimonio se efectuó
    civilmente a causa de las intemperancias e intransigencias
    del cura de Caldones.

    El
    novio, a pesar de sus ideas radicales, transigía
    con que el matrimonio fuese canónico, y en lugar
    de aprovechar esta transigencia, el párroco
    se envalentonó, pretendiendo, sin duda, determinadas
    humillaciones para celebrar el enlace ante el altar.

    Y esto no sólo exasperó al novio, sino también
    a las familias de los cónyuges y a casi todo el
    vecindario de Caldones, que hoy aplaude sin reservas el
    matrimonio civil efectuado ayer.

    Malo,
    muy malo para la causa clerical es lo ocurrido ayer ante
    el Juzgado de Oriente. Fue el primer matrimonio civil
    entre labradores y pudiera resultar que fuera también
    el principio de un desfile por el despacho de los jueces
    municipales.

    Hay
    pastores que espantan las ovejas en vez de atraerlas con
    el cariño y el amor que predicó el Justo.”

    El
    incipiente movimiento feminista



    “Continuando el curso de conferencias iniciado por
    la Agrupación Femenina Anticlerical del Natahoyo
    (barrio de Gijón), tendrá lugar hoy, a las
    nueve de la noche, en el local del Comité Republicano,
    una importante (conferencia) que correrá a cargo
    del joven abogado don Mariano Merediz.

    El
    tema es: “Un paseo a través de la Historia”
    La entrada será pública.”


    El incipiente movimiento feminista: “La mujer
    en el presente y el porvenir”


    El doctor Loredo Aparicio, “empezó analizando
    el problema del feminismo en Europa, tal como se halla
    planteado después de la guerra, extendiéndose
    más ampliamente en el yanqui,
    por más
    práctico y en armonía con el carácter
    de la mujer española, aun dominada por la educación
    conventual y una serie de prejuicios ridículos,
    si no fueran nocivos.

    El
    problema sexual, así como las influencias que la
    mujer ejerce en los diversos ambientes (hogar, escuela,
    cuartel, municipio), fueron tratados por el conferenciante
    con bastante amplitud, encareciendo la necesidad de
    que las mujeres en sus agrupaciones laboren, estudien
    y trabajen para arrancar la igualdad de derechos y deberes
    con respecto al marido y los hijos, dignificando el hogar
    y la vida.

    Finalmente,
    y prescindiendo de otros interesantes puntos de vista
    que la falta de espacio nos impide publicar, dio fin,
    no sin fustigar duramente la mentirosa caridad oficial
    burguesa, y poniendo ante los oyentes el símbolo
    de Gijón, ciudad dominada por la colina del Coto
    de San Nicolás, donde se asientan la Cárcel,
    el Cuartel y el Convento.”


    El incipiente movimiento feminista: el derecho al voto



    Firmado con el seudónimo de Renana, se reproducen
    algunos de los párrafos más destacados:
    “(…) Para que la mujer pueda ejercer libremente
    ese derecho, tiene antes que independizarse del confesionario.
    Pues muy bien pudiera ocurrir que este sagrado lugar
    donde las almas vierten sus errores, la absolución
    fuera dada a cambio de una papeleta electoral.

    Justificable
    esta acción en el sacerdote, porque todos los medios
    son buenos para defender las ideas de los prohombres reaccionarios.

    Y
    la mujer, amable y caritativa, ¿cómo iba
    a negar este favor, al parecer insignificante, al confesor
    que la absuelve y la perdona?

    Sería
    demasiado ingrata, y la ingratitud en las mujeres no suele
    ser frecuente.

    Esta
    es la razón que aducen los partidos avanzados para
    recibir con recelo esa ley, que dentro de su amplia libertad
    ciudadana, oscilan sombras demasiado significativas.

    La
    mujer debe defender sus derechos civiles; pero antes que
    nada, de su educación, de su vida emancipada dependerá
    la libertad de pensar, haciéndose entonces acreedora
    a ostentar su personalidad ciudadana.

    Nosotras,
    las mujeres que vemos la vida como una corriente ideológica
    a la que nadie puede poner un dique que la paralice, defendemos
    toda ley que tienda a favorecernos; pero estamos en el
    deber de manifestar públicamente las consecuencias
    que sobrevendrían cuando haya una mayoría
    que habría de emplearla en contra de los fines
    para que fue establecida.”

  • Asturias Republicana – SEGUNDA REPUBLICA

    Con
    este artículo se quiere rendir homenaje a las
    mujeres que en Gijón fueron condenadas a pena
    de muerte por los tribunales militares del ejército
    franquista, tribunales que empezaron a funcionar en
    esta ciudad tras la derrota de las fuerzas republicanas
    en Octubre de 1937 y la consiguiente ocupación
    total de Asturias.

    Como
    eran mujeres del pueblo, su biografía se limita
    a los datos de filiación y a la reseña
    acusatoria de los que las mandaron matar: sus familiares,
    sus camaradas, sus amigos y vecinos, o los hijos de
    sus familiares, camaradas…, o los nietos de sus…,
    nos harán llegar más información.
    Así lo pedimos y esperamos. Porque el pueblo
    nunca ha perdido la memoria. Todos los que vivieron
    y sufrieron la barbarie franquista no pueden olvidarla
    jamás.

    La
    memoria solamente se pierde por enfermedad o, para
    lo que aquí se trata, por conveniencia política.
    Durante la dictadura franquista, en cada provincia
    española ha habido un Pinochet y un Videla

    con su cohorte de “milicos” y sus escuadrones
    de la muerte. Transición/transacción:
    ¿cómo se iba a recordar a los cientos
    de miles de víctimas del franquismo cuando
    se estaban sentando a la misma mesa con los autores
    y beneficiarios de aquel genocidio para negociar,
    pactar y repartir el poder y sus prebendas en el continuismo
    del nuevo/viejo régimen monárquico?

    Cuando
    un sistema político se impone en un país
    de forma fraudulenta y se desarrolla en un ambiente
    de oportunismo e hipocresía, necesita reescribir
    la historia para adaptarla a sus conveniencias presentes.

    Tarea difícil, porque para que la mentira triunfe
    se requiere mucha inteligencia y pocos o ningún
    testigo. Escasea la inteligencia tanto como abunda
    la propaganda. Testigos, testimonios y pruebas quedan
    muchos pese al paso del tiempo y a la labor depuradora
    de los “viejos” censores, ahora al servicio
    de la monarquía.

    Anita
    Orejas: ¿quién era Anita Orejas? Pues
    Anita Orejas López era una chica de 23 años
    y con sus 23 años la fusilaron contra las tapias
    del cementerio de Ceares un amanecer de Noviembre
    de 1937
    . Anita Orejas no fue ni una Agustina de
    Aragón ni una Dolores Ibarruri, y aunque lo
    hubiera sido; no comandó ningún batallón
    ni practicó el espionaje o la delación,
    y aunque lo hubiera hecho; no era maestra ni fue,
    siquiera, miliciana, y aunque lo hubiera sido. Anita
    Orejas era una chica de 23 años que vivía
    en Gijón, al final de la calle de Ferrer y
    Guardia, y trabajaba como empleada de hogar: ¡y
    la fusilaron un nueve de Noviembre!

    Durante
    la guerra, Anita trabajó como enfermera en
    alguno de los numerosos y atestados hospitales de
    Gijón, y se afilió al Partido Socialista.
    La detuvieron a los pocos días de la entrada
    de las tropas franquistas en Gijón y se la
    llevaron al cuartel de la Guardia Civil de Los Campos…
    Oficialmente, en los legajos, la denuncia parte de
    una mujer, dos años más joven que Anita,
    que estaba casada con uno de los guardias civiles
    de ese cuartel. El marido de la denunciante estuvo
    prisionero durante todo el tiempo que duró
    la guerra en el Norte por haberse unido a los sublevados.
    Cumplía condena en el penal de El Dueso pero,
    al producirse el avance nacionalista sobre Santander,
    le evacuaron, junto a los demás presos, hacia
    Asturias. A ese guardia civil y a otros muchos les
    mataron luego en la playa de La Franca, no se sabe
    si por intento de fuga, por orden superior o por simple
    venganza.

    No,
    Anita ni estuvo allí ni sabía nada de
    eso, pero aunque hubiera estado y aunque lo hubiera
    sabido. A Anita la acusaban de haberla visto dentro
    del cuartel de La Guardia Civil de Los Campos a los
    tres días de que los guardias se hubieran rendido.
    La denunciante decía que Anita llevaba pistola
    al cinto y, al cuello, un pañuelo rojo. Admitía
    Anita haber entrado en el cuartel, pero negaba lo
    de la pistola y el pañuelo, pero aunque los
    hubiera llevado. Esa mujer que la denunció,
    la identificó después en una rueda de
    presos: ¿cómo alguien puede recordar,
    tras el paso de quince meses, la cara de una persona
    que solamente vio unos instantes en medio del barullo
    y desorden propios de la situación? Claro que
    también pudiera suceder que la denunciante
    conociese de antes y odiase a Anita por motivos que
    nada tuviesen que ver ni con la guerra ni con la revolución,
    o que la denunciante no hiciera más que obedecer
    las instrucciones de una tercera persona… Pero,
    aunque así fuera.

    Porque
    Anita Orejas, que tenía 23 años y se
    había afiliado al Partido Socialista durante
    la guerra, no era ni Agustina de Aragón ni
    “La Pasionaria”, ni comandanta de batallón
    ni miliciana, ni maestra de la ATEA ni dirigente sindical
    ni concejala. Ni siquiera pertenecía a un comité
    cualquiera.
    A Anita no se le ocupó ningún
    pañuelo rojo ni, mucho menos, ninguna pistola;
    y, además, tuvo “la suerte” de que
    la susodicha denuncia cayese, no en manos de unos
    “gatilleros” de Falange con ganas de darle
    el “paseo”, sino que la denuncia siguió
    el trámite oficial, con sus atestados redactados
    en lenguaje policial y cumplimentados con las pólizas,
    sellos y firmas pertinentes.
    Siguió con
    suerte, Anita Orejas, porque su causa judicial no
    le tocó a un chusquero llegado del frente,
    sino que tuvo como juez instructor a un hombre de
    leyes como Vicente Otero Goyanes, alférez Jurídico,
    que auxiliado por su secretario, Manuel Martínez
    de la Vega, dio cuerpo al que sería “sumarísimo
    de urgencia nº 170”. La instrucción
    del sumario, ¡qué duda cabe!, fue tan
    imparcial como exhaustiva, y llevó al instructor
    a concluir que los hechos aquí sucintamente
    relatados eran constitutivos de un delito de rebelión
    militar: ¡así lo afirmó y firmó
    un señor alférez del cuerpo Jurídico
    militar!


    Fue el lunes, día ocho de Noviembre de 1937,
    cuando comenzaron a celebrarse los consejos de guerra
    sumarísimos de urgencia en Gijón, en
    el salón de actos del Instituto Jovellanos:
    ¡La obra más importante y más
    querida del ilustre y benéfico Gaspar Melchor
    de Jovellanos convertida en albergue de falangistas
    y policías de Asalto, en cárcel y centro
    de tortura, en escenario de la suprema ignominia y
    perversión humanas!

    A
    las diez de la mañana hacían su entrada
    los miembros del Tribunal Permanente nº 1, que
    preside el comandante de Caballería Luis de
    Vicente Sasiaín, y se celebraba el primer consejo
    de guerra: tres son los acusados: Constantino Valero,
    Florentino Argós y José Luis Ferrer.
    Audiencia pública. Se encarga de leer las acusaciones
    el secretario del consejo, que es el joven abogado
    gijonés Bonifacio Lorenzo Somonte. Actúa
    de fiscal el alférez honorífico del
    Cuerpo Jurídico Antonio Iglesias.

    Apenas
    una hora después, a las once y cuarto, se celebra
    el segundo consejo de guerra. Lo forman el mismo tribunal,
    secretario y fiscal. Los acusados son: Valentín
    Sánchez Cuesta, Cipriano Carrera y Ana Orejas
    López. El fiscal es tan breve como conciso
    y pide la pena de muerte para los tres.
    El defensor,
    teniente Luis Barreiro Paradela, al decir de las crónicas
    periodísticas, “da comienzo a su brillante
    informe considerando las bellezas de Asturias, grande
    y digna, y después de intentar refutar los
    cargos que el Ministerio Fiscal imputa a sus patrocinados,
    solicita se les considere como autores de un delito
    de auxilio y no de rebelión.” Se termina
    la vista y el tribunal se reúne para dictar
    sentencia.

    Por
    la tarde, a las cinco, otro consejo de guerra. Son
    los acusados: Maximiliano Gómez Cobos, Raimundo
    Alcorazo, Francisco Conde Calvete, José Costas
    Costas, Facundo López Fernández, Luis
    Subisaga, Juan Fernández Moreira, Manuel Marcos
    Ezquer y Angel Cristóbal Aparicio. El fiscal
    pidió la pena de muerte para todos.

    Los
    cristianos caballeros que componen el tribunal militar
    nº 1, impregnados hasta el tuétano del
    honor y demás virtudes militares, tuvieron
    a bien dictar ese día catorce condenas a pena
    de muerte y una a reclusión perpetua. En este
    caso no hubo discriminación y fueron igualitarios,
    así que a Anita Orejas también la condenaron
    a pena de muerte.

    Y
    al día siguiente, al amanecer, un traqueteo
    de motores por la calle Ramón y Cajal arriba.
    Durante meses y meses, el metálico y fugaz
    paso de esta caravana de la muerte anunciaba que el
    día iba a nacer con fusilamientos.
    Los
    piquetes de la Guardia Civil y de la Guardia de Asalto
    se presentan ante la cárcel de El Coto a reclamar
    a sus víctimas. Un piquete vigila y el otro
    fusila. Un día matan unos y otro día,
    otros. Que todos maten que así todos tendrán
    porque callar. ¿O serían soldados los
    que esos primeros días tuvieron que desempeñar
    tan siniestra tarea?

    Trece
    hombres y una mujer cruzaron el rastrillo de la cárcel
    de El Coto aquel nueve de Noviembre.
    Amarradas
    las muñecas con alambres, les subieron a las
    camionetas y la comitiva se puso en marcha: medio
    kilómetro hasta el paredón del cementerio
    de Ceares. No esperaron para ejecutarles ni las tres
    o cuatro semanas que solía llevar el trámite
    de la consulta y recepción del correspondiente
    “enterado” del “Cuartel General del
    Generalísimo”: ¡se conoce que tenían
    prisa por derramar sangre de inocentes!

    No
    sabemos cómo se las arreglarían para
    ponerles delante del paredón, si los tendrían
    que dominar a culatazos y llevarlos a rastras o si
    marcharían gallardamente dando “vivas”
    a la República, si escupirían al piquete
    o implorarían clemencia, si aceptarían
    al sacerdote o maldecirían a Dios y a toda
    la corte celestial… No sabemos si los fusilarían
    de tres en tres o de cinco en cinco, ni si a Anita
    la fusilarían sola por ser mujer o no. Nadie
    de los que de allí regresaba hablaba de ello.
    Solamente un fraile de los que asistían a los
    fusilamientos dijo un día a unos presos de
    El Coto: “dos tiros a la cabeza y tres al corazón”.
    Así que ese nueve de Noviembre, setenta
    disparos dieron los buenos días nacionalistas
    a la villa de Gijón.

    Y
    allí quedaron los cuerpos formando montón
    a la espera de que los enterradores los tirasen a
    la zanja ya abierta: trece hombres y una mujer: Ana
    Orejas López, a la que llamaban Anita porque
    tenía 23 años y no había sido
    ni Agustina de Aragón ni la Pasionaria, ni
    miliciana ni nada de nada, pero a la que la Justicia
    Militar del ejército franquista la hizo acreedora
    a los cinco plomos reglamentarios que agujerearon
    su cuerpo y pusieron fin a su corta vida.


    Expediente procesal de Anita

    Teresa
    Santianes Giménez tenía 23 años,
    como Anita, y también vivía en Gijón.
    En el segundo consejo de guerra de los que se
    celebraron el sábado día veinte de Noviembre,
    los mismos que condenaron a Anita la sentenciaron
    a ella a pena de muerte. No sabemos si acudiría
    a presenciar la siniestra pantomima del consejo de
    guerra o no, porque llevaba ingresada en el hospital
    desde el día cinco. Quizás por ese motivo
    no la fusilaron el nueve de Diciembre con los otros
    siete hombres que habían sido condenados a
    la máxima pena el mismo día que ella.
    Esperaron a que le dieran de alta en el hospital
    para poder meterla en la cárcel de El Coto
    y fusilarla el día veintiuno de Diciembre junto
    con otros cuatro hombres.

    El
    tribunal militar nº 1 seguía celebrando
    consejos de guerra en Gijón. En uno de ellos,
    el primero que se celebró en la mañana
    del jueves día dos de Diciembre, compareció
    Juana Alvarez Molina. Juana tenía cuarenta
    años, estaba casada y era madre de siete hijos.
    Los mayores habían estado luchando en el frente
    como milicianos, los pequeños rondaban los
    seis años.
    La detuvieron en su casa de
    la calle Oriental, en La Calzada, el veinticinco de
    Noviembre y la acusaron de participar en manifestaciones
    y requisas. En realidad y como en tantos otros casos,
    la tomaron a ella como rehén pensando que así
    conseguirían que su marido, que era al que
    realmente tenían interés en coger, abandonaría
    el escondite donde estuviera oculto y se entregaría.
    Como vieron que pasaban los días y el marido
    no se entregaba, llevaron a Juana ante el tribunal
    militar para que la condenase a pena de muerte, como
    así fue. La fusilaron el día quince
    de Diciembre junto a un chico llamado Felicísimo
    García Casas, que tenía veinticuatro
    años, era natural de un pueblo de León
    y se había pasado a la zona republicana.

    ¿Cómo
    se iba a entregar el marido de Juana, Luis Laruelo,
    si había conseguido escapar a Francia en uno
    de los últimos barcos que salieron de El Musel?
    Pero a Luis Laruelo, obrero de la “Fábrica
    de Sombreros” de La Calzada, afiliado al sindicato
    “El Fieltro”, de la CNT, miembro del Comité
    de Control que se incautó y dirigió
    la producción de dicha fábrica durante
    la guerra, le buscaban dos familias poderosas de Gijón:
    los Paquet, propietarios de la empresa, y García
    Rendueles, gerente de la misma. No lograron encontrarle,
    mataron a su mujer. Mejor dicho, lo mandaron, mandaron
    que se matase a su mujer
    . Y así se encontró
    Juana, madre de siete hijos, camino del paredón
    de Ceares. Cuenta la leyenda popular que al darse
    cuenta Juana de a dónde la llevaban, se aferró
    tan fuertemente a una de las barras del autobús
    o furgoneta en que la llevaban que los guardias solamente
    pudieron hacerla bajar después de cortarle
    una mano con una bayoneta.


    Confirmación de la pena de muerte de Juana
    y Felicísimo

    El
    viernes día diez de Diciembre, tres mujeres
    fueron condenadas a muerte. En el primer consejo de
    guerra que se celebró ese día comparecieron,
    junto con otros acusados, las hermanas María
    y Ludivina Suarez Sala, naturales de Cenero y vecinas
    de la parroquia gijonesa de Carbaínos. María,
    de 18 años, fue condenada a pena de muerte
    y Ludivina a reclusión perpetua.

    En
    el tercero de los consejos de guerra, otras dos hermanas,
    Eladia y Aurora García Palacios vieron como
    el tribunal militar les imponía sendas penas
    de muerte.
    Eladia era maestra, tenía 33
    años y estaba casada. Daba clases en un colegio
    particular en el barrio de La Guía y pertenecía
    a la sección local de FETE-UGT y a la ATEA.
    En el mes de Septiembre de 1936 había sido
    nombrada directora del Asilo Pola y del Patronato
    San José. Su hermana Aurora, de 38 años
    de edad, casada y sastra de profesión, pasaba
    por ser su ayudante.

    María
    Suárez Sala, condenada a pena de muerte con
    apenas dieciocho años de edad, despertó
    un resto de humanidad en el auditor de guerra
    que
    al supervisar la sentencia añadió a
    la misma lo siguiente: “”Otrosí,
    digo: La imprecisión de la fecha de los hechos
    determinantes de agravación para la sentencia
    para María Suárez Sala, y la circunstancia
    de tener ésta, precisamente, dieciocho años,
    inducen al Auditor que suscribe, a proponer la conmutación
    de su pena por la inmediata inferior, estimando que
    la dudosa aplicación del artículo 211
    del Código de Justicia Militar, debe de favorecer
    al reo.” El Auditor de Guerra (firmado y rubricado).
    Así fue, el día cinco de Enero de 1938
    llegaba la comunicación de la Asesoría
    Jurídica del Cuartel General del Generalísimo
    conmutándole la pena de muerte por la de reclusión
    perpetua.

    También
    Aurora pudo esquivar a la muerte, pero para la que
    no hubo conmiseración alguna fue para su hermana
    Eladia, la maestra. ¡Cómo no iban a fusilar
    a una mujer que era maestra, que había expulsado
    a las monjas del Asilo Pola, que “realizó
    una labor perniciosa y criminal en la población
    escolar de niñas del Asilo, familiarizando
    a las alumnas con las ideas de libertad y emancipación
    humanas”; que “escarnecía a las autoridades
    y órdenes religiosas”; que “inculcaba
    a las niñas odio al fascismo, efectuaba lecturas
    diarias de formas asquerosas y llevaba a las niñas
    a actos políticos públicos en que ella
    actuaba”! ¡Cómo no iban a fusilar
    a Eladia, la maestra “incivil, inmoral y atea”,
    si había organizado una expedición niñas
    que partieron para Rusia y, además, escribía
    artículos en “Avance”, gozaba “de
    gran ascendiente en el Frente Popular” y había
    llegado a tener amistad con la familia de Belarmino
    Tomás! Lo raro es que no hubieran levantado
    para ella un patíbulo delante del Ayuntamiento
    y la hubieran matado a garrote vil, conformándose
    como se conformaron con fusilarla un veintinueve de
    Diciembre en compañía de cinco hombres.

    Anita
    Vázquez Barrancúa tenía 27 años
    cuando la fusilaron el 16 de Febrero de 1938.

    Vivía en Gijón pero había nacido
    en Avilés y estaba soltera. En el primer consejo
    de guerra de los cuatro que se celebraron el día
    diecinueve de Enero, el tribunal militar dictó
    contra ella la pena de muerte. La acusaron de pertenecer
    al PCE y al Socorro Rojo Internacional, de haber sido
    nombrada policía secreta y de haberse ido,
    más tarde, como voluntaria al frente, enrolándose
    como miliciana en el batallón “Máximo
    Gorki”.

    Había
    nevado en Gijón y en ese frío y gris
    amanecer del miércoles dieciséis de
    Febrero treinta y una personas pintaron de rojo con
    su sangre la nieve y la tierra del cementerio, sangre
    roja que también brotaba por los cinco agujeros
    del cuerpo sin vida de Anita Vázquez Barrancúa.

    El
    día anterior, el martes quince, otra mujer
    fue pasada por las armas; ella y treinta hombres más.
    Se llamaba Belarmina Suárez Muñiz,

    tenía 29 años, estaba soltera y vivía
    en Bocines, concejo de Gozón, donde había
    nacido. La acusaron de pertenecer a la UGT y al SRI,
    y de haber sido la jefa de la cárcel de mujeres
    de Luanco.

    A
    Belarmina Suárez la condenó a pena de
    muerte el tribunal militar en el tercer consejo de
    guerra que se celebró el viernes día
    veintiuno de Enero. En los dos consejos de guerra
    que precedieron al suyo, otras dos mujeres sufrieron
    idéntica condena. Las dos eran naturales y
    vecinas de Avilés.
    Una de ellas se llamaba
    Adela Suárez López, tenía
    cincuenta años y estaba viuda; la otra, mucho
    más joven, con tan solo veintiséis años,
    se llamaba Luisa García del Valle y
    estaba casada. A las dos les notificaron la conmutación
    de la pena de muerte por la de reclusión perpetua
    unas horas antes de que llevaran a fusilar a todos
    los demás que habían sido condenados
    el mismo día que ellas.


    sentencia firmada por el Tribunal Militar nº
    1

    Diariamente
    se celebraban consejos de guerra, tres o cuatro al
    día de media. El miércoles nueve de
    marzo, comparecieron como encausadas treinta y dos
    personas a las que el tribunal militar endosó
    catorce penas de muerte. Una de esas penas de muerte
    le tocó una mujer de Colunga llamada Palmira
    Irene García Cueto
    de la que solamente
    sabemos que tenía treinta y cuatro años
    y estaba viuda. Se la conmutaron por la de reclusión
    perpetua
    el día veintiocho de Mayo, fecha
    en que les tocó morir fusilados contra las
    tapias de Ceares a treinta y cinco prisioneros.

    La
    semana siguiente, otras tres mujeres fueron condenadas
    a la última pena. Una de ellas era la joven
    Carmen Ríos Toral, de apenas veintidós
    años, que era de Panes
    , y que fue sentenciada
    en el primero de los consejos de guerra del martes
    quince de Marzo. El tribunal dio por buena la acusación
    del fiscal y del juez instructor, y consideró
    probado que Carmen Ríos había pertenecido
    a las JSU, había vestido como miliciana y portado
    pistola, formado parte de la corporación municipal
    de Peñamellera Baja como teniente de alcalde
    y que se había encargado de la dirección
    de un taller de costura, todo lo cual, a criterio
    del tribunal, bien merecía que a Carmen Ríos
    se le arrancase la vida. Afortunadamente para ella,
    no fue así y el cinco de Mayo le notificaron
    la conmutación por la pena inmediatamente inferior:
    reclusión perpetua.

    Celestina
    López Mariño y Eulalia Arevalillo Tapias
    recibieron la sentencia de muerte en sendos consejos
    de guerra celebrados el jueves diecisiete.
    Celestina
    era de Avilés, estaba casada y tenía
    treinta y cuatro años, la misma edad de Eulalia,
    que había quedado viuda y había nacido
    en Bilbao, aunque vivía en Gijón. A
    Celestina la acusaban de pertenecer al PCE y al SRI,
    de haber estado en el frente como miliciana y, más
    tarde, como enfermera y delegada del SRI en el “Hospital
    nº 25” de Avilés. La acusación
    contra Eulalia parecía más grave, pues
    afirmaban que ella y su marido, del que no sabemos
    se habría muerto en el frente o fusilado, habían
    estado haciendo fuego de ametralladora contra el cuartel
    del Simancas durante los días que duró
    el asedio. El tribunal militar no se anduvo con
    distingos y las condenó a las dos a pena de
    muerte, que les fue conmutada con fecha seis de Mayo
    de ese año.

    Al
    día siguiente le tocó pasar por el amargo
    trance del consejo de guerra a una mujer de Avilés
    llamada Antonia González Cuervo, de 51 años
    de edad. No la condenaron a pena de muerte, sino a
    reclusión perpetua. Pero, como si la hubieran
    ejecutado, porque víctima de las penosas condiciones
    de la prisión central de mujeres de Saturrarán,
    término municipal de Motrico, en Guipúzcoa,
    a donde había sido trasladada a cumplir condena,
    falleció en la enfermería de la prisión
    el quince de Octubre de ese mismo año. “Miocarditis”
    es lo que figura como causa oficial de la defunción.

    El
    sábado veinticinco de Junio, Gijón se
    despertó con las cotidianas descargas de los
    máuseres reglamentarios.
    Sucesivas y espaciadas,
    y a tenor de lo detallado por uno de los capellanes
    de la cárcel de El Coto, ese día completarían
    un total de ciento cinco disparos, más los
    sueltos de la pistola del oficial que mandase el piquete,
    los llamados tiros de gracia. Porque ese día
    en que la ciudad aún estaba engalanada de celebrar
    la festividad religiosa del Sagrado Corazón
    de Jesús,
    incluidos misa y sermón
    en la iglesia de los RR. PP. Jesuitas, a la que siguió
    la correspondiente procesión por las principales
    calles de la ciudad; ese día, todos, empezando
    por los reverendos padres, seguidos por las respetables
    “Siervas de Jesús” y demás
    devota feligresía, todos oyeron la sonora
    traca con que se llevaba a cabo el matutino ritual
    del holocausto proletario: veintiún víctimas
    sacrificadas para mayor gloria de la patria y la religión
    verdadera. Veinte hombres y una mujer, una mujer llamada
    Máxima Vallinas Fernández,
    que vivía
    en Ribadesella aunque era natural de Villaviciosa,
    que tenía cuarenta y dos años y estaba
    viuda. Que no sabemos si tendría hijos o no,
    pero que cabe pensar que sí los tuviera, unos
    hijos que a partir de ese día quedaban huérfanos
    de padre y madre…

    Huérfanos
    de padre y madre, sí, porque estamos viendo
    en este breve listado del crimen que muchas de las
    mujeres estaban viudas, sin que se pueda precisar
    las causas que llevaron a sus maridos a la tumba.
    Porque viuda estaba también Amelia Noriega
    Martínez, que tenía 37 años y
    era natural y vecina del pueblo llanisco de Vidiago.
    A Amelia no la fusilaron, pero perdió la vida
    igualmente en esa especie de campo de exterminio que
    era la cárcel de Saturrarán.
    La
    habían condenado a reclusión perpetua
    en uno de los consejos de guerra del día nueve
    de Julio. No llegó ni a cumplir un año
    de condena, pues falleció en la citada cárcel
    de mujeres el día ocho de Abril de 1939 a consecuencia
    de “uremia”.


    sentencia firmada por el Tribunal Militar nº
    3

    La
    última mujer fusilada en Gijón fue Estefanía
    Cueto Puertas, que fue pasada por las armas el día
    29 de Agosto de 1939, llamado por los patrocinadores
    del holocausto proletario “Año de la Victoria”,
    victoria de la ignominia, el crimen y la venganza
    .
    A Estefanía Cueto la sentenciaron a la última
    pena en un consejo de guerra celebrado en Oviedo el
    día tres de Marzo: casi seis meses la tuvieron
    encerrada en los corredores de la muerte esperando
    oír pronunciar su nombre cada amanecer.
    Natural
    de Nueva de Llanes, tenía 40 años, estaba
    soltera, era modista y vivía en Sotrondio.
    Pertenecía al PCE y decían de ella que
    había participado en la Revolución de
    Octubre del 34 y que había conseguido huir
    y exiliarse en Rusia, de donde regresó en Febrero
    de 1936, tras la victoria electoral del Frente Popular.
    También afirmaban los que la condenaron a morir
    que durante la guerra había sido una de las
    principales dirigentes comunistas y que había
    desempeñado la dirección de talleres
    de costura en Sotrondio, en Nueva y Posada de Llanes,
    y en Pola de Siero: ¡grave crimen el de saber
    coser!

    El
    día que la fusilaron se contaron quince cuerpos
    en el montón, uno de ellos el de la que en
    vida se conoció por Estefanía Cueto
    Puertas, modista de profesión.

    Pero no puede cerrarse esta relación sin
    mencionar a las mujeres que fueron “paseadas”,
    que fueron asesinadas directamente, sin los consabidos
    preámbulos de la juridicidad inversa.
    No
    las podremos citar todas, pero sí a algunas,
    aunque sea sin su nombre y apellidos, que desconocemos;
    como la que figura inscrita en los libros de defunciones
    del Registro Civil el día ocho de Noviembre
    de 1937 de este tenor: “una mujer, de unos 45
    años, ignorándose sus señas,
    morena, delgada, viste abrigo negro con tres costuras
    transversales en las mangas, calza medias grises…”
    “Falleció en la carretera Gijón-Avilés
    por disparos de arma de fuego, según resulta
    de la diligencia de autopsia…” Como los cadáveres
    de esas mujeres sin identificar que aparecen flotando
    en la mar. O como Consuelo Hevia Prendes, de
    25 años, natural y vecina de Albandi, en Carreño,
    viuda de Marcelo Alvarez Rodríguez, que había
    muerto luchando en el frente, con dos hijas de dos
    y cuatro años, a la que los gatilleros de Falange
    de Carreño mataron de dos tiros delante de
    la puerta de su casa en la madrugada del día
    doce de diciembre de 1937. Y como tantas otras cuyo
    asesinato figura enmascarado por la socorrida apelación
    a una “hemorragia interna”, “fractura
    del cráneo” y cosas similares.

    Y
    sin olvidar a estas tres mujeres que fallecieron en
    prisión: Cándida Mayor Noriega, Elena
    Villar Cué y Sabina Alvarez Díez.
    Sabina,
    con sus setenta y seis años, vivía hasta
    que fue detenida en La Calzada y falleció en
    la cárcel de El Coto el diecinueve de Noviembre
    de 1939. Elena, natural y vecina de Celorio, en Llanes,
    de sesenta y nueve años de edad, murió
    en dicha cárcel el diecinueve de Julio de 1938.
    Cándida, de setenta y cuatro años, vecina
    de Ceceda, prisionera en la cárcel de Infiesto,
    falleció el veintiuno de Octubre de 1939.

    Tampoco
    se puede dejar de citar a las ciento dieciséis
    mujeres y cincuenta y seis niños fallecidos
    dentro de los muros de la cárcel de Saturrarán,
    relacionados en otro apartado de esta web, de los
    cuales treinta y cinco mujeres y siete niños
    figuran como naturales de Asturias.

    Siniestra
    suma y sigue que jamás se completará,
    no por pérdida de memoria de ninguna clase,
    sino por la comodidad y la conveniencia
    de los
    que con su simple firma en un ayuntamiento o en un
    ministerio, pudieron, y pueden, establecer los mecanismos
    y los medios para conocer la verdad con exactitud
    y certeza; para que las víctimas del holocausto
    franquista salgan de su eterna reclusión en
    la memoria familiar y pasen a ocupar el lugar que
    merecen en la historia de la nación y puedan
    recibir el homenaje público a su memoria y
    el tributo a su honor que hace más de veinticinco
    años que se les adeuda.

  • Asturias Republicana – SEGUNDA REPUBLICA. Muertes Paralelas Azarola.

    Marcelino
    Laruelo Roa

    Muertes
    Paralelas

    Al almirante Azarola la lealtad
    al gobierno republicano le costó la vida.

     

    Antonio
    Azarola Gresillón, el contralmirante y ex ministro de
    Marina fusilado en Ferrol.

     


    Por Marcelino Laruelo.
    Muertes Paralelas. Gijón, 2004.

     

    Capítulo
    III
    Una vida dedicada a la Marina española


    En Febrero de 2011, se celebró el acto oficial
    por el que se dedicaba al contralmirante Azarola
    una plaza en Ferrol, situada entre el Parador y el
    edificio de Capitanía. Estuvieron presentes el alcalde
    de Ferrol, concejales, representantes políticos y
    culturales,
    y descendientes del contralmirante. No asistió ningún
    representante de la Armada ni del Ejército.


    No he podido averiguar de dónde le vino la afición
    por el mar. Porque Antonio Azarola y Gresillón había
    nacido tierra adentro, en la villa navarra de Tafalla, a
    la vera del Cidacos, que es río de poca agua. Fue
    el día dieciocho de Noviembre de 1874,
    hijo
    de José María Azarola, médico, y de
    Leonor Gresillón. El matrimonio ya tenía otros
    dos hijos varones: José María y Emilio, nacidos
    también en Tafalla. Leonor figura como nacida en
    París, mientras que José Azarola era natural
    del pueblo guipuzcoano de Ormáiztegui. Este pueblo,
    enclavado en la comarca del Goyerri, a unos cincuenta kilómetros
    de San Sebastián, destacó como un centro de
    actividad industrial muy importante durante la construcción
    del ferrocarril del Norte, actividad industrial que se mantiene
    en nuestros días, en especial, en la construcción
    de autobuses. En Ormáiztegui había nacido
    también Zumalacárregui, el famoso general
    carlista.

    La
    familia Azarola Gresillón emigró a Uruguay,

    donde ya se habían asentado otros familiares de la
    rama Azarola, probablemente hermanos del padre. Algunos
    descendientes del contralmirante sitúan en este viaje
    transatlántico el origen de su pasión por
    la mar. Sea como fuere, Antonio Azarola ingresó
    a los dieciséis años como aspirante en la
    Escuela Naval. Cursó los estudios correspondientes,
    estuvo embarcado en la fragata “Asturias” y
    al finalizar el año 1893 fue nombrado guardiamarina.

    Como
    guardiamarina, estuvo unos meses embarcado en el crucero
    “Reina Regente” y en el “Alfonso XII”,
    de donde pasó a la corbeta “Nautilus”.
    Era el año 1894. De haber salido guardiamarina un
    curso más tarde, quizás no estaría
    yo ahora escribiendo de Azarola: el crucero “Reina
    Regente”, el mejor buque de la Marina española
    en aquel entonces, se hundió en aguas del Estrecho
    el diez de Marzo de 1895 en medio de un fortísimo
    temporal. El “Reina Regente” había sido
    construido en Inglaterra en 1887, tenía un desplazamiento
    de 4.725 toneladas y alcanzaba los veinte nudos de velocidad.
    En el momento de producirse el naufragio era su comandante
    Francisco Sanz de Andino y componían la dotación
    372 marinos y cuarenta aprendices de Artillería:
    no hubo supervivientes.

    Azarola
    había embarcado en la corbeta “Nautilus”
    en septiembre de 1894 y en ella permaneció casi dos
    años. La “Nautilus” era un antiguo mercante
    de vela construido en Glagow en 1866 y llamado “Carrick
    Castle”. En 1886 fue adquirido por España y
    transformado en corbeta para dedicarla a escuela práctica
    de guardiamarinas. Aparejada como clipper y bajo el mando
    del capitán de fragata Fernando Villaamil, natural
    de Serantes, en el asturiano concejo de Castropol, realizó
    un viaje de circunnavegación, zarpando de Ferrol
    el treinta de Noviembre de 1892 y regresando a dicho puerto
    el once de Agosto de 1894. La “Nautilus” continuó
    utilizándose como buque escuela para guardiamarinas
    hasta que en 1925 fue reemplazada por el “Juan Sebastián
    Elcano”. A bordo de la “Nautilus”, Azarola
    cruzó el Atlántico en viaje de ida desde Santa
    Cruz de Tenerife hasta Puerto Rico. Después de navegar
    por aquellas aguas, descendieron hasta Montevideo, a donde
    arribaron el día uno de Febrero de 1896. En Montevideo,
    le aguardaban sus hermanos y tíos, el clan de los
    Azarola, tan sobresaliente en la vida cultural, científica
    y universitaria uruguaya. Y también saldría
    a recibirle el recuerdo de los días felices de la
    infancia.

    De
    regreso a España, en Julio de ese año, desembarcó
    de la “Nautilus” y pasó a formar parte
    de la dotación de la fragata “Almansa”
    durante un período de seis meses. El dieciocho de
    enero de 1897 ascendió a alférez de navío
    y pasó al “Infanta Mª Teresa”, crucero
    protegido de siete mil toneladas, a bordo del cual permaneció
    durante casi siete meses, hasta que en Noviembre regresó
    a la “Nautilus” y con ella zarpó de Cádiz
    el día siete con rumbo a Río de Janeiro. Allí
    recibieron el nuevo año, haciéndose a la mar
    poco después con rumbo al Cabo de Buena Esperanza.
    De regreso a España, hicieron escala en la isla de
    Santa Elena y las Madeira, y el veintisiete de Mayo fondeaban
    en Cádiz. No participó Azarola en la desastrosa
    guerra con Estados Unidos, pues permaneció en La
    Carraca, a bordo de la “Nautilus” todo el verano
    del 98.

    A
    comienzos de 1899, inició un crucero por el Mediterráneo
    con escalas en Argel, Túnez, Malta, Alejandría
    y Corfú; y de regreso, en Nápoles, Civita
    Vechia, Tolón, Barcelona y Cartagena, donde fondearon
    el dieciséis de Julio. En Septiembre de ese año,
    Azarola desembarcó de la “Nautilus” y
    pasó a la Brigada Torpedista de Cádiz, donde
    permaneció por espacio de tres meses.

    Los
    seis primeros meses del 1900 los pasó de permiso
    y el uno de Julio se incorporó a su nuevo
    destino como ayudante del contralmirante Ricardo Fernández
    Gutiérrez de Celis. Contaba Azarola con veinticinco
    años y puede que haya sido este puesto el de mayor
    trascendencia en el devenir de su vida personal.
    Permaneció
    con el contralmirante tres meses y medio, y en Octubre,
    de nuevo a la “Nautilus”, en la que pasó
    un período de ocho meses, durante el cual hizo otro
    viaje de instrucción hasta Río de Janeiro.
    En Marzo de ese año de 1901, después de una
    escala en Fort de France, en la Martinica, atracaban en
    los muelles de la Base Naval de Ferrol. Poco tiempo después,
    desembarcó de la “Nautilus” y pasó
    destinado al “Temerario”, que tenía su
    base en el puerto de Pasajes y con el que navegó
    por aguas del Cantábrico y de las rías gallegas.

    Permaneció
    Azarola en el “Temerario” hasta Febrero del
    año siguiente, en que de nuevo fue nombrado ayudante
    del contralmirante Ricardo Fernández, en cuyo destino
    permaneció hasta Abril de 1903, fecha en que pasó
    a la situación de excedente forzoso. El día
    treinta y uno de Julio, en la capilla de la Capitanía
    General de la Base de Ferrol se celebró la boda del
    alférez de navío Antonio Azarola y Gresillón
    con Carmen Fernández García, hija del contralmirante
    Ricardo Fernández Gutiérrez de Celis y de
    Dolores García Zúñiga, ambos naturales
    de Cuba.
    Contaban los novios con veintiocho años
    de edad. Casi dos años permaneció Azarola
    en esa situación de excedencia, regresando de nuevo
    al puesto de ayudante personal del citado contralmirante,
    ahora su suegro, en Febrero de 1905.

    Un
    año después, Antonio Azarola recibió
    el ascenso a teniente de navío, y en Agosto empezó
    como alumno un curso de Electricidad y Torpedos a bordo
    del “Lepanto”, que duró nueve meses.
    Del “Lepanto” pasó a la “Cataluña”,
    donde permaneció tres meses. Durante un tiempo, desempeñó
    nuevos destinos de ayudante del Jefe de la Jurisdicción
    Central de Marina, en Madrid, que se alternaron con períodos
    de excedencia forzosa y una estadía de nueve meses
    en la Estación Torpedista de Cartagena.

    El
    trece de Mayo de 1910, embarcó en el acorazado “Pelayo”,
    donde permaneció un año aproximadamente. Al
    cabo de ese período, desembarcó con una licencia
    para asuntos particulares por unos meses. En Agosto, pasó
    a desempeñar el puesto de ayudante personal de un
    vicealmirante y en Septiembre del año siguiente,
    1912, fue destinado como auxiliar a la Sección de
    Campaña en el Ministerio de Marina. Semanas más
    tarde, embarcó en el cañonero de primera clase
    “Infanta Isabel”, estacionado en Canarias, con
    el que navegó por aguas del archipiélago y
    de la costa africana.

    A
    finales de Noviembre de 1913 fue nombrado segundo comandante
    del cañonero “Lauria”, con base en Cartagena,
    partiendo para Alhucemas y haciendo crucero por la costa
    norte de Africa. En Marzo, pasó destinado al Estado
    Mayor Central, en Madrid, donde permaneció mes y
    medio, embarcando a finales de Abril en el cañonero
    “Vasco Núñez de Balboa” como segundo
    comandante. Durante los meses de verano y otoño,
    el cañonero realizó una campaña de
    operaciones oceanográficas en aguas de Baleares,
    Málaga y Cádiz, bajo la dirección de
    personal del Instituto Español de Oceanografía.

    En
    el mes de Junio de 1915, Azarola fue nombrado comandante
    del torpedero “Nº 42”, al mando del cual
    permaneció hasta recibir la orden de desarme del
    buque en Octubre de ese mismo año. Pasó entonces
    destinado a la Comisión Inspectora, en Cartagena,
    a la espera de que le concediesen el mando de otro torpedero.
    Sería éste el “Nº 12”, que
    fue entregado oficialmente a la Marina el día 21
    de Enero de 1916, tomando entonces Azarola el mando del
    mismo y realizando las pruebas de mar. Sin perder el mando
    del torpedero, fue nombrado profesor de Electricidad
    para un curso de cinco meses de duración destinado
    a guardiamarinas de segundo año, curso que se dio
    a bordo del “Carlos V”. Al mando del torpedero
    “Nº 12” zarpó para Cádiz
    y Ferrol, realizando ejercicios por aguas de Galicia y quedando
    incorporado a la Escuadra. A bordo del acorazado “España”,
    Azarola dio también una serie de conferencias a los
    guardiamarinas.

    En
    1917 formó parte de una comisión de oficiales
    que, invitada por el gobierno alemán, viajó
    a dicho país y permaneció allí un mes.
    En Agostó ascendió a capitán de corbeta
    y cesó en el mando del torpedero. Como profesor,
    siguió con las clases en el “Carlos V”
    y navegando con el “España”, donde se
    ocupaba de dar clases prácticas a los guardiamarinas.
    Permaneció en la misma situación durante 1919
    y el tres de Diciembre de ese año recibió
    el nombramiento de jefe de la Estación Torpedista
    de Cádiz.
    En este nuevo destino estaría
    hasta Agosto del año siguiente.

    Azarola
    fue nombrado tercer comandante del “Reina Regente”,
    crucero protegido de segunda clase que había sido
    botado en 1906 y que recibió el mismo nombre que
    el desaparecido en el Estrecho en 1895. En Septiembre, partió
    con dicho buque para otro crucero transatlántico
    que le llevaría hasta las remotas islas Malvinas,
    con escalas en Las Palmas, Cabo Verde, Río de Janeiro,
    Montevideo, Buenos Aires, Punta Arenas y Puerto Stanley.
    El regreso lo hicieron hacia Bahía Blanca y Río
    de Janeiro, donde pasaron el cambio de año. Cruzaron
    el océano sin novedad y el día uno de Febrero
    fondearon en La Carraca. Desembarcó Azarola del “Reina
    Regente” para hacer un cursillo de tiro naval en Marín,
    de tres meses de duración, finalizado el cual, partió
    con el acorazado “España” hacia Inglaterra.
    A finales de Noviembre, Azarola viajó a París
    para realizar los estudios de Radiotelegrafía en
    la Escuela Superior de Electricidad. Finalizado el curso
    el 28 de Junio del año siguiente, 1922, y con el
    título de ingeniero radiotelegrafista
    en
    el bolsillo, aprovechó ese verano para hacer un viaje
    de prácticas por Europa.

    De
    regreso en España y ascendido a capitán de
    fragata, en Septiembre se le nombró jefe del 4º
    Negociado, “Electricidad”, de la 2ª Sección
    del Estado Mayor Central.
    En el desempeño
    de ese puesto pasó todo el año de 1923 y parte
    del de 1924. A ese cargo tuvo que añadir el de jefe
    del 2º Negociado en la sección de “Material”,
    compaginando ambos con la pertenencia a la sección
    de “Información”.

    El
    once de Mayo de 1925, Azarola fue nombrado subdirector de
    la Escuela Naval Militar,
    por lo que cesó
    en los anteriores destinos en el Estado Mayor, reteniendo
    la vocalía en la Junta Técnica e Inspectora
    de Radiocomunicaciones.

    El
    24 de Septiembre de 1926 pasó destinado al acorazado
    “Jaime I” como segundo comandante, puesto en
    el que permaneció hasta Julio del año siguiente,
    en que se hizo cargo en el puerto de Barcelona del mando
    del moderno destructor “Velasco”. El “Velasco”
    había sido construido en Cartagena y botado recientemente,
    pertenecía a la misma serie que el “Alsedo”
    y el “Lazaga”, y desplazaba 1.164 toneladas.
    Dos semanas más tarde, Azarola partió con
    el “Velasco” para realizar un crucero de dos
    meses por el Mediterráneo. Visitaron Mahón,
    Ajaccio, Palermo, Atrax (puerto próximo a Atenas),
    Hydra, Spezia, Constantinopla, Costanza, Varna, Rodas, Famagusta,
    Chipre, Jaifa, Palestina, Alejandría, Malta, Túnez,
    Bizerta y Argel. El día dieciocho de Septiembre fondeaban
    en Cartagena. Durante este viaje, Azarola fue condecorado
    por las autoridades de Grecia y Túnez.

    El
    día tres de Mayo de 1928 zarpó con el “Velasco”
    de Cartagena hacia las rías gallegas, con escalas
    en Ceuta y Cádiz. Permaneció en esas aguas
    hasta mediados de Julio, fecha en que recibió la
    orden de realizar un crucero por el canal de la Mancha y
    el golfo de Vizcaya con escalas en los puertos británicos
    de Plymouth, Portland y Portsmouth, y en los franceses de
    Cherburgo, Brest y Lorient. El último día
    de Agosto estaba de regreso en Ferrol. A finales de Septiembre,
    volvió con el “Velasco” para Cartagena
    y el 17 de Noviembre entregó el mando del destructor
    y pasó a ocupar el destino de Ayudante Mayor del
    Arsenal de Cartagena.

    En
    1929 ascendió a capitán de navío y
    a mediados de Febrero recibió el nombramiento de
    Jefe del Estado Mayor del Departamento Marítimo de
    Cartagena.
    Azarola acababa de cumplir los cincuenta
    y cuatro años de edad. Asistió en Marín
    a un curso de conferencias sobre guerra naval y el resto
    del año lo pasó en Cartagena desempeñando
    su puesto de Jefe de E.M.

    El
    23 de Julio de 1930 tomó posesión en Ferrol
    del mando del acorazado “Alfonso XIII”,

    gemelo del “España” y del “Jaime
    I”, y pasó los meses de Agosto y Septiembre
    navegando por el Cantábrico y de maniobras por aguas
    gallegas. El resto del año, por aguas de Cartagena
    y del Estrecho.

    En
    1931, estuvo navegando por aguas de Cartagena y Baleares,
    con escalas en Tarragona y Valencia. Presenció en
    Cartagena la proclamación de la República
    el 14 de Abril y la salida del rey Alfonso XIII para el
    exilio a bordo del crucero “Príncipe Alfonso”.
    El día diecinueve de ese mismo mes, zarpó
    de Cartagena rumbo a Vigo, donde fondeó tres días
    más tarde; y de Vigo para Bilbao. Tres días
    estuvo el acorazado en el Abra bilbaína, regresando
    a Ferrol, donde quedó atracado el resto del mes de
    Mayo. Azarola cesó como comandante del acorazado
    y el día treinta de Junio tomó el
    mando en Cartagena de la flotilla de destructores, izando
    su insignia a bordo del “Sánchez Barcáiztegui”
    ,
    navegando y realizando maniobras por aguas de Cartagena
    y Baleares.

    1932
    le trajo el ascenso al almirantazgo, nombrándole
    el gobierno contralmirante y eligiéndole el ministro
    de Marina, Francisco Giral para desempeñar el cargo
    de subsecretario del Ministerio,
    cargo del que
    tomó posesión el día 18 de Abril. Azarola
    permaneció en ese puesto, a pesar de los cambios
    de ministros, hasta el mes de noviembre de 1933 en que cesó
    y pasó a la situación de disponible forzoso.
    Siendo subsecretario del Ministerio de Marina, le fue concedido
    por las autoridades francesas el título de “comendador
    de la Legión de Honor”.

    La
    mayor parte del año 1934 la pasó en esa situación
    de disponible forzoso, pero el gobierno no le había
    olvidado y el día tres de Noviembre se hizo público
    su nombramiento como 2º Jefe de la Base Naval
    de Ferrol y jefe de su Arsenal.
    Azarola sustituía
    en ese puesto al también contralmirante Indalecio
    Núñez, que pasó a desempeñar
    interinamente la Jefatura de la Base. El nombramiento de
    ambos apareció publicado en el Diario Oficial de
    la Marina de fecha siete de Noviembre de 1934. Azarola
    estuvo en ese puesto hasta que Portela Valladares, el 31
    de Diciembre de 1935, le llamó para que se hiciera
    cargo del Ministerio de Marina.
    A ese gobierno,
    el jefe del Estado y presidente de la República,
    Niceto Alcalá Zamora, le había señalado
    una única misión: la de convocar elecciones
    y garantizar la limpieza de las mismas. Azarola
    nombró jefe de su secretaría particular a
    su hermano Emilio, ingeniero de Caminos, que había
    sido diputado radical-socialista por Navarra en las Constituyentes
    de 1931. La Secretaría Técnica la encargó
    al capitán de corbeta Lucio Villegas y como subsecretario
    del ministerio designó al contralmirante Juan Muñoz
    Delgado. Por decreto de fecha seis de Enero, Azarola nombró
    Jefe interino del Arsenal de Ferrol y presidente de la Comisión
    Inspectora del mismo, además de continuar como comandante
    de quilla de los cruceros en construcción “Canarias”
    y “Baleares”, al capitán de navío
    Francisco Moreno. De ahí su exclamación: “¡Pero
    usted también, don Francisco!” pronunciada
    al comprobar con asombro que Francisco Moreno estaba profundamente
    comprometido con la sublevación militar

    El
    mes que Azarola estuvo al frente del Ministerio de Marina
    consiguió sacar adelante, con la aprobación
    unánime de la Diputación Permanente de las
    Cortes, la construcción de dos destructores tipo
    “Antequera”, dos cañoneros, semejantes
    a los que se estaban construyendo para Méjico, cuatro
    barcazas y dos petroleras para el transporte de combustible
    y munición, y tres remolcadores. Con este plan no
    se trataba solamente de continuar mejorando la Marina, sino
    también evitar el cierre de los astilleros de Ferrol
    y Cartagena,
    con la consiguiente pérdida
    del puesto de trabajo por unos doce mil obreros especializados
    en la construcción naval. La situación era
    tan apurada, que cuando se aprobó ese programa de
    construcciones navales, las asociaciones obreras y el pueblo
    todo de Ferrol se volcaron en elogios y agradecimientos
    al ministro de Marina.

    El
    programa aprobado establecía que los destructores
    y los cañoneros, por un importe de cincuenta y cinco
    millones de pesetas, se construirían en dos años
    en los astilleros de Cartagena y Ferrol por asignación
    directa. Mientras que las cuatro barcazas de 200 TM sin
    motor, las dos petroleras de 400 TM con motor y los tres
    remolcadores, uno de 1.200 HP y dos de 750 HP de potencia,
    por un importe global de más de seis millones de
    pesetas, saldrían a concurso entre los astilleros
    españoles.

    Tras
    las elecciones de Febrero que dieron el triunfo al Frente
    Popular, José Giral Pereira sucedió a Antonio
    Azarola al frente del Ministerio de Marina.
    Giral
    confeccionó un nuevo equipo para que le asistiese
    en el desempeño de las distintas funciones del ministerio:
    de la Subsecretaría se encargó el general
    de brigada de Artillería de la Armada, Francisco
    Matz Sánchez; en la Secretaría Técnica
    puso al capitán de fragata Fernando Navarro Capdevila
    y al teniente de navío Pedro Prado Mendizábal;
    al frente de la Secretaría particular, a Horacio
    Gómez Ibáñez, y de ayudantes personales,
    al teniente de navío Julio Castro Cardús y
    al comandante de Infantería de Marina Ambrosio Ristori.

    El
    veintiuno de Febrero, Giral firmó el decreto por
    el que se reintegraba al contralmirante Azarola a su destino
    como 2º Jefe de la Base Naval Principal de Ferrol,
    jefe de su Arsenal Militar y presidente de la Comisión
    Inspectora.
    Durante algún tiempo, Azarola
    desempeñó la jefatura de la Base al ausentarse
    por enfermedad el vicealmirante Calvar. Y el marino que
    en Madrid tanto empeño había puesto para que
    los obreros de la Constructora no se quedaran sin trabajo,
    siguió desde su puesto preeminente en la Base colaborando
    en la mejora de la ciudad departamental, proyectando obras
    que ayudasen a mitigar el paro obrero, como la nueva traída
    de aguas que se planeaba construir. La clase obrera
    y sus organizaciones sindicales, el alcalde socialista Santamaría,
    antiguo oficial de calderería en el astillero de
    la Constructora, el resto de la corporación municipal
    y de las organizaciones ciudadanas sentían hacia
    Azarola una mezcla de agradecimiento, admiración
    y respeto que la mayoría de los mandos militares
    no podían ni comprender ni admitir: por eso le fusilaron.

    Capítulo
    anterior.



     

  • Asturias Republicana – PRIMERA REPUBLICA

    Nació
    en Barcelona, un 23 de Abril de 1824, en el seno de una
    familia obrera, pues su padre se ganaba la vida trabajando
    en la industria textil como tejedor
    . Se supone que
    ya en los primeros años de la niñez apuntaría inteligencia
    y afición al estudio, motivo por el cual sus padres le
    ingresaron en el seminario a la edad de siete años
    .
    Entonces, como hasta hace pocas décadas, la única manera
    que tenían las gentes humildes de intentar que sus hijos
    tuvieran estudios era intentando que los admitiesen en
    los seminarios: latín y teología. Tras su paso por el
    seminario, y a la edad de diecisiete años, Francisco Pí
    y Margall accedió a la Universidad de Barcelona, donde
    completó sus estudios de Filosofía, y a los veinticuatro
    años había terminado la carrera de Derecho
    . Su acumulación
    de saberes era ya entonces enorme, destacando sus profundos
    conocimientos en temas tan dispares como la lógica y la
    astronomía, la filosofía y la física y las matemáticas,
    aparte del derecho y la filosofía. Además del latín y
    el griego, leía directamente del francés, el inglés y
    el italiano, y años más tarde, del alemán. Resaltan sus
    biógrafos que el adolescente Pí y Margall se costeaba
    los estudios y ayudaba a su familia dando clases particulares.

    Se
    afirma que ya en su primera juventud se daba a escribir
    versos y obras de teatro, y en 1841, con 17 años, publicó
    su primer libro.
    Se trataba del primer tomo, y el
    único que se imprimió, de la obra “La España Pintoresca”;
    este primer volumen escrito por Pí estaba dedicado a Cataluña.
    Hay que suponer que también le tocaría vivir y padecer
    las sublevaciones que tuvieron lugar en Barcelona a finales
    de 1842 y en 1843, en las que la ciudad fue sañudamente
    cañoneada desde la fortaleza de Montjuich y, posteriormente,
    objeto de una dura y reiterada represión.

    En
    1847 se marchó a Madrid,
    quizás con la pretensión
    de vivir de la literatura y desarrollar su pasión por
    el Arte y la crítica artística. Empezó colaborando como
    meritorio en el periódico artístico “El Renacimiento”.
    Poco tiempo después, consiguió pasar al diario “El Correo”,
    periódico político promovido por el asturiano Escosura.
    En esta publicación le encargaron, ya con derecho a paga,
    de la crítica teatral, lo que enseguida le proporcionó
    cierta fama en los ambientes literarios madrileños. Pero
    este periódico tuvo que dejar de publicarse poco después
    y, según parece, el motivo fue la publicación del primer
    artículo político de Pí y Margall. Son los tiempos de
    la dictadura de Narváez.

    Sin
    trabajo y sin ingresos,
    consiguió un puesto en la
    sucursal madrileña de una casa de banca catalana. Inició
    entonces Pí un estudio a fondo de las operaciones bancarias
    y bursátiles y de la economía en general, materia esta
    última en la que, con el paso de los años, sería un consumado
    especialista. En este empleo ya tuvo ocasión de probar
    una de las virtudes que más le caracterizarían: la
    honradez.
    Tiempo más tarde, recibió la proposición
    de continuar la obra “Recuerdos y Bellezas de España”,
    iniciada en 1839 por Pablo Piferrer y que estaba paralizada
    desde la muerte de éste. Francisco Pí y Margall tomó el
    relevo y concluyó el tomo segundo dedicado a Cataluña.
    Durante los años 1849 a 1851 viajó en numerosas ocasiones
    por Andalucía para estudiar los monumentos y obras de
    arte de esa región. Fruto de esa ardua labor de investigación
    fueron los tomos dedicados a Granada y Sevilla.

    Como
    consecuencia lógica de sus ideas y de su atracción por
    el activismo político, Pí se afilió en 1849 al Partido
    Democrático
    que acababa de ser fundado por los disidentes
    de izquierda del partido progresista de Espartero. Confluyeron
    en el nuevo partido junto con el democratismo radical,
    el republicanismo conspirativo de las sociedades secretas
    y el socialismo pre-internacionalista. Se unió, pues,
    Pí a Nicolás María Rivero, que era diputado en Cortes,
    a José Mª Orense, a Fernando Garrido y Sixto Cámara, a
    Ordax Avecilla, que también era diputado…

    En
    1851 publicó su “Historia de la Pintura”, libro que le
    iba a traer grandes complicaciones. Al hacer la crítica
    de la pintura medieval, Pí y Margall incluyó en un apartado
    una referencia al cristianismo con sus opiniones acerca
    de la religión. Se encontró con el famoso “con la Iglesia
    hemos topado…” Ocurrió, además, que como la publicación
    era de lujo y coste elevado, el editor se había dirigido
    a las personas acaudaladas y, entre ellas, a las altas
    dignidades del clero. En fin, que, como es fácil de suponer,
    llovieron sobre Pí y Margall más anatemas y excomuniones
    que sobre Salman Rushdie.
    Se suspendió la publicación
    en el primer tomo, que aún así se pudo distribuir y vender.
    Los obispos y arzobispos presionaron de tal manera sobre
    el gobierno que Bravo Murillo tuvo que ordenar la recogida
    de la obra. Pí y el editor se libraron de los tribunales
    porque la denuncia interpuesta no fue admitida por estar
    fuera de plazo. Por supuesto, Pí y Margall tuvo que abandonar
    la redacción de “Recuerdos y Bellezas de España” y renunciar
    a la publicación de todo el material que tenía preparado.
    Sus artículos en los periódicos tuvieron que aparecer
    con seudónimo y todos los rayos de la reacción cayeron
    otra vez sobre su cabeza cuando ese mismo año de 1851
    publicó sus “Estudios sobre la Edad Media”, obra que fue
    prohibida también por la iglesia católica española.

    Por
    esas mismas fechas inició su colaboración en la “Enciclopedia
    de Legislación y Jurisprudencia” con una serie de trabajos
    especializados. Recopiló y reseñó la obra de Juan P. de
    Mairena y escribió el prólogo para la colección Biblioteca
    de Autores Españoles de Rivadeneyra. En 1852 inició su
    obra titulada: “¿Qué es la economía política? ¿Qué debe
    ser?” No pudo concluirla porque el fiscal ordenó el
    secuestro de la primera entrega.

    En
    el agitado año de 1854, Pí era ya uno de los miembros
    más activos del Partido Democrático, formando en su ala
    izquierda, socializante y proletaria,
    que encabezaban
    Sixto Cámara y Fernando Garrido, frente al sector de los
    Orense y Rivero. Por eso, cuando estallaron los movimientos
    insurreccionales de ese año de 1854, que en cierta medida
    se pueden definir como meros ajustes de cuentas entre
    las facciones del régimen isabelino, Pí y Margall es
    el agitador, el revolucionario que trata de orientar y
    guiar al pueblo que defiende las barricadas de Madrid
    hacia la toma del poder.
    Publicó una hoja volandera,
    “El eco de la Revolución”, donde se  pide el armamento
    general del pueblo y la convocatoria de Cortes Constituyentes
    por sufragio universal que estableciesen la libertad de
    imprenta, la de conciencia, la de enseñanza, la de reunión,
    la de asociación…  Demasiado avanzado para la época,
    no puede sorprendernos que, a pesar de la derrota de los
    gubernamentales, Pí y Margall fuera detenido y permaneciera
    algún tiempo en prisión.

    Estamos
    en el bienio progresista del gobierno Espartero-O’Donnel,
    y el pueblo de Barcelona propone a Pí y Margall como candidato
    a diputado en las Constituyentes de ese año de 1854, mas
    no saldrá elegido. En la segunda vuelta, por pocos votos
    de diferencia, fue derrotado por el general Prim, miembro
    del partido Progresista.

    En
    1855 escribió una de sus obras más famosas: “La reacción
    y la revolución”. Solamente pudo publicar el primer tomo.

    El segundo, en el que Pí abordaba la cuestión religiosa,
    consideró el fiscal que debía de ser sometido a la censura
    eclesiástica antes de su publicación. Pí y Margall no
    aceptó semejante injerencia clerical ni la excepcionalidad
    jurídica que la amparaba,  por lo que dicho tomo no se
    pudo publicar. Ese mismo año editó la revista política
    y literaria La Razón, que contó con colaboradores tan
    importantes como Canalejas. Se publicó esta revista hasta
    el golpe de estado de O’Donnel del año siguiente, cuando
    Pí y Margall tuvo que retirarse a Vergara, de donde era
    natural su esposa, Petra Arsuaga.

    Durante
    el año de 1955 y hasta su marcha a Vergara, Pí y Margall
    había comenzado a dar lecciones de política y economía
    en una habitación de la calle Desengaño. La afluencia
    de jóvenes de todas clases, de obreros y de intelectuales
    se fue haciendo en poco tiempo tan numerosa que llenaban
    pasillos y escalera. En estas lecciones y en estas conferencias,
    hasta que el gobierno las prohibió, se empezó a formar
    el embrión del futuro partido republicano.

    Durante
    su estancia de diez meses en Vergara, retraído de todo
    activismo político, Pí y Margall envió numerosos artículos
    para el periódico El Museo Universal. Todos ellos tuvieron
    que ser publicados con seudónimo.

    En 
    Julio de 1857, Rivero le reclamó desde Madrid. Regresó
    Pí a la capital y entró de redactor en La Discusión,

    iniciando desde sus páginas grandes polémicas que no solo
    acrecentarían su renombre, sino que también influirían
    de forma notable en el devenir del Partido Democrático.
    La Discusión pasó entonces a ser objeto de encarnizada
    persecución por el aparato gubernamental. El radicalismo de
    Pí y, sobre todo, su apoyo a los derechos del trabajador
    y a sus incipientes asociaciones de defensa le llevó a
    entrar en polémica con destacados miembros de su propio
    partido
    , los llamados “individualistas”, que
    formaban lo que se podría denominar como el ala derecha.
    Finalmente, todo ello le obligó a abandonar la redacción
    de La Discusión, manteniendo sus colaboraciones en otras
    publicaciones como La América y la Revue des deux mondes,
    al mismo tiempo que seguía divulgando sus ideas políticas
    y económicas por medio de conferencias  en ateneos y casinos.

    Durante
    ese período, Pí aprovechó para obtener el doctorado, abrir
    bufete y ejercer como abogado, siempre en Madrid. Volcado
    totalmente en su labor profesional, su despacho adquirió
    pronto un renombre y una clientela que le permitieron
    sostenerse económicamente.

    En
    1864 volvió nuevamente a La Discusión; esta vez, como
    director.
    Terció personalmente en la nueva polémica
    que dividía las filas democráticas a propósito de si se
    podían considerar compatibles con la democracia o no las
    teorías socialistas. Frente a la postura de José Mª Orense
    que se negaba a admitir como demócratas a los socialistas,
    Pí promovió la conocida como “Declaración de los treinta”,
    en la que los treinta dirigentes del Partido Democrático
    que la firmaban declaraban que había que considerar como
    demócrata a cualquier persona que defendiera las libertades
    individuales, el sufragio universal y los demás principios
    que constituían el programa democrático, independientemente
    de las opiniones que tuviesen en materias filosóficas,
    económicas o sociales. A los seis meses, Pí cesaba como
    director.

    Estamos
    en 1866 y Pí y Margall, que ronda los cuarenta dos años
    de edad, va a conocer el exilio por motivos políticos.

    Los sucesivos fracasos de las insurrecciones promovidas
    por Prim para obligar a Isabel II a llamar al gobierno
    a los progresistas, culminaron en la sublevación del cuartel
    de San Gil y el fusilamiento de decenas de sargentos de
    ese cuartel. Narváez, desde el gobierno, desató la consiguiente
    represión generalizada. La mayoría de los demócratas y
    de los progresistas tuvieron que escapar a Francia para
    sentirse a salvo. En la noche del día dos de Agosto la
    policía asaltaba le vivienda de Pí y Margall. Afortunadamente,
    alguien le había avisado poco antes y tuvo tiempo para
    escapar y evitar su detención. Permaneció escondido unos
    días hasta que pudo iniciar la huida a Francia y llegar
    a París.

    En
    París, donde se habían refugiado la mayoría de los exiliados
    españoles, Francisco Pí y Margall consiguió sobrevivir
    gracias a las colaboraciones literarias en periódicos
    hispanoamericanos. Amplió sus conocimientos con cursos
    en La Sorbona e inició el estudio sistemático y la
    traducción al castellano de las principales obras de Proudhon.

    Generalmente se acepta que es en el “El principio federativo”,
    obra de este economista e ideólogo francés fallecido en1865,
    donde Pí encontró la base sobre la que construir y desarrollar
    su teoría federal con la que completar el proyecto republicano
    para España. Pero algunos especialistas afirman que las
    ideas básicas del federalismo pimargalliano ya aparecían
    bosquejadas en escritos y obras suyas cronológicamente
    anteriores a la de Proudhon.  Y fue en París donde Pí
    consiguió convencer a sus compañeros de partido y de exilio:
    Castelar , Garrido, Orense…, para que aceptasen los
    principios del republicanismo federal. Recordemos aquí
    que Emilio Castelar había sido condenado, en rebeldía,
    a garrote vil.

    Septiembre
    de 1868. El almirante Topete subleva a la Escuadra en
    Cádiz, Prim se incorpora desde Gibraltar y llegan para
    adherirse los generales confinados en Canarias. Las guarniciones
    se van sumando a la sublevación y Prim, a bordo de la
    fragata Zaragoza, va ganando para la revolución, una tras
    otra, todas las capitales costeras del litoral mediterráneo.
    Dimite el dictador González Bravo y la reina Isabel II
    nombra presidente del gobierno al general José Gutiérrez
    de la Concha. El ejército realista que manda el general
    Pavía es derrotado en la batalla del puente de Alcolea
    por las fuerzas a las órdenes del general Serrano. El
    30 de Septiembre Isabel II y su corte salen de San Sebastián
    y cruzan la frontera francesa.
    Sin embargo, Francisco
    Pí y Margall no regresó a España y prolongó voluntariamente
    su exilio parisino. Desconfiaba de los generales y pensaba
    que el nuevo régimen tampoco iba a acometer las reformas
    fundamentales que el país necesitaba. Sabía que la mayoría
    de los generales y almirantes triunfantes solamente pretendían
    sustituir en el trono a Isabel II por su hermana Luisa
    Fernanda, y en Pí fue siempre una constante en su actividad
    política la negativa a colaborar con los partidos monárquicos.
     

    El
    Gobierno provisional estableció las libertades fundamentales
    y el 18 de Diciembre, por primera vez en España, se
    celebraron unas elecciones municipales por sufragio universal,
    y en Enero, las de diputados a Cortes.

    El
    Partido Democrático se escindió en dos:
    Rivero, Martos
    y Becerra, partidarios de la colaboración con las otras
    fuerzas para la instauración de un monarquía democrática;
    y, por otro lado, los Orense, Castelar, García López,
    Pierrard y otros, resueltamente a favor del régimen republicano
    y federal. Pí y Margall, sin haber participado en la
    campaña electoral, fue uno de los 85 republicanos que
    obtuvo el acta de diputado.

    El
    8 de Febrero de 1869 tomó el tren en París de regreso
    a España. Participó activamente en los debates parlamentarios
    y se convirtió en uno de los elementos más destacados
    de minoría republicana.

    Cuatro
    meses más tarde, con 214 votos a favor y 55 en contra,
    se aprobó la constitución, democrática pero monárquica:
    ¡y a buscar por el mundo un rey para España!

    Los
    dirigentes republicanos, Pí y Margall entre ellos, viajaron
    por toda España pronunciando discursos contra la restauración
    monárquica y en pro de la república federal. En la
    primavera de 1869 se firmaron los pactos entre los comités
    federales de distintas provincias y regiones. Días después,
    Pí convocó a los representantes de esos pactos a la firma
    del gran pacto nacional,
    firma que tuvo lugar en Madrid
    el 30 de Junio. Prim trató en vano de atraer a los republicanos.

    Ofreció
    a Castelar y a Pí los ministerios de Fomento y Hacienda,
    pero no consiguió que los aceptasen.
    El gobierno veía
    en los republicanos al enemigo que se insurreccionaba
    por todas partes. Cuando se abrieron las Cortes el uno
    de Octubre, Pí y Margall, junto con Castelar, Orense y
    Figueras tomaron la palabra y no solamente no condenaron
    los levantamientos en provincias de sus correligionarios,
    sino que acusaron al gobierno de Prim de deslizarse hacia
    la dictadura. Finalizada su intervención, se levantaron
    y abandonaron el hemiciclo. Cuatro días después, el
    gobierno suspendía las garantías constitucionales. Los
    parapoliciales de “La Partida de la porra” se dedicaban
    a asesinar y apalear, a reventar mítines y a asaltar las
    redacciones de los periódicos opositores.


    y Margall asumió la dirección del partido al frente de
    un directorio y en circunstancias sumamente desfavorables.
    Tuvo que hacer frente a la escisión por la derecha de
    los republicanos unitarios que dirigía García Ruiz, y
    a la oposición de izquierdas, mayoritaria en las provincias.
    En este año de 1870, el gobierno de Prim ofreció el
    trono de España a las siguientes personas:
    Fernando
    de Portugal, Amadeo de Saboya, al duque de Génova, a distintos
    príncipes de Dinamarca, Noruega, Suecia y Rusia, a un
    príncipe de la casa Hohenzollern y al general Espartero.
    Había, además, otros candidatos de las facciones políticas
    disidentes o minoritarias: Carlos VII, Alfonso de Borbón
    y  los duques de Montpensier. El 16 de Noviembre votaron
    los diputados:
    191 a favor de Amadeo de Saboya, 60
    por la República federal, 27 por el duque de Montpensier,
    8 por el general Espartero, 2 por la República unitaria,
    2 por Alfonso de Borbón, 1 por la República y 1 por la
    duquesa de Montpensier; hubo 19 papeletas en blanco. El
    27 de Diciembre se produjo el atentado que le costó la
    vida Prim. Amadeo de Saboya llegó a Cartagena
    y tuvo
    que retrasar su entrada a Madrid para que no coincidiese
    su proclamación como rey con el funeral de Prim. En
    un teatro de Madrid se estrenaba la obra titulada: “Macarroni
    I”.

    Los
    dos años de reinado de Amadeo se caracterizaron por el
    creciente enfrentamiento político entre los dirigentes
    de las distintas fuerzas que habían promovido su acceso
    al trono.
    Corrupciones electorales y económicas, sublevaciones
    en provincias, un atentado, devaneos amorosos que se tienen
    que tapar con millones de pesetas extraídos ilegalmente
    del presupuesto, todo desembocó, con el plante de los
    artilleros que el gobierno no quiso tolerar haciendo de
    detonante, en la renuncia de Amadeo al trono. Son años
    difíciles para Pí y Margall. La situación política le
    coloca en una posición centrista dentro de un partido
    que por sus propias características no puede tener una
    dirección central y efectiva.
    Pí no aprueba las insurrecciones
    porque existe libertad política, pero suscribe sus demandas;
    defiende los derechos de las secciones de la Internacional
    obrera, pero las organizaciones obreras desconfían de
    él y le regatean su apoyo; mantiene sus diferencias con
    el sector “benevolente” de los Castelar y Orense, pero
    tiene que maniobrar para evitar que se deslicen más hacia
    la derecha… Y todo ello sin olvidar la cotidiana tarea
    en las Cortes de oposición a los gobiernos de Amadeo I.

    El
    11 de Febrero de 1873, oficial ya la renuncia de Amadeo
    al trono, las Cortes, sin un respeto escrupuloso del procedimiento
    constitucional, proclamaron la República.
    Al igual
    que sesenta años después, podría afirmarse que la República
    no la traen los republicanos sino las circunstancias y
    los manejos de los jefes de los partidos que antes habían
    colocado a Amadeo en el trono. El partido republicano
    federal estaba dividido y desmoralizado, falto de credibilidad.

    Seguían las quintas y los consumos, persistía el caciquismo
    electoral, no había mejorado la situación de los obreros
    y de los jornaleros… En el primer gobierno republicano
    presidido por el federal Estanislao Figueras, en el que
    hay cuatro ministros radicales que lo han sido también
    en la monarquía de Amadeo, Pí se encargó del ministerio
    de Gobernación.
    Si bien es cierto que en la primera
    reunión del gobierno propuso la celebración inmediata
    de elecciones municipales y a diputaciones provinciales,
    lo que no fue aceptado, también lo es que otra de sus
    primeras actuaciones fue telegrafiar a todos los gobernadores
    civiles pidiendo que disolviesen las juntas revolucionarias
    que se hubieran formado y ordenasen la reposición de 
    ayuntamientos y diputaciones.  Los republicanos federales
    además de divididos, estaban solos. Tenían enfrente a
    toda la derecha formada por los generales y dirigentes
    que habían provocado la revolución de Septiembre de 1868,
    y a los radicales, que también conspiraban con ellos;
    el ejército estaba indisciplinado, las milicias sin organizar,
    los carlistas en guerra, la economía en quiebra…
    El
    22 de marzo la Asamblea quedó disuelta según lo previsto,
    funcionando una comisión permanente hasta la celebración
    de las elecciones de diputados para Cortes Constituyentes
    previstas para el 15 de Mayo. Pero esa comisión permanente
    se dedicó a conspirar contra el gobierno y el 23 de
    Abril se produjo el intento de golpe de estado que encabezó
    el alcalde de Madrid. Como antes el de Martos, todo se
    desbarató gracias a la enérgica actuación de Francisco
    Pí y Margall, entonces presidente interino del gobierno,

    pues Figueras estaba profundamente afectado por la muerte
    de su mujer en esos días. Firmó Pí el decreto de disolución
    de esa comisión permanente y destituyó a Pavía, capitán
    general de Madrid. Las elecciones se celebraron con
    una limpieza nunca vista antes, gracias a la firme voluntad
    de Pí desde el ministerio de Gobernación para que así
    fuera.
    Sin embargo, no se pudo impedir la gran abstención,
    mayor del cincuenta por ciento, promovida por las fuerzas
    reaccionarias del país y acrecida con la guerra carlista.
    Los federales obtuvieron 343 actas, 20 los radicales,
    7 los conservadores y 3 los alfonsinos.

    Reunidas
    las cortes constituyentes, el once de Junio, tras la huida
    a Francia de Estanislao Figueras y no sin fuerte tensión
    y encono entre la propia representación federal, fue
    elegido presidente de la República Francisco Pí y Margall
    tras no pocas peripecias. En su programa de gobierno figuraban
    las siguientes propuestas:
    restablecimiento de la
    disciplina en el ejército, suspensión temporal de las
    garantías constitucionales, separación de la Iglesia y
    el Estado, enseñanza gratuita y obligatoria, abolición
    de la esclavitud en Cuba (había sido aprobada su abolición
    en Puerto Rico, proyecto de ley elaborado en las Cortes
    de Amadeo), extensión de todas las libertades y derechos
    a las provincias de ultramar, jurados mixtos de trabajadores
    y empresarios, prohibición del trabajo de los niños menores
    de doce años, reducción de la jornada laboral a nueve
    horas, acceso de los jornaleros a la propiedad de la tierra…
    Es decir, un programa que en muchos aspectos quedaría
    pendiente y tendría que ser reformulado sesenta años después.

    En
    medio del creciente descontento popular, con la Hacienda
    española en una situación crítica; con una guerra en el
    Norte y otra en Cuba; con motines y sublevaciones por
    doquier: Vicálvaro, Aranjuez, Sagunto, Alcoy, Madrid…;
    dimisiones de ministros, minorías de diputados intransigentes
    que en su oposición al gobierno llegaron a abandonar el
    hemiciclo; con capitales de provincia y hasta regiones
    enteras que se declaraban independientes…; con la mayoría
    de las Cortes en contra, el 18 de Julio de 1873, Pí
    y Margall presentó la dimisión del gobierno de la nación.

    Un día antes se había presentado a las Cortes el proyecto
    de constitución federal.

    Sometida
    a votación la designación de presidente del gobierno,
    Francisco Pí y Margall obtuvo 93 votos, frente a los 119
    de Nicolás Salmerón.
    El nuevo presidente, abogado
    y catedrático de Filosofía de la Universidad Central,
    había formado parte del primer gobierno republicano al
    frente de la cartera de Gracia y Justicia. En el nuevo
    gobierno, Salmerón mantuvo en los tres ministerios clave:
    Guerra, Hacienda y Gobernación, a los tres ministros del
    presidido por Pí.  El 19 de Julio, ante el pleno de las
    Cortes, al que se habían reintegrado los diputados de
    la izquierda, expuso Salmerón su programa de gobierno.

    Tras su etapa como
    presidente y ministro de la gobernación, no solamente
    la honradez de Pí quedó fuera de toda duda, sino que se
    comprobó que apenas había gastado nada de los fondos secretos
    del ministerio. Siempre se negó a cobrar la cesantía que
    como ministro y presidente le correspondía.

    Salmerón,
    a su vez, presentó la dimisión el 5 de Septiembre por
    no querer autorizar la ejecución de ocho soldados condenados
    a pena de muerte.
    Le sucedió en la presidencia del
    ejecutivo Emilio Castelar, hasta entonces presidente de
    las Cortes. Castelar venció al otro candidato a la presidencia
    del gobierno, Pí y Margall, por 133 votos contra 67. Nicolás
    Salmerón fue, a su vez, elegido presidente de las Cortes.

    En
    la madrugada del día 3 de Enero de 1874 estaban las Cortes
    reunidas votando un nuevo presidente que sustituyera a
    Emilio Castelar. Dio entonces el golpe de estado del
    general Pavía, que en un primer momento ofreció la presidencia
    del gobierno al dimitido Castelar, que la rechazó sin
    contemplaciones.
    El general Pavía era partidario de
    los llamados republicanos unitarios y en Diciembre le
    había propuesto a Castelar que mantuviera suspendidas
    por tiempo indefinido las actividades de las Cortes. Formó
    gobierno el general Serrano. el Termidor al bonapartismo.

    Tras
    el golpe de Pavía, Pi y Margall tuvo que abandonar forzosamente
    la política activa. Dedicó su tiempo a preparar un libro
    en el que quedasen recogidas tanto su actuación política
    en el tiempo que duró el régimen republicano como sus
    ideas. Este libro recibiría el título de “La República
    de 1873” y sería prohibido por las autoridades.
    En
    Mayo de ese año de 1874, Pí y Margall fue víctima de un
    atentado en su propia casa, del que afortunadamente salió
    indemne. El autor fue un clérigo
    , el párroco del pueblo
    manchego de Poblete, que le disparó dos tiros de pistola
    y se suicidó acto seguido. Poco se sabe de la represión
    que siguió al golpe de Pavía y de la que tuvo lugar en
    los primeros años de la restauración. El propio Pí y Margall
    fue detenido y conducido a una prisión andaluza, donde
    permaneció no mucho tiempo.

    En
    esos años que siguieron a la entronización de Alfonso
    XII, Pí y Margall retornó a la profesión de abogado y
    sustituyó el imposible activismo político por el trabajo
    intelectual.
    Publicó la obra titulada “Joyas literarias”
    y, en 1876, ”Las Nacionalidades”, sin duda, su obra más
    famosa, en la que desarrolló todas sus ideas sobre el
    federalismo y el estado federal. En 1878 sacó a la luz
    los primeros capítulos de su “Historia general de América”.
    Otras obras suyas son: “La Federación”; “Las luchas de
    nuestros días”; “Primeros diálogos”; “Amadeo de Saboya”;
    “Estudios sobre la Edad Media” y “Observaciones sobre
    el carácter de D. Juan Tenorio”.

    Hasta
    1980 no empezaron a reorganizarse las fuerzas republicanas.
    Fue entonces cuando Pí fundó el partido republicano que
    llamará “federal pactista”,
    diferenciándolo del “republicano
    progresista” y del “federal orgánico”. El programa político
    del partido republicano federal elaborado por Pí fue aprobado,
    junto con el proyecto de constitución federal, en el congreso
    celebrado en Zaragoza en 1883.

    Elegido diputado
    a Cortes en 1886 por acumulación de votos en diferentes
    distritos electorales, Pí y Margall acudió pocas veces
    al Congreso y rara vez hizo uso de la palabra. En 1891
    fue elegido diputado por Barcelona y por Valencia, tomando
    el acta de Barcelona, siendo el jefe de la minoría republicana
    en el Congreso. Redactó el programa del partido federal
    que se aprobó en 1894. Lo acertado de su crítica a los gobiernos y
    al régimen y el cumplimiento de sus previsiones quedó
    patente en el conflicto con Cuba y la guerra con Estados
    Unidos. Pí y Margall fue el único en defender primero
    la autonomía y, más tarde, la independencia de Cuba, y
    se opuso resueltamente a la guerra con Estados Unidos.
    Su acertada labor
    quedó reconocida en las elecciones de 1899, donde salió
    diputado por dos distritos y fue el candidato que sacó
    mayor número de votos, volviendo a obtener el acta de
    diputado en las siguientes elecciones.

    A pesar de su avanzada
    edad, hizo numerosos viajes de propaganda política y,
    en 1890, fundó y dirigió el periódico “El Nuevo Régimen”,
    órgano oficial del partido federal, escribiendo artículos
    y ayudando a confeccionar cada uno de sus números. Con
    lucidez, tenacidad y coherencia se mantuvo en el activismo
    político hasta el último instante de su vida. Defendió
    su ideario republicano y federal contra viento y marea.
    Destacó como historiador, periodista, crítico de arte,
    filósofo y economista. Dio ejemplo de honradez y su vida
    privada estuvo marcada por la sencillez y discreción.

    Murió en su casa
    de Madrid, a las seis de la tarde del 29 de Noviembre
    de 1901. Tenía setenta y siete años.

    Francisco Pí y Margall
    fue el político español más importante del siglo XIX.

  • Asturias Republicana – SEGUNDA REPUBLICA

     


    En
    primer plano, las naves de la fábrica de conservas
    Portanet en las que se instaló el campo de
    concentración de Candás.

    Este
    campo de concentración se situó en las
    instalaciones de la antigua fábrica de Conservas
    de Portanet. Creado a primeros de Noviembre de 1937,
    se mantuvo operativo hasta el final de la guerra,
    cuando recibió contingentes de prisioneros
    de la región catalana y levantina. Así,
    por ejemplo, el día siete de Febrero de 1939
    salían del campo de concentración y
    centro de distribución de San Juan de Mozarrífar
    con destino al de Candás 849 presos procedentes
    de Cervera. Seis días más tarde, del
    mismo campo y también con destino al de Candás
    salían quinientos presos procedentes de Lérida.

    Prisioneros
    fallecidos en el campo de concentración de
    Candás.

    Nicolás
    Abad Santiago, natural de Cordovilla Nestal, Palencia,
    de 44 años, casado. Falleció en la enfermería
    del campo de concentración a las 7h de hoy
    (22-12-37) a consecuencia de enteritis tuberculosa.
    Certificado de Francisco Llorente, médico del
    campo de concentración de Candás. Enterrado
    en Candás.

    Jesús
    Novo García, natural de San Esteban, Oviedo,
    vecino de Candás, Carreño, de profesión
    desconocida, casado, 20 años?. Falleció
    en el campo de concentración a las 20h del
    2-1-38 a consecuencia de asistolía.

    José
    Alfonso Alonso, natural de Luarca, vecino de Candás,
    Carreño, de profesión desconocida, casado,
    de 48 años. Falleció en la enfermería
    del campo de concentración a las 16h del día
    de hoy (4-1-38) a consecuencia de asistolía

    José
    Costa de Jesús, natural de Portugal, vecino
    de Candás, Carreño, jornalero, casado,
    de 58 años. Falleció en la enfermería
    del campo de concentración a las 11h del día
    de hoy (9-1-38) a consecuencia de angina de pecho.

    Juan
    Costales Alonso, natural de Muros del Nalón,
    hijo de Joaquín y Rosaura, vecino de Candás,
    Carreño, labrador, de 59 años, casado.
    Falleció en la enfermería del campo
    de concentración a las 0,45h del 22-1-48 a
    consecuencia de coma urémico.

    Andrés
    Rodríguez Magdaleno, natural de León,
    hijo de Andrés e (Ilegible), ferroviario, de
    64 años, casado. Falleció en el campo
    de concentración a las 0,15h del día
    de ayer (8-2-38) a consecuencia de edema agudo de
    pulmón.

    José
    Gutiérrez Martínez, natural de Santa
    Eulalia, Oviedo, vecino de Candás, Carreño,
    labrador, 25 años. Falleció a las 13h
    de ayer (15-2-38) a consecuencia de insuficiencia
    aórtica reumática. Certificación
    del jefe médico del campo de concentración.
    Enterrado en Candás.

    Juan
    Solá Parés, natural de Santa Coloma
    de Farnés, Gerona, hijo de Hilario y Carmen,
    29 años, vecino de Candás, Carreño.
    Falleció a las 6h de hoy (15-2-39) a consecuencia
    de tuberculosis pulmonar. Certificación médica
    y orden del capitán jefe del campo de concentración.

    Gregorio
    Gracia García, natural de Los Tayos, Zaragoza,
    hijo de Esteban y Manuela, 36 años, casado,
    vecino de Candás. Falleció el 1-3-39
    de bronconeumonía. Oficio del capitán
    del campo de concentración.

    Angel
    Cano Candel, natural de Murcia, hijo de Sebastián
    y Engracia, soltero, vecino de Candás. Falleció
    a las 7h del día de ayer (5-3-39) a consecuencia
    de miocarditis. Oficio del capitán jefe del
    campo de concentración.

    Pedro
    Baquer Culí, natural de San Pedro de Torelló,
    Barcelona, hijo de Manuel y Concepción, 23
    años, soltero, vecino de Candás. Falleció
    a las 10h de hoy (8-3-39) a consecuencia de neumonía.
    Oficio del capitán jefe del campo de concentración.

    Miguel
    Po Vidal, natural de Piera, Barcelona, hijo de Jaime
    y Teresa, 50 años, casado, vecino de Candás.
    Falleció en el día de ayer (24-3-39)
    a consecuencia de miocarditis.Oficio del capitán
    jefe del campo de concentración.

    José Villaseca Baró, natural de Solsona,
    hijo de Juan y María, casado. Falleció
    a las 5h del día de hoy (22-4-39) a consecuencia
    de tuberculosis pulmonar. Certificación del
    médico del campo de concentración.

     

  • Asturias Republicana – SEGUNDA REPUBLICA

    Aprovechando
    las instalaciones de un antiguo convento y de un lazareto
    se instaló en las primeras semanas de la guerra
    una especie de cárcel provisional para presos
    gubernativos que aún no habían sido
    encausados por la jurisdicción militar. En
    esta época muchos de los detenidos de San Simón
    fueron sacados por elementos de Falange, Guardia Civil
    y los llamados “cívicos”, y ejecutados
    en las cunetas de las carreteras y ante los muros
    de los cementerios. Según testimonios, el director
    de San Simón y de las prisiones de Pontevedra,
    Lago Búa, el médico forense Bustelo,
    fueron responsables, junto con el teniente Rodríguez
    de la Guardia Civil, de muchos “paseos”;
    también se dedicaron a detener a personas de
    derechas a las que luego ponían en libertad
    a cambio de importantes cantidades de dinero. Denunciados
    por una de esas personas de derechas, fueron condenados
    a muerte en consejo de guerra celebrado a puerta cerrada,
    y ejecutados por un piquete al mando, “casualmente”,
    de su compinche el teniente Rodríguez.

    Al
    derrumbarse el Frente Norte muchos prisioneros fueron
    conducidos a esta cárcel provisional en funciones
    de campo de concentración. Desde el puerto
    de Bilbao partió el barco prisión “Upo
    Mendi”, lleno de prisioneros, con la finalidad
    de integrarlo en el sistema concentracionario de San
    Simón. La falta de calado impidió que
    el “Upo Mendi” se acercara lo suficiente
    a la isla de San Simón, permaneciendo fondeado
    en aguas más profundas de la ría de
    Vigo. A San Simón fueron también conducidos
    desde el campo de concentración de Camposancos
    varios presos condenados a pena de muerte para ser
    ejecutados.

    Al
    finalizar la guerra se trató de convertir el
    Campo de Concentración de San Simón
    en un centro de reclusión para presos mayores
    de sesenta años de edad, trasladando a centenares
    de ellos desde todas partes de España.

    Relación
    de prisioneros que fueron condenados a pena de muerte
    en consejos de guerra celebrados en el campo de concentración
    de Camposancos y, posteriormente, trasladados a la
    isla de San Simón, donde fueron fusilados.

    Fermín
    García Alvarez. Condena: Pena de muerte. Fusilado:
    5-8-38.
    Natural de Carbonera, vecino de Santa Cruz del Sil,
    León, 42 años, casado (1 hijo), encargado
    de minas. Activista del PSOE; luego, del PCE; tomó
    parte en la Revolución del 34 y fue condenado
    a pena de muerte, que le fue conmutada, siendo amnistiado
    por el Frente Popular; al iniciarse el GMN, capitaneó
    un grupo que ofreció resistencia en su pueblo;
    capturado a bordo del “Gaviota”.
    Gregorio Mateos Maroto, “el Cepo”. Condena:
    Pena de muerte. Fusilado: 5-8-38.
    Natural de Nogués, Toledo, vecino de Nava,
    39 años, casado (2 hijos), industrial. Dirigente
    del PSOE; participó en la Revolución
    del 34; de los comités de Guerra y Abastos;
    presidente de la cooperativa; fue nombrado juez municipal;
    capturado cuando huía a bordo del “Gaviota”.
    José González Iglesias. Condena: Pena
    de muerte. Fusilado: 5-8-38.
    Natural de San Andrés de Linares, vecino de
    La Felguera, 36 años, casado (3 hijos), electricista.
    De la CNT; había participado en la Revolución
    del 34; al iniciarse el GMN, del Comité de
    Guerra; tomó parte en los ataques a los cuarteles
    de Gijón; capturado cuando huía a bordo
    del “San Juan de Nieva”.
    José Alvarez García. Condena: Pena de
    muerte. Fusilado: 5-8-38.
    Natural y vecino de Gijón, 36 años,
    soltero, ajustador. De las JSU y de la UGT; de la
    Guardia Roja; participó en la Revolución
    del 34; al iniciarse el GMN, reclutó gente
    para atacar los cuarteles de Gijón; capturado
    en el “Mont Seny”.
    Isaías González Miguel. Condena: Pena
    de muerte. Fusilado: 5-8-38.
    Natural de Ezcaray, La Rioja, vecino de Olloniego,
    Oviedo, 29 años, soltero, minero. Del PSOE
    y de la UGT; había participado en la Revolución
    del 34 en el ataque al cuartel de la Guardia Civil
    de Olloniego; al iniciarse el GMN, formó parte
    de la expedición de obreros que salió
    por tren hacia Madrid; nombrado jefe de policía
    en Olloniego; policía secreta en Avilés;
    capturado en el “San Juan de Nieva”.
    Bernardino Fernández Velázquez. Condena:
    Pena de muerte. Fusilado: 5-8-38.
    Natural y vecino de Salas, 31 años, soltero,
    cerrajero. Dirigente del PSOE; había participado
    en la Revolución del 34; del Comité
    de Guerra; del Comité de Transportes; instructor
    de milicias; nombrado policía en Soto del Barco;
    capturado a bordo del “San Juan de Nieva”.
    Francisco Casal Sánchez. Condena: Pena de muerte.
    Fusilado: 5-8-38.
    Natural y vecino de La Felguera, 28 años, casado,
    metalúrgico. De las Juventudes Libertarias
    y de la CNT; había participado en la Revolución
    del 34; tomó parte en los ataques a los cuarteles
    de Gijón; del Comité de Guerra; nombrado
    agente de Investigación y Vigilancia.

  • Los Batallones de Trabajadores

     

     

    Los
    primeros batallones de Trabajadores que empezaron a funcionar
    en la zona nacionalista fueron destinados al frente de Madrid,
    afectos al Cuerpo de Ejército del Centro. Su residencia
    estaba fijada en Pinto, Yeles y Villaluenga, y eran empleados,
    sobre todo, en tareas de utilidad militar.
    Posteriormente,
    se crearían batallones, brigadas y equipos de trabajadores
    especializados: conductores, mecánicos, carniceros, panaderos…;
    al servicio directo del ejército nacionalista.

    El
    trabajo de los prisioneros se utilizó también en
    obras de carácter civil,
    tales como la explotación
    de minas, la repoblación forestal, la construcción
    de carreteras y otras obras públicas. A los primeros batallones
    de Trabajadores destinados a obras de carácter no militar
    se les encomendó la tarea de poner otra vez en explotación
    las minas de hierro de Vizcaya, que eran una de las principales
    fuentes de divisas de que disponía la zona nacionalista,
    y a desecar las marismas de Santoña.

    La
    Inspección de Campos de Concentración contaba con
    el asesoramiento de una comisión técnica, constituida
    por arquitectos e ingenieros de todas las especialidades, que
    se encargaba de informar todos los proyectos de empleo de batallones
    de Trabajadores que se recibían de los centros oficiales,
    decidiendo cuáles se llevarían a cabo y en qué
    orden.

    A
    los tres meses de la toma de Bilbao por las fuerzas nacionalistas,
    se dictaron las normas a que habían de ajustarse los trabajos
    de los prisioneros en las minas de Vizcaya. Formaban el denominado
    Batallón Minero un total de 612 prisioneros repartidos
    en tres Campos: La Arboleda, Galdames y Gallarta.
    Además
    de las divisas que generaba la exportación del mineral
    de hierro extraído de esas minas, el estado nacionalista
    se beneficiaba directamente de unas cincuenta mil pesetas, provenientes
    de la diferencia entre lo que le pagaban las empresas por cada
    minero y lo que la Inspección de Campos abonaba a los prisioneros.

    Las
    primeras obras públicas que se proyectaron para ser realizadas
    por batallones de Trabajadores fueron
    la carretera de Ciudad
    Rodrigo a Fuentes de Oñoro, para completar la de Francia
    a Portugal; la repoblación forestal de la Sierra de la
    Demanda; la doble vía de ferrocarril en el tramo Miranda-Alsasua,
    para completar la doble vía en la línea Madrid-Irún,
    y la modificación del trazado del ferrocarril de Irati
    en las inmediaciones de Pamplona. Ingenieros de la Inspección
    de Campos de Concentración realizaron un viaje a las Hurdes
    para estudiar la apertura de caminos, la repoblación forestal
    y la posible instalación de campos de concentración.

    Los
    presos gubernativos calificados como “levemente comprometidos”,
    de acuerdo con las instrucciones dadas por “S.E. el Generalísimo”
    pasaban a engrosar las filas de los batallones de Trabajadores
    junto con los prisioneros de guerra. Posteriormente, al entrar
    en vigor el sistema de “redención de penas por el
    trabajo”, gran número de presos de las cárceles
    se incorporaron también a los batallones de Trabajadores
    .

    Comunicado
    del Subsecretario del Ministerio de Justicia al general Subsecretario
    del Ministerio del Ejército, de fecha 19-11-1960.

    «(…)
    El destacamento penal de Coll de Narbó estaba constituido
    en el año de 1943 por penados que dependían de la
    Dirección General de Prisiones, la que los ponía
    a disposición del Servicio Militar de Puentes y Caminos
    de Cataluña a efectos de ejecución de las obras
    que allí se realizaban, organismo que más tarde
    se conocía con la denominación de Servicio Militar
    de Construcciones.» 

    Cada
    batallón de Trabajadores estaba compuesto por
    : un comandante,
    un capitán, cuatro tenientes, uno de los cuales tenía
    que ser médico; cinco alféreces, un brigada, veinte
    sargentos, cincuenta y dos cabos, un corneta, sesenta y ocho soldados
    y seiscientos prisioneros trabajadores. Los batallones de Trabajadores
    solían dividirse en compañías y destacamentos
    que se enviaban a destinos próximos entre sí
    .
    Los soldados, cabos, sargentos…, formaban la escolta que se
    encargaba de la vigilancia de los prisioneros. Además,
    a mediados de 1938 se creó un servicio especial y secreto
    de investigación en los batallones de Trabajadores que
    funcionaba bajo el esquema de veinte prisioneros confidentes por
    batallón
    . En sus informes, la Inspección de
    Campos de Concentración consideraba que la disciplina era
    excelente.

    En
    principio, los prisioneros que componían los batallones
    de Trabajadores eran de nacionalidad española y en edad
    comprendida en la de las quintas movilizadas. En cuanto a los
    prisioneros extranjeros, “que en menor número han
    sido capturados por las armas nacionales, o no trabajan o lo hacen
    en obras de retaguardia, exentas de fines militares, siguiendo
    en todo las normas estrictas del Convenio de Ginebra para prisioneros.”

    Decreto
    nº 281 que concede el derecho al trabajo a los prisioneros
    de guerra y presos no comunes. BOE 1-7-37.

    El
    victorioso y continuo avance de las fuerzas nacionales en la reconquista
    del territorio patrio, ha producido un aumento en el número
    de prisioneros y condenados, que la regulación de su destino
    y tratamiento se constituye en apremiante conveniencia.

    (…)
    Abstracción hecha de los prisioneros y presos sobre los
    que recaen acusaciones graves, cuyo régimen de custodia
    resulta incompatible con las concesiones que se proponen en el
    presente Decreto, existen otros, en número considerable,
    que sin una imputación específica capaz de modificar
    su situación de simples presos les hacen aptos para ser
    encauzados en un sistema de trabajos que representa una positiva
    ventaja.

    El
    derecho al trabajo, que tienen todos los españoles, como
    principio básico declarado en el punto quince del programa
    de Falange Española Tradicionalista y de las JONS, no ha
    de ser regateado por el Nuevo Estado a los prisioneros y presos
    rojos.
    (…) La declaración del derecho al trabajo
    supone, o sea, que puedan sustentarse por su propio esfuerzo,
    que presten el auxilio debido a su familia y que no se constituyan
    en peso muerto sobre el erario público.

    (…)
    Artículo primero.- Se concede el derecho al trabajo
    a los prisioneros de guerra y presos
    por delitos no comunes
    en las circunstancias y bajo las condiciones que a continuación
    se establecen.

    Artículo
    segundo.- Aquellos prisioneros y presos podrán trabajar
    como peones, sin perjuicio de que por conveniencias del servicio
    puedan ser utilizados en otra clase de empleos o labores en atención
    a su edad, eficacia profesional o buen comportamiento, todo ello
    a juicio de sus respectivos jefes.



    Trabajadores en el Pozo Fondón de Duro Felguera.

    Artículo
    tercero.- Cobrarán en concepto de jornales, mientras
    trabajen como peones, la cantidad de dos pesetas al día,
    de las que se reservará una peseta con cincuenta céntimos
    para manutención del interesado, entregándosele
    los cincuenta céntimos restantes al terminar la semana.
    Este jornal será de cuatro pesetas diarias si el interesado
    tuviere mujer que viva en la zona nacional sin bienes propios
    o medios de vida y aumentado en una peseta más por cada
    hijo menor de quince años que viviere en la propia zona,
    sin que en ningún caso pueda exceder dicho salario del
    jornal medio de un bracero en la localidad. El exceso sobre las
    dos pesetas diarias que se señala como retribución
    ordinaria será entregado directamente a la familia del
    interesado.

    Cuando
    el prisionero preso trabaje en ocupación distinta de la
    de peón, será aumentado el jornal en la cantidad
    que se señale.

    Artículo
    cuarto.- Los presos y prisioneros de guerra tendrán
    la consideración de personal militarizado, debiendo vestir
    el uniforme que se designará y quedando sujetos, en su
    consecuencia, al Código de Justicia Militar y Convenio
    de Ginebra
    (…).

    El
    uniforme aprobado
    por el mando nacionalista para los prisioneros
    de los batallones de Trabajadores consistía en un gorro
    cilíndrico blanco, camisa blanca de tela fuerte con la
    letra “P” y el número del prisionero grabados
    en el pecho en tinta indeleble, pantalón caqui, alpargatas
    y dos mudas de ropa interior.

    En
    1938 se creó un patronato para la redención de penas
    por el trabajo.
    De este patronato dependía la coordinación
    de los trabajos a realizar por los prisioneros y la propuesta
    al gobierno de la condonación de días de cárcel
    en relación con los días trabajados. En todos los
    pueblos donde había familiares de presos se creaba una
    Junta local que integraban el alcalde, el párroco y un
    vocal designado por el Servicio de Prisiones.

    Este
    sistema de redención de penas por el trabajo no se puso
    en práctica hasta 1939 y alcanzó a una reducida
    minoría de presos por la incapacidad técnica, organizativa
    y logística del régimen para llevarla a cabo.

    En
    1943 funcionaban en Asturias los destacamentos penales de Ciaño,
    perteneciente a la empresa “Carbones Asturianos”,
    con 180 presos; Pozo Fondón, en Sama de Langreo, de la
    Duro Felguera y con 215 presos; Pozo San Mamés, en Sotrondio,
    de la misma empresa y con 175 presos. En Oviedo, trabajando para
    la Dirección General de Regiones Desvastadas, había
    800 presos.

    Orden
    del Ministro de Justicia franquista, Tomás Domínguez
    Arévalo,

    al
    Jefe del Servicio Nacional de Prisiones dictando normas regulando
    la concesión del trabajo a los reclusos. BOE 1-1-39.

    Ilmo.
    Sr.: El trabajo de los obreros reclusos ha de ajustarse estrictamente
    a lo dispuesto en la Orden Ministerial de 7 de octubre (…) este
    Ministerio, a propuesta del “Patronato Central para la redención
    de las penas por el trabajo”, se ha servido disponer:

    Primero.-
    Cuando se reclame del “Patronato Central para la redención
    de penas por el trabajo” mano de obra de trabajadores reclusos
    para obras del Estado, de las Diputaciones, de los Ayuntamientos
    o de particulares, tendrán en todo caso preferencia absoluta
    para ser colocados en dichas obras los reclusos que se hallen
    condenados a penas más leves.

    Segundo.-
    La regla que antecede sólo tendrá como excepción
    el caso en que en las obras se necesiten obreros especializados
    y se acredite de una manera fehaciente que en el Establecimiento
    no existen entre los condenados a penas inferiores obreros de
    la especialidad de que se trate.

    Tercero.-
    Los reclusos procesados no podrán ser utilizados como trabajadores
    con sujeción a las normas anteriores hasta que conste documentalmente
    en la Prisión por la petición fiscal la clase de
    pena que para ellos se solicite, y los detenidos no procesados
    sólo podrán trabajar cuando la autoridad que haya
    ordenado su detención haga constar su autorización
    para el trabajo, expresamente también por escrito.

    Cuarto.-
    Los llamados “destinos” en las Prisiones recaerán
    precisamente también en los reclusos condenados a penas
    más leves, quedando en todo caso prohibido, a partir de
    la publicación de esta orden, la utilización para
    el servicio interior de los Establecimientos de reclusos condenados
    a penas superiores a doce años y un día de reclusión
    temporal.

    Cualquier
    excepción que por algún motivo justificadísimo
    pueda establecerse a lo preceptuado en este número, ha
    de disponerse por orden escrita de la Jefatura del Servicio Nacional
    de Prisiones.

    Quinto.-
    Los directores de los Establecimientos Penales cuidarán,
    bajo su más estricta responsabilidad, del cumplimiento
    de esta disposición, bien entendido que cualquier denuncia
    que se produzca y compruebe de preferencias injustas y deliberadas
    en las colocaciones de obreros reclusos, o en el otorgamiento
    de destinos, será considerada como falta muy grave, con
    sujeción al vigente Reglamento de Prisiones de 14 de noviembre
    de 1930. (…)

     

  • Asturias Republicana – SEGUNDA REPUBLICA

     
    El entramado jurídico militar,
    con toda su parafernalia de auditorías, sumarios,
    tribunales militares, fiscales, consejos de guerra…,
    se limitó a cumplir con la misión que
    el plan militar elaborado por los generales sublevados
    les había asignado. No fueron mejores ni peores
    que el resto. Eran otro “Cuerpo de ejército”
    más que actuaba en la retaguardia, un brazo más
    del terror. Y no por ignorancia jurídica, sino
    con conocimiento pleno, pues la mayoría eran
    abogados o militares togados o ex jueces o ex fiscales
    o licenciados en derecho.
    Conocimientos
    no les faltaban, simplemente, carecían de la
    voluntad de “ser”, de la naturaleza del
    hombre “justo”. Leguleyos, siempre los hubo
    en abundancia en este país; hombres justos, mujeres
    justas…¡qué escasez!

    La
    España nacionalista se constituyó también
    como un “estado de derecho”.
    Sí,
    porque eso del “estado de derecho” es otro
    lugar común de nuestros días. Todos los
    estados modernos son “estados de derecho”,
    pues todos precisan de normas, de leyes, de disposiciones,
    para funcionar. El régimen político de
    un país podrá ser dictatorial, democrático,
    monárquico…; lo que sea, pero en todos ellos
    habrá un cuerpo legal que rija la vida del país.
    Hablar, pues, de “estado de derecho” para
    definir un sistema político es no decir nada,
    es utilizar un eufemismo para evitar denominar por su
    nombre a lo que hay.

    En
    fin, que como todo el mundo sabe, en Asturias la sublevación
    militar contra la II República la inició
    un coronel amparado en unos miles de hombres armados
    sujetos a su obediencia. Ese coronel escribió
    en un papel una serie de disposiciones por las que todo
    el poder en la región pasaba a sus manos y dictó
    una serie de normas: ese es el bando del coronel Aranda
    declarando el estado de guerra en Asturias. Días
    después, unos generales reunidos en Burgos extendieron
    la declaración del estado de guerra a toda España:
    “Ordeno y mando”; y para el que no obedezca
    o para el desafecto, Código de Justicia Militar
    y pena de muerte. Ese es el resumen.

    Boletín
    Oficial de la Junta de Defensa Nacional de España.

    Burgos,
    4-9-1936. Decreto número 79.

    Se
    hace necesario en los actuales momentos, para mayor
    eficiencia del movimiento militar y ciudadano, que la
    norma en las actuaciones judiciales castrenses sea la
    rapidez, haciéndola compatible con las garantías
    procesales de los encartados; que se evite en lo posible
    el distraer del servicio de armas a los Jefes, Oficiales
    y clases para ocuparlos en la tramitación de
    dichos procedimientos y que, finalmente, se atienda
    a las conveniencias del servicio militar obviando la
    dificultad de comunicaciones.

    Por
    ello, como Presidente de la Junta de Defensa Nacional,
    y de acuerdo con ésta, vengo en decretar:

    Artículo
    primero. Todas las causas que conozcan las jurisdicciones
    de Guerra y Marina se instruirán por los trámites
    del juicio sumarísimo
    que se establecen en
    el título diecinueve, tratado tercero, del Código
    de Justicia Militar, y título diecisiete de la
    Ley de Enjuiciamiento Militar de la Marina de Guerra,
    con las modificaciones siguientes:

    A)
    No será preciso para ello que el reo sea sorprendido
    “in fraganti” ni que la pena a imponer sea
    la de muerte o perpetua. (…)

    Boletín
    Oficial de la Junta de Defensa Nacional de España.

    Burgos,
    16-9-1936. Decreto número 108.

    (…)
    Artículo primero. Se declaran fuera de la
    ley todos los partidos y agrupaciones políticas
    o sociales que, desde la convocatoria de las elecciones
    celebradas en fecha 16 de Febrero del corriente año
    han integrado el llamado Frente Popular
    , así
    como cuantas organizaciones han tomado parte en la oposición
    hecha a las fuerzas que cooperan al movimiento nacional.

    Artículo
    segundo. Se decreta la incautación de cuantos
    bienes muebles, inmuebles, efectos y documentos pertenecieren
    a los referidos partidos o agrupaciones, pasando todos
    ellos a la propiedad del Estado.

    Artículo
    tercero. Los funcionarios públicos y los de empresas
    subvencionadas por el Estado, la provincia o el municipio,
    o concesionarias de servicios públicos, podrán
    ser corregidos, suspendidos y destituidos de los cargos
    que desempeñen cuando aconsejen tales medidas
    sus actuaciones antipatrióticas o contrarias
    al movimiento nacional.

    Artículo
    cuarto. Las correcciones y suspensiones a que se refiere
    el artículo anterior, serán acordadas
    por los jefes del centro en que preste sus servicios
    el funcionario y, en su defecto, por el superior jerárquico
    del corregido, y aquéllos, en su caso, previa
    la formación del oportuno expediente, propondrán
    la destitución a la autoridad, empresa o corporación
    a quien correspondiera hacer el nombramiento. (…)

    Así
    que a partir de Octubre de 1937 empiezan a funcionar
    en Gijón los tribunales militares y los consejos
    de guerra instaurados por los del “ordeno y mando”.

    No tengo tiempo, ni ganas, para entrar en más
    decretos, normas y demás literatura leguleyística.
    La realidad “legal”, “el horizonte
    penal”, que dicen ahora los cursis, lo que les
    esperaba a los vencidos, a los prisioneros era más
    o menos así:

    En
    los campos de concentración y en las prisiones
    provisionales se ponían en marcha las “Comisiones
    Clasificadoras de Prisioneros y Presentados” (CCPP).

    Además, antes y durante el proceso de clasificación,
    grupos de falangistas de cada pueblo o ciudad revistaban
    a los prisioneros y se llevaban a aquellos que identificaban
    y consideraban que merecían ser “paseados”.

    El resto de los prisioneros iban pasando a prestar declaración
    ante la CCPP correspondiente, y si de las pesquisas
    realizadas no se descubría ningún cargo,
    o sea, si el prisionero no tenía ninguna denuncia
    y no había prestado servicio de armas o lo había
    hecho como simple soldado con su quinta, entonces, era
    enviado, ya clasificado, a un campo de prisioneros a
    la espera de ser destinado a un batallón de Trabajadores.
    Si no se le descubría ningún cargo, los
    informes de la Guardia Civil y Falange eran favorables
    y el prisionero o, más bien, su familia conseguía
    dos avales de dos personajes representativos del nuevo
    régimen, tal que el cura del pueblo, el ricachón,
    el alcalde o el jefe de Falange, pues con esos dos
    avales era puesto en libertad.
    Ahora bien, si por
    la edad estaba comprendido entre las quintas movilizadas,
    se le enviaba al frente con el ejército nacionalista.
    Si sobre el prisionero surgía la más leve
    sospecha, la más mínima denuncia, entonces
    se iniciaban los trámites para que fuera sometido
    a un consejo de guerra.

    En
    la zona de Asturias ocupada por los sublevados, los
    tribunales militares desarrollaron su labor represiva
    en Oviedo y Luarca,
    principalmente, pero también
    fueron numerosos los consejos de guerra celebrados en
    Castropol, en Cangas de Narcea, en Tineo, en Pravia

    y, tras la caída de Santander, en Llanes.
    A partir de Noviembre del 37, el Tribunal Militar
    nº 3 actúa en Oviedo y el Tribunal Militar
    nº 1 inicia sus actuaciones en Gijón
    .
    Algún consejo de guerra, quizás por motivos
    ejemplarizantes, se celebró en Avilés,
    Sama, Mieres…

    Estos
    tribunales militares estaban formados por un presidente
    y cuatro vocales.
    Los consejos de guerra se celebraban
    por el procedimiento sumarísimo de urgencia.
    Junto con el tribunal, estaban presentes en el consejo
    de guerra un fiscal, el juez instructor y su secretario,
    y el abogado defensor y los acusados. La vista era
    pública y por cada consejo de guerra pasaban
    una media de diez acusados.
    Solamente en casos excepcionales,
    cuando la trascendencia política del acusado
    fuera muy grande, se celebraban consejos de guerra individuales.
    La duración media solía ser de una hora.
    Lo más frecuente era que los acusados no pertenecieran
    al mismo expediente policial, salvo en aquellos casos
    en que hubieran conseguido detener y procesar a la vez
    a, por ejemplo, los miembros de un comité de
    guerra de una localidad o a los dirigentes sindicales
    que gestionaban una fábrica.

    Una
    vez celebrado el consejo de guerra, el tribunal se reunía
    en sesión secreta para deliberar y dictar sentencia
    .
    Las sentencias eran adoptadas por unanimidad y rarísima
    era la vez en que algún miembro del tribunal
    quisiera dejar constancia de su discrepancia. Las sentencias
    dictadas eran sometidas al Auditor de Guerra para su
    aprobación. El Auditor de Guerra de Asturias
    tenía su residencia oficial en Gijón.

    Una vez aprobada la sentencia por el Auditor, el juez
    instructor procedía a notificarla a los condenados
    y a ordenar su cumplimiento, excepto en el caso de las
    penas de muerte. Las penas de muerte quedaban en
    suspenso y no se ejecutaban hasta que no se recibía
    el “enterado”, o la “conmutación”,
    de la Asesoría Jurídica del Cuartel General
    del Generalísimo.
    De este trámite
    queda el testimonio de Serrano Suñer,
    “el cuñadísimo”, entonces
    ministro de Gobernación, que cuenta como Franco
    recibía todos los días después
    de comer, a la hora del café, al coronel jurídico
    Martínez Fuset
    cargado de carpetas rebosantes
    de condenas de muerte que ponía a la firma del
    Caudillo.

    En
    Gijón, el Tribunal Militar Permanente de Asturias,
    nº 1, actuó hasta el día 17 de Mayo
    de 1938.
    Días después, ese Tribunal,
    presidido por el comandante Luis de Vicente Sasiain,
    se trasladó al campo de concentración
    de Camposancos, en el municipio pontevedrés de
    La Guardia, para continuar allí su labor contra
    los prisioneros asturianos.
    Le sustituyó
    en Gijón el Tribunal Militar Permanente de Asturias,
    nº 3.
    Este Tribunal, que actuaba también
    en Oviedo, se trasladaba todos los días por la
    tarde a Gijón. Los consejos de guerra se celebraban
    en el salón de actos del Instituto “Jovellanos”,

    a una media de tres o cuatro diarios, en sesiones de
    mañana y tarde. En ocasiones, también
    se utilizaron las dependencias del colegio “Santo
    Angel” y las de la Feria de Muestras. Para
    los consejos de guerra de oficiales generales se utilizó
    el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Gijón.

    Una
    vez que se normalizó la actuación procedimental
    de las auditorías y tribunales militares, el
    expediente de cada encartado se iniciaba con su declaración
    ante la CCPP, la Guardia Civil, policía de Asalto
    o Falange, o bien, por una denuncia que cualquiera presentaba
    contra él en la policía o en Falange.
    A continuación, el Auditor de Guerra designaba
    al juez instructor y éste nombraba a un secretario.

    Todas las actuaciones se hacían por diligencia
    y de todas ellas daba fe el secretario. Se llamaba a
    declarar a los testigos y, en la mayoría de los
    casos, el encartado hacía una segunda declaración
    ante el juez instructor y el secretario. Cada expediente
    tenía un número. Averiguar ese número
    era importantísimo para cualquier gestión
    que se quisiera hacer en favor del encausado, tanto
    antes como después de dictada sentencia. El juez
    instructor agrupaba diez, doce o veinte expedientes
    en un mismo sumario, redactaba entonces el “Auto
    resumen” y lo sometía a la consideración
    del Auditor de Guerra. Éste era el que decidía
    el procesamiento o no de los encartados, la continuación
    de las averiguaciones o la celebración del consejo
    de guerra sumarísimo de urgencia. Un día
    o dos antes de la celebración del consejo de
    guerra, los procesados elegían un abogado defensor
    de entre la media docena de defensores militares que
    actuaban en Gijón.

    El
    día del consejo de guerra, los encartados eran
    conducidos esposados y custodiados por la policía
    desde la cárcel a presencia del tribunal
    .
    En el consejo de guerra se leían los cargos,
    el fiscal pedía la pena para cada uno de los
    acusados, el defensor hacía una breve “defensa”
    y el tribunal se retiraba a deliberar. Durante la
    vista, no se solía practicar prueba alguna ni
    se llamaba a declarar a ningún testigo
    , y
    si alguno lo hacía, era siempre en pro de la
    acusación. La argumentación del abogado
    defensor iba dirigida, no a tratar de demostrar la falsedad
    o ausencia total de pruebas de la acusación,
    sino a poner de manifiesto la inconsciencia del acusado,
    su subordinación y cosas por el estilo, y a apelar
    a la benevolencia del tribunal; los defensores solían
    concluir solicitando que se impusiera la pena inferior
    a la solicitada por el fiscal, que casi siempre era
    la capital
    . Una vez celebrado el consejo de guerra,
    los procesados eran devueltos a la cárcel. Como
    los consejos de guerra se celebraban en audiencia pública,
    los familiares de los encartados aprovechaban para verlos
    e intentar acercárseles y darles un beso o un
    abrazo: todo dependía de la benevolencia o crueldad
    de los guardias que los custodiaban. A los dos o tres
    días, y una vez que el Auditor de Guerra hubiera
    aprobado la sentencia, se les notificaba ésta
    a los procesados.

    Los
    condenados a penas de años de cárcel,
    pasaban a cumplirlas, abonándoseles el tiempo
    que llevasen en prisión. Los condenados a pena
    de muerte, quedaban a la espera de lo que sobre ellos
    se resolviese en el “Cuartel General del Generalísimo”.

    Sus familiares, si es que los tenían, empezaban
    a hacer gestiones de todo tipo, a pedir favores a todo
    el mundo, tratando de conseguir el indulto: firmas de
    dirigentes derechistas, búsqueda de influencias,
    viajes a Salamanca o Burgos para tratar de entrevistarse
    con los gerifaltes de la sublevación, o con sus
    mujeres… En la mayoría de los casos, al mes
    y medio ya se había adoptado una resolución
    en un sentido u otro. Si la pena de muerte venía
    conmutada por la inmediata inferior de reclusión
    perpetua, se le comunicaba al preso, que, a veces, ya
    estaba enterado unas horas antes por los familiares.
    Pero a muchos presos no se les informó de
    que la pena de muerte había sido conmutada hasta
    transcurrido un año o más. Era otra estratagema
    del sistema de terror para tener sometidos a los presos
    y a sus familias, pendientes como estaban del señuelo
    del “indulto”.
    Al mismo tiempo, se les
    destruía psicológicamente haciéndoles
    vivir durante tanto tiempo la tensión de que
    cada amanecer fuera el último: el del su fusilamiento.

    Las
    penas de muerte se ejecutaban por fusilamiento y rara
    vez por agarrotamiento.
    Cuando el tribunal del consejo
    de guerra consideraba que la pena de muerte era poco
    castigo, solicitaba al Auditor que se ejecutase al reo
    con “garrote vil”. En Gijón, solamente
    se agarrotaron a tres o cuatro personas.

    Una
    vez recibido el “enterado” para la ejecución
    de las penas de muerte, el Comandante Militar de la
    plaza señalaba el lugar, día y hora, la
    composición del piquete de ejecución y
    otros pormenores.
    En la cárcel de El Coto,
    transcurridos los primeros meses, los presos sabían
    con antelación cuándo iba a haber fusilamientos,
    cuándo iba a haber “saca”, que era
    como se decía en el argot carcelario. La relación
    de los que iban a ser fusilados solía llegar
    a las oficinas de la prisión por la tarde. Según
    cuentan los supervivientes, la clave para saber si esa
    madrugada iba a haber “saca” o no era el
    semblante de un preso que trabajaba en la oficina: si
    en el transcurso del último recuento del día,
    sonreía, era que no había fusilamientos;
    si estaba serio, entonces, sí.

    A
    los que iban a ser ejecutados se les ponía en
    “capilla” en un lugar separado del resto.

    El tiempo y condiciones de estancia en capilla variaban
    de una cárcel a otra, oscilando entre una o dos
    horas, o la noche entera. Todos los relatos coinciden
    en señalar la repugnante actuación que
    en esos tristes momentos tenían los representantes
    de la Iglesia Católica.
    Capellanes, sacerdotes,
    frailes, se lanzaban sobre aquellas pobres gentes que
    vivían sus últimas horas para que confesasen
    y comulgasen. La tenacidad, la presión y la intensidad
    con que llevaban a cabo su labor de “salvar almas”
    ofendería hoy hasta al más fanático
    de los católicos españoles. ¡Qué
    falta de respeto tan grande! ¡Qué ausencia
    de humildad, de conciencia, de humanidad…, de todo!
    Solamente los más serenos y concienciados tenían
    fuerzas todavía para enfrentarse a la clerigalla.
    ¡Qué placer y qué perversión
    escribir después a la viuda para comunicarle,
    junto con la noticia de la muerte del esposo, que “un
    consuelo, y no pequeño, la debe de quedar, y
    es que murió cristianamente, confesándose
    y comulgando…”! ¡Qué tíos
    más bestias!

    Orden
    del Ministro de Justicia franquista, Tomás Domínguez
    Arévalo, al Jefe del Servicio Nacional de Prisiones.
    BOE 6-10-38.

    Ilmo.
    Sr. : Disuelto desde 1931 el Cuerpo de Capellanes de
    Prisiones y declarados en situación de excedencia
    forzosa con percibo de dos tercios de su haber anual,
    los sacerdotes que lo componían, muchos de los
    cuales han desaparecido posteriormente, por distintas
    causas, se hace preciso organizar sobre nuevas bases
    la asistencia religiosa de los recluidos en los Establecimientos
    penitenciarios, misión que, si en todo tiempo
    representó un valioso factor de moralización
    del delincuente, ahora, ante las circunstancias nacionales,
    alcanza mayor trascendencia aún y requiere por
    eso mismo el más extremado celo sacerdotal en
    su desempeño. A tal fin, este Ministerio ha tenido
    a bien disponer:

    Primero.-
    La asistencia religiosa de las Prisiones, con la intensa
    labor de apostolado que la condición de los recluidos
    demanda, quedará bajo el patrocinio y dirección
    del Excmo. Sr. Obispo de cada Diócesis, dentro
    del territorio de la misma; correspondiendo al Prelado:

    a)
    Proponer a esa Jefatura del Servicio Nacional los Sacerdotes
    del Clero secular o regular, a quienes haya de confiarse
    el servicio religioso, a título de Capellanes
    provisionales en las Prisiones, individualizando la
    propuesta para cada una e indicando la gratificación
    que como estipendio deba percibir el designado, en cuantía
    proporcional a la cifra del contingente recluso a su
    cargo.

    b)
    Ejercer su alta vigilancia en cuanto al celo con que
    desempeñen su cometido espiritual los Capellanes
    de Prisiones de la Diócesis, para estimularlos
    al mejor y más desvelado cumplimiento de los
    deberes que les incumben.

    c)
    Proponer la remoción y sustitución de
    los Capellanes que, por razones o conveniencias de cualquier
    índole, a juicio del Prelado, lo merezcan.

    (…)
    Tercero.- Los Directores de los Establecimientos atenderán
    cuantas indicaciones se dignen hacerles los respectivos
    Prelados acerca de las necesidades del Culto en las
    Prisiones
    (…)

    Cuando
    se sabía que al día siguiente iba a haber
    fusilamientos, todos los presos condenados a pena de
    muerte pasaban la noche en una tensión fácil
    de imaginar. Así, un día y otro. La tenue
    luz del amanecer se acompañaba de los siniestros
    sonidos de los heraldos de la muerte: el runrún
    de los motores de las furgonetas que transportaban al
    piquete; los golpes de las botas y de las culatas de
    los fusiles contra el suelo de la entrada de la cárcel;
    cerrojos que se descorren, puertas que chirrían,
    pasos en la galería, la puerta de una celda que
    se abre y otra y otra…, y los pasos se detienen delante
    de la tuya (o pasan de largo), abren la puerta y la
    luz se enciende, cegadora, y pronuncian varios nombres
    y el tuyo (o el de otros compañeros) y una palabra
    seca: ¡vístanse!

    Es
    la muerte para unos y un día más para
    otros.

    Los
    condenados, tras pasar por “capilla”, eran
    conducidos al cementerio de Ceares. Los fusilaban hacia
    las ocho de la mañana, contra un paredón,
    y eran enterrados a escasos metros en una fosa común.
    Los familiares, si es que se llegaban a enterar, tenían
    prohibido recuperar el cadáver.

    Los
    piquetes eran dos: uno de ejecución y otro de
    vigilancia. Eran de la Guardia Civil y de la policía
    de Asalto, y se alternaban en ambas tareas.

    De
    los condenados a pena de muerte que fueron ejecutados
    a “garrote vil”, uno, debió de ser
    agarrotado en Santa Catalina; los otros, en el patio
    de la cárcel de El Coto. A una de estas ejecuciones
    a “garrote vil” que se hicieron en uno de
    los patios de la cárcel de El Coto fueron invitados
    a asistir hombres, mujeres y niños, permitiéndoseles
    entrar en la cárcel y contemplar tan sobrecogedor
    espectáculo.

    Al
    terminar la guerra, en Abril de 1939, se produjo un
    colapso en el sistema carcelario y en el funcionamiento
    de la jurisdicción militar, tan elevado era el
    número de prisioneros, y ello obligó a
    que se empezaran a aprobar reducciones de condena. Unos
    pocos salían y muchos más entraban.

    Decreto
    del Ministro del Ejército franquista, general
    José Enrique Varela Iglesias, creando, con carácter
    provisional, diversas Auditorías y una Fiscalía
    Jurídico Militar por cada una de ellas.

    La
    actual organización Regional de la Justicia Militar,
    responde a la lógica necesidad de centralizar
    en las Regiones tan importantes funciones y de no separar
    del mando militar el ejercicio de la Jurisdicción,
    que es uno de sus necesarios e imprescindibles atributos
    .
    Pero en los momentos presentes, en que se liquidan las
    responsabilidades, que en tan enorme volumen se han
    contraído durante el Glorioso Movimiento Nacional,
    esta centralización regional somete a las Autoridades
    Judiciales a un abrumador trabajo, incompatible con
    la necesidad de liquidar rápidamente este importante
    problema. Por ello, se impone la necesidad de aumentar
    el número de Auditorías
    en la medida
    que se estime necesaria y atribuir jurisdicción
    independiente a las Autoridades Militares subalternas
    de modo transitorio y entretanto subsista la necesidad
    que ahora se aprecia. (…)

    En
    virtud de este decreto se crearon las siguientes Auditorías:

    I
    Región Militar: en Aranjuez (para las provincias
    de Toledo y Cuenca); en Mérida (Ciudad Real,
    Cáceres y Badajoz).

    II
    Región Militar: en Córdoba (Córdoba
    y Jaén); en Granada (Granada, Málaga y
    Almería).

    III
    Región Militar: en Murcia (Murcia, Albacete y
    Alicante).

    IV
    Región Militar: en Gerona (Gerona y los partidos
    judiciales de Berga, Vich, Manresa, Tarrasa, Sabadell,
    Granollers, Arenys de Mar y Mataró de la provincia
    de Barcelona); en Tarragona (Tarragona y Lérida).

    V
    Región Militar: en Guadalajara.

    VI
    Región Militar: en Bilbao (Vizcaya, Santander
    y Guipúzcoa).

    VII
    Región Militar: “Auditoría de Asturias,
    para toda la provincia de Oviedo.”

    En
    ese mismo BOE aparecen los nombramientos del general
    de División honorario en situación de
    reserva, Carlos Guerra Zabala, como vocal del Consejo
    Supremo de Justicia Militar, y el del general de Brigada
    Arturo Cebrián Sevilla como secretario del mencionado
    Consejo.

    No
    sé si guardaría relación con lo
    dispuesto en el anterior decreto o no, pero lo cierto
    es que hay un momento en que en Gijón dejan de
    celebrarse consejos de guerra y pasan a Oviedo. En esa
    época, año 1939, se está “juzgando”,
    principalmente, a los asturianos o avecindados en la
    región que habían conseguido evacuar de
    Asturias, pero que fueron capturados en la zona republicana
    al finalizar la guerra. La mayoría de los consejos
    de guerra son ahora individuales. Tanto en Gijón
    como en Oviedo, los pelotones de fusilamiento seguían
    funcionando.

    En
    los años 1944 y 1945, viendo que la derrota de
    sus socios nazis y fascistas era ya irremisible, el
    régimen de Franco, atendiendo a la total falta
    de principios y al afán de permanencia en el
    poder que caracterizaba a sus miembros, inició
    el acomodo a la nueva situación internacional
    introduciendo algunas modificaciones legales en el entramado
    represivo.
    Entre ellas, se incluyeron nuevas normas
    de reducción de condena y de puesta en libertad
    condicional, lo que supuso, en la práctica, que
    la mayoría de los presos de la guerra salieran
    de la cárcel por esa época. Digo “salieran”
    en vez de “quedasen en libertad”, porque
    en España “libertad” no había,
    seguía estando prohibido ser libre. Y menos que
    nadie, los expresos, la totalidad de los cuales tenían
    que presentarse todas las semanas o cada quince días
    en el cuartel de la Guardia Civil y, además,
    eran vigilados y molestados constantemente. Muchos de
    ellos, por determinación de alcaldes, párrocos
    y comandantes de puesto de la Guardia Civil, fueron
    desterrados a otras provincias, lejos del pueblo en
    el que nacieron o vivían.
    El nueve de Octubre
    de 1945 se concedió por decreto el indulto para
    los condenados por rebelión militar que no habían
    sido fusilados.

     

  • Asturias Republicana – ENTRE REPUBLICAS


    El Vice-Imperio Ibero-Africano.

    Por
    Miguel de Unamuno.

    Hojas Libres, Abril de 1927.

    Don
    Alfonso XIII, el último Habsburgo coronado, se
    propuso, así que llegó a reinar en España,
    reparar el desastre de la Regencia, el de 1898,

    la pérdida de Cuba, de Puerto Rico y Filipinas.
    La de Filipinas se debió sobre todo al asesinato
    del noble tagalo Rizal. Con tal propósito
    preparaba –¡pobre Canalejas!- la conquista
    de Portugal y soñaba en la de Marruecos por guerra
    de Cruzada.
    Una vez declaró a su ministro,
    el Sr. Alcalá Zamora, que solo esperaba la mayor
    edad del desgraciado Príncipe de Asturias –ex
    futuro Alfonso XIV- para intentar establecer
    el poder personal, declarándose emperador y rey
    absoluto, y si le fracasaba, abdicar en su hijo.

    Con tales designios durante la gran guerra se mantuvo
    al lado de los Imperios centrales en espera de que,
    vencedores ellos –así lo creía él-
    le darían Gibraltar, todo Marruecos –Tánger
    incluido- y Portugal, quedándose Alemania con
    las colonias de éste. Y así se establecía
    lo que hemos llamado el Vice-Imperio Ibero-Africano.

    Siendo ministro
    de Estado el marqués de Lema, el rey, actuando
    anti-constitucionalmente de agente diplomático
    -¡se cree, el pobre, con dotes de tal!- le dijo
    que se iba a Londres a arreglar lo de Tánger.
    De Londres y de París, donde se detuvo luego,
    volvióse a España echando chispas. Habíanle
    deshauciado haciéndole ver que mal podía
    pretender un protectorado sobre Tánger, un Estado
    –no digamos nación porque la nación
    y el pueblo permanecían extraños a esos
    ensueños imperialistas y pretorianescos-, un
    Estado que no sabía pacificar el Rif, llevando
    una Cruzada contra todos los derechos de gentes y de
    humanidad. Entonces fue cuando el rey pidió al
    general Fernández Silvestre, mucho menos civilizado
    que los moros, que tomase Alhucemas para poder exigir
    Tánger.

    El Silvestre
    le prometió que el día de Santiago Matamoros
    ondearía en Axdir la bandera del rey.
    Y vino lo de Annual,
    debido más aun
    que a impericia militar o a cobardía, a que la
    campaña de Marruecos era impopular, inmoral e
    injusta. Y empezó el clamoreo pidiendo
    responsabilidades, no sólo militares, sino administrativas,
    por la sangría y el robo sueltos de Marruecos…
    Era la minoría socialista del Congreso la que
    llevaba en ello la voz cantante, como en pedir el abandono,
    por humanidad y por justicia, de Marruecos.

    Inmediatamente,
    los pretorianos y el rey se propusieron ahogar lo de
    las responsabilidades y eso, aunque el rey me dijo a
    mí mismo –y Romanones lo oyó- que
    sí, que había que exigir todas las responsabilidades
    y las de todos, “hasta las mías –añadió-
    si me alcanzasen”.

    A
    la vez, los pretorianos rapaces e inhumanos –su
    cabecilla el general M. Anido- se indignaban por el
    rescate de los cautivos de Annual y pedían el
    desquite como si se tratara de un duelo. Tal era el
    origen de la inquina contra el Sr. Alba,
    de
    quien el rey decía que quería entregar
    Marruecos a los colonialistas franceses. A lo que hay
    que agregar, que el Sr. Alba era el mejor enterado de
    las depredaciones y robos y chanchullos de los jefes
    pretorianos en Africa. Y así se preparó
    el golpe de estado del 13 de Septiembre de 1923.

    No lo preparó
    el botarate de Primo de Rivera, patente mentecato, lo
    que no quita que sea mal sujeto, henchido de ruines
    y rastreras intenciones y de pésima fe. Primo
    redactó el grotesco y soez manifiesto, el de
    la casta y la masculinidad y la invitación a
    la delación anónima y las calumnias. El
    pronunciamiento se dirigió desde San Sebastián,
    donde estaba el rey y el M. Anido al teléfono,
    en la sucursal del Credit Lyonnais. No lograron el rey
    y sus pretorianos coger al Sr. Alba para fusilarlo.
    Y se inauguró lo que llaman dictadura
    y es tiranía pretoriana con que se atropella
    más aún que a la Libertad a la Justicia.
    Los pistoleros asesinos entraron al servicio de Gobernación.
    Y así los bomberos dejaron de provocar incendios.
    Aunque no del todo.

    Y seguía
    lo de Tánger. El botarate de Primo, se fue a
    Marruecos a intentar una retirada, acaso para crear
    un conflicto con Francia, pero tuvo que retractarse
    y se entró en el convenio franco-español,
    para la toma de Alhucemas y la captura de Abd-el-Krim,
    que había de ser el desquite duelístico
    de lo de Annual
    y la prenda para exigir de
    nuevo Tánger. Ya el rey había
    calificado solemnemente, en un disparatado discursete
    ante el Papa, de Cruzada la operación de policía
    para establecer el protectorado civil en el Rif.
    Con
    la ayuda terrestre y marítima del ejército
    francés, se logró la modestísima
    toma de Alhucemas, a la que de una manera grotescamente
    cómica, se le quiso dar el alcance de un victoria
    épica. Mas el pueblo permaneció frío
    y el monumento conmemorativo de aquella acción,
    hubo que elevarlo dentro del Ministerio de la Guerra.
    A nadie engañó el simulacro. Ni
    se rindió Abd-el-Krim, sino algo más tarde,
    después de unas negociaciones y teniéndole
    que dar diez millones de pesetas. Y se rindió
    a los franceses,
    con la garantía de
    ser tratado como un jefe enemigo beligerante y no como
    un faccioso rebelde. El verdadero rebelde –rebelde
    a la civilidad y a la humanidad- había sido el
    general F. Silvestre. Aquella entrega del caudillo rifeño
    hirió en lo vivo a los duelistas matones del
    pretorianismo imperialista del Estado de Alfonso XIII
    –no quiero llamarle español.

    A todo esto
    en España, ni había Parlamento, ni corporaciones
    de sufragio popular, a pesar de que Don Alfonso prometía
    su restablecimiento por dos veces a Mr. Briand y a otros.
    Pero no veía el modo de evitar que se les pidiese
    cuentas a los pronunciados del 13 de Septiembre, a los
    tiranuelos de la dictadura y a él mismo. En
    13 de Septiembre de 1924, en el primer aniversario del
    garrotazo de Estado, el rey mismo le dijo a un amigo
    mío: “Esto pasará y se hará
    justicia a todos”. Es lo que el Sr. Sánchez
    Guerra pidió en Vitoria.
    Pero lo que
    no se quiere es justicia y para evitar que se haga justicia
    se mata la libertad. Porque sin libertad no se puede
    hacer justicia; ¡libertad de la Verdad!

    Por no haber
    Parlamento, ni autoridades populares de sufragio libre,
    por no ser España nación democrática
    y libre y constitucional, no pudo seguir en la Sociedad
    de Naciones. Y por eso mismo no puede reclamar el protectorado
    de Tánger. ¿Protectorado? ¿Y quién
    protegerá de los protectores a los protegidos?,
    de esos protectores que atropellan el derecho y la justicia
    y la dignidad y en España misma tratan a los
    ciudadanos como a siervos sin derechos, estableciendo
    el robo de Estado, como en las multas llamadas extralegales,
    y el asesinato de Estado como en lo de los primeros
    sucesos de Vera? No, los de la innoble y salvaje e inhumana
    Cruzada del Rif, no pueden pedir la regencia de Tánger.
    ¿O es que se quiere hacer de Tánger –lo
    que queda del ensoñado Vice-Imperio Ibero-Africano-
    un otro Principado de Mónaco, con Mr. Marquet
    de Gran Visir y en que alguna vez vaya a tallar, rodeado
    de sus caudillos bien alumbrados, el Príncipe
    mismo? ¡Que todo pudiera ser…!

    ¡No!
    Al pueblo español, al verdadero pueblo, le tiene
    sin cuidado lo de Tánger. Y a los que ven lejos
    y hondo les preocupa este aspecto de desquite duelístico
    mezclado con matonerías de timba. Y comprenden
    que la dignidad y la civilidad de España no pueden
    quedar bien si no queda mal la pretorianería.
    Como comprenden también que, si los ejércitos
    son para evitar guerras y no para provocarlas, no se
    puede hacer ni guerras ni guerrillas para los mercenarios
    del ejército y para ascensos y recompensas y
    obvenciones.

    En
    Hedaya, a diez de marzo de 1927.