Asturias Republicana – PRIMERA REPUBLICA

Emilio
Castelar y el golpe de Pavía.
Por Eduardo Barriobero


Emilio Castelar y el golpe de Pavía


Por Eduardo Barriobero

 

La
cuestión religiosa puso a Castelar en discordia con
Salmerón; para solucionar esta discordia hubiera
sido preciso aplazar por medio de un decreto la reunión
de las Cortes. Propusiéronselo a Castelar, y replicó,
indignadísimo, que su honor le impedía hasta
escuchar la frase “golpe de Estado”.
Fue, pues, a las Cortes en la fecha de antemano fijada,
de 2 de enero de 1874. Como hasta él habían
llegado ciertos rumores, llamó antes a su
despacho al capitán general de Madrid, señor
Pavía, para darle cuenta de que se aseguraba en todas
partes que intentaba sublevarse contra las Constituyentes.
Como Pavía lo negara, Castelar le exigió palabra
de honor, y Pavía la dio, añadiendo que él
“jamás, jamás se sublevaría mientras
ejerciera un mando”.
La circunstancia de
haber sido ayudante de Prim, haber estado siempre en excelentes
relaciones con los republicanos y desempeñado cargos
de importancia con los gobiernos de Salmerón y Pi,
abonaban la palabra de honor.
Al abrirse aquella sesión memorable se comenzó
a discutir la conducta del Gobierno mediante algunas proposiciones
presentadas por diferentes grupos de diputados. Durante
el debate pronunció Castelar un notabilísimo
discurso, al que puso fin con estas palabras: “El
partido republicano tiene que transformarse en dos grandes
partidos: en un partido de acción progresivo, muy
progresivo, a quien le parezcan estrechas y mezquinas nuestras
ideas, y otro partido pacífico, nada de dictatorial,
nada de autoritario, nada de arbitrario; legal, muy legal;
demócrata, muy demócrata; pero con grandes
instintos de consolidación y conservación.
Mi política es la natural, y podréis maldecirla,
no sustituirla, porque ante la guerra no hay más
política que la guerra.”
Se votó. Castelar fue derrotado por 120 votos
contra 100; los demás se abstuvieron. Entregó
a la Mesa la dimisión del Gobierno, y fue aceptada.

Se acordó nombrar un nuevo Gobierno, y para que los
diputados concertaran sus candidaturas, se suspendió
la sesión por menos de dos horas.
Terminada la votación, cuando comenzaba el escrutinio,
Salmerón, que presidía la Cámara, llegó
presuroso a su sitial; pero para continuar la narración
conviene ceder la palabra al Diario de Sesiones.
“Presidente: Señores diputados: Hace
pocos momentos que he recibido un recado u orden del capitán
general, creo que debe ser ex capitán general de
Madrid, por medio de dos ayudantes, para decir que se desalojara
el local en un término perentorio.
(Varias
voces: Nunca. Nunca.) Orden, señores diputados: la
calma y la serenidad es lo que corresponde a ánimos
fuertes en circunstancias como ésta; para que desalojara
el local en un término perentorio, o de lo contrario
lo ocupará a viva fuerza. Yo creo que es lo primero,
y lo que de todo punto procede. (El tumulto que se levantó
en el salón interrumpió al señor presidente.
Se oye decir: Esto es ofensivo a la dignidad de la Asamblea.)
Señores diputados: sírvanse oír la
voz… (Continúa el tumulto.) Orden, señores
diputados. (Mucha calma, mucha calma, se grita por algunos.)
Yo recomiendo a los señores diputados la calma y
la serenidad… (Continúa la agitación.
El señor Chao: ¡Esto es una cobardía
miserable!) Señores diputados: vuelvo a recomendar
la calma y la serenidad.
El gobierno presidido por el ilustre patricio don Emilio
Castelar, es todavía Gobierno, y sus disposiciones
habrá adoptado ya. Entre tanto, yo creo que debemos
de seguir en sesión permanente, y seremos fuertes
para resistir hasta que nos desalojen por la fuerza, dando
un espectáculo que, aun cuando no sepan apreciarlo
en lo que vale, aquellos que sólo pueden conseguir
el triunfo por ciertos medios, las generaciones futuras
sepan que los que éramos adversarios, ahora todos
hemos estado unidos para defender la República. (Varios
señores diputados: ¡Todos, todos! Un señor
diputado: ¡Viva la Soberanía Nacional! ¡Viva
la República! ¡Viva la Asamblea! Estos vivas
fueron contestados por todos los lados de la Cámara.)
No esperaba yo menos, señores diputados. Ahora seremos
todos unos. (Varios señores diputados: ¡Todos!
¡Todos! Se han borrado en este momento todas las diferencias
que nos separaban, hasta tanto no quede reintegrada esta
Cámara en la representación de la Soberanía
Nacional (Muy bien.), y que se le podrá arrancar
por la fuerza de las bayonetas, pero no se le arrancará
el derecho que tiene.
El señor presidente del Poder Ejecutivo, señor
Castelar: Pido la palabra.
El señor presidente: la tiene S.S.
El señor Castelar: Yo siento no participar de la
opinión de S.S. respecto al escrutinio, porque yo
creo que el escrutinio debe continuar como si no sucediera
nada fuera de esta Cámara. Puesto que aquí
tenemos libertad de acción, continuemos el escrutinio,
sin que por eso el presidente del Poder Ejecutivo tenga
que rehuir ninguna responsabilidad. Yo he reorganizado el
Ejército, pero lo he reorganizado, no para que se
volviera contra la legalidad, sino para que la mantuviera.
(Aplausos.) Y, señores diputados, no puedo hacer
otra cosa que morir el primero con vosotros. (¡Bravo!
¡Bravo!)
El señor Benot: ¿Hay armas? Vengan.
Nos defenderemos.

El señor presidente: Señores diputados: inútil
sería nuestra defensa y empeoraríamos nuestra
causa. (Un señor diputado: no se puede empeorar.)
Digo que nosotros nos defenderemos con aquellas armas que
son las más poderosas en estos momentos: las de nuestro
derecho, las de nuestra dignidad y las de nuestra resignación
para recibir semejantes ataques.
El señor Castelar: Pero una cosa hay que hacer…
(Un señor diputado: que se dé un voto de confianza
al Ministerio que ha dimitido.) De ninguna manera; aunque
la Cámara lo votara, este Gobierno no puede ser Gobierno,
para que no se dijera nunca que había sido impuesto
por el temor de las armas a una Asamblea Soberana. Lo
que está pasando me inhabilita a mí perpetuamente
para el Poder.
(Un señor diputado: ¡No,
que te creemos leal!) Así es, señores diputados,
que a mí me toca demostrar que yo no podía
tener alguna parte en esto. Aquí, con vosotros,
los que esperéis, moriré y moriremos todos.

El señor Benot: Morir, no; vencer.
El señor Chao: Me atrevo a hacer una declaración
y una petición a la Cámara y al señor
presidente del Poder Ejecutivo, y es que, si lo tiene a
bien, expida un decreto declarando fuera de la ley
al general Pavía y otro decreto sujetándole
a un Consejo de guerra, y si es necesario desligándole
del deber de la obediencia al soldado.

Recibida con aplauso unánime la propuesta, el ministro
de la Guerra escribió en el acto el decreto indicado,
y cuando varios diputados solicitaban ser ellos quienes
hicieran entrega de él a Pavía, dijo:
El señor Calvo: La Guardia Civil entra en
el edificio preguntando a los porteros la dirección
de este salón y diciendo que se desaloje de orden
del capitán general.

El señor Benítez de Lugo: Que entre, y todo
el mundo a sus asientos.
El señor Presidente: Ruego a los señores diputados
que se sirvan ocupar sus asientos y que sólo esté
en pie aquel que haya de hacer uso de la palabra.
El señor Benítez de Lugo: Pedí la palabra
para rogar a los señores diputados de la izquierda
y del centro que han votado conmigo, yo que no puedo ser
sospechoso, porque he consumido un turno en contra de la
política de Castelar, que en este momento la Cámara
entera dé un voto de confianza al señor Castelar.
(Muchos señores diputados: ¡Por unanimidad!)
El señor Castelar: Ya no tendría fuerza y
no me obedecerían.
El señor Presidente: Ruego a los señores diputados
que ocupen sus asientos. No tenemos más remedio que
sucumbir a la fuerza; pero ocupando cada cual su puesto.
Vienen aquí y nos desalojan. ¿Acuerdan los
señores diputados que debemos resistir? ¿Nos
dejamos matar en nuestros asientos?
(Varios señores diputados: Sí, sí,
todos.)
El señor Castelar: Señor presidente, ya estoy
en mi puesto y nadie me arrancará de él. Yo
declaro que me quedo aquí y que aquí moriré.
Un señor diputado: ¡Ya entra la fuerza en el
salón!
(Penetra en el salón tropa armada.)
Varios señores diputados: ¡Soldados! ¡Viva
la República Federal! ¡Viva la Asamblea Soberana!

(Otros señores diputados apostrofan a los soldados,
que se repliegan a la galería, y allí se oyen
algunos disparos, quedando terminada la sesión en
el acto.)
Eran las siete y media de la mañana.”
Hasta aquí el relato del Diario de Sesiones. El
concienzudo historiador don Miguel Morayta, que fue además,
como diputado, testigo presencial
de aquellos sucesos,
añade que varios de sus colegas lucharon cuerpo a
cuerpo con la fuerza armada, y envueltos por ella salieron
muchos a los pasillos.
Salmerón, cuando ya la Cámara había
sido violada por la planta de muchos soldados, abandonó
la presidencia, y Castelar, firme en su banco, derramando
lágrimas de dolor y rodeado por diez o doce amigos
suyos, cuando ya todos los escaños y el hemiciclo
se encontraban del todo desalojados, empujado por aquéllos
salió del Congreso, sin que le hicieran víctima
de ninguna grosería.
Se sabe que rodeaba el Palacio de las Leyes una
fuerza de dos mil hombres; en el recinto penetraron como
unos doscientos, y más de treinta balas quedaron
incrustadas en las paredes.

“El general Pavía –comenta el
señor Morayta- faltó, como caballero, a la
palabra dada a Castelar; como militar, cometió uno
de los delitos más horrendos registrados en la Historia,
y como político, dio pruebas de increíble
cortedad de inteligencia,
pues creyó servir
a la Patria, impidiendo la vuelta de los intransigentes
y que su resolución no interrumpiría la marcha
ordenada de la República, y así, cuando ya
el Congreso quedó desalojado, envió
un ayudante en busca de Castelar para pedirle que continuara
en el Poder,
habiéndole admirado la respuesta
merecida, pero desvergonzadísima, que Castelar dio
a dicho ayudante cuando le encontró en el Prado,
cerca de la Fuente de Neptuno.
Para levantar una barrera infranqueable entre los vencedores
y los vencidos, Castelar dijo aquel mismo día en
los periódicos: “De la demagogia me
separa mi conciencia; de la situación que acaban
de levantar las bayonetas, mi conciencia y mi honra.”


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