El diputado socialista y
dirigente minero de la UGT Graciano Antuña
fue fusilado en Luarca por el ejército franquista.
Por Marcelino Laruelo.
Muertes Paralelas. Gijón, 2004.
A las cinco de la mañana del día trece
de Mayo de 1937, Graciano Antuña Alvarez fue fusilado
delante de las tapias del cementerio de Luarca. Socialista
y diputado en Cortes por Asturias tras resultar elegido
en Febrero del año anterior en la lista del Frente
Popular, Graciano Antuña había desempeñado
el cargo de secretario general del Sindicato de Obreros
Mineros (SOMA-UGT) en los meses previos a la Revolución
de Octubre de 1934.
A
Graciano Antuña le detuvieron en Oviedo al día
siguiente de sublevarse las fuerzas del coronel Aranda.
Había participado en las reuniones que tuvieron lugar
en el Gobierno Civil entre las autoridades civiles, militares
y dirigentes del Frente Popular tras conocerse las primeras
noticias del inicio del levantamiento militar en el Marruecos
español. Colaboró en la organización
de la expedición de trabajadores que salió
de Oviedo en dirección a Madrid y en la formación
de grupos de autodefensa obrera. Se le vio en el edificio
del diario socialista Avance, en la calle Asturias, donde
también tenía su sede la dirección
socialista y el Sindicato Minero. No se sabe exactamente
por qué, pero no pudo escapar de Oviedo como el resto
de los dirigentes de los partidos de izquierdas. Según
sus propias declaraciones, el domingo por la tarde, se marchó
del Gobierno Civil y se fue a dar “un paseo por la
carretera de Buenavista acompañado de otro individuo,
y al regresar, se tropezó con Villanueva, el cual
le dijo que le acompañara a su casa para tomar un
café, pues ya se habían enterado que la fuerza
del Ejército había salido a la calle…”
En casa de ese Villanueva se refugió Graciano Antuña
y ahí le detuvieron al día siguiente.
La
versión que dio el comandante Gerardo Caballero fue
la siguiente: “una vez verificado el levantamiento
militar en esta plaza y llegado a los dirigentes socialistas
la noticia de la ocupación del cuartel de Asalto
por las fuerzas del Ejército nacional, le entró
el desánimo al procesado y aconsejó a la muchedumbre
estacionada por las inmediaciones del edificio anteriormente
mencionado (de Avance), a la que poco antes organizaba y
enardecía, que se marchasen cuanto antes, que iban
a ser carne de cañón y que su resistencia
era inútil. Preocupado por estas cosas, sin duda
por la situación de la familia, o anonadado, probablemente,
por el golpe recibido con el levantamiento de la guarnición,
no tuvo tiempo de reaccionar para escaparse con los demás
compañeros o cuando lo intentó debió
de ser tarde ya…”
Algunos
protagonistas, como Ramón Alvarez Palomo y Avelino
González Entrialgo, cenetistas los dos, dejaron escrito
lo que les dijo el propio Antuña en las primeras
horas de la tarde del domingo diecinueve, cuando se cruzaron
con él en el Gobierno Civil: “nos reafirma
su confianza en Aranda, llegando a decirnos que no hay motivos
para ser tan suspicaces y desconfiados. El, confiado y seguro,
se retiraba a descansar unas horas…” Ahí
se apunta un motivo: ¿dormir un poco después
de día y medio de tensión? Otro, tal vez fuese
el fallo en la cita de seguridad que el Comité provincial
del Frente Popular había establecido para esa tarde
en un domicilio particular de Oviedo. Según Alvarez
Palomo, solamente acudieron los delegados de la CNT y la
FAI y el comunista Ambou: “Al anochecer, después
de inútil y angustiosa espera, se abandonó
toda esperanza de reunión.”
Antonio
Masip me cuenta esta otra versión que le dio el histórico
dirigente socialista asturiano Juan Pablo García.
Según éste, “Antuña, en la noche
del domingo diecinueve de Julio, cuando estaba a la altura
de la cuesta del cementerio, antes de llegar a San Esteban
de las Cruces, dio media vuelta y regresó a Oviedo”.
Juan Pablo pone en boca de Antuña estas palabras:
“No quiero ser un exiliado. No vuelvo al exilio. Lo
pasé muy mal en Dieppe.”
Natural
de Ciaño-Santa Ana, en la cuenca minera del Nalón,
municipio de San Martín del Rey Aurelio, Graciano
Antuña, junto con su mujer e hija, vivía últimamente
en Oviedo, en la Fonda de Angelín Fierros, en la
calle Posada Herrera. Al tener conocimiento de
que el coronel Aranda se había sublevado y dominaba
la ciudad, buscó refugio en una casa de la calle
Matemático Pedrayes, habitada por el citado Villanueva.
Gerardo Caballero, comandante de Infantería que fue
nombrado por Aranda delegado de Orden Público, dijo
que al recibir una denuncia de que habían visto a
Graciano Antuña esconderse en esa calle, ordenó
a una patrulla de Seguridad que procediera a registrar la
zona hasta encontrarlo y detenerlo. Pudiera ser hasta que
el propio Caballero hubiera sido el que viera y reconociera
a Graciano Antuña, pues vivía muy cerca de
la casa donde detuvieron a Antuña. La patrulla que
llevó a cabo los registros y practicó la detención
estaba formada por un cabo y cuatro guardias. El cabo, llamado
Alfredo González, moriría defendiendo la posición
nacionalista de La Loma del Canto durante la ofensiva republicana
de Octubre del 36.
Al
ver que dicha fuerza se dirigía a la casa en la que
estaba refugiado y que picaban a la puerta, el propio Graciano
Antuña acudió a abrirles y, según la
versión policial, trató de ocultarse detrás
de la misma puerta. Descubierto y encañonado con
el mosquetón por uno de los guardias, Antuña
agarró fuertemente el cañón y en el
forcejeo, siempre según esa versión policial,
se hirió en las manos con el punto mira. A esas heridas
se atribuyeron las manchas de sangre de la camisa que llevaba
puesta y que Graciano Antuña, días después,
intentó sacar de la cárcel mezclada con el
resto de la ropa sucia. Oculta entre la ropa iba también
una nota para su mujer en la que le pedía que conservara
la camisa tal cual estaba, seguramente pensando en utilizarla
como prueba de torturas más adelante, pero esa nota
fue descubierta al registrar el paquete en la cárcel
de Oviedo. La versión que en la causa judicial da
Antuña de estos mismos hechos es muy parecida: pasó
la noche del día diecinueve de Julio en casa del
señor Villanueva. En la mañana del veinte,
fue la mujer de Villanueva la que le dijo que los guardias
andaban registrando las casas colindantes. Suponiendo Antuña
que era a él a quien buscaban, bajó al portal,
abrió la puerta y salió a la calle: “se
encontró con dos guardias que, apuntando con el fusil
y poniendo el cañón en el pecho del declarante,
le echaron el alto; como esta actitud de los guardias le
hiciera temer fuesen a dispararle, se cogió con las
manos a los cañones para separarlos, diciendo al
mismo tiempo que no le matasen, momento en el cual, con
el punto de mira de uno de los fusiles se hizo una pequeña
herida en una mano, siendo conducido inmediatamente al Gobierno
Civil.”
Una
vez en el Gobierno Civil, le introdujeron en el despacho
del comisario de policía, que lo era Arcadio Cano.
Afirma el comandante Caballero que debido a los reiterados
temores que expresaba el detenido a ser “paseado”,
“tuvo que bajar personalmente a calmarle y darle las
seguridades debidas”. Ese mismo día fue conducido
a la cárcel de Oviedo y en dicha cárcel permanecería
hasta finales de Marzo de 1937. El y otros como él,
hombres y mujeres, eran los rehenes del coronel Aranda:
los mantuvieron vivos mientras creyeron que les podrían
ser de utilidad, pero cuando vieron que ya no los necesitaban,
los fueron entregando a la trituradora de la “justicia
militar” franquista para eliminarlos. Hay quien afirma,
incluso, que Graciano Antuña estuvo a punto de ser
canjeado por el jefe de Falange, Jose Antonio Primo de Rivera,
preso en Alicante y que fue ejecutado, finalmente, en Noviembre
de 1936.
La
trituradora, para Graciano Antuña, se puso en marcha
el once de Febrero de 1937: el auditor de guerra Juan Villavicencio
ofició ese día, con número de orden
1.228, al juez instructor del juzgado militar nº 1
de la plaza, que lo era el alférez de Infantería
Manuel Martínez Cardeñoso. En el escrito se
le ordenaba que iniciase los procedimientos contra el prisionero
Graciano Antuña Alvarez. Su tramitación, dio
lugar a que en el sumario de la causa figuren las declaraciones
de diferentes testigos, destacando la del propio Gerardo
Caballero Olabézar, delegado de Orden Público.
Quedaron recogidas, además, la del teniente de la
Guardia Civil Juan Serra Planells, nombrado por Caballero
subdelegado interventor de servicios en la cárcel
de Oviedo; la de los seis guardias de Asalto que participaron
en la detención y la de un ayudante de minas que
había estado preso, por orden del Comité Revolucionario,
en la cárcel de Pola de Laviana durante la Revolución
de Octubre de 1934. En todas esas declaraciones no se aportan
datos de mayor interés que los aquí ya transcritos.
Cinco
días más tarde, el dieciséis de Febrero,
el juez instructor tomó declaración a Graciano
Antuña. Es también de poco interés
y en ella, después de reconocer la pertenencia al
PSOE y a la UGT desde 1925, Antuña trató de
resaltar el carácter moderado de su ideología
política y lo poco determinante de sus actuaciones,
todo ello buscando la autoexculpación, quizás
sin darse cuenta de que ya estaba condenado de antemano.
Al
cabo de poco más de un mes, el veintitrés
de Marzo, el coronel comandante militar de Oviedo, cumplimentando
el radiograma del general jefe de la Octava División,
ordenó al juez instructor el traslado a Luarca de
Graciano Antuña para ser puesto a disposición
del teniente auditor honorífico Carlos Humberto Santaló
Ponte, juez militar de la columna de operaciones en Asturias.
Junto con el prisionero se remitieron las diligencias sumariales
instruidas hasta ese momento y que conformaban la causa
número 302/37.
En
Luarca, el juez militar Santaló volvió a tomar
declaración a Graciano Antuña. Este, por su
parte, se limitó a ratificarse en lo que ya tenía
declarado y a negar las implicaciones que se le hacían
como organizador de los grupos que formaron la expedición
que partió hacia Madrid a luchar contra los sublevados
y otras acusaciones similares. El único dato novedoso
que aparece en este interrogatorio es el que se da a entender
cuando el juez militar le preguntó “si no es,
así mismo, más cierto que al iniciarse el
movimiento revolucionario marxista dirigió cartas
firmadas por él a las distintas organizaciones obreras
de Asturias y norte de Galicia ordenándoles que resistiesen
por todos los medios posibles el avance del Ejército
nacional, llevando a cabo voladuras de puentes y cortes
de carretera al objeto de impedir el paso de las fuerzas
del Ejército”. Graciano Antuña rechazó
de plano tal acusación, porque, efectivamente, detenido
desde la mañana del día veinte de Julio, difícilmente
podría haber enviado cartas a ningún sitio.
Lo que sí se sabe y, probablemente el juez
militar ignoraba, es que en los primeros días que
siguieron a la sublevación militar, el Comité
de Sama de Langreo, que presidía Belarmino Tomás,
dio orden de que un camión con milicianos partiera
para recorrer toda la zona occidental de Asturias e informar
de cual era la situación real en la misma. Llegaron
por la costa hasta Ribadeo y regresaron por el interior.
Es muy probable que el jefe de esa patrulla de milicianos
llevase algunas instrucciones para los dirigentes de las
organizaciones obreras de las diferentes localidades por
donde pasaron.
Ahondando
en esa acusación, el juez militar pidió que
con la máxima urgencia se interrogase al ex capitán
de Carabineros, Rafael Pérez Alexandre, que cumplía
condena de reclusión perpetua en la cárcel
de Lugo, y “manifieste si el sujeto hoy huido, César
Margolles, vecino de Ribadeo, le leyó íntegro
el contenido de una carta del destacado socialista Graciano
Antuña Alvarez, ordenándole a las organizaciones
rojas de Ribadeo destruir puentes y vías férreas
y cortar comunicaciones, carta firmada de puño y
letra por Graciano Antuña, con lo demás que
sepa del asunto.” Rafael Pérez Alexandre declaró
que no había visto la carta y que desconocía
todo lo referido a la misma. No obstante, el juez instructor,
en su informe, no tuvo inconveniente en afirmar que Graciano
Antuña era reo “confeso de rebelión
y de pertenecer a la élite de los rebeldes”;
en otro párrafo escribía que “la real
politik de la penología (¡!), la defensa social
que está por encima de las leyes escritas, no precisaría
sino de este nombre (Graciano Antuña) para declarar
al procesado enemigo de la cosociedad de sentimientos y
sentimentalismos humanos (¡!) y para descargar sobre
él aquella medida de eliminación necesaria
al bien de la comunidad.” (¡!)
Enviada
la causa a La Coruña, el fiscal, entre otras cosas,
afirmó en su escrito que las organizaciones obreras
extremistas estaban preparando una revolución comunista
que estallaría en Agosto “con el único
objeto de instaurar una dictadura proletaria, que ingresando
a España en la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas, obteniéndola por servidora
fiel para sus manejos, coadyuvase con Rusia al universal
desconcierto, móvil y suprema aspiración de
todos los partidos disolventes.” Así
que “rebelión militar” con el “agravante
de perversidad” y pena de muerte…
Por
orden del comandante militar de la plaza de Luarca, José
Cosío Magdalena, el consejo de guerra sumarísimo
contra Graciano Antuña se celebró el día
veintitrés de Marzo en la sala del Juzgado de Instrucción
de la localidad. Dio comienzo a las diez de la mañana
y el tribunal, presidido por el teniente coronel de Infantería
José Rodríguez Abella, lo completaban los
siguientes vocales: capitán de Farmacia Francisco
Soler de Dios, capitán de Carabineros Luis García
Canales, capitán de la Guardia Civil Pablo González
Anguiano, capitán de Carabineros Manuel Mato Arenal
y capitán de Artillería Luis de Micheo. Figuraban
como vocales suplentes los capitanes de Artillería
e Infantería, Horacio López Vallina y Darío
González Sante, que también estuvieron presentes
en la vista. El vocal ponente y el juez instructor fueron
los ya citados, tenientes auditores de segunda, Juan de
Villavicencio Pereira y Carlos Humberto Santaló Ponte.
Actuó de fiscal el alférez del cuerpo Jurídico
José Mª García Rodríguez, mientras
que de la defensa del acusado se encargó el teniente
de Infantería Natalio Alcalá Cerviño.
El
desarrollo de este consejo de guerra ocupó toda la
mañana, a pesar de que no se practicó prueba
testifical alguna. Fiscal y abogado defensor se limitaron
a leer sus respectivos informes y a pedir para el acusado,
el fiscal, la pena de muerte, y el defensor, “a suplicar
la absolución de su patrocinado por no ser responsable
del delito que se le imputa”. Al preguntar el presidente
del tribunal a Graciano Antuña si tenía algo
que alegar en su defensa, éste, tal y como quedó
redactado en el acta del consejo de guerra, “manifiesta
que en su actuación como diputado socialista siempre
fue moderado, que siempre trató de evitar huelgas
y sabotajes, hasta el extremo que tiene peligrando su vida,
que estuvo en el extranjero y a su regreso en Febrero último
actuó siempre con tendencia conservadora, que su
actuación los días 17 y 18 de Julio pasado
no tuvo intervención alguna, solamente el día
19 aconsejó a los obreros se retirasen a sus casas,
pues ellos tenían la culpa de haberse sublevado el
Ejército y, por consiguiente, nada se podía
hacer.” Ese mismo día, el consejo de guerra
dictó la sentencia de pena de muerte, sentencia que
se cumpliría veinte días más tarde,
el trece de Mayo.
Tenía
treinta y cuatro años cuando le fusilaron: si hubiera
vivido más tiempo, tal vez Graciano Antuña
hubiera llegado a ser el líder de los socialistas
asturianos, el sucesor de Ramón González Peña.
Guerra y dictadura nos dejan una biografía estrecha:
nacido, como ya se ha dicho, en Ciaño, el 25 de Julio
de 1902, hijo de Nicolás y Celestina, entró
a trabajar en la mina y alcanzó la categoría
de mecánico. Graciano se afilió a la organización
socialista que lideraba Llaneza y que era la preponderante
en la comarca. Según Aurelio Martín Nájera,
en su obra “El grupo parlamentario socialista”,
Graciano Antuña desempeñó el cargo
de secretario de la Federación provincial de las
Juventudes Socialistas. En las elecciones municipales de
Abril de 1931 que trajeron la República, salió
elegido concejal del Ayuntamiento de San Martín del
Rey Aurelio. Reunida la nueva corporación el día
dieciséis y elegido por votación el nuevo
alcalde, José Fernández Flórez, Graciano
fue designado segundo teniente de alcalde, detrás
de Severino Calleja González, por quince votos a
favor, cuatro en blanco y uno nulo. Sus primeras intervenciones,
en ese mismo pleno municipal, fueron para proponer que los
concejales en las sesiones municipales se tratasen entre
sí de “ciudadanos” en lugar de “señores”
y para que se suprimiesen del salón de sesiones todos
los símbolos monárquicos. Ambas mociones fueron
aprobadas.
En Octubre de 1933, Graciano Antuña fue elegido en
votación para formar parte de la candidatura socialista
a las elecciones a Cortes que se celebrarían un mes
después. En esa ocasión, fueron las derechas
las que ganaron las elecciones y Graciano Antuña
se quedó sin el acta de diputado, obteniendo los
socialistas dos escaños por las minorías.
Tenemos
a Graciano Antuña de secretario general del Sindicato
de Obreros Mineros de Asturias (SOMA-UGT) y directivo de
la Federación Estatal de la Minería y de la
Federación Socialista Asturiana; candidato a diputado
en Cortes por Asturias en 1933 y diputado electo por el
Frente Popular en Febrero de 1936… Sería, sin embargo,
en la preparación y desarrollo de la Revolución
de Octubre donde desempeñaría el papel más
importante de su acortada vida.
Graciano
Antuña y Bonifacio Martín fueron los dos representantes
del socialismo asturiano que se encargarían de llevar
las negociaciones con la CNT para la formación de
la Alianza Obrera en Asturias. Estos contactos
comenzaron a mediados de Marzo de 1934 y culminaron con
la firma del Pacto de Alianza Obrera el día 31 de
ese mismo mes en Gijón. Estamparon su firma en el
documento: Bonifacio Martín, por la UGT; Graciano
Antuña, por la Federación Socialista Asturiana;
y José María Martínez, Horacio Argüelles
y Avelino González Entrialgo por la CNT. Posteriormente,
no pocas de las reuniones de la Alianza Obrera se celebrarían
en el propio despacho de Antuña en la sede socialista
de Oviedo. Iniciada la Revolución, Graciano Antuña
y Francisco Martínez Dutor serían los principales
dirigentes revolucionarios de las operaciones para la toma
de Oviedo y, posteriormente, para el repliegue y dispersión
de los milicianos que participaron en la lucha. En esa ocasión,
Antuña tuvo la suerte de poder escapar a la represión
y conseguir huir al extranjero. Como tantos otros asturianos
exiliados después de la Revolución de Octubre
de 1934, Graciano Antuña estuvo refugiado en Francia,
Rusia y Bélgica, y no regresó a España
hasta la victoria electoral del Frente Popular en Febrero
de 1936.
Ese
triunfo del Frente Popular supuso para Antuña no
solamente la amnistía, sino también el acta
de diputado en Cortes por Asturias. Procesado y declarado
en rebeldía en la causa del asalto a la sucursal
del Banco de España en Oviedo, junto con otros quince
dirigentes más de la Alianza Obrera, esta causa fue
finalmente sobreseída por el auditor de guerra en
Marzo de 1936, al tener que aplicar la amnistía otorgada
por decreto del gobierno el día veintiuno del mes
anterior. Durante el tiempo que fue diputado no consta que
realizara ninguna intervención en el hemiciclo ni
que formara parte de ninguna comisión, pero estaba
en Oviedo junto a sus electores en los momentos de mayor
peligro, y ello le costó la vida.
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